viernes, 28 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 94: EL LIBRO DE NOD


Después de que los fuegos de la Inquisición purificasen Alba Iulia, la paz reinó en la ciudad durante mucho tiempo. Campesinos de otras tierras y siervos fugados afluyeron a nuestra ciudad buscando llenar el vacío dejado por los fallecidos. El comercio, por el contrario, tardó más tiempo en recuperarse, pero poco a poco los mercaderes y artesanos lograron volver a vender sus bienes más allá de los límites de Alba Iulia. Por nuestra parte, el hermano William, lord Sirme, mis aprendices y yo mantuvimos en el mayor de los secretos nuestras actividades, por temor a que el brazo armado de la Iglesia estuviese buscando más señales que delatasen la presencia de los siervos de Satanás. Y, finalmente, el culto formado por los adoradores de Kupala permaneció escondido en sus oscuros agujeros, lamiéndose las heridas infringidas.

Tras once años de tranquilidad, en el año 1.325 de nuestra era, la política de los mortales dio un giro sorprendente cuando el voivoda Basarab, hijo de Thocomerius, se alzó en armas contra el rey Carlos I Roberto de Hungría, invadiendo la región húngara de Szörény. Los ejércitos húngaros recuperaron el control de las tierras perdidas e invadieron a su vez el principado de Valaquia, obligando al voivoda a firmar la paz, entregar a su propio hijo como rehén y volver a pagar los viejos tributos de vasallaje.

Dos años después de este sorprendente levantamiento, recibí una inesperada noticia por parte de Paul Coordwood. En su misiva, el Maestro de Espías de Ceoris, me informó que había descubierto que Therimna había estado revelando importantes secretos de la Casa Tremere al Príncipe en funciones de Buda-Pest, Vencel Rikard. El Consejo Interior de los Siete había decretado su expulsión de las filas de los Tremere. Asimismo, también había ordenado que fuese destruida en el acto en el mismo momento en que se alejase de la protección de los Ventrue de Buda-Pest. Aunque esperaba no tener que cruzar nunca mi camino con el de esta diestra asesina, no pude evitar sentir un gran placer ante la noticia del descubrimiento de sus traiciones.

Las medidas de Carlos I Roberto de Hungría para pacificar la región resultaron ser completamente ineficaces. Basarab, el "voivoda transalpino", volvió a rebelarse en el año 1.330 de nuestra. Esta vez su audacia fue recompensada con el éxito. Tras la batalla de Posada en la que derrotó al rey húngaro, Basarab I consiguió la independencia del nuevo reino de Valaquia. Su extraordinaria hazaña tuvo amplias repercusiones en todos los reinos vecinos durante mucho tiempo.

Años más tarde, en 1.337, llegaron nuevas noticias del sur. Los Ventrue retiraron su protección a Therimna, bajo acusaciones de estar espiándoles en beneficio de los Tzimisce. La fugitiva logró escapar de Buda-Pest antes de que la apresaran y huyó de un lugar a otro, ofreciendo sus servicios a poderosos Cainitas hasta que su rastro se perdió finalmente en las brumas del tiempo.

Por aquel entonces, Alba Iulia se había recuperado completamente de la devastación causada por la Inquisición. Aquellos fueron tiempos felices y, durante un tiempo, fuimos lo suficientemente estúpidos para creer que habíamos superado por completo las vicisitudes del pasado. Usamos nuestras nuevas influencias para espolear la ambición de los mortales de Alba Iulia frente a sus ciudades hermanas, compitiendo económicamente con ellas e involucrándonos en sus disputas. Fue en ese tiempo cuando lord Sirme exigió la devolución de mi deuda. Respetando lo pactado, usé a los mortales que gobernaban Alba Iulia para entrar en una guerra comercial con Medias, la ciudad en la que gobernaba su sire Nova Arpad, y me endeudé con viejos conocidos dentro de la jerarquía de la Casa Tremere para ir debilitando su posición con falsos rumores de debilidad entre los Señores Orientales.

Por otro lado, el hermano William me ofreció una oportunidad que no pude rechazar bajo ningún concepto. De algún modo que se negó rotundamente a confiarme, había logrado hacerse con una gastada copia del Libro de Nod, la Biblia de los Cainitas, donde se describía el origen de la maldición de Caín, así como la destrucción de la Primera y la Segunda Ciudad. Dicha copia no era más que un fragmento apenas legible, pero muchas de sus perfectas letras griegas aún conservaban la mayor parte del extenso relato. Cualquier erudito Cainita hubiese ofrecido todo tipo de tesoros inimaginables por él. Cualquier Tremere hubiese hecho lo mismo, además de traicionar y asesinar a cualquiera con tal de apoderarse de un documento tan importante. Gracias a nuestra vieja amistad, sólo tuve que conceder al Capadocio mi permiso para convertir en su chiquillo al mortal que desease en el futuro. Envié de inmediato copias de dicho texto a Ceoris, lo que sirvió para saldar las recientes deudas que había contraído con el objeto de minar la influencia de Nova Arpad en la región de Transilvania.

Sin embargo, aquella estúpida sensación de prosperidad se convirtió en amargura en los meses a caballo entre 1.348 y 1.349, años en los que la Peste Negra barrió los reinos cristianos con igual fuerza. Los cadáveres su pudrieron en las calles y los campos, cientos de aspas negras marcaron las puertas de las casas donde la Peste Negra había hecho acto de presencia y las aves carroñeras engordaron con tan exquisito  y copioso festín. Aunque la Providencia quiso que los mortales de Hungría y Valaquia sufriesen menos muertes que los cristianos que habitaban en los reinos vecinos, al menos una cuarta parte de los humanos que vivían en las ciudades de Transilvania perdieron inútilmente sus vidas y las redes comerciales quedaron seriamente perjudicadas. Únicamente los monjes de la comunidad del hermano William tuvieron el coraje suficiente para recoger y dar una sepultura digna a los cadáveres abandonados en las calles y los campos. Incluso llegaron rumores de tierras lejanas, aunque nunca confirmados, de Cainitas que habían perecido ante las garras de la enfermedad. Incluso para un descendiente maldito de Caín, parecía que la cólera de Dios había golpeado finalmente la tierra para castigar nuestros pecados. En aquel entonces no podíamos, saberlo pero la región necesitaría tan solo cincuenta años para recuperarse, mientras que el resto de los reinos cristianos necesitaron más de un siglo para hacer lo mismo.

Los Ventrue del Sacro Imperio Romano Germánico aprovecharon la debilidad de nuestra influencia para derrocar a varios Príncipes orientales y establecer a otros Cainitas de su linaje en la región. Ese fue el destino que corrió la Nosferatu Marusca, que fue despojada del poder en Sighisoara, teniendo que huir para salvar la vida. Un Ventrue germano llamado Otto el Justo la sustituyó como Príncipe de la ciudad y sobrevivió el tiempo suficiente para convertirse él mismo en títere de algunos de los Cainitas más influyentes de Transilvania.

jueves, 27 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 93: LAS OBRAS DE LA INQUISICIÓN


Pasaron varios meses sin que ninguno de los Cainitas de la ciudad volviese a ver, hablar o tener cualquier tipo de noticia sobre el Malkavian Crish Competer. Todo parecía indicar que había huido al enterarse de algún modo que se había declarado una Caza de Sangre contra él. Por mi parte, usé mis influencias para borrar todo rastro de su anterior presencia en Alba Iulia, ordenando eliminar todas sus obras tanto en iglesias como en casas particulares. Gracias a ese simple desquite, se descubrió que bajo los frescos que representaban escenas piadosas de las Sagradas Escrituras se escondían capas ocultas de pintura donde se escenificaban actos depravados y enfermizos, nacidos de las peores pesadillas del alma humana. Cuando se supo, su nombre fue maldito por los vecinos de toda la ciudad. Si alguno de los Cainitas de la región había albergado hasta hora alguna duda de que Crish fuese un infernalista, aquellas pruebas bastaron para demostrar su culpabilidad.

El mes de abril de ese mismo año, lord Sirme puso en marcha todos los planes que habíamos ido trazando hasta ahora. En la aldea de Drâcmar, un pequeño pueblo en el margen oriental del río Mures, un hombre de piel pálida como la muerte y largos colmillos causó una pequeña matanza durante una cálida noche, dejando varios cuerpos desangrados en las mismas casas en las que vivían. El mismo incidente volvía a ocurrir cada pocas semanas. Los lugareños de los alrededores extendieron rápidamente toda clase de rumores. Hubo quien aseguraba que había oído lamentarse a aquel monstruo nocturno, que gritaba con todas sus fuerzas que era un alma en pena cuya vida le había sido arrebatada antes de tiempo por adoradores de demonios. El monstruo provocó matanzas semejantes en otras aldeas como Miçeti, Limba o Ciugud. Pronto cundió el pánico entre los humanos y los gobernantes de Alba Iulia se vieron obligados a solicitar el auxilio de Roma, que envió una pequeña delegación para investigar los sucesos y aconsejar qué debía hacerse.

Durante todo el verano, los legados romanos apoyados por la guardia de la ciudad investigaron las aldeas y pueblos vecinos a Alba Iulia, encontrando a su paso más muertes y pruebas de paganismo, idolatría, herejía, brujería y adoración al demonio entre muchos de sus habitantes. Hubo interrogatorios, torturas, juicios secretos y numerosos autos de fe que terminaron con la muerte de los acusados en las llamas de las hogueras. Cuando terminaron oficialmente sus pesquisas, habían ajusticiado a un tercio de los vecinos de las zonas rurales y de los barrios bajos de la ciudad. Semejante masacre en nombre de Cristo era sobrecogedora, incluso en una época de crueldad y miserias como la que vivíamos. Ni siquiera los Cainitas estuvimos a salvo de sus atenciones a pesar de toda nuestra discreción. Al menos en dos ocasiones, los delegados romanos investigaron la abadía del hermano William durante el día e interrogaron y condenaron por herejía a cuatro de sus monjes. Una vez incluso irrumpieron a mediodía en el edificio en que se ocultaba mi capilla, mas no hallaron otra cosa que una humilde familia de artesanos y su taller. Afortunadamente, tras ser testigo de los eficaces métodos de los inquisidores, había usado Dominación sobre los criados del taller para que no revelasen nada acerca de la capilla o sus habitantes en caso de que ocurriese algo parecido. Aun así, se llevaron de todas formas a la mujer del artesano, que terminó confesando que ella misma era una bruja con tal de librarse de los tormentos de la tortura. Murió como muchos otros en la plaza del mercado, cuyas piedras ennegrecidas ofrecían un testimonio suficientemente elocuente de la frecuencia de los actos que allí tenían lugar.

Cuando a finales de septiembre terminaron los juicios, todos los habitantes de la región rezaban dando gracias a Dios por haberles librado de los malvados herejes que se habían escondido entre ellos. Jamás en toda mi existencia fui testigo de tanta devoción pública de fe y devoción cristianas como la que pude ver en aquellas noches. El miedo, la histeria y la paranoia habían cambiado por completo a los vecinos de Alba Iulia. Asimismo, tampoco volvió a saberse nada del "fantasma de Drâcmar", como llamaron los mortales al infortunado chiquillo de lord Sirme.

En cualquier caso, la delegación romana se marchó por fin para gran alivio de todos nosotros, aunque un "amigo" bien situado en el palacio arzobispal informó al hermano William de que tres delegados se habían quedado, ya que habían sido destinados permanentemente en Alba Iulia para velar por el bienestar espiritual de sus habitantes. Aquello parecía indicar que la Inquisición había encontrado por su cuenta pruebas fehacientes de la existencia del culto del demonio Kupala. Al menos una parte de nuestro plan había dado los frutos que esperábamos.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 92: CAZA DE SANGRE


Sentí un inmenso alivio cuando llegué a la seguridad de los muros de mi capilla. Habíamos venido corriendo todo el camino, para alejarnos de los posibles aliados de nuestro atacante. Ni siquiera nos detuvimos al entrar en los límites de la ciudad, sino que mantuve ese doloroso ritmo hasta alcanzar al anodino edificio en el que se ocultaba mi capilla. El ghoul de lord Sirme estaba completamente extenuado y resollaba como un animal herido de muerte. Tras darle un poco más de mi preciada sangre como premio por su valor, lo dejé descansar en el cuarto de invitados de la casa, mientras yo descendía hacia mi sanctasantorum, en los niveles inferiores de la capilla.

Allí me senté pesadamente en mi sillón. En un momento estaba aliviado de seguir existiendo y, al siguiente, me sentía furioso por lo sucedido. Intenté aclarar mi mente y repasar los hechos con toda la frialdad de la que podía hacer acopio. Había sido víctima de una emboscada bien planificada y puesto que lord Sirme y yo mismo éramos los únicos que sabíamos que iba a verle esa noche, sólo cabían dos posibilidades: o bien el Ventrue estaba colaborando con los adoradores de Kupala o éstos estaban vigilando ocultos mi capilla y me habían seguido esa noche cuando me puse en camino hacia la fortaleza de lord Sirme. Ahora bien, ¿conocía lo suficientemente bien al Ventrue para jurarme a mí mismo que no era un espía entre nosotros? No, claro que no. Había sido víctima de la Dominación del Malkavian Crish en el pasado y podía seguir siéndolo ahora incluso aunque él mismo desconociese ese hecho. No obstante, lord Sirme no parecía capaz de sobrellevar la dualidad necesaria para que su engaño hubiese pasado inadvertido durante tanto tiempo. Así pues, me inclinaba a pensar que la segunda posibilidad era la más próxima a la realidad.

Habiendo llegado a esa conclusión, sólo restaba proceder con cautela. Hice dos copias de una misma misiva que serían llevadas por el ghoul de lord Sirme en primer lugar a la abadía del hermano William y luego a la fortaleza del Ventrue. En dicha carta, les explicaba detalladamente la emboscada que había sufrido esa noche, así como mis sospechas de que la capilla estaba siendo vigilada. También les comunicaba que finalmente había accedido a los consejos de nuestro Alguacil, lord Sirme, y, usando mi derecho como Príncipe de la ciudad, desde ese mismo momento declaraba una Caza de Sangre contra el Malkavian llamado Crish Competer por sus crímenes pasados y presentes contra las Leyes de Caín y, más importante aún, por ser un peligroso infernalista. Cualquier Cainita de Alba Iulia estaba obligado a seguir su pista y destruirlo en cuanto se presentase la ocasión. Asimismo, debíamos extender la noticia de sus prácticas infernalistas a otros territorios y ciudades para que no pudiese hallar refugio en ningún dominio reclamado por los descendientes de Caín.

Nada más escribir las cartas, hice que Lushkar y Eidna se reuniesen conmigo en la biblioteca de la capilla. Les hablé del intento de asesinato que había sufrido y de mis sospechas de que la capilla estaba vigilada por nuestros enemigos. A partir de ese momento, les ordenaba que debían acompañarse y protegerse mutuamente cuando saliesen fuera de la capilla. Tendrían prohibido salir más allá de las murallas de Alba Iulia, así como contactar con Cainitas que no se hubiesen presentado previamente ante mí. Por último, también les conté que había convocado una Caza de Sangre contra Crish, pero les expliqué que ellos no debían participar en ella a no ser que yo mismo les ordenase lo contrario en caso de que fuese necesario. Ambos asintieron, cada uno encerrado en sus propios pensamientos y los dejé regresar a sus estudios.

Un par de noches después, Alfredo visitó mi capilla después de su viaje a Sighisoara, a la que los colonos germanos habían llamado Schaasburg. Su rostro sombrío seguía mostrando las marcas de la Bestia en las ojeras que rodeaban el contorno de sus ojos, en sus mejillas hundidas y en sus repentinos gruñidos de disgusto. Me esperaba en medio del vestíbulo de la entrada, con los brazos cruzados sobre su pecho y una mirada intensa en los ojos. Me contó que había hablado con los Nosferatu de Sighisoara y que creía que sería provechoso para todos que forjase alianzas con ellos cuanto antes. A pesar de mis insistentes preguntas, se negó a ofrecerme más información respecto a este asunto, como si ocultase algo que él consideraba extremadamente divertido. Por mi parte, le conté que había destruido a un adorador de Kupala que había intentado asesinarme y que, en consecuencia, también había declarado una Caza de Sangre contra Crish Competer. Alfredo no pareció sorprendido por ninguno de estos dos acontecimientos, lo que despertó mis sospechas de inmediato.De hecho, el Lasombra les quitó importancia con un gesto de su mano y luego, adoptando un tono de voz más frío me comunicó que iba a emprender un largo viaje. Dicho esto, simplemente se dio la vuelta y se marchó, sin ofrecer ningún tipo de explicación ni responder a mis exigencias. Decididamente, era mejor que estuviese lo más lejos posible de mi amada ciudad.

martes, 25 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 91: LUNA SANGRIENTA


A pesar del buen tiempo, el paseo de vuelta a la ciudad no fue tan agradable como antes, ya que mi mente se hallaba sacudida por los vaivenes de una tormenta de emociones encontradas. Por un lado, me complacía haber embarcado con éxito a lord Sirme en este asunto. Desgraciadamente, dependía por completo del Ventrue en esta tarea, aunque, para mi gran fortuna, él no era consciente de ello. Si hubiese mantenido su negativa, el plan se hubiese venido abajo, pues era el único de los Cainitas de la ciudad al que le podía encargar semejante labor; ni siquiera yo, el Príncipe de Alba Iulia, podía hacerme cargo personalmente de una cuestión tan delicada, ya que siempre existía la posibilidad de que mis superiores en la jerarquía Tremere me condenasen por crear chiquillos sin permiso y liberarlos sin control. Ni el Consejero Etrius ni mi propio sire Jervais dejarían pasar una oportunidad así para aplastarme de una vez por todas. Además, el hecho de que lord Sirme se prestase a ser la mano ejecutora de este plan tenía otra ventaja añadida. El Ventrue correría con todos los riesgos y, en el peor de los casos, recaerían directamente sobre él las llamas de los inquisidores.

Sin embargo, esos mismos cálculos se disolvían como los primeros deshielos de primavera cuando me enfrentaba a la realidad moral de mis actos. El hecho ineludible es que iba a destruir más vidas humanas, como sacrificios sangrientos en nuestra guerra contra los adoradores de Kupala. Mis acciones condenarían algunas almas, obligándolas a sufrir la maldición de Caín, les ocasionaría tormentos indecibles en las expertas manos de los interrogadores de la Inquisición y también se cobraría decenas de vidas de víctimas inocentes por el camino. ¿Acaso existía otra posibilidad de actuar contra los infernalistas, pero no era consciente de ella? Era difícil tomar decisiones como esa y no sentirte asqueado al contemplar tu propio reflejo. Esta guerra sin cuartel estaba destruyéndome por dentro, transformando mis creencias morales en un desierto yermo.

De pronto, los ladridos de mi perro ghoul me sacaron de mi ensoñación. En este tramo del camino, estábamos atravesando un pequeño bosque de abedules, cuyos esbeltos troncos parecían esqueletos pálidos alzándose en la oscuridad de la noche. El rottweiler tenía el cuerpo en tensión, temblando con cada ladrido de su poderosa mandíbula y mostrando amenazador sus dientes hacia los árboles. Los guardias que me acompañaban desenvainaron sus armas de inmediato, tensos pero listos para actuar. A pesar de que el cielo estaba despejado sobre nuestras cabezas y que la media luna brillaba plaetada en los cielos, no se podía atisbar nada más allá de unos pocos metros fuera del camino. Sin embargo, utilizando mis sentidos sobrenaturales pude ver a cinco figuras de aspecto lobuno avanzando hacia nuestra dirección con el lomo casi pegado al suelo para no ser vistas desde el camino. ¡En el nombre de Caín! ¡Qué no fuesen licántropos! Tuve que esforzarme por contener la oleada de terror que sentí al rememorar mi último enfrentamiento con aquellas bestias en las afueras de Praga. Inmediatamente, desenvainé mi daga personal, cuyo filo había cubierto con una fina capa de plata desde aquel encuentro, e invoqué el poder de la sangre para que diese mayor vigor a mi cuerpo no muerto. Los guardias se interpusieron entre el camino y yo, protegiéndome con sus armas, antorchas y sus mismos cuerpos. En ese momento, los lobos se abalanzaron sobre nosotros.

Uno de ellos dio un poderoso salto que le impulsó por encima de los ghouls que me acompañaban para tratar de caer con todo su peso sobre mí. No obstante, me aparté en el último momento, descargando un golpe fugaz con el filo del cuchillo, que abrió un profundo surco de un extremo del lomo al otro. Otro lobo se abrió paso entre los guaridas y me mordió en la pierna, aunque no me causó heridas de consideración. Afortunadamente, parecía que no nos enfrentábamos a Lupinos. A mi alrededor, los guardias lucharon con valentía, destacando claramente el ghoul de lord Sirme, que demostró ser un fiero guerrero. Mas los lobos, imbuidos con una rabia homicida, lograron despedazar a dos de mis guardias a dentelladas. Mi rottweiller desgarró el cuello de uno de ellos y siguió zarandeándolo de un lado a otro incluso cuando ya estaba muerto. Por mi parte, rematé al lobo que había herido en la primera acometida y los dos guardias que me quedaban y el ghoul de lord Sirme masacraron a dos más.

A nuestras espaldas, una nueva figura salió de la oscuridad del bosque, cargando directamente hacia nosotros. A pesar de que no la pude ver bien antes de tenerla encima, pude atisbar que lucía una armadura de cuero y tachones de metal y que estaba armada con un hacha de batalla. Con una velocidad sobrecogedora, lanzó contra mí su primer golpe, abriéndome el pecho y el vientre y dejándome gravemente herido en el suelo en cuestión de simples segundos. Intentando contener las oleadas de dolor, cubrí con mi mano izquierda el tajo del vientre para impedir que se me escaparan las vísceras. El segundo ataque del desconocido fue tan preciso y demoledor como el primero, mas esta vez decapitó a uno de mis guardias. Con un tercer golpe, le cortó al otro el brazo izquierdo casi a la altura del codo.

La situación era muy apurada. Mi perro se abalanzó sobre él y le hizo pequeñas heridas en una de sus rodillas. El misterioso Cainita que nos atacaba volvió a alzar su hacha para destruirme, mas la espada del ghoul de lord Sirme paró varias veces sus acometidas con una precisión mortal. El guardia herido que me quedaba quebró el cráneo del último lobo con un golpe afortunado de su maza de hierro. Nuestro atacante volvió a elevar su hacha, hundiéndola profundamente en la espalda de mi perro, que cayó fulminado al suelo entre gemidos de agonía y dolor.

Usé esos instantes para hacer que mi sangre restañase las heridas que me había causado con su primera acometida, pero el hacha de nuestro enemigo volvió a descender con otro golpe feroz, hundiéndose dolorosamente en mi hombro izquierdo y rompiendo todos los huesos y cartílagos que encontró a su paso. Apenas me quedaba sangre para proseguir la lucha y mis heridas me provocaban un suplicio inimaginable. Durante unos instantes, la Bestia rugió desde las profundidades más oscuras de mi alma. Alcé la vista y vi que el ghoul de lord Sirme estaba tan gravemente herido como yo. No quedaba tiempo. Permití que la Bestia rompiese sus cadenas, arrojando mi propio cuerpo contra el Cainita mientras aullaba con salvajismo desenfrenado.

Cuando recuperé el control de mis actos, estaba bebiendo la sangre que manaba de uno de los guardias que habían tratado de protegerme hasta su propia muerte. Continué bebiendo hasta saciarme por completo y luego miré a mi alrededor. Los restos del Cainita yacían en el suelo pudriéndose lentamente, mientras que su cabeza permanecía alejada de la masacre, a una docena de pasos de distancia, con el cuello desmembrado. En la oscuridad del bosque, una sombra llamó mi atención de inmediato. Era el ghoul de lord Sirme, que aguardaba a distancia segura a que volviese a recuperar por completo el control de mis actos. Cojeando dolorosamente, se acercó a mí en silencio. Le dí a beber mi sangre para que sanase sus heridas más graves y ambos deshicimos el camino de regreso a Alba Iulia tan rápido como pudimos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 90: UNA ESTRATEGIA ARRIESGADA


 No pasó mucho tiempo desde que hubiese comunicado la presencia de Eidna en Alba Iulia al hermano William y a lord Sirme, cuando el Ventrue me escribió una misiva para solicitarme que nos reuniésemos en su antigua fortaleza fuera de la ciudad, donde se había vuelto a establecer para buscar personalmente cualquier rastro que pudiese conducirnos tras la pista de los adoradores de Kupala. Decidí aceptar su petición, pues había ideado un nuevo plan contra nuestros enemigos y deseaba compartir con él en persona los detalles.  Deseando disfrutar de una noche primaveral tan apacible como aquella, me dirigí andando hasta allí acompañado de cuatro soldados armados y de un perro, de raza rottweiler, al que había convertido en ghoul recientemente. Durante aquel corto trayecto, no sufrimos ningún percance ni incidente; es más, pude comprobar con satisfacción que las autoridades de la ciudad se habían puesto manos a la obra para restaurar los viejos caminos tras las tormentas de las últimas semanas.

Lord Sirme me aguardaba en el patio de su fortaleza y me condujo hasta un salón adornado por bellos tapices y la cabeza disecada de un venado de tamaño descomunal. Cuatro antorchas iluminaban la sala, mientras que la chimenea permanecía apagada. Tras sentarnos en la mesa principal, lord Sirme me pidió que tomase medidas más activas contra los seguidores de Kupala. En concreto, sospechaba que Crish era el líder local del culto y deseaba que convocase inmediatamente una Caza de Sangre contra el Malkavian para erradicar de una vez a nuestros enemigos ahora que habíamos mermado su influencia entre los mortales. Por supuesto, no se tomó a bien mi negativa. No obstante, me escuchó con atención cuando le expliqué que mi intuición me decía que Crish no era la fuente de la putrefacción, sino un lacayo enviado simplemente para espiarnos. Con el tiempo, el Malkavian cometería algún error y nos conduciría sin saberlo hasta sus cómplices. Ese sería el momento más eficaz para asestar el golpe definitivo. Hasta que llegase ese momento, debíamos ser pacientes y jugar a este macabro juego del gato y el ratón. Lord Sirme pareció decepcionado ante mi falta de belicosidad, mas aceptó mi autoridad como Príncipe de Alba Iulia.

Por otra parte, compartí con él una nueva estrategia que había estado ideando en las últimas noches. Pese a que esperábamos haber mermado la influencia del culto de Kupala entre los mortales con nuestras recientes acciones, era lógico pensar que con el tiempo tratarían de restablecer sus fuerzas a pesar de nuestra constante vigilancia. También era obvio razonar que tarde o temprano tendrían éxito a pesar de nuestra influencia, ya que no podíamos vigilar en todas las direcciones al mismo tiempo. Por lo tanto, deberíamos implicar a otros jugadores en este juego. Lord Sirme estuvo intrigado de inmediato por el curso que tomaría mi argumentación y me preguntó con evidente interés en quién estaba pensando. Le respondí sereno que en la Inquisición. Durante unos instantes, permaneció en silencio pensando en el peso de mis palabras. Se decía que la Inquisición había descubierto la presencia de los Cainitas durante la Cruzada Cátara en el sur del reino de Francia, tomándonos por demonios al servicio de Satanás para corromper a los buenos cristianos. Por ello, habían extendido sus actividades a todos los reinos donde la Iglesia romana tenía una presencia significativa y, en consecuencia, numerosos Cainitas habían ardido convirtiéndose en víctimas de su cruzada sagrada.

Tratando de mostrarse indiferente, lord Sirme me recordó que yo siempre me había mostrado contrario a intervenir en los asuntos de las autoridades eclesiásticas desde nuestro desencuentro con la Orden Teutónica y que sólo había concedido un permiso excepcional en esa dirección al hermano William. A pesar del tono neutro y medido de su voz, pude reconocer en sus palabras el peso de la envidia y del recelo. Ambos nos miramos a los ojos con frialdad. Le respondí que efectivamente así había sido, ya que desde que había sufrido en mis propias carnes el poder de lo divino en Praga, recelaba de cualquier implicación Cainita en los asuntos religiosos. No obstante, el culto de Kupala era un adversario cuya amenaza podría sobrepasarnos si volvíamos a permitir que recuperase sus fuerzas. Además la Inquisición se había especializado en capturar, interrogar y destruir a todo tipo de  brujos, demonios y descendientes de Caín, lo que la convertía en una herramienta muy eficaz para nuestros propósitos.

La sinceridad de mis argumentos hizo que lord Sirme dudase, preguntándome cómo esperaba que los inquisidores se mantuviesen tras la pista de nuestros enemigos y no persiguiéndonos a nosotros. Había llegado al quid de la cuestión. Armándome de paciencia, le expliqué que esperaba que una persona leal a mi persona crease un chiquillo cada dos o tres meses y los abandonase con poca sangre en sus cuerpos cerca de una iglesia o de algunas aldeas. Eso bastaría para alarmar a las autoridades eclesiásticas locales, que con toda seguridad pedirían ayuda a los arzobispados más cercanos. Cuando los inquisidores llegasen a Alba Iulia, encontrarían pistas dejadas por nosotros que les conducirían al culto de Kupala. El plan no estaba exento de riesgos, cierto, mas si lo ejecutábamos con discreción, saldríamos bien parados.

El Ventrue se puso de pie y caminó por el salón con aire pensativo. El deseo de exterminar a nuestros enemigos había arraigado con fuerza en él, convirtiéndose en una pequeña pero creciente obsesión como me había sucedido también a mí mismo, pero aún así, mi atrevido plan seguía causándole numerosas dudas. Me miró de nuevo, intentando averiguar mis intenciones y me preguntó con crecientes sospechas quién sería el Cainita que crearía a esos chiquillos destinados irremediablemente a la destrucción. Le respondí impasible que esperaba que fuese él. Eso provocó una sincera carcajada de incredulidad que resonó por todo el salón y que no pudo eliminar la gravedad de nuestra conversación.

Tal y como esperaba, la siguiente reacción de lord Sirme fue negarse en ocuparse de una tarea tan indigna. Su sangre era muy valiosa, me dijo, hasta el punto que aún no había hallado un mortal digno de perpetuar su linaje. ¿Cómo podía esperar que la derrochase de esa forma? Él no era un plebeyo hambriento que se viese obligado a abandonar en el bosque a sus descendientes para comer en invierno. Muy al contrario, descendía de un clan cuyo linaje se remontaba al principio de los tiempos, cuando el propio Antediluviano Ventrue eligió a sus primeros chiquillos de entre las familias más nobles y destacadas de la Segunda Ciudad. ¿Cómo me atrevía a pedirle que cubriese de infamia ese legado? ¿Cómo iba a conocer un Tremere, aunque fuese uno tan sabio como yo, el peso de una tradición milenaria que convertía a los Ventrue en los líderes naturales de todos los descendientes de Caín?

El fuego de su enfado se fue apagando por sí mismo a medida que terminaba su evocador discurso. Pese a que había argumentado con una oratoria muy convincente y cargada de una emoción contagiosa, estaba preparado para su negativa y esperé pacientemente a que se calmara antes de volver a hablar. Le dije que él era el único Cainita en cuya lealtad confiaba plenamente y el único que podría ser lo bastante fuerte para soportar una carga tan grande sobre sus hombros. Aunque su orgullo se sintió halagado, continuó negando con la cabeza. Además, añadí, no pensaba dejar sin recompensa su lealtad y estaba dispuesto a usar todos los recursos a mi alcance, dentro y fuera del clan Tremere, para acabar con su sire Nova Arpad una vez que hubiésemos erradicado al culto de Kupala en nuestra ciudad. El rostro de lord Sirme adoptó una actitud sombría. Había jurado públicamente que destruiría su sire, mas ella jugaba un papel muy destacado en los planes que tenían reservados para Transilvania los Señores Orientales, por lo que destruirla se convertiría en una hazaña tan imposible como los trabajos de Hércules. Sin embargo, la implicación de los Tremere podría ser el principio del fin de la Princesa de Medias, por lo que lord Sirme aceptó a regañadientes lo que le proponía. Como medida de seguridad ante los acontecimientos que íbamos a desencadenar a partir de ese instante, decidimos comunicarnos a partir de entonces únicamente por cartas entregadas durante el día por nuestros criados de mayor confianza.

Tras nuestro acuerdo, lord Sirme me ofreció la hospitalidad de su hogar para descansar hasta la noche siguiente, pero rechacé su generosidad con la idea de volver cuanto antes a mi capilla, donde meditaría acerca de los detalles del plan. Sin embargo, el Ventrue eligió a uno de los ghouls que llevaba más tiempo a su servicio para que me diese escolta hasta llegar a la ciudad. Me había convertido en un aliado muy valioso para él y estaba claro que deseaba tomar todas las precauciones necesarias para garantizar mi seguridad. 

viernes, 21 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 89: EIDNA


Transcurrieron dos semanas después de mi última conversación con el Lasombra Alfredo. Tal y como estaba planeado, una sangrienta banda de "forajidos" asaltó las aldeas y los campos circundantes, robando y matando a placer. Sus fechorías terminaron después de doce días de terror cuando la guardia de Alba Iulia dio con el refugio en el que se escondían, aunque esos bellacos lucharon con brío para intentar escapar de los guardias. Después de un juicio extremadamente rápido dada la magnitud de sus crímenes, las autoridades mortales de la ciudad ordenaron ahorcar a los supervivientes de la refriega en la plaza del mercado, como advertencia para otros ladrones y alimañas de baja estofa. El pueblo llano lanzó numerosos vítores de aprobación. "La justicia triunfaba de nuevo", pensé con mordaz ironía cuando se me comunicó la noticia.

La misma noche en que fueron ahorcados aquellos hombres, se produjo un incendio en los barrios pobres de la ciudad que no se extendió al resto de Alba Iulia porque milagrosamente llovió con fuerza sobre la ciudad poco después de que hubiesen consumido una decena de casas. Hubo muchos rumores acerca del origen del incendio. Aunque la guardia de la ciudad dictaminó que el incendió lo había provocado un fuego descontrolado en una panadería, hubo quien aseguraba que la culpa era de una prostituta que había sido amante de uno de los bandidos, que intentaba cobrarse así su venganza contra la ciudad que había ajusticiado a su amado. En cualquier caso, el fuego causó muchos muertos y decenas de heridos. Muchos más perdieron sus hogares y sus escasas pertenencias, aunque las iglesias abrieron sus puertas a las familias de los desfavorecidos para que tuviesen cobijo frente a las frías lluvias de primavera. Esperaba que tanto sufrimiento no hubiese sido en vano.

Algunas noches después de dichos acontecimientos, la nueva aprendiz de mi sire Jervais se presentó para unirse a las filas de nuestra capilla. Tenía el aspecto de una anciana de pelo blanco recogido en un moño, piel arrugada, ojos grises e iba vestida de negro de los pies a la cabeza, como lo haría cualquier viuda en estas tierras. Pese a la aparente decrepitud de su cuerpo, Eidna poseía una mente lúcida y despierta, capaz incluso de recordar los detalles más insignificantes. Había alcanzado recientemente el séptimo círculo entre las filas de los aprendices Tremere, lo que indicaba que sus conocimientos y su dominio de la taumaturgia eran ligeramente superiores a los de mi chiquillo Lushkar.

Tras ofrecerle la debida bienvenida y mostrarle la capilla que sería su nuevo hogar, mantuve con ella una tensa conversación. Le dije que esperaba que el hecho de ser hermanos de sangre del mismo sire no originase en ella falsas esperanzas. Mientras estuviese en Alba Iulia, obedecería mis órdenes como lo haría cualquier Aprendiz respecto a su Regens. Por otro lado, también le expliqué sin acritud que no tendría ningún trato de favor. Mediría con frialdad sus progresos frente a los de Lushkar y, llegado el caso, si sus méritos la encumbraban por encima del séptimo círculo, recomendaría su ascenso para que pudiese fundar su propia capilla donde la Casa Tremere considerase necesario para sus intereses. Eidna se mostró humilde y reservada en todo momento, como se espera de todo Aprendiz Tremere, y no mostró ninguna oposición a mis estrictos mandatos. Sabía bien que la protección que le brindaba nuestro sire no la escudaría si cometía una desobediencia flagrante del protocolo de la Casa Tremere.

Le concedí el cuarto vacío que había ocupado en el pasado Gardanth. Eidna reparó de inmediato en la cruz de madera que colgaba en la pared cuando entramos, mas no me hizo ninguna pregunta. Era una aprendiz muy lista. Y muy peligrosa. Estaba convencido de ello. Seguramente, haría algunas preguntas discretas a los criados y tal vez puede que incluso al mismo Lushkar. Dejé que se instalase cómodamente en sus aposentos y salí a buscar a mi chiquillo y a mi ghoul Irena. Pese a que ya les había advertido de que durante un tiempo indefinido la capilla acogería a una espía en la que no debíamos confiar, resolví que sería sabio repetirles de nuevo mis advertencias.

jueves, 20 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 88: LA SORPRESA DE ALFREDO


A primera hora de la noche siguiente, mi criada Irena me avisó de que lord Sirme esperaba en el vestíbulo de la capilla para hablar conmigo. No queriendo hacerle esperar innecesariamente, fui al encuentro de mi Alguacil. El Ventrue y yo acordamos cuáles serían nuestros próximos pasos a partir de esta misma noche. Él usaría su Dominación sobre un grupo de mercenarios para que asaltaran las aldeas vecinas a Alba Iulia, saqueando y matando si fuese necesario. Entretanto, sus criados se encargarían de provocar nuevos incendios en los barrios más pobres de la ciudad, donde el hermano William insistía en que había indicios que delataban la presencia de los adoradores de Kupala. Una vez que nuestros "forajidos" hubiesen provocado suficientes daños en las aldeas y pueblos del campo, lord Sirme se encargaría de hacer los arreglos oportunos para que los guardias de la ciudad los apresasen y los ahorcasen públicamente. De esta forma, esperábamos debilitar las fuerzas de los infernalistas en los campos, restaurando con dureza el orden y borrando en el proceso toda huella de nuestra intervención.

Concluida nuestra entrevista, lord Sirme partió para cumplir mis instrucciones y yo regresé a mis aposentos. Deseaba refugiarme en la meditación para descansar y olvidar que, a pesar de mis órdenes, al día siguiente morirían decenas inocentes sólo para eliminar a los adoradores de demonios que se escondían entre ellos. ¿El fin justificaba los medios como tantas veces había afirmado mi sire Jervais? ¿Habría otro camino para salvar a mi ciudad de la corrupción de Kupala? Si era así, no lo percibía. Por un lado, presentía que esa ceguera moral estaba arruinando todos los proyectos que había ideado para Alba Iulia. Sin embargo, por otro lado, permanecer impasible sólo provocaría que la podredumbre del demonio se extendiese más y más, hasta llegar a un punto en el que ya no podría hacerse nada para salvar nuestras almas. 

Mis reflexiones fueron nuevamente interrumpidas esa noche cuando Irena volvió a mis aposentos para anunciar que había un visitante inesperado en el vestíbulo de la capilla. Esta vez se trataba de Alfredo. Intrigado, salí de mis aposentos y me reuní con el Lasombra en el mismo vestíbulo. Alfredo tenía un aspecto raro, tenebroso incluso. Se movía constantemente, incapaz de permanecer ni un solo instante en el mismo lugar. Su voz estaba cargada de odio y, mostrando un gran falta de respeto y cortesía, gruñía malhumorado. ¡Incluso las sombras de aquella antesala parecían retorcerse y palpitar con vida propia, en respuesta a su ira! Obrando con toda la cautela posible, no me alejé de la puerta que daba acceso al interior de la capilla ni del resorte que activaba la trampa que haría caer al Lasombra sobre un foso lleno de estacas de madera. Ciertamente, el Cainita que tenía ante mí apenas se asemejaba a la persona a la que había dado permiso para residir en Alba Iulia.

Alfredo quiso, no, no quiso, exigió que le dijera cuáles eran mis planes respecto a los seguidores de Kupala y me exhortó a que procediera contra ellos con la mayor de las urgencias. No percibí amenaza alguna contra mí en sus palabras, aunque existía una pesada tensión en ellas. Procurando no amedrentarme ante él, le contesté que ya se habían dado los pasos necesarios y que pronto darían fruto, pero que no iba a explicárselos porque aún no era merecedor de mi confianza. Mi respuesta no pareció ser de su agrado, mas no dijo nada y siguió moviéndose nervioso de un lado a otro, gruñendo para sí. Observándolo mejor pude percatarme de la causa de su agitación: estaba sucumbiendo ante la Bestia Interior que acecha dentro de cada descendiente de Caín. Había que alejarlo de Alba Iulia antes de que perdiese toda la razón. De repente, se detuvo de golpe al sentir crujir una de las tablas de madera. Miró al suelo y luego alzó su mirada hasta mí, sospechando en el acto lo que podría sucederle. El miedo lo serenó, permaneciendo quieto y alerta a mis movimientos.

Por fortuna, dí con la excusa perfecta para alejarlo de mi ciudad. Diciéndole que le ofrecería la oportunidad de remendar la humillación de las noches pasadas, le sugerí que viajase hasta Sighisoara, llamada Schaasburg por los colonos germánicos. Allí debería hablar con los Nosferatu que gobernaban la ciudad para conseguir apoyos contra los adoradores de Kupala o, en su defecto, averiguar información útil que pudiésemos utilizar en nuestra pugna. Para ayudarle en esa misión, le expliqué lo que le había sucedido al Nosferatu que había sido nuestro prisionero en la capilla hacía más de un siglo y que luego había capturado la Princesa Nova Arpad cuando usé a un mortal para transportarlo a Sighisoara. También le hablé a Alfredo del misterioso ataque que sufrí tiempo después a manos de dos Nosferatu en las calles de Alba Iulia.

El Lasombra escuchó con atención todo lo que le expliqué, sin perder detalle y, pese a que seguía malhumorado, la posibilidad de enfocar sus energías en una tarea concreta pareció revivir su raciocinio por encima de los salvajes instintos de la Bestia Interior. Me prometió que tendría éxito en la tarea que le había encomendado. Por supuesto, antes de desearle buena suerte le sugerí que sospechaba que tendría más éxito si acudía en su propio nombre en lugar de en él mío. Una sonrisa salvaje pero controlada afloró de inmediato en el rostro de Alfredo, que estuvo de acuerdo en ese último consejo.

Me sentí mejor inmediatamente después de que el Lasombra se marchase de la capilla. Su presencia me había puesto nervioso y en ese estado no podría meditar hasta alcanzar los niveles superiores de concentración mental, por lo que me encerré en mi laboratorio alquímico para avanzar en los experimentos de los últimos meses. Fui interrumpido una vez más, esta vez por Lushkar. Decía estar preocupado por Gardanth, puesto que no le había visto desde su visita de anoche y ni el hermano William ni yo le habíamos contado ninguna novedad sobre él. En su voz percibí un rastro de celos, como yo mismo los había experimentado más de una vez cuando todavía era el aprendiz menos aventajado de los que estaban al servicio de mi maestro Jervais. Mentí a Lushkar diciéndole que Gardanth había fracasado nuevamente en sus tareas al servicio de la Casa Tremere y que por ello me había visto obligado a enviarlo a un largo viaje en el que sería destruido con total certeza. A continuación le advertí que ese mismo castigo podía pasarle a él, o incluso a mí, si alguno de nuestros superiores en la Casa Tremere así lo deseaba. Una vez que hubo pasado el tiempo suficiente para que tomase consciencia de la gravedad de lo que le había dicho, le pedí que fuese mi ayudante en los experimentos que estaba poniendo en práctica. Él aceptó de inmediato y, como un padre trabajando con su hijo, compartí los secretos del saber de la alquimia con mi chiquillo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 87: EL DOLOR DE LA PARTIDA


Las siguientes noches transcurrieron con una tranquilidad sobrecogedora. Las lluvias de las tormentas anteriores dejaron paso a días soleados y noches apacibles. En los campos de toda la región de Valaquia los campesinos comprobaron para su consternación que el mal tiempo había arruinado la mayor parte de las cosechas, lo que provocaría hambrunas y el aumento del precio de los alimentos en los próximos años. Por sugerencia mía, los comerciantes de Alba Iulia empezaron a comprar y almacenar cereal de otras regiones de Hungría e incluso de los reinos vecinos. Con sus reservas la ciudad se protegería de los peores efectos de las hambrunas y obtendría en el proceso generosos beneficios cuando comerciase con sus ciudades hermanas.

No obstante, sentí una gran angustia durante las siguientes noches, percibiendo toda la crueldad de la que podía hacer uso el Destino. Había apartado de mi lado a la única mujer por la que había sentido un afecto real para evitarle cualquier sufrimiento y, al hacer eso, había provocado involuntariamente que otro Cainita la convirtiese en uno de los nuestros. La ironía de aquella broma cósmica dejaba un regusto amargo en mi paladar y me volví loco al pensar en los padecimientos por los que ella habría pasado. ¿Quién habría sido el causante de su desgracia? Dragomir había dicho que era un Ventrue del linaje de los Arpad. Pero, ¿quién? Esa pregunta volvía una y otra vez a mi mente, como si al conocer su identidad pudiese salvar el alma de la joven que había conocido en Buda-Pest de la condenación eterna. ¿Fue el terrible Bulscu? ¿Vencel Rikard? ¿Su hermano Geza? Mi imaginación me mortificaba dejándola indefensa en las nauseabundas manos de Roland, esclavizada para toda la eternidad como dama de compañía de la Princesa Nova Arpad o destruida por la ardiente venganza de Dominico de Cartago. ¡Mi pobre Sherazhina! ¿Qué es lo que te han hecho? Te han quitado toda la vida y han condenado tu alma para convertirte en la parodia de un ser humano, para transformarte en un monstruo sediento de sangre, dolor y muerte. ¡Yo soy el culpable de tu desgracia!

En numerosas ocasiones, me tentó la idea de averiguar esas respuestas por medio de lord Sirme. Utilizándolo de intermediario, podría averiguar dónde se hallaba Sherazhina. Incluso podría ayudarme a rescatarla de las garras de su sire, quienquiera que fuese. Debía hacer algo para atajar toda aquella culpa. Sin embargo, cuando la tentación perdía su fuerza, me daba cuenta de las nefastas consecuencias que ocasionarían mis actos. Ella podía no desear que la rescatasen, ya fuera porque estuviese esclavizada al poder de los Juramentos de sangre o bien por su libre decisión, y esa duda derrumbaba todas mis fuerzas. Además, mis acciones podrían ponerla en peligro, tal vez incluso costarle la muerte definitiva si erraba en mis cálculos. Mi alma no podría soportar fallarle de esa forma. No, era mejor para todos que me olvidase de su recuerdo, liberándolo como un ave cautiva que se ve libre de la jaula que la impide volar.

Irena, la única de mis criados mortales que tenía permiso para entrar en mis aposentos, interrumpió una de aquellas noches mis pensamientos para comunicarme que un Cainita aguardaba en el vestíbulo de la capilla a que lo recibiese. Era Crish. ¿Qué se proponía ahora ese traidor? Sin duda, debía ser consciente de que sospechaba que era un adorador de Kupala. ¿Para qué deseaba entonces hablar conmigo? Le mandé a Irena que fuese a avisar a Lushkar y que mi aprendiz le comunicase a Crish que me vería con él en la posada del Gallo Dormido. Lushkar así lo hizo, pero trató de convencerme para que le permitiese acompañarme, aunque yo me negué. Uno de nosotros debía custodiar constantemente la capilla.

Sin perder el tiempo, me dirigí a la posada. Crish me estaba esperando, sentado en una mesa apartada de los mortales que tomaban los últimos tragos de cerveza antes de volver a sus lechos. Nuestra conversación estuvo cargada de tensión. Me hizo preguntas acerca de Alfredo, lord Sirme, Goratrix, la Casa Tremere y mis heridas. Parecía estar tanteándome e intentando obtener de mí información útil, pero carecía de la astucia y la sutileza que mi sire Jervais y Myca Vykos dominaban tan soberbiamente. Mientras respondía con evasivas a sus preguntas, me tentó la idea de convocar una Caza de Sangre contra él, mas era demasiado pronto. Estaba convencido de que Crish sería la llave que me conduciría al culto de Kupala si le permitiría sentirse seguro durante un tiempo prolongado. Finalmente, el Malkavian se despidió de mí y se marchó. Temiendo una trampa, o un nuevo intento de asesinato, subí al piso superior del Gallo Dormido y allí realicé el ritual del Paso Incorpóreo. Una vez que mi ser hubo perdido toda su materialidad, crucé las paredes del edificio y de las casas vecinas, hasta regresar a la seguridad mi capilla.

Esa misma noche mi chiquillo Gardanth volvió de su estancia en la abadía del hermano William. Vino a verme a mis aposentos para comunicarme que había hablado largo y tendido con el Capadocio. Esas conversaciones debieron haber sido de gran importancia para él, porque parecía más sereno que nunca. A continuación Gardanth me pidió permiso para emprender un largo viaje. Sus palabras no ocultaban el hecho de que no pretendía regresar jamás, ni tampoco deseaba volver a tener noticias del monstruo que lo había convertido en el ser maldito que ahora era. ¡Maldito fuera mil veces William! ¿Qué le había dicho? Le había enviado a mi chiquillo para que lo consolara, no para que lo convenciese de huir. ¿Es que Gardanth no entendía que se convertiría en un traidor para la Casa Tremere? Mi chiquillo me miró suplicante en silencio. Eso hizo que los gritos de mi Bestia Interior perdiesen sus fuerzas. Lo había condenado contra su voluntad, como le habría sucedido a Sherazhina. Por primera vez en mucho tiempo, me quedé mudo por la emoción... y luego lo dejé partir en busca de su destino. De este modo, tal vez mi chiquillo pudiese encontrar la paz que tanto ansiaba. Quizás así incluso yo pudiese realizar un acto bondadoso después de tanta maldad.

martes, 18 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 86: DRAGOMIR BASARAB


 De nuevo en Alba Iulia, reuní a mis chiquillos y aprendices, Lushkar y Gardanth, para examinar sus progresos personales así como para realizar una inspección de la capilla antes de que Jervais enviase a su espía. Para mi gran regocijo, comprobé que Lushkar había realizado numerosos avances en las artes de la Taumaturgia y que sus estudios del mundo invisible avanzaban a buen ritmo. Pronto lo introduciría en los misterios del sexto círculo de iniciación. Gardanth era un caso aparte. Obedecía las órdenes de mala gana, pero no mostraba ningún interés en el aprendizaje ni en los estudios que debía cursar todo aprendiz de la Taumaturgia. Me temía algo así. Durante nuestro reciente viaje a Ceoris, había observado con consternación su conducta reservada y el tiempo que dedicaba a la oración todas las noches. Su mente no aceptaba el cambio en su cuerpo y en su alma, por lo que estaba fracasando como aprendiz de la Casa Tremere. Ya le había dado mucho margen para que aceptase su nueva condición. ¡Incluso le había concedido un tiempo considerablemente mayor que el que me ofreció a mí Jervais en su momento! ¿Hasta cuándo me seguiría decepcionando ese desagradecido?

Sospesando todas las opciones y tras inspeccionar toda la capilla e interrogar a los criados, decidí escribir una misiva a la única persona que conocía con la suficiente autoridad moral para consolar y juzgar el alma de mi amargado chiquillo. En mi misiva, le pedía al hermano William que hablase con Gardanth y aliviase sus preocupaciones espirituales, ya que yo mismo me sentía incapaz de auxiliarle en el tránsito a su nueva no vida. Gardanth tenía mi permiso para quedarse en la abadía todo el tiempo que fuese necesario hasta que estuviese restablecido, pero le pedí al Capadocio que se esforzase por romper la melancolía de mi chiquillo o, de lo contrario, como su sire me vería obligado a destruirlo para poner fin a sus penas. Una vez escrita la carta, ordene a Gardanth que se la llevase personalmente al hermano William esa misma noche. Cuando se hubo marchado, consulté mis diarios y todas mis anotaciones personales, buscando cualquier cosa sobre el culto de Kupala que se me hubiese pasado inadvertida en el pasado, mas fue una búsqueda fútil.

A la noche siguiente, mi criada Irena me informó que había llegado una misiva para mí por la mañana. Estaba  escrita por el hermano William. En ella me comunicaba que Zelios le había escrito y que le había contado que aún quedaba una fortaleza en la que grabar sus runas. La fortaleza en cuestión se hallaba a poca distancia de nuestra ciudad, por lo que debíamos encargarnos de hacerlo inmediatamente ya que el Nosferatu aseguraba que nos estábamos quedando sin tiempo. Por tanto, el hermano William me pedía que fuese a buscarlo a la abadía y que partiésemos juntos a labrar las runas que faltaban. Por último, el Capadocio también me decía que Gardanth había llegado sin incidentes a la abadía y que le ofrecería toda la ayuda que estuviese en su mano. Dejando a un lado la misiva, salí de mis aposentos para informar a Lushkar que estaría fuera de la ciudad unas noches y que él volvería a estar al mando de la capilla hasta mi regreso.

Fuera de los acogedores muros de la capilla, el tiempo era extremadamente tormentoso. Los vientos y la lluvia azotaban todo a su paso. Los nubarrones ocultaban la luna y las estrellas, pero iluminaban la noche con sus amenazadores rayos. Daba la sensación de que el cielo se derrumbaría en cualquier momento sobre nuestras cabezas. Sin perder el tiempo, forcé a mi montura todo lo que pude para llegar a la abadía del hermano William, que me estaba aguardando junto bajo el portal de la abadía. El Capadocio me explicó que la fortaleza en cuestión estaba en el feudo de los Basarab. Recordaba bien que ese era el feudo que gobernaba la familia de Sherazhina, la muchacha que había rescatado en el mercado de esclavos de Buda-Pest hacía más de un siglo. Recordé su mirada traicionada cuando la obligué a alejarse de mí por temor a que le ocurriese algún mal en mi compañía. Tuve que hacer un gran esfuerzo por apartar de mi mente las preguntas que me asediaban interrogándome por saber cuál habría sido su destino y centrarme en el grave asunto que teníamos entre manos. En condiciones normales podríamos llegar cabalgando en un par de horas, mas los dos teníamos bien presente que la tormenta haría que tardásemos el doble de ese tiempo. Así pues, no nos demoramos más y partimos de inmediato.

Siguiendo las instrucciones de un ajado mapa del hermano William y preguntando algunos aldeanos a lo largo de nuestro viaje, dimos con un sinuoso sendero en las montañas que ascendía hasta dar a una sombría fortaleza de numerosas torres. Un minúsculo punto de luz delataba la presencia de habitantes en su interior. Al acercarnos, pudimos comprobar el estado ruinoso en el que se hallaba el castillo, así como la falta de guardias vigilando sus muros. Llamamos a la puerta varias veces, mas no obtuvimos respuesta alguna. Decidimos abrir el portón. Inseguros, el hermano William y yo entramos en el interior para cobijarnos de la lluvia. Pronto nos dimos cuenta de que un Cainita nos estaba observando desde una galería en el piso de arriba. Vestía con las típicas y ostentas vestimentas de los nobles de la región, aunque el tejido parecía viejo y descolorido. El extraño tenía el pelo moreno, la tez pálida y los ojos verdes. Sentí un escalofrío al reconocer la semejanza de sus rasgos con los de Sherazhina Basarab. El dueño de la fortaleza debía ser uno de sus familiares y, no sólo eso, también era un Cainita como nosotros.

Tras preguntarnos quiénes éramos, consintió en recibirnos en el salón principal del castillo. El Cainita se comportaba de forma extremadamente incoherente, experimentando cambios repentinos de humor. Durante unos instantes, incluso creí que padecía el mismo mal que afectaba al Malkavian Octavio porque nos hacía preguntas que luego parecía olvidar y las volvía a preguntar de nuevo más tarde. En su locura, incluso llegó a confesar que había cometido Amaranto sobre su abuelo, por considerarlo demasiado débil. Una mirada del hermano William me bastó para comprobar que él también estaba igual de nervioso que yo ante el rumbo que estaba tomando la conversación. Al final, después de mucho insistir, nos concedió su permiso para gravar las runas.

Temiendo que volviese a cambiar de idea, corrí hacia las murallas de inmediato y tallé las runas siguiendo las instrucciones que Zelios había dejado por escrito para nosotros. El hermano William no se separó de mí en todo el proceso, al igual que nuestro anfitrión, que nos observaba con una extraña mezcla de curiosidad y desidia. Una vez que las runas estuvieron inscritas, brillaron con un extraño fulgor carmesí que se desvaneció lentamente. Al mismo tiempo, la lluvia y el viento comenzaron a amainar casi de inmediato. Los nubarrones del cielo se deshicieron perezosamente hasta el punto de que llegamos a atisbar algunas estrellas. Fuera cual fuese la magia telúrica que estaba usando Zelios, estaba dando resultado.

Tanto William como yo tardamos unos instantes en darnos cuenta de que el dueño del castillo yacía en el suelo de piedra del muro, en un estado completamente inconsciente. ¿Había sucedido como consecuencia de la magia de las runas? ¿Quería decir eso que Kupala también había ejercido su perniciosa influencia sobre él? Entre los dos, lo llevamos hasta el gran salón, sentándolo en una de las sillas de madera. Cuando el Cainita se recuperó, su mente no tenía ningún recuerdo de lo que había pasado esa noche, al igual que le había pasado a Octavio, recordé alarmado. Por fin, el Cainita nos reveló su nombre: Dragomir Basarab, del clan Tzimisce. Reconocí su nombre de inmediato. Era el hermano de Sherazhina. Experimenté una gran inquietud al imaginarme lo que podría haberle echo ese monstruo enloquecido. Decidí averiguar la verdad ye intentar destruirlo en el acto si había osado hacer daño a su propia hermana.

La mente de nuestro anfitrión estaba tan confusa que pensaba que aún nos encontrábamos en el siglo XII. Con paciencia, el Capadocio y yo volvimos a presentarnos, le explicamos por qué estábamos allí y en qué año nos encontrábamos. Aprovechando su confusión mental e ignorando la mirada atónita del hermano William, le pregunté a Dragomir por el sino de su hermana Sherazhina. Sus ojos se abrieron de inmediato. Con voz malhumorada, nos explicó que su abuelo había oído que un Ventrue del linaje de los Arpad había ultrajado el honor de los Basarab y la había convertido en Cainita sin su permiso. Sentí una punzada de ira. Quería hacerle muchas más preguntas, pero no podíamos permanecer más tiempo del necesario en ese castillo, ya que Dragomir podría volver a recaer en la locura en cualquier momento, y partimos de inmediato con sus bendiciones aprovechando que aún quedaban varias horas de noche. 

Para nuestro gran alivio, habíamos escapado del alcance de Dragomir Basarab antes de que nuestra sangre despertase su sed y habíamos finalizado la jaula mística que encerraba a Kupala. Pasamos las horas del día encerrados en la inmunda cabaña de unos ganaderos y, a la noche siguiente, regresamos a Alba Iulia.

lunes, 17 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 85: LOS ERRORES DE ALFREDO


 Abandonamos Ceoris al despertarnos a la noche siguiente. Nuestros criados habían recibido instrucciones mías para que hiciesen todos los preparativos necesarios para el viaje de regreso a Alba Iulia. Antes de partir, entregué una misiva a uno de los siervos de Ceoris y usé mi Dominación para que se la entregase directamente a mi sire Jervais. En ese escrito, le comunicaba que la fuerza de ciertos acontecimientos me obligaban a regresar a Alba Iulia antes de lo previsto, por lo que debía partir sin demora. En cualquier caso, le aseguraba que mi capilla estaría lista para recibir a su nueva chiquilla, Eidna, para que prosiguiese debidamente con sus estudios taumatúrgicos. Aunque sabía con certeza que mi sire consideraría mi repentina desaparición como un gesto de insolencia deliberada, esperaba resolver el problema de los adoradores de Kupala antes de que dar cobijo entre los míos a su espía. Así pues, mis criados, Gardanth y yo nos echamos a los caminos esa noche tormentosa con la única idea de regresar cuanto antes a nuestra ciudad.

El temporal siguió empeorando durante todo el trayecto, por lo que tardamos casi dos semanas en volver a Alba Iulia. Nada más regresar a la ciudad, Gardanth permaneció en la capilla mientras que Lushkar y yo nos reunimos con lord Sirme en su fortaleza. El Ventrue envió a sus criados y, una hora más tarde, se unieron a nosotros Alfredo y el hermano Arkestone. El Brujah Dmitri había regresado a Constantinopla y no había nuevas noticias del Malkavian Crish. Era el momento de cobrarnos nuestra justa venganza. Todos los presentes disfrutamos bajo la lluvia de la sensación de anticipación que nos embargaba antes de atacar la casa de piedra en los barrios bajos. Los guardias de lord Sirme, armados con arcos y flechas, se apostaron en los tejados de las casas colindantes y encendieron la brea de las puntas de sus flechas, dispuestos para disparar en cuanto su amo lo ordenase. Los Cainitas rodeamos la casa acompañados por más guardias del Ventrue, de forma que nadie pudiese escapar al asalto antes de que los Cainitas tuviésemos que intervenir. Después, Alfredo irrumpió en la casa. Pudimos escuchar ruidos, golpes y los gritos doloridos de personas que suplicaban piedad y ayuda a Dios. Algunas figuras escaparon torpemente del edificio mas fueron abatidas por los arqueros de lord Sirme. Alfredo salió de la casa con las ropas manchadas de abundante sangre. Todo había sido demasiado fácil. Investigando más a fondo, descubrimos que aquellos mortales no estaban implicados con el culto de Kupala, sino que habíamos matado a buenos cristianos. Alfredo cayó sobre sus rodillas y lloró lágrimas de sangre con gran amargura y evidente pesar.

Sin tiempo para los remordimientos, nos dirigimos a la pequeña aldea donde estaba el granero del que nos había hablado Alfredo. Ninguno de sus vecinos salió de las pequeñas casuchas en las que vivían para oponerse a nuestro paso. Bajo la lluvia que caía constantemente, rodeamos en silencio el granero con la mayor prudencia. Esta vez usé el ritual taumatúrgico del Paso Incorpóreo para introducirme en el edificio a través de una de sus paredes. El granero estaba vacío, mas descubrí una trampilla oculta entre la paja del suelo. Al abrirla, hallé unas escaleras de madera que descendían en la tierra hasta dar a un estrecho corredor y, más allá, a una sala vacía de todo ornamento o mueble. No había más entradas ni salidas en ese lugar. Frustrado, salí del granero y les expliqué mis descubrimientos o, mejor dicho, mi falta de hallazgos en el interior del edificio.

Lord Sirme interrogó a los aldeanos del pueblo usando sus poderes, pero ninguno de ellos supo decirnos algo importante. Era evidente que alguien había excavado el túnel y la sala en la tierra, pero ninguno de aquellos patanes recordaba haberlo hecho. Por una vez, Alfredo perdió la gran confianza de la que hacía gala hasta ahora. Rehuía nuestras miradas y procuraba mantenerse apartado. Había sido él quien afirmaba que estos eran los lugares donde se reunía el culto. Su lengua viperina había asegurado pagada de sí misma que había sido fácil dar con ellos, como si no entendiese por qué habíamos tardado tantos años en atajar ese problema. Efectivamente lo habían engañado con demasiada facilidad. Darse cuenta de algo así era un trago muy difícil de digerir para alguien con su carácter y, me avergüenza confesarlo, durante unos instantes sentí un profundo regocijo al contemplarlo humillado de ese modo, aunque fuese a costa de la vida de los humanos inocentes que se habían convertido esa noche en nuestras víctimas.

Abatidos, regresamos por fin a Alba Iulia. La lluvia y los truenos no nos dieron respiro. Quizás el clima cruel de esa noche afectó a mi frustrada mente de algún modo, porque en seguida ideé nuevos planes. Razoné que el culto debía tener una influencia mayor en los campos que en Alba Iulia, simplemente porque nosotros podríamos descubrir su influencia y contrarrestarla. Así pues, su base de poder estaba en los campos, usando a los labriegos como peones y fuentes de almas para sus ritos. Por lo tanto, si queríamos debilitar a nuestro enemigo invisible, debíamos mermar primero a sus lacayos. Hablé de ello con lord Sirme y ambos acordamos que él usaría su Dominación sobre un grupo de aldeanos de otras tierras para convertirlos en bandidos que asaltarían las aldeas vecinas. Entretanto, sus guardias provocarían un incendio durante las horas del día en los barrios bajos de la ciudad, donde tenían su vivienda muchos jornaleros y pequeños propietarios de las tierras vecinas, y enviaríamos a los guardias de la ciudad a registrar de nuevo en las alcantarillas romanas para apresar a cualquier Cainita que buscase refugio allí. Ignoraba si funcionaría estos movimientos de desquite, pero de ser así, obligaríamos a nuestros enemigos a perder el tiempo ocultando su rastro y remendando su maltrecha red de peones. En cualquier caso, ello nos daría más tiempo a nosotros para pensar en nuestro próximo movimiento.

viernes, 14 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 84: LA FUGA DEL TRAIDOR


Mientras esperaba la respuesta del Consejero Etrius, decidí visitar a mi sire Jervais. No tenía ninguna duda de que estaría al tanto de mi participación en la captura de Goratrix y que estaría de un humor intratable debido a mis actos. Puede que este delicado asunto desencadenara una grave enemistad entre nosotros, pero sentía que le debía al menos una explicación de los hechos al hombre que me había tomado como su aprendiz. No importaba si ese maestro había sido un monstruo brutal o un sádico extremadamente cruel, sin su intervención jamás hubiese entrado en los misterios de la Casa Tremere.

Hallé a Jervais en sus aposentos en la tercera planta. La puerta se abrió justo antes de que picase para pedir permiso para entrar. Había olvidado la suntuosidad y el lujo de los que disfrutaba mi sire. Caros tapices decorados con motivos mitológicos helénicos, sillones de terciopelo, un enorme jergón de madera de roble con elaboradas columnas y cabecera, un armario de casi dos metros y medio de alto en cuyas puertas estaba labrada una figura alegórica de rostro iracundo que representaba el poder, un enorme baúl y numerosas estanterías en las paredes repletas de libros, viales y tarros llenos de un líquido incoloro llamado vis vacuum. Jervais se hallaba de pie, esperándome en el centro de la cámara con los brazos cruzados. Una vez que entré en la cámara, la puerta se cerró por sí sola.

Mi sire me preguntó tranquilamente por los motivos que me habían traído a Ceoris. Cuando le respondí de forma evasiva, noté cómo su humor se irritó notablemente. Su rostro incluso se contrajo por la ira. Me sentí  de nuevo como si aún fuese su aprendiz cuando bajé la vista al suelo para evitar mirarle a los ojos y, luego, le expliqué que en el pasado había contraído una gran deuda con un Tzimisce llamado Myca Vykos para construir la fortaleza del Paso de Tihuta, que ahora los húngaros llamaban el Paso de Borgo. Mi sire no me interrumpió y su mirada se volvió más intensa cuando oyó el nombre del Tzimisce. Le seguí explicando que Vykos había exigido la restitución del favor debido, obligándome a llevar cautivo a Goratrix ante la justicia de nuestra Casa. Yo nunca hubiera deseado involucrarme en tales asuntos, pero debía saldar mis deudas con honestidad si quería ser de utilidad en los juegos políticos de la Casa Tremere.

Jervais me dirigió una intensa mirada que no supe interpretar y me explicó que eso ya no importaba. De algún modo, Goratrix había conseguido escapar de Ceoris sin que nadie se diese cuenta hasta que fue demasiado tarde. Se le había juzgado in absentia, acusándole de debilitar la posición de la Casa Tremere con sus vulgares intentos de infiltración en la Iglesia francesa, en la inquisición de la cruzada cátara y en la caída de la Orden del Temple. Finalmente, el Consejo de los Siete lo había condenado con la expulsión inmediata de la Casa Tremere y con la muerte definitiva. A continuación, Tremere otorgó el puesto vacante en el Consejo de los Siete a Grimgroth, un chiquillo del mismo gran maestro, y lo destinó de inmediato al reino de Francia.

La idea de que Goratrix hubiese escapado me llenó de inquietud. ¿Cómo había logrado semejante proeza? Era obvio que había recibido ayuda de otros Tremere, aquí, en Ceoris. ¿Estaría implicado mi sire en su fuga? No había modo alguno de saberlo. En cualquier caso, tendría que velar aún más por mi seguridad dentro de los muros de Ceoris, no fuera que alguno de los partidarios de Goratrix tratase de desquitarse conmigo. Por fortuna, al menos podría tener la seguridad de que Goratrix no intentaría vengarse personalmente de mí, puesto que sin duda el prófugo pondría la mayor distancia entre él y Ceoris para huir del poder del mismo Tremere.

-En cualquier caso, Dieter, debo anunciarte que he creado una nueva chiquilla-, me dijo Jervais con voz pausada, obligándome de golpe a prestarle toda mi atención. -Su nombre es Eidna y, ya que tienes problemas tan graves con el culto de Kupala, considero una buena idea enviarla a tu capilla para reforzar nuestras filas allí. Si estás de acuerdo, claro está.

Sus palabras me desconcertaron. Nunca le había hablado del culto de Kupala. ¿Quién le había informado de mis problemas de Alba Iulia? Por otra parte, su chiquilla vendría a espiarme, no a ayudarme, pero en ese asunto no tenía elección. Negarme hubiese sido una prueba de que trataba de esconder los problemas porque no estaba a la altura de mi cargo de Regens de Alba Iulia. Tuve que elegir la que esperaba que fuese la opción menos peligrosa y aceptar la presencia de su chiquilla en mi capilla. Después de eso, me despedí respetuosamente de él y salí fuera de sus aposentos. Necesitaba tiempo para pensar, pero no lo tuve. Un criado me informó de que el Consejero Tremere me estaba esperando de nuevo en mis aposentos.

Cuando llegué allí, Gardanth y él terminaron repentinamente la conversación que estaban teniendo. Etrius se incorporó y me confirmó que gravaría las runas en los muros de Ceoris. Sentí un inmenso alivio. Al menos, había logrado eso. Le entregué los pergaminos en los que estaban señaladas las runas, así como los lugares más adecuados para inscribirlas, y le pedí permiso al Consejero para marcharme la noche siguiente. Él me lo dio con aire distraído y, sin despedirse, salió de la habitación. No le pregunté a Gardanth de qué habían hablado Etrius y él. Mi paranoia natural en Ceoris tenía esas respuestas. Ambos descansamos el resto de la noche, sumidos cada uno en sus propios pensamientos.

jueves, 13 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 83: EL PERMISO


Zelios. El arquitecto Nosferatu había estado en el pasado al servicio de Radu y otros poderosos Cainitas de la región. ¿Podíamos confiar en él? El hermano William insistía con firmeza en que Zelios estaba obrando de buena fe en este asunto. Además, no podíamos arriesgarnos a desoír sus advertencias y, en consecuencia, que nuestra pasividad fuese cómplice del despertar de Kupala. Miré a los demás allí reunidos. Conocía lo suficiente a Lushkar para saber que a él también le incomodaban las runas de Zelios. ¿Cómo no iban a hacerlo? No teníamos tiempo para estudiarlas a fondo y, por añadidura, el Nosferatu quería que las labrásemos en los muros de la mismísima Ceoris. ¿Es que él también estaba loco? ¿De verdad creía que podríamos convencer al Consejero Etrius para que aceptase sospesar si quiera la posibilidad? Lord Sirme, por su parte, también se mostró partidario de usar las runas. Era el único arma en nuestro poder que podría ser efectiva con el demonio. Teníamos que arriesgarnos. Le pregunté si estaba dispuesto a perder en el proceso la deuda que tenía la Casa Tremere con nosotros y él respondió afirmativamente, siempre y cuando  no nos quedase otra alternativa. Alfredo no dijo nada, pero asintió al escuchar los argumentos del hermano William.

Pese a mis reticencias, tuve que aceptar que no teníamos más posibilidades. Así pues, decidimos elaborar una estrategia para erradicar la corrupción infernal de Alba Iulia. Lord Sirme prepararía a sus guardias de mayor confianza. El hermano William y Alfredo continuarían investigando la ciudad, ayudados por Lushkar cuando fuese necesario. Yo me ocuparía personalmente de que se grabasen con precisión las runas en los lugares especificados de las murallas. Posteriormente, partiría con Gardanth a Ceoris para inscribirlas allí también y, cuando regresase del viaje, masacraríamos de una vez y para siempre a todos los adoradores de Kupala que infestaban nuestro Dominio.

Una vez que volvimos a Alba Iulia, Lushkar y yo grabamos las runas en las murallas de la ciudad como habíamos acordado. Después volvimos a la capilla. Lushkar volvió a hacer preparativos para mi nuevo viaje, incluyendo más piedras imbuidas de sangre como reservas. Despertamos a los criados que me habían acompañado y les obligamos a volver a prepararse para otra travesía por las montañas, dándoles a beber mi propia sangre mediante engaños para que recuperasen mejor sus fuerzas. Por último, ordené a Gardanth que me acompañase, recogiendo sus armas. Su ánimo seguía preso de una profunda melancolía, pero parecía que había aceptado su nueva existencia. Era el momento de presentarlo como mi nuevo chiquillo en Ceoris aprovechando nuestra visita a la capilla. Finalmente, partimos pocas horas antes del amanecer.

El viaje fue extremadamente penoso debido a las terribles tormentas que azotaban la región. No obstante, obligué a mis nuevos ghouls a luchar día y noche contra los elementos para llegar cuanto antes a nuestro destino. Tardamos poco más de una semana en alcanzar la zona vigilada por las atalayas de Ceoris y unas pocas noches más en cruzarnos con una patrulla de guardias a caballo, que lucían el escudo heráldico de la Casa Tremere. No había advertido ni a Etrius ni a Jervais de nuestra visita, por lo que al principio los guardias se negaron a permitirnos llegar a la capilla hasta que revelé quién era y les dije que me traía un asunto de vital importancia. Los guardias nos acompañaron por el camino del valle , desde donde ya se atisbaban las torres de la capilla en los cielos, y cruzaron con nosotros el Foso de Etrius hasta llegar a la cima sobre la que se asentaba Ceoris.

Confieso que sentí un inmensa impresión de respeto y miedo cuando percibí los muros sombríos de la fortaleza que servía de capilla central a la Casa Tremere. No podría asegurar si ello se debía a los amargos recuerdos de mis anteriores visitas o si, por el contrario, se debía a algo más siniestro. Los guardias nos escoltaron hasta la puerta secundaria. Allí nos estaba esperando pacientemente Curaferrum, al pie de las escaleras que subían a las plantas superiores. Por fortuna para él, su piel no mostraba las marcas de la tortura a la que lo habían sometido años antes. Saludamos al Castellano de Ceoris con la debida formalidad, presentándole a mi nuevo chiquillo. Gardanth se comportó debidamente, lo que supuso para mí un gran alivio. Curaferrum preguntó con sencillez cuál era el motivo de esta inesperada visita. Le respondí de forma escueta que debía hablar con el Consejero Etrius de un asunto extremadamente grave. Al ver que no iba a revelar nada más, nos acompañó en completo silencio hasta los aposentos que compartiríamos en la quinta planta y luego se marchó, dejándonos a solas.

Un criado vino poco después para decirme que el Consejero Etrius el Pío me esperaba en sus aposentos privados. Había llegado el momento que tanto temía. Tras responderle al criado que ya conocía el camino y tras ordenarle a Gardanth que no saliese de nuestros aposentos sin mi permiso expreso, fui al encuentro del  Consejero. Etrius "el Pío" me esperaba sentado en un sillón de madera negra, con relieves florales que escondían signos esotéricos de gran poder. La dureza de su mirada no daba lugar a ninguna duda: no era bienvenido entre los suyos. Sin humor para perder el tiempo en rodeos inútiles, me presenté ante él con la debida cortesía e inmediatamente después le expliqué todo lo que había llegado a descubrir sobre el demonio Kupala y sus adoradores. También le hablé de Zelios, de sus runas y de la urgente necesidad que teníamos de gravar dichos signos en los muros de Ceoris para mantener a raya el poder de Kupala. A pesar de mis argumentos, el Consejero no estaba convencido. Posiblemente, sus prejuicios contra mí estaban nublando su juicio. Desesperado y aterrado por esta reacción, tuve que usar el último recurso que me quedaba. Le aseguré que si se inscribían las runas, quedaría saldada la deuda que había contraído recientemente la Casa Tremere con nosotros. Etrius no aceptó de inmediato, pero tras pensárselo durante unos instantes, me dijo que debía pedir permiso. No hizo falta que aclarase a quién iba pedir dicho permiso. Me estremecí al recordar el poder absoluto del fundador de la Casa Tremere.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

C. DE T: 1 - 82: LAS RUNAS DEL ARQUITECTO


Una vez que llegamos a Alba Iulia, nos separamos inmediatamente. Sin que Crish lo supiese, había acordado con lord Sirme reunirnos en la abadía del hermano William la misma noche en que llegásemos a la ciudad para acordar una estrategia común. Lord Sirme debía acudir a la reunión acompañado del Lasombra Alfredo, mientras que yo traería a mi chiquillo Lushkar. Así pues, me dirigí directamente al edificio donde se ocultaba la capilla Tremere de Alba Iulia. Afortunadamente, Lushkar y Gardanth no tenían más malas noticias para mí. Los asuntos cotidianos de la ciudad habían transcurrido sin novedades y no habíamos recibido la visita de nuevos Cainitas durante mi ausencia. Satisfecho, ordené a Gardanth que custodiase la capilla y durante el camino hasta la abadía del hermano William, informé a Lushkar de la traición de Crish y de sus misteriosos embrujos.

Fuimos los primeros en llegar a la abadía y, pese a que no habíamos anunciado al Capadocio nuestros planes, mi Senescal supo hacerse cargo rápidamente de la situación. Decidió que la reunión tendría lugar en el refrectorio del edificio y despertó a varios de sus monjes para que estuviesen disponibles para satisfacer las necesidades de sus invitados. Por otro lado, aprovechó la ausencia del resto de los asistentes de la reunión para hacerme saber que Alfredo no sólo no había dado problemas, sino que, muy al contrario, se le había ofrecido su ayuda para resolver los problemas de la ciudad. Parecía ser que mi Senescal había intentado tenerlo ocupado hablándole de la perniciosa influencia del culto de Kupala y que el Lasombra se había puesto a investigar con gran eficacia. El hermano William parecía verdaderamente impresionado por la perspicacia de Alfredo, pero antes de que pudiese hacerle más preguntas a ese respecto, llegaron el resto de sus invitados.

Una vez que los cinco estuvimos reunidos en el refrectorio, lord Sirme y yo dimos cuenta de los actos de Crish y de la amenaza que suponía para todos los Cainitas de Alba Iulia. Cuando terminamos nuestro relato, el hermano William asintió pensativo, explicando que había recibido una misiva de su sire en la que le decía que los pocos Cainitas que tenían conocimiento de la existencia de Kupala creían que los Malkavian eran sus adoradores más numerosos en esta región del mundo. Además su parecía estar convencido de que el antiguo Malkavian llamado Octavio era el líder de este culto infernal. No pude evitar mostrar mi sorpresa. ¿Octavio? ¿El loco que me había confesado sus profecías en dos ocasiones? No tenía sentido sentido, pero ¿cómo podían ser racionales las acciones de una persona trastornada?

Alfredo intervino en ese momento para contarnos que los adoradores de Kupala se reunían en una casona de piedra en los barrios bajos de Alba Iulia y trazó un plan de ataque contra ellos bastante bueno. Asimismo, también nos indicó la localización de un granero, en una aldea cercana a la ciudad, donde era posible que se reuniesen. Lord Sirme, Lushkar y yo miramos con desconfianza al Lasombra. Era imposible que su investigación hubiese tenido éxito en tan poco tiempo, cuando nosotros habíamos conseguido tan poco en todos los años que habíamos estado en la ciudad. ¿Sería otro adorador de Kupala enviado para infiltrarse entre nosotros? Alfredo sonrió pagado de sí mismo al observar nuestras miradas incrédulas, adivinando fácilmente las razones de nuestra desconfianza. Con voz tranquila, nos explicó que éramos demasiados conocidos por nuestros enemigos, mientras que él tenía sus propios medios para moverse libremente sin que nadie se percatase de su presencia. Es más, desde el momento en que descubrió la identidad de algunos de los adoradores mortales de Kupala, se lo notificó al hermano William. Gracias a ello, ambos habían logrado infiltrar con éxito a sus propios espías. El Capadocio, por su parte, confirmó las palabras de Alfredo y nos advirtió que los seguidores de Kupala creían que si lo "despertaban", les salvaría de la Gehena.

Mi Senescal también nos contó otra noticia muy valiosa. El arquitecto Zelios había aparecido en su abadía hacía seis noches. El Nosferatu no sólo tenía también conocimiento de la existencia de Kupala, sino que  además le explicó que tenía una capacidad innata para percibir las "líneas de ley", también llamadas líneas telúricas o sendas espirituales, y que construía sobre ellas fortalezas con el fin de encerrar al demonio Kupala en una especie de jaula mística. No obstante, para que su plan funcionase, debía inscribirse en esos enclaves unas runas mágicas que contendrían el poder infernal. Zelios le dio al hermano William una serie de pergaminos repletos de runas y grabados, y le pidió que me los entregase para que los gravara en las murallas de Alba Iulia y en los muros de Ceoris, al tiempo que él hacía lo propio en otros lugares de la región. Si inscribíamos a tiempo las runas, Kupala se despertaría mas volvería a dormirse inmediatamente. De lo contrario, Kupala liberaría todo su poder sobre las tierras valacas...

martes, 11 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 81: TREMERE


Todos miramos a nuestro alrededor presas de un temor absoluto. De los bosques que rodeaban la aldea, surgieron seis figuras  sombrías, envueltas en túnicas carmesíes y con sus rostros ocultos por las capuchas. Caminaron directamente hacia nosotros. Los caballos relincharon temerosos, desplomándose sobre el barro. Nuestros criados, llenos de terror, huyeron para salvar sus vidas. Las siniestras figuras nos rodearon. Desde las sombras, comenzó a materializarse una figura encapuchada. Lord Sirme y yo retrocedimos ante el origen de tanto poder, mientras que por el contrario, Dmitri permaneció inmóvil en su sitio, ya fuera porque el miedo lo había paralizado completamente o porque la locura le había conferido una inusitada temeridad. Sin poder ser dueño de mis actos, comencé a arrastrarme por el barro a la vez que sentía que mi cuerpo se fundía con el cieno, derritiéndose como la nieve frente al sol de la primavera. Ni siquiera pude evitar vomitar una gran cantidad de sangre, lo que me dejó más dolorido y débil de lo que ya estaba. En ese instante, abrumado como estaba por los efectos del poder mágico que nos aplastaba inmisericorde, no fui consciente de que lord Sirme también estaba sufriendo la misma agonía que yo, ni que Dmitri parecía completamente inmune a sus efectos, aunque permanecía tan inmóvil como lo había estado desde que empezó ese fenómeno aterrador.

La figura que se había materializado en las sombras se quitó la capucha. Aquel gesto, tan simple en apariencia, fue dolorosamente cegador para nosotros. Todo su ser irradiaba poder. De espesas cejas y  ojos oscuros y penetrantes, parecía tener una palidez inhumana. No obstante, el rasgo más llamativo de su rostro era que carecía de una boca humana. Goratrix se arrodilló ante él temblando como un cordero ante el matadero y, entre dientes, murmuró sobrecogido una sola palabra: Tremere. Después de un momento que pareció prolongarse durante una eternidad, las otras figuras se acercaron y cogieron a Goratrix para llevárselo a la espesura del bosque, excepto una que permaneció al lado del mismísimo Tremere. El gran maestre de la Casa que llevaba su nombre nos dirigió una intensa mirada que hizo que los tres sintiésemos un violento dolor de cabeza, como si nuestros pensamientos hubiesen sido examinados, desechados y vueltos a poner en su lugar natural.

Cuando se me aclaró la vista de nuevo, el gran maestro Tremere había desaparecido, pero aún permanecía la figura encapuchada que se había colocado a su lado. Lentamente, recuperamos el control de nuestros actos, pues habíamos dejado de sentir la formidable presencia de Tremere en las cercanías. La figura esperó pacientemente a que nos incorporásemos y, cuando creyó que había llegado el momento adecuado, retiró pausadamente la capucha que cubría su cabeza. A pesar de la confusión que aún sentía, pude reconocer su larga melena rubia y sus ojos azules: era el Consejero Etrius el Pío. Fingiendo que no me reconocía a modo de insulto calculado, nos felicitó a los tres por haber traído a Goratrix a la justicia de Ceoris y nos informó que el clan Tremere había contraído una gran y única deuda con nosotros, que podríamos saldar en ese momento si así lo deseábamos. Miré a lord Sirme y a Dmitri. Los  tres pensamos lo mismo y le respondimos al Consejero Etrius que saldaríamos dicha deuda más adelante en el futuro. Él estuvo de acuerdo y me entregó un anillo que debía devolver cuando deseásemos la restitución de nuestra deuda. Sin mediar más palabras, se volvió a poner su capucha y regresó a los bosques, donde lo perdimos de vista.

Una vez que Etrius hubo partido, los caballos se recuperaron y nuestros criados regresaron a la aldea sin recordar lo que había sucedido. En cualquier caso, poco importaba ya. Habíamos entregado a Goratrix, tal y como Vykos nos había pedido, y habíamos sobrevivido a las maquinaciones de unos y otros. Era el momento de regresar a Alba Iulia. Nuestros criados descansaron lo que restaba de noche y partimos hacia nuestra amada ciudad antes del amanecer. A la noche siguiente, mientras seguíamos avanzando en nuestro viaje de regreso, vimos que Crish nos estaba esperando en medio del camino. Su rostro permanecía serio y su mirada estaba cargada de frialdad. El muy bastardo sabía que no estábamos en condiciones de hacerle frente. Lord Sirme y Dmitri no podrían atacarle y yo todavía no me había recuperado de las graves heridas que me habían causado sus fuegos embrujados. Sin que ninguno de nosotros dijese palabra alguna, Crish se subió al carromato en el que iba Dmitri y nuestro grupo volvió a ponerse en marcha.

¿Por qué Crish había vuelto con nosotros? ¿Se había apoderado de él la locura que resquebrajaba las mentes de todos los Malkavian? ¿No recordaba lo que había hecho o estaba tan confiado en su poder que creía que no nos atreveríamos a ajusticiarlo? Las dudas me carcomían por dentro. ¿Qué debía hacer? No podía permitir que ese monstruo vagase libremente por mi amada ciudad. Así pues, pensé en primer lugar en Dominar a los criados para que atacasen al Malkavian al mediodía, en el momento en que todos los Cainitas estaban más indefensos. La tentación de hacer justamente eso señoreó en mi mente sin oposición durante unos largos momentos, provocando un gran placer en mi interior. Sin embargo, otra idea ensombreció mis pensamientos. ¿Y si Crish no era el único adorador de Kupala escondido en mi ciudad? Tal vez fuese la única persona que podría conducirme hasta sus compañeros infernalistas. Por tanto, tuve que contener mi enojo y trazar planes más amplios.

El tiempo empeoró más si cabe a lo largo de nuestro viaje de regreso y, en numerosas ocasiones, nos vimos obligados a  bajarnos de nuestros carromatos para ayudar a los cuatro criados que habían sobrevivido hasta ahora a mover alguno de los carromatos que se había quedado atascado en el barro. A pesar de estos contratiempos, conduje a la caravana por los caminos más rápidos, y menos peligrosos, y alcanzamos los territorios vecinos de Alba Iulia en una semana y dos noches.

lunes, 10 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 80: RÖTSCHERCK, EL MIEDO ROJO


En el exterior, los truenos retumbaban con gran estruendo y el ulular del viento golpeaba violentamente contra el edificio en el que nos hallábamos. La lluvia caía con tanta fuerza que parecía que el tejado se derrumbaría sobre nuestras cabezas. Y allí estábamos, cuatro Cainitas vigilándonos estrechamente mientras que la voz de los cánticos y el fulgor dorado ganaban cada vez mayor intensidad. Sentí la tentación de abandonarlo todo y regresar a mi amada Alba Iulia, pero no hice semejante cosa. Goratrix había sido convocado a Ceoris. Ya fuera para responder por acusaciones reales o no, esa era la voluntad de la Casa Tremere. Además, tenía que saldar mi deuda con Vykos o, de lo contrario, me expondría a su venganza. Pensando en tales ideas, volví a dirigir una miranda iracunda al Malkavian como si eso bastase para destruirlo. Crish me mostró a cambio una sonrisa despectiva. Al instante siguiente, me lancé sobre él tan rápido que ninguno de los presentes se esperó mi reacción. En lugar de atacarlo, pasé a su lado y lo ignoré para cruzar el pasillo. Tenía que entrar en la habitación donde Goratrix estaba realizando su ritual, para interrumpirlo antes de que fuese tarde. No obstante, cuando ya alcanzaba la puerta de madera de la que emanaba el fulgor dorado, Crish murmuró algo y sentí un repentino impacto ardiente en mi espalda.

Todo mi cuerpo ardió, bañado por las llamas. Sentí la agonía causa por el fuego de inmediato, aullando con un grito visceral. El fuego era tan peligroso para los descendientes de Caín como los mismos rayos del sol. Sin embargo, lo peor vino después. La Bestia Interior me poseyó en el acto y mis instintos se adueñaron por completo de mí, con lo que también perdí el uso del raciocinio. El animal aterrorizado y moribundo en el que me había convertido trató de huir en la dirección por la que había venido, lanzándome directo contra Crish. Creo que de alguna forma mis instintos más bajos también deseaban a un nivel pensamiento muy primitivo que Crish compartiese mi sufrimiento, aunque lord Sirme me contó posteriormente que, de algún modo, las llamas no quemaron al Malkavian cuando lo derribé usando mi cuerpo como un ariete en llamas. Mientras ambos rodábamos por el suelo del pasillo, el Ventrue y Dmitri se quitaron sus capas e intentaron apagar las llamas que me envolvían. Tuvieron que esforzarse mucho. Mis instintos se negaban a quedarse quietos para ayudarles y, en su lugar, luchaban por levantarme y salir huyendo del sitio que me había causado tanto dolor. Caí inconsciente debido a la gravedad de mis heridas, mas, por fortuna, ambos consiguieron apagar el fuego y salvar mi no vida antes de que fuese tarde para mí.

Cuando pude volver a recuperar la consciencia, sentí como la lluvia golpeaba mi cuerpo maltratado. Al abrir los ojos, comprobé que nos hallábamos fuera de la posada. Lord Sirme y Dmitri, junto con cuatro criados mortales, estaban a mi lado observando el edificio con mucha expectación, ya que un radiante fulgor dorado se escapaba de todas las rendijas y huecos de las paredes del edificio. A pesar del ruido provocado por el viento, todavía pude escuchar la voz de Goratrix entonando sus cánticos mágicos. En el nombre de Caín, ¿qué estaba pasando? Intenté moverme, pero el dolor de la carne quemada hizo que ese gesto fuera extremadamente doloroso para mí. A pesar de todo, pude comprobar que Crish no estaba allí con nosotros, por supuesto. Un solo pensamiento acudió a mi mente con la fuerza de un martillo golpeando la fragua: Crish era uno de los seguidores de Kupala. Pues, ¿no había invocado fuego de la nada con un  misterioso embrujo?

Lord Sirme se dio cuenta de que me había recuperado y se arrodilló a mi lado para preguntarme cómo me encontraba. Él y Dmitri me explicaron que Crish les había impuesto su voluntad usando los poderes de la Dominación para que no pudiesen intervenir contra él o contra Goratrix. El Brujah se extrañó de que no hubieran hecho lo mismo conmigo, pero en seguida me percaté de que tanto Crish como Goratrix pretendían divertirse con mis inútiles esfuerzos para impedir su conspiración. Lord Sirme pareció sinceramente aliviado al comprobar que sobreviviría a aquel lance del Destino. Ambos éramos conscientes de que estaba saldada la deuda que me debía cuando lo salvé de los caballeros de la Orden Teutónica. No obstante, a partir de ese momento, tendría una deuda de vida con Dmitri hasta que el Brujah decidiese que hubiese llegado la hora de saldarla.

De pronto, los acontecimientos nos obligaron a guardar silencio. El fulgor comenzó a decrecer hasta extinguirse y escuchamos un grito de frustración que parecía pertenecer al propio Goratrix. Todos permanecimos en silencio, sin movernos ni saber que hacer a continuación. La lluvia seguía cayendo con fuerza a nuestro alrededor, pero pareció perder una fracción de su intensidad. La puerta de la posada se abrió con estrépito y por ella salió Goratrix, tambaleándose y diciendo cosas sin sentido. Después de todo lo sucedido, sentí un inmenso estallido de júbilo al verle, porque podría llevarlo finalmente a Ceoris y no volver a verlo nunca más si Dios y el gran maestro Tremere lo permitían. Mis compañeros lo apresaron con facilidad gracias a su debilidad tras el poderoso encantamiento que había tratado de realizar. El sire de la sire de mi sire me miró con un odio desesperado. Presentí que me había labrado un poderoso enemigo, pero no estaba dispuesto a parecer temeroso en su presencia y le devolví la mirada con todo el desafío que pude reunir a pesar de la gravedad de mis propias heridas.

Entonces todos los presentemos comenzamos a sentir oleadas de poder puro que venían a nosotros desde todas las direcciones y el que más asustado estaba era el mismo Goratrix.