viernes, 5 de septiembre de 2014

BC 28: FORJA POLIX


"La barcaza descendió sobre el planeta a una velocidad prodigiosa, reduciendo rápidamente la distancia que separaba nuestra meta del navío que nos había traído a Los Huecos. Fuertes sacudidas se repitieron durante largos minutos, haciendo temblar el casco dorado de la pesada lanzadera como si fuésemos el blanco de una extensa cortina de fuego antiaéreo. Pasados los siete primeros minutos, el osado piloto q'saliano redujo la potencia de los motores, disminuyendo progresivamente la velocidad, y las sacudidas fueron desapareciendo por sí solas.
Aunque en ese momento no pudimos ver con nuestros propios ojos la superficie del planeta porque la lanzadera carecía de puestos de observación en la bodega, los marineros de la Maldición del Cuervo nos habían contado que este mundo no era un planeta completo, ya que la guerra entre las forjas del Mechanicum Oscuro había asolado su superficie y saqueado todos sus recursos naturales hasta que sólo quedó un fragmento deforme flotando en el vacío del espacio, una porción que representaba un tercio de su antigua forma. Aquellos rumores me hicieron preguntarme si semejante devastación planetaria se debía completamente a las terribles armas liberadas por los tecnosacerdotes durante sus guerras o a algún tipo de catástrofe de naturaleza más temible incluso... pero mantuve mis dudas en silencio, sin compartirlas con ninguno de mis hermanos, a la espera de descubrir alguna pista que sacase a la luz la verdad de los hechos acontecidos en este mundo.
Una vez que la lanzadera hubo tomado tierra de forma segura, la Hermandad Apátrida pisó por primera vez la superficie de Los Huecos. Mordekay fue el primero de nosotros en salir de la lanzadera, seguido por Lambo, yo mismo y Karakos. A continuación descendieron los humanos, encabezados por Zenón. Por último, Z'aaal y Lede se vieron obligados a cerrar la marcha del grupo, dado que no pertenecían a la Hermandad.
Durante unos instantes, me tomé la libertad para observar detenidamente el lugar. Nos hallábamos en una robusta plataforma metálica de aterrizaje, de planta octogonal, que estaba anclada por medio de una serie de gruesas vigas negras a una pared vertical de la forja. Ese muro de cobre y acero, se elevaba a cientos de kilómetros sobre el suelo de roca negra y su superficie estaba llena de retorcidos sistemas de circuitería que crepitaban con un poder apenas contenido. Era energía disforme. De algún modo, los tecnosacerdotes de forja Polix habían conseguido dominar sus secretos. Otro enigma, otro misterio. 
Echando la vista atrás, pude comprobar que la forja se alzaba sobre un enorme valle, en cuyo seno discurría un gran flujo de magma líquido, que iluminaba con un tétrico resplandor carmesí las paredes rocosas que lo contenían y la superficie metálica de la propia foja.
En ese momento, escuchamos un sonido metálico y un amplio portón se abrió de la pared contigua a la plataforma. Por esta inesperada apertura, vino a nosotros un hombre, un tecnosacerdote a juzgar por su túnica roja y las dos mecadendritas que se asomaban del bulto mecánico que llevaba anclado a la espalda. Su rostro estaba cubierto por una máscara de respiración, cubierta de cables negros y sucios, pero sus ojos todavía parecían humanos. El recién llegado nos dio oficialmente la bienvenida a Forja Polix en nombre de su amo y señor, el Magos Onuris.
Mordekay devolvió las cortesías debidas que exigía la etiqueta intentando imitar los extravagantes modales del tecnosacerdote y solicitó una audiencia inmediata con el Magos para debatir los términos de una futura alianza contra Forja Castir. El tecnosacerdote no mostró ninguna reacción emocional al escuchar nuestras intenciones y se limitó a quedarse quieto durante dos largos minutos, comunicándose probablemente con sus superiores mediante un canal de vox interno. Finalmente, accedió a nuestra petición y nos pidió que lo acompañásemos al interior.

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A pesar de que ninguno de ellos había estado nunca en una forja del Adeptus Mechanicus, o en este caso, del Mechanicum Oscuro, habían escuchado múltiples rumores a lo largo de toda su vida: manufactorums interminables, largas cadenas de trabajadores y servidores lobotomizados, templos del conocimiento, infotumbas, criptas secretas de datos perdidos, cementerios consagrados a los espíritus máquina de eras pasadas y maravillas tecnológicas más allá del alcance de la comprensión de cualquier persona no instruida en los misterios del Culto Mechanicus. Cada rumor era aparentemente más exagerado que el anterior pero todos ellos tenían en común el miedo ante los conocimientos prohibidos y el poder que ostentaban los tecnosacerdotes que dirigían esos terribles lugares.


Forja Polix resultó ser un lugar mucho más terrible de lo que apuntaban incluso los rumores más disparatados que habían escuchado hasta entonces. Los miembros de la Hermandad Apátrida comprobaron con facilidad que toda la forja estaba dedicada en cuerpo y alma a la producción en masa de armamento: enormes líneas de ensamblaje producían armas, armaduras y otros artefactos en prensas automatizadas y fundidores a presión. También pudieron ver que gran parte de la fuerza de trabajo provenía de las filas de servidores lobotomizados y mutantes retorcidos, indefensos ante los crueles atropellos de supervisores armados con electrolátigos. Esos mismos capataces guiaban los esfuerzos de monstruosos Engendros del Caos, que estaban aprisionados en el interior de gigantescas ruedas dentadas que mantenían en funcionamiento las grandes máquinas que dominaban la forja.



La atención de Karakos y Nodius estaba puesta, no obstante,  en los circuitos anclados al techo y las paredes, por donde se filtraba la energía disforme, De algún modo, esas corrientes ingobernables quedaban aprisionadas, drenándose y concentrándose en algunos cámaras donde trabajan en secreto tecnosacerdotes cuyas túnicas no podían ocultar del todo las terribles deformaciones de sus cuerpos.


Mirasen hacia donde mirasen, en lugar del símbolo sagrado del Adeptus Mechanicus, formado por un cráneo humano encerrado en la rueda dentada, sólo pudieron encontrar un icono parecido: un cráneo rodeado por una pequeña rueda dentada que a su vez estaba rodeado por una gran estrella de ocho puntas. Aquel era el impío emblema del Mechanicum Oscuro.


-.-

Fueron conducidos a una gran cámara, de techo alto y grandes espíritus máquinas en funcionamiento. En el interior hacía un calor infernal a pesar de los ruidosos esfuerzos de los grandes aparatos de refrigeración que sobresalían de las paredes. Tuberías del tamaño de gruesas columnas bajaban desde el techo al suelo, transportando misteriosos fluidos que nunca llegaron a ver con sus propios ojos.

Allí les estaba esperando una figura voluminosa, cuyo torso superior había sido insertado en un artefacto biomecánico con orugas capaces de desplazarle. A pesar de que lucía una típica túnica carmesí propia del tecnosacerdocio, lo que quedaba de su cuerpo "humano" poseía pocas mecandendritas a su espalda, algo extraño puesto que el número de esos brazos auxiliares parecía crecer a medida que un individuo ascendía en la escala del Culto Mechanicus. Más desconcertante aún, el rostro de la figura estaba oculto por una alargada máscara de hierro, cobre, plata y oro de aspecto claramente alienígena.

-Soy el Magos Onuris-, anunció la figura con una voz salida de una garganta todavía humana.

-Es un honor conoceros, Magos. Yo soy Mordekay, líder de la Hermandad Apátrida-, respondió el Astartes con el rostro al descubierto. -Hemos hecho un largo viaje para solicitar un pacto de alianza con Forja Polix. Necesitamos armas, munición y reparaciones urgentes para los espíritus máquina de nuestras servoarmaduras. A cambio, estamos dispuestos a colaborar militarmente contra el Exoespectro y Forja Castir.

-Has utilizado adecuadamente los procedimientos de solicitud, sujeto Mordekay-, respondió el Magos tras unos segundos de tensa espera, -pero el nombre "Hermandad Apátrida" no figura en ninguno de mis bancos de memoria acerca de las partidas de guerra presentes en el Vórtice de los Gritos.

-Ello se debe a que nuestra unidad de combate ha sido fundada recientemente. En el pasado, éramos conocidos como la escuadra Laquesis de los Ángeles Oscuros de Calibán.

-Esa información tampoco consta en mis bancos de memoria.

-Háblale de nuestros logros desde que llegamos al Vórtice de los Gritos-, sugirió Lambo a su lado.

-Los acontecimientos se han sucedido muy deprisa, Magos Onuris-, se apresuró a decir Mordekay. -Tal vez las noticias de nuestros éxitos todavía no han tenido tiempo de llegar a vuestra forja. No obstante, puedo anunciaros la eliminación de dos importantes objetivos: el Oráculo Mentiroso Renkard Copax en Kymerus y Kharulan el Artífice en Q'Sal. La tripulación de la Maldición del Cuervo puede confirmaros ambos sucesos.

-Entendido. Información actualizada. El nombre "Hermandad Apátrida" ha sido incorporado a nuestros registros...

Astartes y humanos permanecieron en silencio a la espera de que el Magos Onuris volviese a hablar, pero no hizo tal cosa. La figura permaneció tan silenciosa e inmóvil como una estatua. Mordekay no se atrevió a interrumpir lo que fuera que estuviera haciendo, pensando o calculando su anfitrión. Pasados los primeros minutos, unos y otros se dirigieron entre sí miradas nerviosas, sin saber qué podían hacer a continuación. Entonces el Magos pareció volver a la vida cuando su voz volvió a llenar la cámara.

-El pacto de alianza no podrá entrar en vigor hasta que no se evalúe el potencial militar de la partida de guerra de la Hermandad Apátrida.

-¿Cómo propones evaluarnos?-, preguntó Mordekay ceñudo.

-Mediante una incursión monitorizada.

-¿Podéis ofrecernos más detalles de esa misión?

-Hace ciento noventa y seis horas, un partida de guerra enemiga invadió la tercera catarata de magma del Caudal de Forja. Su líder exige el pago de elevados tributos a cambio de no interrumpir el funcionamiento estándar de las instalaciones.

Con un gesto de su mano, el espíritu máquina de uno de los artefactos cercanos se despertó con un leve rugido y varios haces de luces surgieron desde su cubierta superior. Tras unos fugaces segundos, las luces fantasmales se unieron entre sí formando imágenes traslúcidas de gran calidad, mostrando un desfiladero dominado por una catarata con varios saltos de magma.

La holoimagen se centró entonces en una pequeña instalación situada al borde del tercer salto, protegida de forma natural por la corriente de magma y el elevado precipicio. Al noroeste, un muro robusto separaba el edificio de la pequeña franja de tierra roca y roca por la que discurría un camino de grava que comunicaba el lugar con el resto del Caudal de Forja. Junto al camino había dos pequeños edificios hechos con chapas metálicas y vigas retorcidas de hierro, como si los ocupantes hubiesen construido un improvisado punto de paso. Con otro gesto de mano del Magos, sobre la imagen se superpusieron cúmulos de puntos rojos a ambos lados del camino junto al muro del edificio principal, delatando la presencia de minas activas.

-¿Es el único acceso al edificio?-, preguntó Mordekay mientras estudiaba la holoproyección con genuino interés. Su mente estaba ya sumergida en las decenas de tácticas y estrategias que había aprendido durante sus años de iniciación en los Ángeles Oscuros.

El espíritu del holoproyector volvió a rugir con un pequeño zumbido de protesta, pero obedeció las órdenes silenciosas del Magos Onuris. La imagen fantasmal descendió un nivel de decenas de metros de altitud, revelando un canal de magma, junto a la que había una puerta de servicio excavada en la rocosa pared de la precipicio. A diferencia del camino principal, aquí no parecían existir defensas de ningún tipo, como si el enemigo desconociese la existencia de dicha entrada... o hubiese preparado allí trampas ocultas para atraer a los incautos. Mordekay sintió un pequeño destello de admiración y curiosidad.

-¿Tenemos alguna pictoimagen del enemigo?

La holoimagen se deshizo, cambiando, retorciéndose, hasta que el espíritu máquina acabó mostrando una pictoimagen tomada desde el aire en la que se podía ver una enorme forma blindada, dando instrucciones a un grupo de humanos en el muro. Mordekay ignoró completamente a los hombres protegidos por armaduras antifragmentación y rifles láser para concentrarse completamente en la gran figura que parecía estar al mando. La servoarmadura del Astartes era un modelo Mark VII "Aquila", el mismo modelo que la armadura energética de Karakos, aunque esta portaba un cuerno retorcido sobresaliendo desde la frente del yelmo. El color predominante era metálico puro, con bordes dorados. En la imagen no podía apreciarse las insignias de sus hombreras, pero Mordekay no necesitó verlas para tener la certeza de que se trataba de uno de los temibles hijos de Perturabo.

-¿Quién es?-, preguntó Karakos intrigado.

-Uno de los Guerreros de Hierro de la IV Legión-, le respondió Mordekay.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

BC 27: LA PRIMERA VISIÓN


-Soy el capitán Irghias. Permítame darle la bienvenida al puente de mando de la Maldición del Cuervo.

El hombre era alto y tenía una constitución esbelta. Su rebelde melena pelirroja caía descuidadamente sobre sus hombros, con una languidez casi sobrenatural. Al igual que la mayoría de los ciudadanos de Q'Sal, tenía un rostro graciado y juvenil, hermoso según que gustos, aunque lucía un bigote recortado y una alargada perilla anudada con dos abalorios dorados. Iba vestido con lujosos ropajes de seda y otros tejidos igual de exóticos y llamativos, cuyos colores predominantes eran el azul medianoche y el rosa aguado, pero su aspecto ostentoso quedaba desmentido por la extraña espada curva que colgaba envainada de su recio cinturón de piel curtida.

-Gracias, capitán-, respondió Zenón sinceramente agradecido. -Me alegro de que haya aceptado mi humilde petición.

El renegado imperial observó inquisitivo el puente de mando de la nave dorada en la que viajaban. Tal y como había esperado, era muy diferente de otros navíos en los que había estado. La manufactura era humana, sin duda, pero las líneas curvas se imponían a las elegantes líneas rectas omnipresentes en todas las naves espaciales del Imperio, ya fueran civiles o pertenecientes a la Armada. Por otra parte parte, el puente estaba bañado en una claridad dorada debido a la misteriosa aleación con la que los q'salianos construían sus famosas naves doradas y todos sus artefactos importantes... una aleación fabricada por medio de brujería demoníaca y almas humanas.

-Ha sido una petición inusual, desde luego, pero no veo razón para no satisfacer su curiosidad.

Ambos hombres se alejaron de la puerta blindada que separaba el puente de mando del resto de la nave y avanzaron con un paso tranquilo por la amplia sala. El sonido de sus pisadas se fundió rápidamente con el zumbido de decenas de cogitadores funcionando a pleno rendimiento. Zenón hizo un esfuerzo por contener un gesto de alarma cuando se percató de que Irghias y él eran los únicos seres humanos presentes en el puente de mando. Había puestos de control y consolas, cierto, pero no estaban atendidos por ningún miembro de la tripulación. Su anfitrión, completamente ignorante de su desconcierto, avanzó hacia el centro de la sala, donde había un asiento metálico, con un amplio respaldo y unos apoyabrazos con extrañas runas inscritas en su superficie.

-Como habrá adivinado-, empezó a decir el capitán Irghias, -este es el trono de mando. A estribor, está las secciones de comunicaciones y augures, mientras que a babor están las secciones de mantenimiento y timón.

Zenón miró en las direcciones que le indicaban y reconoció algunos instrumentos juntos a máquinas que no había visto en todos sus años de servicio en la Armada Imperial. Todas esos artefactos, a falta de una palabra mejor para denominarlos, mostraban signos esotéricos y horribles rostros inhumanos forjados directamente sobre su superficie, de un aspecto tan realista que daba la impresión de que el metal y la carne se habían fundido en una amalgama que podría liberarse del aparato en cualquier momento.

-La tripulación del puente son demonios.

-En efecto. Están aprisionados directamente en los espíritus máquina de la Maldición del Cuervo, lo que agiliza enormemente el gobierno de la nave.

-Soy consciente de los beneficios, capitán, ¿pero no son más eficaces los tripulantes humanos?

-Depende de la tarea que deba realizarse-, respondió Irghias con una sonrisa enigmática.

-En cualquier caso, ambos estaremos de acuerdo en que las personas son más fáciles de influenciar que los demonios-, insistió Zenón pensativo. -¿Cómo consigue mantener a esas criaturas a raya, capitán?

-Con brujería y sacrificios, naturalmente. No es ningún secreto. Nuestras naves doradas llegan a destinos que pocos podrían soñar en el Vórtice de los Gritos y siempre regresan a Q'Sal para descargar sus atestadas bodegas.

-Ahora comprendo mejor la merecida reputación de vuestro mundo, capitán Irghias. Estoy verdaderamente impresionado. No quisiera importunaros en exceso y tal vez mi curiosidad exceda los límites habituales de la cortesía, pero quisiera ver a vuestro navegante.

-¡Otra extraña petición, sin duda!-, exclamó su anfitrión divertido. -Pero se la concederé con mucho gusto. Hoy me siento de buen humor. Zenón, por favor, mire a babor... Le presento a Trelorgasuxmak.

Dos pequeños fuegos verdes ardieron en las cuencas antes inertes de una de los terribles rostros que salpicaban las consolas de babor inmediatamente después de que el demonio aprisionado en su interior escuchase pronunciar su nombre al capitán de la nave dorada. El metal crujió levemente cuando aquel rostro demoníaco adoptó una mueca retorcida, enseñando unos afilados colmillos que parecían cualquier cosa excepto inofensivos. Zenón fue consciente de la absoluta maldad del demonio y agradeció en silencio que la criatura no se dignase a dirigirle ni una palabra.

-Gracias, capitán. La visita ha sido muy instructiva.

Sin dejar de sonreír, Irghias lo acompañó de nuevo a la entrada del puente y se despidió deseándole un buen viaje tanto a él como a los otros miembros de la Hermandad Apátrida, dando a entender con esas palabras que sabía sobradamente quiénes eran y lo que habían hecho en el pasado. Zenón tomó nota de ello y siguió al marinero q'saliano que estaba esperándole para llevarlo a la bodega donde se habían alojado sus compañeros. En silencio, repasó todo lo que había aprendido durante su visita. "Un hombre muy astuto", reconoció el renegado imperial en silencio. "Me ha mostrado el puente para que seamos conscientes de que, en caso de hacernos con el control de la nave por la fuerza de las armas, nunca podríamos pilotarla."

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"Afortunadamente, no ocurrió ninguna incidencia que pusiese en peligro nuestro viaje. Desde el mismo momento en que la Maldición del Cuervo entró en la Disformidad, pude sentir los gritos torturados de ese coro de almas condenadas que aúllan eternamente su desesperación en el Vórtice de los Gritos. No obstante, mi mente estaba preparada para soportar la embestida psíquica y me mantuve firme ante aquel aluvión caótico de lamentos y chillidos que podrían hacer enloquecer a un hombre menor.
Durante el tiempo que duró nuestro viaje, Lambo y Mordekay continuaron realizando entrenamientos y simulaciones de combate, mientras Karakos se mantenía ocupado estudiando el Libro de Lorgar. Los humanos, por su parte, hicieron toda clase de tareas menores: Zenón y Orick realizaron pequeños trabajos de mantenimiento, Setus permaneció aislado mirando los entrenamientos Astartes con una fascinación estúpida mientras se hurgaba constantemente en la nariz con sus dedos retorcidos, Z'aaal pasaba largo periodos meditando en silencio y Lede permanecía siempre a su lado sin perdernos de vista.
Tan tediosas resultaron ser aquellas horas de viaje que me vi obligado a pedir de nuevo el Torestus a Karakos para mantener mi mente ocupada en algo verdaderamente útil. El antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados no mostró demasiado entusiasmo por mi petición, pero aceptó cederme de mala gana la custodia del libro que le habíamos robado al Oráculo Mentiroso.
Nuevamente, volví a enfrentarme a aquel enigma concentrándome completamente en la tarea. Hice numerosas notas para poder seguir la narración entre los saltos de versos y páginas, reconstruyendo pacientemente una historia en la que un héroe llamado Tor llega a un territorio peligroso, donde los lugareños son acosados por los cadáveres fallecidos en una antigua batalla. En el relato, Tor se ofrece a ayudarles si le reconocen como rey de Daris y los lugareños aceptan sin sorpresas... pero luego Tor descubre que los muertos estaban siendo reanimados por los brujos de una tribu enemiga. A medida que las horas pasaron, volví a encontrarme ante callejones sin salida y preguntas para las que no tenía respuesta: ¿Por qué el Oráculo Mentiroso había consultado nuestro futuro en este maldito libro? ¿Quién era Tor? ¿Dónde estaba Daris?
Tan concentrado estaba en intentar desvelar los enigmas del Torestus que no me percaté de que mis ojos habían dejado de leer sus letras apretadas y confusas para observar un lugar que desde luego no era la bodega donde nos encontrábamos:
Así vi un planeta envuelto a partes iguales en oscuras sombras y luces ardientes. En una llanura uniforme y sin elementos orográficos dignos de mención descubrí a un hombre caminando lentamente hacia el distante amanecer, llevando entre sus manos un hacha enorme que refulgía con siniestro brillo carmesí.
Y luego, tan repentinamente como había aparecido, el trance se disipó para devolverme cruelmente a las entrañas de la Maldición del Cuervo. Había experimentado la primera de las visiones que me concedería el Torestus."

miércoles, 20 de agosto de 2014

BC 26: Z'AAAL


"No tuvimos más noticias de nuestros anfitriones durante las siguientes horas. El día y la noche pasaron lentamente inmersos en una calma tensa que no auguraba nada bueno para nosotros. Presa de sus habituales delirios de grandeza, Mordekay se mostró confiado en todo momento y no perdía ninguna oportunidad para intentar ensalzar nuestros ánimos con este nuevo proyecto que habíamos acordado llamar Hermandad Apátrida, aunque la falta de noticias procedentes de la corte del Tirano de Velklir dejaron en evidencia sus planes.
En cualquier caso, mis hermanos, los viejos y los nuevos, y yo mismo aguardamos preparados para cualquier suceso. Conocíamos a la perfección el plano de la mansión, al igual que sus entradas y salidas, así como las mejores posiciones para controlar las entradas del edificio. Zenón incluso dibujó un tosco mapa callejero de su breve excursión por las callejas vecinas y comparamos sus vagas notas con los recuerdos de nuestra llegada a Velklir. Discutimos estrategias. Trazamos planes de actuación. No dejamos ninguna contingencia al azar.
No obstante, todas nuestras precauciones quedaron en saco roto cuando Karakos, que estaba apostado en una ventana situada en la esquina oriental de la primera planta de la mansión, nos informó que dos personas se estaban acercando desde la calle."

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-No deberías haber vuelto-, manifestó Lambo con un regocijo malsano que no escondía el oscuro placer que sentía en esos momentos.

Las palabras del Astartes, proferidas a través de los altavoces de su yelmo, reverberaron en el patio de piedra de la mansión con la misma contundencia de un tañido fúnebre. Un estremecimiento resignado sacudió al traidor, que intentó hacer acopio de toda la dignidad que le quedaba para intentar mantenerse firme.

-Vengo a vosotros en calidad de emisario del gran Tirano de Velklir-, respondió el Magister Inmaterium. -¡Tal es su voluntad!

-Este gusano traicionero no debe ser portador de buenas noticias si lo han elegido precisamente a él como mensajero-, apuntó Lambo por el canal de vox de la escuadra.

-No tenemos tiempo para tus juegos, hombrecillo insignificante-, afirmó Mordekay divertido por la ironía de la situación. -Danos inmediatamente el mensaje de tu amo y te permitiré marchar con vida, por última vez.

Ajenos por completo a aquel conflicto dialéctico, Zenón y Orick apenas escuchaban palabra alguna. Sin saberlo, ambos estaban rendidos a una promesa invisible, un aroma cargado de almizcle y de tentaciones innombrables. Debajo de las pieles despellejadas que cubrían su carne, Lede les sonrió mostrándoles sus afilados colmillos y su lengua bífida se paseó obscena entre los labios.

-Pero antes, haz que se vaya-, exigió Nodius señalando a la criatura demoníaca. -Su presencia aquí es una ofensa para todos nosotros.

El Magister Inmaterium se volvió hacia la mujer poseída y le hizo un gesto nervioso con la mano buena. Sin dejar de sonreír, Lede dio unos cuantos pasos cortos hacia atrás, mirando todavía vorazmente a sus víctimas con sus orbes dorados, hasta que desapareció del patio de la mansión. Zenón volvió en sí mismo en ese instante,  avergonzado por su debilidad, pero Orick permaneció ensimismado por culpa de los últimos restos del olor sobrenatural que todavía flotaban en el aire.

-Habla ahora-, ordenó el psíquico de batalla.

-Los Catorce Factores de Surgub han descubierto vuestra presencia en Velklir y exigen que seáis hechos prisioneros y entregados a su custodia de inmediato. Aunque mi amo no esté dispuesto a cumplir estas ridículas exigencias, ha decidido que vuestra estancia en sus dominios debe finalizar cuanto antes. No obstante, en agradecimiento a vuestros servicios, pondrá a vuestra disposición una nave dorada que os transportará a cualquier destino de vuestra libre elección dentro del Vórtice de los Gritos.

-Estáis dando por sentado que queremos huir de este miserable planeta-, interrumpió Lambo, -Velklir puede rechazar nuestra ayuda, pero Tarnor no cometerá el mismo error.

-Me temo que eso no será posible.

-¿Y por qué no?

-Porque asesinasteis al Oráculo Mentiroso-, murmuró Zenón al recordar de repente una de sus últimas conversaciones con Marius.- Las tres ciudades estaban aliadas con él, ¿verdad? Fue esa la razón por la que decidimos no aterrizar en Tarnor desde el principio.

-Muy bien-, respondió el Magister Inmaterium visiblemente complacido.

-Quizás Marius hubiese mentido en ese punto-, empezó a elucubrar Lambo, -para tenernos controlados, limitando nuestras posibilidades desde el principio.

-Tal vez sea cierto, hermano-, advirtió Karakos con cautela. -Tanto Q'Sal como el Templo de las Mentiras adoran abiertamente a Tzeentch.

-Eso no significa nada-, respondió Nodius con desdén.

-¿Hay algo más que debamos saber?-, preguntó Mordekay hablando directamente al Magister Inmaterium.

-En efecto. Mi amo me ha elegido como su embajador personal y debo acompañaros en vuestros viajes para servir de enlace e intermediario entre sus deseos y los vuestros de la forma que estime más oportuna.

-No-, respondió Mordekay. -Si tu amo desea hacer futuras alianzas con nosotros, deberá elegir a otra persona como su representante. Tú no eres digno de nuestra confianza.

-El Tirano de Velklir no cambiará de parecer, noble Astartes, y contrariarlo podría resultar perjudicial para vuestros intereses. Además, soy la persona más indicada para ese puesto de confianza. Mi hechicería puede ser extremadamente necesaria en vuestros planes y he tenido la oportunidad de viajar en numerosas ocasiones por el Vórtice de los Gritos, por lo que estoy familiarizado con muchos de sus planetas y las gentes que los habitan.

-¿Planetas habitados?-, preguntó Zenón. -¿Cuántos?

-¿Quién sabe? Hay más de una treintena de mundos cartografiados por las naves doradas, pero ese número sólo es una simple aproximación. Probablemente ningún ser humano conozca nunca su cantidad exacta.

-Creía que sólo habría unos pocos planetas habitados, media docena como mucho. Esto lo cambia todo, Mordekay. Nuestras opciones son más amplias de lo que sospechábamos.

-Estoy de acuerdo-, murmuró taciturno el antiguo sargento. -¿Alguno de vosotros está en contra de abandonar Q'Sal a su suerte?

-Yo estoy en contra de llevarnos con nosotros a esta sabandija-, murmuró Lambo en calibanita por el canal de vox de la escuadra. Era el único que expresaba tan abiertamente esa inquietud.

-Es nuestra llave para salir de este planeta, hermano, pero te aseguro que cuando se presente la oportunidad nos desharemos de él sin miramientos.

-Bien. Entonces acepto-, respondió Lambo.

-Escúchame bien, brujo. Te aceptaremos como representante de tu amo con la única condición de que nos digas cuál es tu verdadero nombre-, explicó Mordekay al aludido.

El rostro del Magister Inmaterium, quedó oscurecido cuando frunció el ceño, dejando una pequeña mueca en la mitad de su cara que todavía conservaba los mayores resquicios de su piel natural. Los labios silenciosos aguardaron en tensión, a la espera de su decisión. Parecía que el antiguo sargento había acertado en el blanco sin proponérselo realmente.

-Z'aaal-, respondió a regañadientes el brujo. -Mi verdadero nombre es Z'aaal.

-En nombre de la Hermandad Apátrida, acepto tu estancia entre nosotros como representante oficial del Tirano de Velklir-, manifestó Mordekay con la misma voz ceremonial que empleaba en los viejos días de gloria de Caliban.

-Excelente, señor pero... ¿qué es la Hermandad Apátrida?

-Es una hermandad como ninguna otra en la galaxia, donde humanos y Astartes se sentarán por igual en la misma mesa para decidir su destino. Es un ejército que unificará el Vórtice de los Gritos y volverá sus armas contra el odiado Imperio. Es nuestro legado al universo: la promesa de la victoria final sobre todos nuestros enemigos.

Las palabras de Mordekay envolvieron a todos los presentes con una magia propia que casi asustaba. Incluso Zenón se sintió embargado por sus cantos de sirena. Durante unos preciosos segundos, nadie se atrevió a romper el silencio que siguió a aquella magnífica declaración de intenciones.

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"Recuerdo con claridad ese día y las hermosas palabras que se dijeron. Los acuerdos, los tratos. La conveniencia de nuestros mismos actos. Afortunadamente la lejanía de estos mismos hechos me permite darme cuenta de los pequeños errores que se fueron amontonando sobre nuestros ideales.
Z'aaal aceptó el nacimiento de nuestra idea bastarda con poco más que un asentimiento conformista. Supongo que eso debió abrirnos los ojos, pero ninguno de nosotros podía ni tan siquiera adivinar lo que iba a sucedernos en los siguientes meses, así que recogimos alegremente nuestras escasas pertenencias con la idea de medrar en otro planeta más maduro para nuestros propósitos.
Unas horas más tarde, una vieja lanzadera nos transportó a una nave dorada anclada en el extraordinario anillo orbital que rodea el planeta de los hechiceros. De este modo, y por extraño que pudiese parecer, el Tirano de Velklir permitió que abandonásemos el planeta en uno de sus malignos navíos."


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-El capitán de la nave necesita un destino. ¿Cuál elegís?-, preguntó Z'aaal sin poder ocultar del todo su propia curiosidad personal. Lede también estaba a su lado en la gran sala donde se alojaban. A pesar de las protestas de los Astartes, el Magister Inmaterium se había negado a abandonarla en Q'Sal.

-Lambo-, pidió con cortesía Mordekay.

-Esta es una carta de navegación del Vórtice de los Gritos que pude robar en el Templo de las Mentiras-, dijo el aludido mientras desplegaba dos grandes pliegos sobre una mesa. Aquella era una de esas pocas veces en las que el Astartes había aparecido sin su servoarmadura y sus enormes pero ágiles manos desplegaron la carta de navegación con precisión y rapidez.

Zenón la observó atentamente. El documento mezclaba elementos de un mapa estelar imperial con rasgos de una carta de navegación disforme de la Navis Novilitae. Distinguió con facilidad los planetas, las corrientes y las contracorrientes, pero su mente no encontró sentido al resto de los símbolos que salpicaban el manuscrito. "Obviamente, deben estar encriptados", decidió en silencio. "Interesante".


-El Vórtice de los Gritos es un enorme remolino, una herida del universo que une la realidad física y la Disformidad-, empezó a explicarles Z'aaal como un maestro dirigiéndose a sus alumnos menos avezados. -Los eruditos distinguen tres regiones dentro de ese remolino: los Mundos Crepusculares, el Anillo Interior y el Vórtice Inferior. La mayor parte de los planetas habitados por seres humanos se encuentran en la regiones periféricas, mientras que los demonios y otras criaturas disformes dominan las regiones interiores.

-Háblanos de los planetas más importantes en la periferia-, gruñó Mordekay pensativo.

-Ya habéis estado en Kymerus y Q'Sal, de modo que no puedo contaros nada que no hayáis visto por vuestra cuenta. Ghibelline y Guelph, son planetas en guerra donde se adora a Slaanesh y Nurgle respectivamente. Los Huecos es un planeta en ruinas, donde forjas del Adeptus Oscurus llevan siglos intentando destruirse mutuamente. La Hélice Irregular es una enorme cadena de asteroides infestados por piratas. Messia es un planeta inhóspito que tiene el dudoso honor de ser la única fuente permanente de promethium del Vórtice de los Gritos. Kurse es un mundo devastado cuyas lunas son famosas por sus pozos de sangre. En cuanto al resto de los planetas, son mundos salvajes habitados por humanos o xenos primitivos que son cazados sin tregua por esclavistas de todo tipo.

-¿Eso es todo?-, quiso saber Zenón.

-Así es.

-¿Qué opinas Mordekay?-, preguntó Nodius.

-La guerra hará brillar a nuestra Hermandad, por lo que debemos dirigirnos a ella desde el principio.

-El Vórtice de los Gritos parece entonces un lugar adecuado para prosperar-, manifestó Lambo sonriente.

-Aun así debemos ser prudentes si queremos sobrevivir en este lugar-, intervino Zenón haciendo que todas las miradas se posasen en él. -No podemos lanzarnos alocadamente a la aventura como tuvimos que hacer en Q'Sal o estaremos vagando de un lado a otro sin conseguir nada que merezca realmente la pena. Creo que deberíamos organizar nuestras prioridades, fijarnos en nuestras carencias y ponerles remedio.

-¿Las forjas de Los Huecos?

-¿Por qué no? Obtendremos armas, munición y víveres para movernos con mayor libertad.

-Yo apostaría mejor por los recursos críticos como el promethium y los esclavos-, decidió Nodius.

-¿Esclavos?-, preguntó Mordekay con incredulidad.

-Por lo que hemos visto hasta ahora, la mejor moneda de intercambio aquí son los esclavos-, le explicó Lambo pragmático. -Si queremos prosperar, tendremos que ensuciarnos las manos tarde o temprano.

-No, no lo permitiré de ninguna manera. Nuestros ancestros calibanitas prohibieron la esclavitud y no mancillaré su recuerdo. ¿Lo habéis comprendido bien?

-Olvida los esclavos por ahora. ¿Qué hay del promethium?-, propuso Nodius.

-¿Qué puedes decirnos de Messia, Z'aaal?

-Es un planeta inhóspito, sujeto a fuertes radiaciones solares y una atmósfera tóxica. Sólo hay dos ciudades, situadas en los polos planetarios, y clanes nómadas extraen el promethium de los yermos para venderlo luego en las ciudades. También he escuchado muchos rumores que hablan de pequeñas hordas de mutantes caníbales que infestan los yermos.

-¿Y qué sabes de Los Huecos?

-Los tecnosacerdotes del Adeptus Oscurus viven allí en una guerra que se ha prolongado ya varios siglos. Por un lado, está el Exoespectro, líder indiscutido de Forja Castir y, por el otro, está el Magos Onuris de Foja Polix, que tiene fuertes vínculos comerciales con las tres ciudades de Q'Sal.

-¿Y quién va ganando actualmente?-, quiso saber Zenón.

-Creo que nadie duda que el Exoespectro tiene ventaja en este conflicto, pero también he escuchado que las tropas del Magos Onuris han logrado conservar sus posiciones en el planeta hasta ahora.

-Parece que Messiah y Los Huecos son los objetivos más adecuados para rearmarnos y consolidar una base estable de operaciones-, razonó Mordekay. -Personalmente, creo que obtendremos ganancias más inmediatas en Los Huecos, pero me gustaría escuchar vuestra opinión. Votemos.

-Yo voto por Los Huecos-, afirmó Zenón. -Es la opción más sensata en estos momentos.

-Yo lo hago por Messia-, dijo Nodius.

-Voto por Los Huecos-, murmuró Karakos inmediatamente después de él.

-Yo también-, dijo Orick muy serio.

-Y yo-, exclamó Setus en voz baja. Parecía inseguro y nervioso por verse obligado a dar su opinión, como si temiese enfadar a cualquiera de los presentes y sufrir un nuevo maltrato físico en cualquier momento.

-¿Y tú Lambo?

-Mi voto ya no tiene sentido. Habéis ganado. Iremos a Los Huecos... ¿pero a quién vamos a apoyar?

-A Onuris, por supuesto-, respondió Mordekay presa de un repentino buen humor. -Es el que está más desesperado y el que nos recompensará con mayor generosidad cuando empecemos a inclinar la balanza de la guerra a su favor.

-Le comunicaré vuestra decisión al capitán del navío-, murmuró Z'aaal levantándose lentamente de su asiento.

martes, 5 de agosto de 2014

BC 25: LAS MÁSCARAS DEL ENGAÑO


"Cuando Mordekay y Karakos compartieron con nosotros sus divagaciones acerca del futuro de la escuadra Laquesis y la renuncia de nuestras tradiciones calibanitas, mi primera reacción fue completamente negativa. Uno a uno, fui exponiendo con paciencia mis propios argumentos para rebatir cada uno de los suyos, advirtiéndoles desde el primer momento de los fallos que encontraba en su forma de razonar.
Aunque al principio también se mostró escéptico, los argumentos de Mordekay terminaron arraigando con fuerza en nuestro hermano Lambo. Es de suponer que su sed de venganza se impuso a la lógica y cayó presa de un sin fin de emociones enfrentadas que lo dejó indefenso ante la tentación propuesta por nuestros camaradas de armas.
¿Y en qué punto me dejaba eso a mí? De nuevo, estaba pisando un terreno repleto de incertidumbres. Quisieron ganarme para su causa prometiéndome que todos seríamos iguales y me aseguraron que tomaríamos la decisiones conjuntamente. Incluso me dijeron que podría seguir usando mis poderes con moderación. Al final terminé aceptando porque era consciente de que no existían más alternativas. Era eso o recorrer un mortífero camino en solitario, lo que planteaba a su vez demasiadas incertidumbres para mi gusto. Así pues, acabé claudicando.
Pasamos la siguiente hora eligiendo un nuevo nombre para nuestro grupo, uno que sirviese de inspiración y advertencia tanto a aliados como enemigos. Al final, decidimos llamar a nuestro nuevo ejército la Hermandad Apátrida. Como emblema, escogimos una cadena rota, símbolo de nuestra liberación frente a la esclavitud del Imperio de la Humanidad. El negro siguió siguió siendo el color predominante en nuestras servoarmaduras, un recordatorio obligado de nuestros orígenes calibanitas, pero añadimos marcas plateadas a los bordes como homenaje a los orígenes de Karakos entre los Cráneos Plateados.
Finalmente, nuestros pueriles debates llegaron a otro enfrentamiento dialéctico, cuando Mordekay propuso ofrecer el acceso a la Hermandad Apátrida a Zenón, Orick y el hombrecillo que había capturado en Surgub. Presintiendo los peligros venideros, expuse rápidamente mi apoyo a la idea, siempre y cuando lo hiciesen como siervos de los Astartes. Eso nos volvió a colocar en otro larga discusión en la que Mordekay nos aseguró que la presencia de humanos iguales a los Astartes alentaría a otros  guerreros para que se unieran rápidamente a nuestras filas. Yo repuse que el peligro residía en que sus decisiones llegasen a afectar las nuestras. Lambo se mostró dividido entre las dos posturas, sin poder elegir la menos dañina para nuestra causa. Karakos apoyó a Mordekay sin reservas con la misma fidelidad mostrada por los perros respecto a sus amos... y por segunda vez en ese día, nos vimos obligados a claudicar ante las extravagantes ideas de nuestro antiguo sargento, decisión tan errónea como peligrosa, como quedaría demostrado en multitud de ocasiones.
A continuación, todos hicimos juramentos de lealtad a la Hermandad Apátrida y a todos sus miembros, utilizando el martillo energético de Mordekay como testigo y guardián de los mismos. Fue un acto inútil que atestiguaba mejor que nunca la insignificancia a la que nos había reducido el destino. Más tarde, llevamos a la mismo sala a Orick y Zenón por separado, les hablamos de la Hermandad Apátrida y les ofrecimos ingresar libremente en nuestras filas. Pese a la sorpresa inicial, ambos se apresuraron a aceptar la propuesta sin dudarlo siquiera."

-.-

Hacía frío. Incluso tan cerca del mediodía, la brisa fresca de las montañas se colaba a través de las ventanas y recorría los pasillos. Zenón lo ignoró. Estaba contento, radiante incluso. Había conseguido entrar sin esfuerzo en el círculo de confianza de los Astartes renegados, prácticamente se lo habían suplicado. Él había aceptado, claro. En su situación, ¿quién no hubiese aceptado formar parte de su hermandad como miembro de pleno derecho? Pero la persona que se hacía llamar Zenón era demasiado inteligente para dejar que su bienestar dependiese únicamente de las buenas intenciones de los hombres, fuesen o no guerreros sobrehumanos. El respeto, al igual que la confianza, había que ganárselo con trabajo duro.

Metió la llave en la vieja cerradura y la giró hasta que se abrió la puerta de la alacena. A continuación, entró en la cámara. El prisionero estaba en el suelo, maniatado, temblando de frío. Su aspecto era lamentable, pero al mismo tiempo inspiraba compasión, un sentimiento que no le serviría de nada en estos momentos. Con cuidado, lo ayudó a sentarse, apoyando la espada despacio contra un armario repleto de sacos de comida y botellas de licor. El desconocido lo miró con ojos llenos de pánico.

-Me llamó Zenón-, se presentó. -¿Puedes oírme? ¿Entiendes mis palabras?

-Sí.

-No quiero hacerte daño. No voy a hacerte daño Sólo estoy aquí para ayudarte si puedo. Dime ¿cuál es tu nombre?

-Setus.

-Muy bien. Escúchame con atención, Setus. Tus captores han decidido liberarte. ¿Lo entiendes? ¡Muy pronto serás libre! Pero tendrás que tomar una importante decisión, una que te permitirá seguir viviendo o te condenará sin remedio.

-¿Qué decisión?-, preguntó el cautivo con voz temblorosa e insegura.

-Unirte a la Hermandad Apátrida o encontrar una muerte segura aquí, en Velklir.

-.-

Uno de los esclavos del burócrata que los había recibido cuando llegaron les anunció que Marius estaba en la entrada de la mansión. Era el momento de recoger su premio. A pesar del frío, Mordekay los reunió a todos en el patio interior, el único lugar lo suficientemente amplio para que todos estuviesen presentes en el momento de su triunfo, el primero de los muchos que conquistaría la Hermandad Apátrida. Lo hicieron esperar un breve tiempo hasta que estuvieron preparados. Los Astartes se pertrecharon con sus servoarmaduras y armas de batalla. Por su parte, Zenón se encargó de que sus camaradas humanos presentasen un aspecto igualmente adecuado para la ocasión, aunque esa tarea estaba condenada al fracaso de antemano en el caso de Setus. Cuando por fin estuvieron listos, permitieron entrar a Marius. Afortunadamente para todos, el hechicero vino solo, aunque el renegado imperial sabía muy bien que Lede, la mujer poseída que solía acompañarlo, no debía andar demasiado lejos.

-Sé bienvenido, Marius-, saludó con cordialidad el antiguo sargento.

-Gracias, Mordekay. Espero que estéis complacidos con la hospitalidad del Tirano de Velklir.

-Lo estamos, efectivamente, pero pasa al interior de la casa, amigo mío, tenemos mucho de que hablar.

-Será mejor que no lo haga, Mordekay. Lamento decirte que no dispongo de mucho tiempo.

-¿Por qué no?

-Gracias a vuestros valerosos actos, el Tirano de Velklir me ha nombrado Magister Inmaterium, un ascenso acompañado de nuevas responsabilidades.

-¿Un ascenso, Marius?-, preguntó Nodius. -¿Por qué el Tirano de Velklir premiaría así a un hechicero de Tarnor?

-Porque nunca nací en Tarnor. La historia de Marius fue un elaborado engaño. Si los hechiceros tecnócratas de Surgub os capturaban o leían vuestras mentes por medio de la hechicería, culparían automáticamente a Tarnor de esta intriga, desviando la atención de Velklir y de mi humilde persona.

-¡Entonces nos has engañado!-, ladró Lambo malhumorado.

-Evidentemente. Debería servirte de lección, noble guerrero: las palabras son tan peligrosas como la fuerza de las armas.

-¿Y nuestro acuerdo?-, exigió saber Mordekay. -¿Cumplirás tu parte?

-Marius juró recompensaros, pero Marius no existe. Sólo era una quimera, una máscara si lo preferís. Por el contrario, yo sí existo pero nunca os he jurado nada.

-No olvidaremos esta afrenta-, lo amenazó Nodius con una voz tan gélida como los glaciares de las montañas vecinas.

-Tienes suerte de que seamos huéspedes de Velklir-, intervino Mordekay intentando salvar lo que pudiese de aquel completo desastre. -Corre a decirle a tu amo que quiero una audiencia con él mañana y no vuelvas a interponerte nunca más en nuestro camino, seas quien seas.

El aludido asintió rápidamente con la cabeza y abandonó el patio sin pronunciar ni una sola palabra. Zenón estaba tan sorprendido como el resto por aquel desenlace. Todos permanecieron en silencio durante algunos instantes, antes de que los cuatro Astartes se encarasen hacia él.

-¿Lo sabías?-, le preguntó de improviso Lambo.

-No, pero empecé a sospechar desde el momento en que dijo que viniésemos a Velklir. De hecho, os advertí que podíamos estar metidos en juego mayor de lo que nos habían dicho en un principio.

-Creo que es el momento de que nos cuentes todo lo que sabes acerca de él-, sugirió Mordekay.

-Está bien, aunque va a ser una historia larga. Como ya os conté hace unos días, tuve que huir del Imperio cuando descubrieron que llevaba años obteniendo jugosas ganancias por medio del contrabando. Sin embargo, el navío comercial que me sacó de Port Wander fue atacado por piratas. Esas alimañas abordaron la nave y capturaron a los pocos que sobrevivimos. Estuvimos encerrados en una celda maloliente durante meses. Luego nos sacaron de la nave y nos metieron en las entrañas excavadas en la roca de algún tipo de asteroide o luna perdida. Allí nos encadenaron a una fila cuyo final conducía a un pozo de lucha. El olor a sangre y muerte era abrumador. Creí que estaba condenado. Fue entonces cuando apareció Lede, la mujer poseída que siempre acompaña a Marius. Ella se paseó entre los esclavos mientras nuestros guardianes se arrojaban a sus pies con la patética esperanza de disfrutar de sus atenciones. Me avergüenza confesar que incluso yo caí presa de su perverso influjo sexual. El mundo entero dejó de tener importancia en ese momento. Entonces ella me eligió. El carcelero me soltó y luego murió entre espasmos cuando ella le abrió el vientre con las manos desnudas y le sacó las vísceras mientras el cuerpo del infeliz todavía se sacudía víctima de un placer abrumador.

-¿Así que ella te salvó?-, preguntó Karakos. -¿Por qué haría eso?

-No lo sé. Sólo tengo algunas conjeturas a ese respecto. Supongo que mi alma estaba menos corrupta que las demás y la quería para sí. En cualquier caso, me llevó a una nave dorada de Q'Sal donde estaba Marius y él, a pesar de la sorpresa inicial, me ofreció muy pronto su hospitalidad y protección. De hecho, lo primero que hizo fue advertirme que Lede no estaba por completo bajo su control y que por mi bien debía evitar a toda costa quedarme a solas con ella.

-Pues da la impresión de que ella obedece sus órdenes-, aventuró Nodius.

-No es así, os lo aseguro. Pese a sus estrictas órdenes, ella me acechaba constantemente, mirándome con sus horribles ojos dorados, sonriendo con esa boca plagada de dientes afilados bajo las pieles humanas cosidas entre sí que enmascaran su cuerpo.

-¿Y qué hizo él durante vuestro viaje?

-Se pasó todo el tiempo concentrado en sus estudios místicos. Cuando la nave dorada no estaba en el Inmaterium, a veces lo acompañábamos a la sala de observación para que pudiera tomar notas de la posición de los astros. Otras veces se pasaba horas enteras sentado en un escritorio calculando fórmulas numerológicas que para mí carecían de todo sentido. Llevado por la curiosidad, una vez le pregunté por qué hacía todo eso. Me respondió que eran una parte muy importante de sus prácticas mágicas. Incluso me explicó que los hechiceros del Caos eran muy superiores a los psíquicos del Imperio, porque los últimos estaban lisiados, incompletos, mientras que los primeros disponían de poderes más allá del umbral de los simples poderes psíquicos.

-¿Y no pudiste averiguar nada más?-, preguntó Mordekay visiblemente decepcionado. -¿Algo más práctico, que pueda sernos de utilidad en estos momentos?

-Pude observar que la tripulación de la nave lo trataba con deferencia a pesar de que su camarote no era precisamente lujoso, por lo que supuse que era una persona influyente pero más allá de eso... no, no averigüé nada más. Ahora veo que nunca había bajado realmente la guardia en mi presencia.

-Está claro que es una víbora traidora-, manifestó Lambo sin que nadie se opusiese a esa afirmación. -Deberíamos plantearnos qué vamos a hacer a partir de ahora.

-Creo que todos consideraréis adecuado establecer turnos de guardia durante el día y la noche para prevenir sorpresas inesperadas. Karakos, Lambo, vosotros haréis el primero. Nodius y yo el siguiente. El resto vigilad las idas y venidas de los esclavos del Tirano, pero no salgáis de la mansión bajo ningún concepto.

jueves, 17 de julio de 2014

BC 24: PEQUEÑOS PASOS HACIA EL ABISMO


Plonc... Plonc.... Plonc. Plonc. Plonc. Plonc. El sonido de los golpes provocó pequeños ecos en el patio central de la mansión, volviéndose cada vez más seguidos e intensos a medida que cada contendiente intentaba alzarse con la iniciativa del combate. Nodius se movió con una agilidad felina impropia de un Astartes y amagó un golpe contra la cabeza de su rival. Lambo cayó en la trampa e interpuso su arma una vez más para detener el falso ataque, dejando al descubierto su costado derecho. Era la oportunidad que el psíquico calibanita había estado esperando. Interrumpiendo de improviso su movimiento, retrocedió agachándose y se proyectó hacia delante estirando al máximo su brazo para que su tosca espada de madera alcanzase a su camarada de armas.

Sin embargo, eso era exactamente lo que Lambo había esperado que hiciese. El Astartes retrocedió sencillamente dos pasos, impidiendo por muy poco que Nodius le tocase. El psíquico había apostado demasiado alto y ahora estaba a su merced. Lambo se aprovechó de la ventaja y atacó sin cuartel a su hermano. Nodius consiguió detener el primer contraataque de Lambo. Plonc. El segundo casi le golpeó en el brazo. Plonc. Entonces Lambo hizo algo completamente inesperado: le pisó el pie derecho. Ninguno de los dos estaba pertrechado con su servoarmadura de combate, sino que vestían improvisadas túnicas blancas y andaban descalzos. No obstante. aquel pisotón hizo que Nodius no sólo perdiese la concentración, sino también el combate sin que importase ya todas las precauciones que había tomado.

Lambo no fue clemente con él y golpeó su hombro derecho con el ancho de la espada de entrenamiento.  El impacto hizo más daño en su orgullo que en su poderoso físico Astartes. Por insólito que pudiese parecer, una sonrisa de buen amor asomó a través de su rostro sudoroso y grave. Aquel sencillo gesto era el último vestigio que le quedaba de tiempos mejores y sin duda más inocentes.

-Nuestros antiguos maestros no habrían perdonado ese error de novicio, Nodius-, se jactó Lambo divertido hablando en calibanita.

-Tienes razón, hermano... Por fortuna llevan muertos diez mil años, al igual que el resto de los habitantes de Caliban-, le respondió él con su característico tono neutro y totalmente falto de emociones usando el mismo idioma.

No vio venir el golpe en el rostro. La espada de madera se estrelló contra su mejilla derecha y la nariz, dejando una estela carmesí como único testigo de su paso. Incrédulo, Nodius retrocedió un paso mientras se llevaba la mano a la nariz para comprobar que efectivamente estaba sangrando.

-¡No vuelvas a hacerlo!-, le ordenó Lambo malhumorado. -No vuelvas a hablar de ellos así... de ese modo. No tienes derecho.- Furioso, el Astartes arrojó violentamente la espada de madera al suelo, para enfatizar cada una de sus palabras.

-¿Por qué?-, preguntó Nodius alzando la voz una octava más de lo acostumbrado. -Yo también estaba allí, dispuesto a dar mi vida por Caliban y sus gentes. ¿Lo recuerdas, hermano?

Sus palabras resonaron en el patio con fuerza. Lambo no supo qué responder y un pesado silencio se adueñó de ellos. Ambos sabían que la culpa de todos sus males la tenían Lion El'Johnson y el maldito Imperio de la Humanidad que tanto habían aprendido a odiar.

-Discúlpame, hermano-, le respondió con brusquedad tras unos largos minutos de tensa espera en la que lo único que hicieron fue mirarse fijamente a los ojos.

Dicho lo cual, el Astartes se alejó caminando en silencio, dejando atrás a un atónito Nodius en el patio, preguntándose cuántas veces en toda su vida había visto disculparse a Lambo desde que se habían conocido por primera vez como reclutas de los Ángeles Oscuros. No podía recordarlo con exactitud, pero estaba seguro que los dedos de su mano serían suficientes para calcular un número aproximado.

-.-

Zenón negó con la cabeza. El vendedor, confiando en su dominio de las artes del regateo, insistió en la venta y ofreció un intercambio inferior como señuelo. El renegado imperial lo apartó con educación y siguió su camino. La plazoleta, al igual que las calles vecinas, estaba ocupada por pequeños puestos de venta donde se ofrecían todo tipo de bienes, desde los más básicos como comida y bebida a los más extravagantes como cartas astrológicas, brebajes alquímicos, pergaminos inscritos con encantamientos protectores y viejos libros. Zenón se había interesado por estos últimos esperando encontrarse con tratados o crónicas de la historia local, pero había descubierto para su sorpresa que solían ser más bien tratados místicos repletos de complejas fórmulas numerológicas, rituales mágicas y supersticiones parecidas.

Echó un vistazo discreto a su espalda mientras avanzaba entre la gente. Un grupo de tres personas, formado por uno de los burócratas enmascarados que los habían recibido anoche y dos engalanados soldados, lo siguieron a una distancia prudente, dándole suficiente espacio para que se sintiese cómodo sin perderlo realmente de vista en ningún momento.

Esos torpes espías no le molestaban. De haber estado en su pellejo, también mantendría una vigilancia constante sobre ellos, aunque lo que hubiese hecho sería formar dos grupos: uno visible que atrajese toda la atención y el otro formado por uno o dos individuos más anónimos. Todavía no había descubierto a otros espías camuflados en la multitud, lo que seguro que quería decir que eran buenos en su trabajo. "¡Cuántos esfuerzos malgastados!", pensó el renegado imperial en silencio.

Pasó caminando junto a un puesto de comida que vendía huevos frescos de distintas aves, sopas de aspecto poco saludable y talismanes hechos con las patas de sus víctimas. Cuatro mujeres y dos hombres inspeccionaban minuciosamente sus productos, mientras el vendedor trataba de atenderlos a todos a la vez. Parecían ser los típicos habitantes de Q'Sal: todos ellos tenían un aspecto agraciado, casi hermoso, y ninguna cicatriz ni herida de consideración. De hecho, ninguno de ellos parecía superar los treinta años de edad. Zenón ocultó muy bien su desprecio. Había visto a muchos como ellos en la nave dorada en la que lo viajó con Marius y Lede desde que lo liberaron de una muerte innoble a manos de bestias xenos en un pozo de lucha sin nombre.

Cansado del lugar, decidió salir del improvisado mercado y adentrarse por las laberínticas calles de la ciudad. Había decidido salir de su jaula dorada para medir el pulso de la ciudad y estaba decidido a observar el rostro de la verdadera Velklir. Hasta ahora, había descubierto muchas cosas sin implicarse demasiado. La ciudad tenía talleres, pequeñas forjas, mercados y gentes que se afanaban por cumplir los recados de sus amos, pero no usaban ninguna moneda para las compras, sino que recurrían al trueque más básico. Pequeños grupos de guardias patrullaban las calles para mantener el orden público, aunque no formaban un cuerpo único, sino que parecían actuar por separado y lucían complejos emblemas, probablemente pertenecientes a distintos hechiceros tecnócratas.

En cierta forma, Velklir guardaba muchas similitudes con Surgub, aunque también grandes diferencias. Por lo que había visto desde el aire, la ciudad isleña había crecido en vertical para superar el grave problema de su limitado espacio, creando un espectacular entorno urbano de agujas acristaladas. Sin embargo, Velklir había sido construida en las montañas. La piedra era el material de construcción más común, sus calles tenían fuertes pendientes y mezclaba elegantemente tecnologías antiguas con otras más modernas creando un paisaje singular, como nunca había visto anteriormente. Y a ello había que añadirle la evidente obsesión de sus habitantes por la observación de los astros. Zenón había perdido la cuenta de la cantidad de astrolabios y otros extraños instrumentos de medición astronómica que había visto antes en el mercado.

-.-

-Ahora tienes que soldar estos dos cables aquí-, indicó Mordekay. -¿Lo has entendido?

-Creo que sí-, respondió Orick con humildad mientras seguía las instrucciones del Astartes. Después de un minuto, se detuvo para apartar con la mano las pequeñas volutas de humo y miró con satisfacción el trabajo terminado. Había conseguido reparar una conexión energética interna, fuera lo que fuese eso.

El sargento calibanita le quitó guantalete de entre las manos y estudió meticulosamente los improvisados arreglos. Frunció el ceño durante todo el proceso, como si él tampoco estuviese acostumbrado a este tipo de reparaciones, y revisó dos veces una placa de datos extraída del Templo de las Mentiras.

-Revisa la misma pieza en mi servoarmadura y avísame cuando termines-, ordenó el Astartes mientras posaba la pieza con cuidado en el suelo.

Mordekay observó a Orick mientras el humano recogía una de las multiherramientas que les habían traído los esclavos y se ponía manos a las obras. Parecía que lo estaba haciendo bien, pero avanzaban a un ritmo demasiado lento para su gusto. "Nuestros enemigos no esperarán de brazos cruzados a que terminemos las reparaciones más básicas", pensó con creciente preocupación y el hecho de que las forjas de Velklir no produjesen munición de bólter, sólo empeoraba sus perspectivas a largo plazo.

El sonido de unos pasos interrumpió el curso de sus pensamientos. Sentado en el suelo y dando la espalda a la puerta, se volvió sin girarse del todo para observar al recién llegado. Un Astartes apareció al otro lado vestido únicamente con una enorme túnica de tela blanca. Era Karakos. Su más reciente compañero de armas le hizo un gesto discreto para que se acercase.

-¿Qué ocurre?-, le preguntó al antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados.

-Es necesario que hablemos en privado-, respondió enigmáticamente el aludido.

-Está bien. Vamos al jardín. Tú sigue trabajando, Orick-, le ordenó al humano mientras se levantaba del suelo del almacén.

Los dos Astartes abandonaron la sala, pasando de uno en uno por un corto pasillo que les llevó a la cocina y, desde allí, sólo tuvieron que salir por la puerta de atrás para llegar a un patio ajardinado, con pequeños setos, árboles retorcidos y enredaderas de aspecto siniestro.

-¿De qué quieres hablar, Karakos?

-De nosotros, Mordekay. En Kymerus me hiciste una propuesta y ahora puedo darte una respuesta.

-Sabía que llegaría este momento tarde o temprano. Dime, ¿qué vas a hacer?

-Créeme cuando te digo que nada me gustaría más que unirme a vosotros. Estoy convencido de que el Oráculo Mentiroso tenía razón cuando profetizó que, unidos, gobernaríamos el Vórtice de los Gritos, pero no voy a integrarme en la escuadra Laquesis.

-Será mejor que te expliques mejor, bibliotecario. Te estás contradiciendo.

-Muy bien. Seré brutalmente franco contigo. Hace diez mil años que Caliban no existe. El mundo que conocísteis desapareció para siempre y con él la misma escuadra Laquesis. Si queréis sobrevivir en esta siniestra era, tenéis que aceptar esta idea: nunca podréis recuperar el pasado, pero sí utilizar el presente para conquistar el futuro.

-No, no, no. Nosotros sobrevivimos. Estoy seguro de que no hemos sido los únicos. Tiene que haber más de nuestros hermanos perdidos en otras partes de la galaxia, aguardando el momento preciso para reunirnos de nuevo.

-Tus palabras son un claro ejemplo de lo que trato de explicarte, Mordekay. Aunque hubiesen sobrevivido otros Ángeles Oscuros calibanitas, ya no os quedaría ningún planeta que proteger.

-¡Todavía podríamos vengarnos!-, afirmó tenso Mordekay.

-¿Un par de escuadras Astartes contra los millones de planetas habitados por el Imperio? ¿De verdad crees que podríais derrotar con tan exiguos recursos a la Armada Imperial y los ejércitos del Astra Militarum? ¿Y a todos los capítulos Astartes leales a los tiranos de Terra?

-¡Tenemos que intentarlo!-, replicó tozudo el sargento calibanita. -¡Se lo debemos a nuestros muertos!

-Si de verdad quieres cumplir tu promesa, tienes que ser realista. Los viejos días de gloria de la escuadra Laquesis han terminado. Tal y como yo lo veo, tenéis dos opciones. La primera sería uniros a las Legiones Traidoras del Ojo del Terror, jurando lealtad a Abaddon el Saqueador, integrándoos en sus huestes y luchando por abriros paso a sangre y fuego a través del Portal de Cadia.

-¿Y la segunda?

-La otra opción consiste en crear un ejército nuevo aquí, en el Vórtice de los Gritos. Los imperiales creen que esta región del espacio está deshabitada debido a las tormentas que rugen en el Inmaterium. El sector Calixis es la frontera imperial más cercana y está prácticamente desprotegido, sin capítulos Astartes ni grandes ejércitos. Si conseguimos imponer nuestra voluntad a los piratas y señores de la guerra del Vórtice de los Gritos, podríamos crear otro frente sangriento para el Imperio, obligándolo a dividir una vez más sus tropas y recursos.

-Está claro que has reflexionado sobre este dilema durante mucho tiempo-, respondió Mordekay, adivinando sin dificultad la elección personal del bibliotecario. Aunque no mostró una conformidad inmediata, la idea misma le sedujo rápidamente, ya que era la única que garantizaba la libertad de sus hermanos y la ansiada venganza. -¿Puede hacerse tal cosa?

-Por supuesto. No sólo contamos con el favor de los Poderes Ruinosos para lograr una hazaña semejante, sino que además disponemos de la determinación necesaria para lograrlo. Unidos, seremos invencibles. Y eso sin contar con los beneficios que nos dará la profecía del difunto Oráculo Mentiroso...

-Olvida a los dioses y las profecías de sus charlatanes. Seamos claros. Veo a dónde quieres llegar. Es un plan ambicioso. Si vamos a dar ese paso, tenemos que tratar este asunto también con Lambo y Nodius.

-Es lo adecuado. No obstante, todavía tenemos que hablar de una última dificultad-, se apresuró a añadir Karakos. Sabía que ahora comenzaba la parte verdaderamente difícil de su plan y debía vigilar cuidadosamente las palabras que ambos se dirigiesen a partir de ese delicado momento.

-¿Cuál?-, preguntó Mordekay intrigado.

-Tus recelos respecto a la Disformidad.

-Eso no es negociable, créeme.

-Me temo que sí lo es, porque no aceptaré formar parte de ningún grupo que me prohíba utilizar mis poderes psíquicos ni explorar la hechicería de la Disformidad.

-Estás loco, Karakos-, sentenció Mordekay intranquilo. -¿Has visto bien a Nodius? ¡Mira lo que le hizo le hizo la Disformidad! Y no me refiero únicamente a los cuernos. Su servoarmadura estalló en el Templo de las Mentiras... y tenías que haber visto como yo los fenómenos inexplicables que causó en la Forja de Plata.

-Mordekay-, repuso pacientemente él,- actualmente la mitad de los Astartes bajo tu mando son psíquicos y están conectados místicamente con el Inmaterium. Yo soy un psíquico. Nodius es un psíquico. Olvida los viejos recelos a lo desconocido. Ahora estás en una era nueva.

-No me importa. ¡Jugar con ese poder tiene un precio demasiado alto!

-¡Sí, es cierto! Por eso, debemos aprender a dominarlo y sólo lo conseguiremos a través del estudio y la experimentación. No digas que no. ¡Piénsalo bien, maldita sea! El poder de la Disformidad es la única ventaja real que poseemos contra el Imperio. Los imperiales temen el Inmaterium. Tienen sus propios psíquicos, cierto, pero les prohíben investigar el verdadero poder. Nosotros, por el contrario, podremos hacerlo libremente.

-Reconozco que eres muy convincente cuando quieres, Karakos, pero esto... esto no...

-Sé que es difícil para ti aceptarlo, pero tienes que hacerlo si quieres que sobrevivir a las duras pruebas que han de venir. Si lo haces, volveré a pintar con mucho gusto el color de mi servoarmadura y añadiré las nuevas insignias que acordemos. Seré uno con vosotros y juntos materializaremos la venganza que tanto ansias.

-Muy bien. Os concederé permiso para investigar la Disformidad y usar vuestros poderes psíquicos de forma controlada en los combates... con una sola condición: ambos debéis jurar solemnemente que detendréis vuestros estudios si decido que están escapando a vuestro control. ¿Juras que respetarás mi decisión llegado el momento, Karakos?

-Lo juro solemnemente-, mintió el antiguo bibliotecario sin dudarlo.

sábado, 12 de julio de 2014

BC 23: VELKLIR


"Poco tiempo después de que Zenón nos hubiese informado de su breve conversación con Marius, el auxpex de la barcaza de carga detectó la presencia de dos intrusos aéreos procedentes de Surgub. Desde el principio quedó claro que nuestro transporte no podría dejarlos atrás ni tampoco tenía armamento alguno para repelerlos, por lo que nos vimos obligados a tomar tierra rápidamente en un páramo polvoriento y pedregoso.
Tras apagar todos los sistemas de la barcaza, abandonamos a su suerte la nave y su valiosa carga para dispersarnos por el terreno, ocultándonos junto a cualquier roca o resquicio natural que pudiese protegernos de nuestros implacables perseguidores. Mordekay llegó incluso a ordenarnos que apagásemos nuestras servoarmaduras, consciente de que cualquier señal energética, por pequeña que fuese, nos delataría fácilmente.
No me enorgullece reconocer que fui el primero en divisar la amenaza en los cambiantes cielos de Q'Sal: dos constructos con forma de reptil alado que sobrevolaban las alturas impulsados por poderosos cohetes. Realmente no fue un hecho meritorio. Esas cosas hedían a la brujería demoníaca por la que eran tan célebres los hechiceros tecnócratas de Surgub. Sin embargo, ahora la suerte estaba echada. Éramos muy conscientes de que el polvo levantado durante el aterrizaje ayudaría a camuflar la barcaza, desde luego, como también lo haría el hecho de que hubiesen apagado todos los sistemas de la nave, pero si esos constructos infernales disponían de auxpex precisos, nuestras posibilidades de supervivencia se reducirían considerablemente.
El primer constructo siguió de largo pasando sobre nuestras cabezas y aumentando su velocidad inicial hasta perderse en los cielos del horizonte en poco tiempo. El segundo también nos sobrevoló, pero en lugar de seguir a su compañero, viró hacia babor y luego dibujó un amplio círculo sobre su posición, dejando a su paso una estela negra y maloliente. De algún modo, la inteligencia demoníaca que gobernaba aquella máquina debió sospechar nuestro ardid, por lo que, en silencio, preparamos nuestras armas para el combate.
Cuando hubo terminado el círculo de rastreo, el constructo de placas doradas y azules amplió todavía más su radio de acción, haciendo una segunda pasada. El rugido de los motores quebraba el silencio con un ruido terrible, claramente sobrenatural. Los segundos pasaron despacio, muy despacio, hasta que finalmente el demonio se cansó de volar en círculos y se fue a máxima velocidad en la misma dirección que había seguido su compañero hasta perderse, él también, en la lejanía."

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Usando sus mejores argumentos, Zenón se vio obligado a templar los ánimos de los Astartes, aconsejándoles prudentemente esperar un par de horas más en su posición actual, para evitar cualquier posible emboscada enemiga. Afortunadamente, aquellos impulsivos guerreros sobrehumanos estuvieron de acuerdo con él; por tanto, aguardaron inmóviles en sus escondrijos, soportando el calor inclemente que reinaba en aquel pedregal sin nombre. Y aunque sus precauciones parecían infundadas durante la larga espera, ya que ningún enemigo sobrevoló su posición, volvieron a la barcaza superando grandes recelos y reanudaron de nuevo su viaje al amparo del atardecer.

Veinte minutos más tarde, por fin habían llegado a su destino. Zenón sonrió de alegría al percibir a simple vista la gran cadena montañosa que se alzaba desafiante frente a él. Según sus cálculos, Velklir debía estar situaba en su extremo meridional. El renegado imperial hizo que la pesada barcaza volase a baja altura, ya que aquellos inmensos picos bloqueaban las tormentas eléctricas en los niveles bajos, mas no así en las alturas, donde podían descargar sin clemencia toda su terrible furia.

Pronto descubrió asombrado que los flancos de las montañas junto a las principales carreteras y viaductos de la ciudad estaban tallados directamente en el basalto cristalino con rostros pétreos de mirada severa. Al contemplar esos misteriosos monumentos, el renegado imperial sintió asombrado una gran curiosidad por la historia de Veklir, sus gentes... y sus gobernantes.


Desde su puesto privilegiado en la cabina, no tardó en divisar una gran llanura envuelta en las primeras sombras de la noche, donde se localizaba una masa caótica de torres, considerablemente más pequeñas que las altas agujas de Surgub, observatorios astronómicos y edificios que guardaban cierta semejanza con misteriosos talleres. Más extraño aun, Zenón se sorprendió al descubrir que las torres a menudo estaban rodeadas con estructuras circulares de cristal verde, cuyo propósito no podía ni tan siquiera adivinar. En lo alto de la llanura, también pudo discernir incontables telescopios y otras máquinas de adivinación locales, así como una torre que se alzaba como un gigante por encima de sus pares menores. Todo parecía indicar que los habitantes de Velklir estaban obsesionados con la observación de la bóveda celeste y Zenón estaba seguro de que podía apostar su vida a que en ese edificio encontraría los órganos de gobierno locales. Más allá de la llanura sobre la que se asentaba la ciudad, los picos más pequeños contenían observatorios más singulares así como extraños invernaderos que debían ocultar cultivos hidropónicos y hermosos jardines exclusivos para las élites gobernantes de la ciudad.

-Bienvenida, Sombra Huidiza-, exclamó una voz por el canal de vox.

-¿Eres tú, Fuego Dorado?-, preguntó aturdido Zenón sin salir de su asombro. -¿Estás en Velklir?

-En efecto, amigo mío. Tenemos muchos asuntos de los que hablar, pero primero tienes que posar la barcaza en la plataforma de aterrizaje situada al este. Ya deberías poder ver las balizas de señalización.

-Las acaban de encender ahora mismo. Gracias, Fuego Dorado. Fin de transmisión.

Zenón informó a los Astartes mientras hacía virar la barcaza e iniciaba la maniobra de aproximación. Con una lentitud exasperante, el transporte pesado fue descendiendo de altitud lentamente hasta que su tren de aterrizaje tocó el pavimento de rocacemento de la plataforma de aterrizaje. "Misión cumplida", pensó Zenón con satisfacción respirando aliviado. "Lo hemos conseguido."

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Mordekay hizo un gesto a Orick para accionase la runa que hiciese descender la trampilla de carga. Para su satisfacción, el hombre obedeció su orden inmediatamente. Como Astartes, el sargento calibanita sabía muy bien que su portentoso físico y su equipo de combate infundían el miedo en los humanos normales y estaba dispuesto a aprovecharse de ello para dejar una fuerte impresión en los habitantes de Velklir, ya que intuía que eso le sería útil en las inevitables negociaciones que iban a realizarse.

Por ello, decidió ser el primero en salir al exterior. Gracias a su oscura servoarmadura, ahora mellada en varios puntos debido a los intensos combates en la Forja de Plata del difunto Kharulan el Artífice, apenas notó el impacto del frío viento de las montañas. Uno a uno, sus compañeros Astartes le siguieron, formando una perfecta cuña de combate. Finalmente, Orick y Zenón bajaron los últimos, trayendo consigo al prisionero maniatado que había capturado el sargento calibanita en los muelles de Surgub.

La plataforma de aterrizaje estaba rodeada por un muro sólido de piedra con una única entrada metálica, cuya puerta se abrió para permitir el acceso de su comité de bienvenida. Eran cinco hombres en total. Tres de ellos estaban engalanados con ricos ropajes, bordados con motivos geométricos y signos astrales, además de adornos forjados con metales nobles, coloridas plumas de grandes aves e intrincadas máscaras doradas que ocultaban sus rostros. Los otros dos sólo eran guardias armados con lanzas ceremoniales. Sus cuerpos estaban protegidos con armaduras de mallas doradas y lucían yelmos abiertos rematados en altos penachos.

-¡Menudos fantoches!-, exclamó Lambo divertido a través del canal de vox de la escuadra.

-Sed bienvenidos a nuestra gloriosa ciudad, nobles guerreros-, comenzó a decir uno de los tres enmascarados, adelantándose a sus compañeros. -El gran Tirano de Velklir os ofrece su hospitalidad durante vuestra estancia en sus dominios.

-Nos sentimos agradecidos y honrados por su ofrecimiento-, asintió Mordekay tras quitarse el yelmo para mostrar una pequeña deferencia a esos dignatorios insignificantes.

-Si tenéis la amabilidad de seguirme, os guiaré hasta el palacio que ha sido elegido para daros descanso y protección. No os preocupéis por el artefacto que traéis en la nave; los esclavos de Marius lo llevarán a su nuevo destino. Seguidme por aquí, por favor.

El hombre enmascarado hizo una pequeña reverencia y regresó sobre sus pasos, seguido de cerca por su séquito. Mordekay avanzó tras ellos, con pasos pequeños que permitiesen a sus anfitriones mantener la falsa seguridad de encabezar la marcha. En su mente, una sola preocupación martilleaba machacona sobre el resto de sus pensamientos: ¿dónde estaba el mismo Marius?

Al otro lado del muro, había un laberinto de calles pavimentadas con gastadas losas de piedra y rodeadas por pequeños edificios, con muros de tosco sillarejo, que albergaban toda clase de almacenes o talleres. Pequeñas jaulas forjadas con hierro negro protegían las antorchas que iluminaban las calles con siniestros fuegos cuyo color variaba del azul translúcido al rosa aguado. Las mismas calles estaban vacías, como si hubiesen dispersado a las personas para evitar cualquier contacto indeseado... o para tenderles una peligrosa emboscada en cualquier momento.

La pequeña comitiva de la que formaban parte siguió avanzando sin cruzarse con ningún otro habitante de la ciudad en aquel laberinto de callejas y edificios de piedra. De vez en cuando, llegaban a alguna plazoleta dominada por una pequeña fuente o alguna estatua inhumana en sus desgastadas formas pétreas y la abandonaban para internarse en otra sombría calleja.

Después de unos largos minutos, llegaron al final de su recorrido: una casa apartada en uno de los bordes de la llanura. A pesar de todo el tiempo que habían estado caminando, debían encontrarse relativamente cerca de la plataforma donde habían aterrizado, lo que quería decir que sus anfitriones habían tratado de desorientarlos intencionadamente. Desde la calle, sin embargo, la casa no se distinguía mucho de las otras viviendas cercanas, cuyas fachadas estaban trabajadas con toscos sillares de piedra y adornadas con pequeños ventanucos dispuestos en extraños lugares. Con curiosidad, su mirada también se percató de que los edificios no estaban rematados por tejados ni cubiertas similares, sino por techos planos.

-Pasad y poneros cómodos, nobles guerreros. Nuestros esclavos os traerán pronto toda la comida y la bebida que necesitéis. Descansad hoy, pues mañana habrá suficiente tiempo para hablar de negocios. A cambio de nuestra generosidad, tan sólo se os pide una condición.

-¿Cuál?-, preguntó Lambo amenazador.

-No debéis abandonar este palacio sin permiso, a no ser que os acompañemos uno de mis socios o yo mismo-, replicó la figura enmascarada con toda la calma y neutralidad que fue capaz de reunir.

-Hecho-, respondió rápidamente Mordekay para tranquilizar al burócrata. Dicho lo cual, el sargento calibanita caminó hacia la puerta y la abrió con toda la delicadeza que pudo reunir.

A pesar de que la entrada era alta, no había sido construida pensando en el tamaño de un Astartes, por lo que tuvo que inclinarse para acceder a un corto pasillo que lo condujo a su vez a un patio central descubierto. Sin perder el tiempo, tanto él como sus hermanos inspeccionaron todas las cámaras y habitaciones, buscando cualquier indicio de amenaza, pero en lugar de encontrar asesinos armados o trampas explosivas, descubrieron muebles lujosos, ricos tapices que combinaban todo tipo de signos astrológicos y espaciosas salas que desmentían el anodino aspecto exterior del edificio. En la parte trasera, incluso descubrieron un hermoso jardín de una sencillez apabullante. Después de tomar las precauciones oportunas, se reunieron de nuevo en el patio central.

-La casa es segura-, sentenció Lambo, -pero no me fío. ¿Por qué no hemos visto a ninguna persona de camino a este lugar? ¿Y por qué nos han prohibido salir sin permiso?

-Tal vez sea una costumbre local-, propuso Zenón pensativo, -o quizás haya toque de queda por la noche.

-En cualquier caso-, intervino Mordekay, -está claro que, aunque nos temen, quieren agasajarnos. Una ventaja que nos vendrá muy bien para ganar influencia entre los gobernantes del planeta.

-Aun así, la ciudad no es completamente segura-, afirmó Nodius con voz neutra.

-¿A qué te refieres?-, preguntó Lambo. -¿Has sentido algo extraño?

-Así es. Puedo percibir el Inmaterium más allá de la realidad, rugiendo como un mar embravecido... y hay algo más: siento algún tipo de barrera mística... conteniendo esa fuerza para mantenerla bajo control.

-Las brujerías de los hechiceros locales no interferirán en nuestros deberes, hermanos-, respondió Mordekay confiado. -Haremos turnos de guardia durante la noche para garantizar nuestra seguridad y mañana procederemos a revisar nuestro equipo. Algunas servoarmaduras necesitan reparaciones urgentes y debemos conseguir más munición para las armas.

-¿Y crees que nuestros... anfitriones nos darán todo eso si lo pedimos amablemente?-, quiso saber Nodius. Con él siempre era difícil discernir si estaba siendo irónico o tan sólo neutral en su elección de palabras.

-No veo por qué no. Hemos demostrado nuestra utilidad y les conviene tenernos contentos si no quieren que desencadenemos en su ciudad la misma violencia que puso fin a las vidas de Renkard Copax y Kharulan el Artífice.

-¿Y qué haremos los que no somos Astartes?-, quiso saber Zenón.

-Orick nos ayudará mañana con las reparaciones. Tú descansa, te lo has ganado, pero no te relajes del todo. Tal vez necesitaremos un buen piloto para huir precipitadamente de la ciudad.

-Entiendo-, respondió el renegado imperial con un deje satisfecho en su voz que ninguno de los presentes percibió.

-¿Y que hay de él, hermano?-, preguntó Nodius mientras señalaba al prisionero de Mordekay, que yacía en el suelo indefenso y maniatado, tumbado bocabajo contra su voluntad.

-Ah, nuestro prisionero... es cierto... Por ahora, permanecerá cautivo. Encerradle en alguna sala.

-Todavía no entiendo por qué lo has traído con nosotros-, murmuró Lambo mientras observaba cómo Orick y Zenón se llevaban a rastras al desgraciado, cuyos lamentos, patéticos y resignados, resonaron por todo el edificio.

-Toda Legión Astartes necesita siervos que se ocupen de las tareas mundanas. Cuando hayamos conseguido nuestros objetivos aquí, le daremos la oportunidad de unirse a nosotros o seguir su propio camino.

-Los fieles de Tzeentch lo sacrificarán a su dios cuando vean en su piel la marca de Nurgle-, añadió Karakos adivinando el razonamiento del sargento calibanita.

-Yo no me preocuparía por él-, asintió Mordekay con una sonrisa sombría en su severo rostro. -Estoy seguro de que, llegado el momento, tomará la decisión correcta.

miércoles, 9 de julio de 2014

BC 22: EL BUEN PILOTO


-¡Por el Trono Dorado!-, exclamó involuntariamente Zenón muy a su pesar.

Desde el aire tenía una visión privilegiada de lo que estaba sucediendo en esos momentos. Los Astartes estaban desembarcando rápidamente del barco que acaban de embarrancar en las marismas, mientras se esforzaban al mismo tiempo por hacer descender el artefacto metálico que les había descrito Marius. A unos treinta o cuarenta metros de su posición, un proyectil enemigo levantó una gran columna de agua y espuma cuando erró en el blanco. Sin embargo, el navío de guerra que había realizado el disparo continuó avanzando a toda máquina hacia la costa, haciendo que los Astartes quedasen dentro del alcance de sus armas.

-¡No lo conseguirán!-, gritó Orick a su lado.

-¡LO HARÁN!-, respondió a su vez Zenón mientras forzaba los mandos para realizar el descenso.

La barcaza de carga respondió con rudeza, realizando un torpe giro mientras reducía su velocidad. El renegado imperial cambió de posición dos relés y contuvo la respiración al sentir el tirón provocado por la desaceleración cuando se activaron los propulsores de emergencia. Una sirena aulló en el interior de la cabina. Zenón la desactivó sin miramientos.

-¿Qué era esa alarma?

-No tiene importancia-, gruñó el renegado imperial.

"No será un aterrizaje elegante, pero la nave lo soportará. Sólo espero que el suelo no se hunda por nuestro peso", pensó con frialdad en los pocos segundos que les quedaban para comprobar de primera mano el resultado de sus cálculos improvisados.

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-¡Fuego enemigo!-, gritó Lambo sin necesidad.

El gemido provocado por el proyectil se incrementó considerablemente, como si fuese un aullido proferido por una de las grandes bestias que aterrorizaron en el pasado a las gentes de Calibán. Afortunadamente, pasó por encima de sus cabezas envuelto en un manto de llamas y se estrelló violentamente contra las aguas estancadas de la marisma.

La explosión resultante arrojó agua y algas en todas las direcciones en medio de una columna de humo negro. Formas etéreas y borrosas brotaron de la humareda, riéndose con una alegría febril y demente antes de desaparecer en medio de pequeñas explosiones de luces y llamas. Su naturaleza demoníaca era evidente incluso para los Astartes que carecían de facultades psíquicas.

-¡Seguid avanzando! ¡Vamos!-, gritó Mordekay mientras empujaba con todas sus fuerzas el artefacto.

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Una barcaza de carga no era una lanzadera tan aerodinámica como una cañonera Aquila, sino que más bien podría compararse a una pesada caja cuadrada equipada con motores. La mayoría de los pilotos imperiales, tanto civiles como militares, odiaban ser destinados a estos transportes porque, en situaciones de combate, las barcazas eran extremadamente difíciles de pilotar sin que importase en modo alguno la pericia del hombre que estuviese a los mandos.

Hacía mucho tiempo que Zenón no pilotaba una de esas "tumbas voladoras", como las llamaban en la academia de Escintilla, pero el tiempo pasado no había mermado sus capacidades naturales para pilotar cualquier cosa que pudiese volar. Con suma determinación y frialdad, forzó a la barcaza a tomar tierra en una franja aparentemente libre de lodos.

Las patas de la pesada lanzadera de transporte aplastaron hierbas de aspecto enfermizo y se hundieron más de lo debido en el suelo. Durante unos tensos segundos, la barcaza tembló un par de veces como un animal asustado y se escoró unos pocos grados hacia estribor.

-¡Vete a abrir la trampilla!

Orick obedeció sin rechistar, saltando prácticamente de su asiento cuando se hubo liberado de los arneses de seguridad que lo inmovilizaban. Su rostro estaba blanco como la nieve, imaginándose sin duda las escasas probabilidades que habían tenido de que hubiese salido salido bien parados de un aterrizaje tan poco ortodoxo.

"¡Vamos, vamos!", animó en silencio los Astartes que se acercaban.

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Al darse cuenta de sus intenciones, los artilleros del barco enemigo apuntaron sus cañones hacia la barcaza de carga. Al fin y al cabo, era más fácil disparar a un objetivo inmóvil que a unas figuras en movimiento.

El primer proyectil pasó peligrosamente cerca de su posición, llenando la superficie metálica de la barcaza con restos calientes de barro y algas. El artillero de Surgub lanzó una maldición y amenazó a los esclavos para que se diesen prisa en cargar el cañón. Si los extranjeros conseguían escapar, los Catorce Factores no mostrarían ninguna piedad. Sus subordinados obedecieron rápidamente. Todos sabían que la muerte era un destino mil veces preferible a cualquier castigo que pudiesen imaginar los enloquecidos gobernantes de Surgub.

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Nodius fue el primero en alzarse sobre la parte superior de la rampa, ayudando a sus compañeros a subir el artefacto de Marius. Luego lo hicieron Karakos y Lambo y, finalmente, Mordekay. Mientras Orick apretaba la runa que cerraría la trampilla, Zenón despertó de nuevo los motores y alzó verticalmente los mandos. La barcaza se separó lentamente del suelo con una lentitud angustiosa.

-¡Sácanos de aquí!-, gritó Mordekay. -¡Ahora!

El buque de guerra de Surgub disparó un nuevo proyectil dorado, que cruzó raudo el cielo buscando con avidez a su objetivo. Zenón lo vio acercarse a toda velocidad gracias a los limitados auspex de la barcaza de carga, pero no pudo hacer otra cosa que maldecir en silencio. Tenía los dedos agarrotados sobre los mandos, a pesar de que era perfectamente consciente de que la lanzadera no incrementaría su velocidad por ello. Impotente, observó cómo el proyectil enemigo estaba más y más cerca.

La barcaza de carga comenzó a ascender, escorada todavía hacia estribor. Las ráfagas de aire caliente sacudían violentamente el lodo bajo su lomo. "Puedes hacerlo, puedes hacerlo", se repitió el renegado imperial mientras al mismo tiempo se preparaba inconscientemente para el impacto. Dos segundos y medio más tarde, el proyectil cayó sobre ellos, errando de nuevo el blanco por una distancia insignificante. Hubo una fuerte explosión. Los mandos de la barcaza amenazaron con rebelarse, pero Zenón no los soltó en ningún momento de modo que, en lugar de estrellarse contra el suelo, la lanzadera de carga consiguió ganar altitud y alejarse lentamente de los dominios de aquella ciudad maldita.

-¿Cuál es ahora nuestro destino?-, quiso saber Mordekay sin ofrecer ningún tipo de gratitud al piloto por haberles sacado con vida de una muerte segura.

-Tarnor-, respondió Zenón en voz baja mientras intentaba normalizar su respiración. -Marius... me dijo que regresásemos a allí.

Mordekay asintió levemente con la cabeza y regresó a la sección de carga de la barcaza para comprobar el estado de la carga y de sus compañeros, mientras su mente daba vueltas a la ayuda que podría proporcionarles Marius cuando llegasen a su destino.

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-Sombra Huidiza. Sombra Huidiza. ¿Me recibes?-, preguntó una voz por el sistema de vox. -Aquí Fuego Dorado. ¿Me recibes Sombra Huidiza?

-Te recibo alto y claro, Fuego Dorado. Hemos conseguido nuestros objetivos y nos dirigimos al punto de reunión acordado.

-¿Alguna baja?

-Negativo. Estamos al cien por cien de nuestra capacidad operativa.

-Excelente, excelente... Tengo que comunicarte un cambio de planes, Sombra Huidiza. La situación en Tarnor se ha vuelto peligrosamente volátil. No vengáis aquí. Repito, no vengáis aquí. ¿Lo has entendido?

-¿Cuál es nuestro nuevo destino entonces?-, preguntó Zenón con un estoicismo que desmentía su creciente preocupación.

-Velklir... ¿Podrás conseguirlo?

-Sí, desde luego. Tengo suficiente combustible para llegar allí, aunque tendré que rehacer por completo los cálculos de vuelo.

-Confío en que sabrás ocuparte de esos pequeños detalles, pero todavía me queda un último consejo que darte.

-¿Cuál?-, preguntó Zenón desviando su mirada del exterior para observar con recelo el pequeño altavoz del sistema de comunicaciones integrado en la barcaza.

-Sigue volando en dirección a Tarnor todo el tiempo que puedas antes de corregir tu rumbo.

-Entendido Fuego Dorado. Fin de transmisión.

El renegado imperial suspiró para sus adentros durante unos largos segundos. ¿Qué estaría sucediendo en Tarnor para que Marius cambiase sus planes en el último momento? ¿Es que esperaba problemas en el espaciopuerto? ¿O había algo más en juego al margen de lo que les habían contado? Zenón hizo un silencioso recuento de las opciones que aún tenía y finalmente se decidió por abrir el canal de vox interno de la barcaza.

-Hay un cambio de planes-, empezó a decir antes de explicar a los Astartes la conversación que acababa de tener con Marius.