martes, 29 de abril de 2014

BC 18: EL ESTILITA


"Por increíble que pudiese parecer, el barco en el que viajábamos arribó en los muelles de Surgub sin encontrar resistencia. Ningún vigilante ni guardia de la ciudad se acercó a nuestra embarcación para inspeccionar el navío o pedir explicaciones por nuestra llegada. El lugar parecía desolado, completamente vacío. Pese a que había numerosas pilas de cargamentos y suministros esperando en pilas caóticas de cajas metálicas, no podía verse marineros u otros trabajadores realizando sus tareas habituales por ninguna parte, lo que permitía que la bruma anaranjada se adueñase del lugar con un silencio malevolente.
Cerca de allí encontramos un vehículo de carga abandonado y Mordekay pensó que sería una buena manera de movernos por la ciudad sin ser descubiertos. El plan del sargento consistía en una imitación bastarda del famoso equites troianus de los olvidados mitos terranos: conducido bajo amenaza de muerte por uno de nuestros prisioneros, el camión iría directamente a la forja de Kharulan el Artífice con la excusa peregrina de llevarle nuevos suministros, momento a partir del cual nosotros saldríamos de entre las cajas para provocar el caos y la destrucción. Aunque no compartí el entusiasmo de Lambo, tuve que reconocer que no era un mal plan.
Mordekay lo afinó incluso un poco más, al sugerirle a Karakos que permaneciese escondido en el bodega del barco, vigilando a los otros dos prisioneros y asegurando nuestro medio de huida. El antiguo Cráneo Plateado se resignó al ignominioso rol que le habíamos reservado sin mostrar demasiada oposición, lo que despertó de inmediato no pocas sospechas en algunos de nosotros. Sin embargo, dada la falta de recursos para acometer nuestra empresa, confieso que incluso yo mismo me sentía más tranquilo si Karakos no luchaba a mi lado durante el asalto a la forja de Kharulan.
En cualquier caso, nos pusimos rápidamente a la obra, cogiendo cajas y un par de lonas con discretos agujeros para poder observar los alrededores desde todos los ángulos. A continuación, Lambo trajo al marinero y tuvo una breve conversación a solas con él para garantizar su total cooperación, advirtiéndole de que si nos traicionaba de algún modo, él sería el primero en morir. Entretanto, nuestro sargento encontró otra inesperada sorpresa escondida entre las cajas más lejanas."

-.-

Mordekay se paró en seco cuando escuchó el ruido, buscando inmediatamente su origen. Parecía una respiración ahogada procedente de su flanco derecho. Le dio la espalda durante unos segundos y luego se volvió de repente, echando a un lado todas las cajas que encontró a su paso con suma violencia. Alguien lanzó un angustioso grito aterrorizado, para luego intentar salir corriendo de su escondite. Fue demasiado lento. El Astartes lo cogió por uno de sus brazos escuálidos, alzándolo en el aire sin contemplaciones. La criatura volvió a gritar, presa del pánico y el dolor.

Era un hombre de aspecto demacrado, con extremidades prácticamente esqueléticas y costillas bien marcadas. Su piel pálida estaba saturada de los pies la cabeza con incontables laceraciones, quemaduras y cicatrices de todo tipo, la mayoría viejas pero otras muy recientes, como si hubiese padecido durante años todo tipo de torturas y abusos. Mechones desvaídos, colgaban grises de su cabeza calva mientras su boca, donde sólo resistían cuatro o cinco dientes podridos, escupía en esos momentos todo tipo de lamentos quejumbrosos. En su pecho derecho también lucía una vieja quemadura, hecha con un hierro al fuego, que Mordekay identificó como el signo de Nurgle, el dios de las enfermedades y las pestes.


-¿Qué haces aquí?-, preguntó el Astartes.

-¡No me mates, no me mates!-, chilló a su vez la criatura fuera de sí.

Mordekay la arrojó al suelo de rococemento. Hubo un ruido sordo, provocado por algún hueso débil al romperse, seguido por otro chillido de dolor. El Astartes cogió el martillo energético que llevaba anclado magnéticamente a la espalda y lo alzó amenazador con la silenciosa promesa de la muerte. El hombre, se encogió en el suelo, temblando de puro horror con los ojos completamente abiertos.

-¿Qué haces aquí?

-Esscoondeerme... no me matess... sólo... yo... quería... sólo quería... esconderme...

-¿Qué ocurre, sargento?-, preguntó Lambo llegando rápidamente a su lado con el hacha sierra en sus manos, lista para ser usada en caso de problemas, mientras comprobaba que no hubiera más amenazas ocultas en el muelle.

-Parece que he pescado algo-, le respondió Mordekay sin un ápice de buen humor. -¿Por qué te escondes?

-Iba a huir... en un barco, pero llegasteis vosotros... y tuve... tuve que esconderme.

-¿Huir? ¿Quién te persigue? Este lugar está desierto...

-Yo era... un prisionero. ¡Sí, eso! Un prisionero... pero los guardias hoy no estaban atentos y pude huir. No sé cuanto tiempo tengo antes de que descubran que ya no estoy... allí. ¡Por favor, tenéis que ayudarme! ¡No dejéis que me cojan!

- ¿Dónde estabas?-, quiso saber Lambo.

-En las mazmorras de un hechicero tecnócrata.

-¿Fuiste prisionero de Kharulan el Artífice? ¿Sabes dónde está su forja?-, preguntó Mordekay.

-No, no... ¡Lo siento! No me hagáis daño, por favor... Sólo quiero huir de esta ciudad...

-No tenemos tiempo para esto, sargento.

-Tienes razón, Lambo-, asintió Mordekay mientras se inclinaba para coger al hombre por la maltratada pierna y alzarlo de nuevo por encima del suelo. -Tú te vienes con nosotros, pero te lo advierto... si escucho de ti el menor ruido o grito, o si delatas nuestra posición de cualquier modo, ¡te aplastaré como a un insecto!

Nodius no hizo preguntas cuando regresaron con su reciente adquisición, prefiriendo en su lugar subir en silencio al transporte y dejar sitio al resto de su hermanos. A continuación se limitó a dirigir algunas miradas curiosas al hombrecillo, esperando que no fuese un espía que pudiese comprometer su actual misión. Entretanto, Lambo ocupó su puesto detrás del conductor mientras Mordekay cerraba la lona.

-Adelante-, susurró Lambo al conductor, que puso inmediatamente en movimiento el transporte.

El vehículo avanzó con lentitud por el muelle, dejando atrás los destartalados almacenes y las mercancías cubiertas de niebla anaranjada. Luego, salió por un desvío y recorrió un corto trayecto por un túnel. Al otro lado, encontraron altos edificios de viviendas pero no se cruzaron con otros vehículos. Las tortuosas calles parecían tan desiertas como los muelles por los que habían llegado, a excepción de alguna figura solitaria que recorría con pasos furtivos las tortuosas calles sin atreverse a volver su vista hacia las alturas, donde sospechaban que moraban los malignos amos de Surgub.

-¡Atentos! Un puesto de control-, les informó Lambo en calibanita mientras vigilaba por un agujero frontal que habían hecho.

-¿Ahora qué hago?-, murmuró el marinero aterrorizado desde el asiento del conductor.

-Compórtate con naturalidad-, le aconsejó Lambo-, pero recuerda lo que te dije antes. Esfuérzate por ser convincente.

-De acuerdo, de acuerdo-, murmuró el hombre.

Notaron como el vehículo reducía su velocidad hasta detenerse suavemente frente a los hombres armados. Eran seis en total, ataviados con burdas placas de acero dorado que protegían todo su cuerpo. Algunos estaban armados con escopetas mientras que otros sostenían alabardas sierra de aspecto feroz. Sin embargo, Lambo dudaba que en combate fuesen adversarios dignos de ese nombre. El oficial al mando parecía ser una mujer que no alcanzaba los treinta años. Llevaba el rostro descubierto, con el pelo rubio recogido en un moño enroscado a dos punzones dorados.

-¿A dónde vas?-, preguntó ella desconfiada.

-Llevo suministros urgentes para la forja de mi señor Kharulan el Artífice-, respondió el marinero con toda la naturalidad que pudo.

-Sé que no es cierto. ¡No temáis! No vamos a causaros ningún perjuicio. Traemos un mensaje para vosotros de parte de nuestro amo.

-¿Cómo nos han descubierto?-, preguntó Nodius confuso en el interior del vehículo.

-¿Atacamos?-, quiso saber Lambo ansioso por derramar sangre.

-No. Escuchemos antes lo que quieren decirnos-, respondió Mordekay tras unos largos segundos. El sargento también tenía preparado su martillo energético, pero parecía sereno, incluso relajado. -¡Di lo que tengas que decir!-, gritó a la mujer del exterior.

-El gran hechicero-tecnócrata Selukus el Estilita predijo que llegaríais a Surgub esta misma noche-, respondió la mujer poniendo en su voz el tono más formal y grandilocuente que pudo. -Quiere invitaros a reuniros en privado con él para tomar decisiones importantes de las que dependerán muchas vidas. Si aceptáis verlo, os ofrecerá un salvoconducto para que podáis acudir a la Torre Retorcida. ¿Cuál será vuestra respuesta?

-Más profecías y supersticiones baratas-, maldijo en voz baja Mordekay hablando en calibanita con la esperanza de que si los oían, no pudieran entender sus palabras. -Tenemos que aceptar, hermanos.

-¿Por qué?-, quiso saber Lambo decepcionado.

-Nuestra misión está comprometida, pero quizás no todo esté todo perdido. Si, como sospecho, Selukus es más poderoso e influyente que Marius, podremos incluso conseguir mejores ganancias.

-Y si Marius nos ha vendido-, adivinó Nodius mientras asentía despacio-, podremos encontrar nuevos aliados en Surgub.

-Me habéis convencido.

-Necesito saber cuál es vuestra respuesta-, les dijo de nuevo la voz de la mujer desde el exterior.

-Aceptamos-, anunció alto y claro Mordekay. -Nos reuniremos con vuestro amo.

-.-

Cuando llegaron a su destino, al principio se negaron a creer lo que veían sus ojos. La residencia del Estilita tenía una forma única. Tallada con la forma de un pilar retorcido, se alzaba en el aire a cientos de metros sobre una llanura abierta de 150 metros de ancho. Una escalera metálica unía la torre con el suelo de mármol, recorriendo su superficie en círculos hasta llegar al punto más alto de la misma, donde debía morar el propio Selukus.

A diferencia de las calles de la ciudad, la llanura no estaba vacía, sino que cientos de personas, vestidas con sencillas togas, se apiñaban entre sí leyendo las apretadas anotaciones que habían realizado sobre pergaminos, discutiendo en furiosos debates o sentados simplemente en el suelo para meditar con los ojos cerrados. A ninguno de ellos le llamó la atención la llegada del transporte, ni los Astartes que descendieron de él, tan concentrados como estaban en sus propios asuntos. Mordekay esperaba de todo corazón no tener que aplastar a varios de esos inconscientes para conseguir abrirse camino hasta la escalera y la Torre Retorcida.

-Os está esperando arriba-, les dijo la mujer cuando bajó del asiento del conductor. Había insistido en ir en su vehículo con la excusa de indicar el camino al conductor, pero estaba muy claro que quería asegurarse personalmente de que llegaban a la torre de su amo.

-Muy bien-, respondió Lambo. -Vigila a estos dos hasta que regresemos.

-Lo haré-, respondió ella con voz neutra.

-Vamos, hermanos-, dijo Mordekay mientras encabezaba la marcha.

-¡Estás equivocado, maldito idiota!-, oyeron gritar a un hombre en la multitud. -Nuestro maestro entiende realidades más complejas que las que verán nunca tus pobres ojos. Por eso, cuando ayer gritó a las lunas, en realidad estaba alzando su mente a los planos más complejos y...

-¡Mientes!-, espetó otra figura anónima. -¡Hace dos semanas gritó las mismas obscenidades a los demonios del fuego! Y dijo literalmente "malditos seáis todos, chusma chillona, porque vuestros lamentos ensucian mis oídos." ¿Todavía no lo entiendes? ¡Estaba hablando de la virtud del silencio para potenciar los poderes del alma! Si cogemos sus...

Los ruidos habituales de sus servoarmaduras alertaron por fin a la muchedumbre cuando se acercaron. Unos pocos se volvieron hacia ellos, pero les dieron la espalda nerviosamente para concentrarse de nuevo en sus propias tareas. Los tres Astartes empezaron a coger a los primeros de aquellos estúpidos y apartarlos con extrema violencia para abrirse paso. Hubo gritos de dolor, de pánico. Eso pareció despertar a la mayoría de las personas congregadas en la plaza, que se fueron apartando precipitadamente para dejarles avanzar, pisoteándose y empujándose entre sí como animales salvajes acorralados por un gran incendio en los bosques.

Ignorando las miradas de odio y miedo, los Astartes avanzaron rápidamente a través del improvisado pasillo y alcanzaron en poco tiempo la quejumbrosa escalera de acero dorado que debía conducirles hasta la Torre Retorcida. Subiendo en fila, comenzaron el duro ascenso. La escalera resistió su peso mejor de lo hubiesen esperado por su aspecto y pronto avanzaron con pasos más seguros y rápidos hacia arriba.

Cuando alcanzaron la base de piedra de la torre, Nodius, que cerraba la marcha del grupo, se detuvo unos segundos para asimilar lo que veían sus ojos. Desde esta nueva posición, podía contemplar la enloquecedora arquitectura de Surgub, con sus incontables torres arañando los cielos cargados de tormentas. Sus sentidos psíquicos podían percibir incluso más. Notaba con suma claridad las corrientes indómitas que se arremolinaban sobre la ciudad, así como la energía contenida en la propia Torre Retorcida. "¡Cuánto poder, cuánto poder!", reflexionó asombrado en silencio mientras volvía a ponerse en marcha para alcanzar a Lambo.

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Tardaron más tiempo del que esperaban en alcanzar su destino. En el punto más alto de la Torre Retorcida, llegaron a ver una plataforma circular, que apenas dejaba sitio para otra cosa que no fuera un trono de mármol, labrado sin inscripciones ni emblemas, en donde estaba sentado el hechicero tecnócrata. Lambo no pudo evitar sentirse ligeramente decepcionado cuando comprobó que Selukus el Estilita parecía más un extraño ermitaño que un poderoso hechicero del Caos. Sin embargo, su aspecto fue más que coherente con la idea que se habían hecho Nodius y Mordekay.

Selukus era un hombre larguirucho y demacrado, con extremidades alargadas y angulosas, y un cuello extraordinariamente corto que daba la impresión de que la cabeza se sostuviera directamente sobre los hombros. Su piel tenía una tonalidad sobrenatural, casi púrpura, como si padeciese algún terrible mal desconocido para ellos. Tenía una larga melena oscura, del mismo color que su barba enmarañada, y unos ojos profundos y perdidos en algún punto del cielo cuando llegaron frente a su trono. Asimismo, el hechicero tecnócrata parecía contentarse con llevar puesto un sencillo taparrabos como única protección frente a los elementos.

-Saludos Selukus-, dijo Mordekay después de que pasasen unos largos segundos de espera.

Su anfitrión no dio señal alguna de reconocer su presencia, aunque los tres Astartes pudieron escuchar con claridad los suaves latidos de su corazón humano a pesar de las fuertes ráfagas de viento que azotaban la cima de la Torre Retorcida.

-Saludos Selukus-, intentó de nuevo Mordekay. -Somos los Astartes de la escuadra Laquesis de Caliban. ¿Por qué nos has hecho llamar?

-La falsedad de las sombras es una de las grandes ironías del reino físico-, respondió el hombre sin dejar de mirar inmóvil en su trono a las nubes cargadas de tormentas. Su voz era grave y parecía herida, como si hubiese estado gritando con todas sus fuerzas no hace demasiado tiempo.

-Hemos desperdiciado un tiempo valioso para nada-, susurró Lambo malhumorado en calibanita.

-Déjame intentarlo una última vez, hermano-, le respondió Mordekay sin esconder su frustración. -Selukus, tus guardias dijeron que predijiste nuestra llegada a Surgub, que querías tratar con nosotros asuntos de gran importancia. Esta es tu mejor oportunidad.

El hechicero tecnócrata apartó la mirada por primera vez de los cielos y, en su lugar, la clavó en Mordekay. Sus ojos parecían cargados de tanto poder como la misma tormenta que rugía sobre sus cabezas. Efecto óptico natural o no, incluso parecía que el color púrpura que bañaba su piel se había aguado uno poco cuando lo hizo.

-Sé quiénes sois, forasteros. Os he hecho llamar para que me ayudéis a realizar la voluntad de Tzeentch.

-Siento decirte que no trabajamos al servicio de los dioses, sean quienes sean, pero si quieres hacernos una propuesta, habla y la consideraremos.

-¡Son ellos!-, gritó el hechicero tecnócrata poniéndose en pie de improviso. -Ellos, ellos, ellos, ellos. Sus parloteos distraen mis meditaciones... ¡me distraen!-, gritó alzando la voz. Su piel no sólo había perdido del todo su color púrpura, pero ahora estaba adquiriendo un tono rosa extremadamente lívido. -Hablan y hablan, hablan y hablan.

-¿Te refieres a tus seguidores?-, preguntó Lambo confundido.

-¡NO! Estoy hablando de los obtusos, dos chiquillos perdidos e ignorantes que se hacen llamar Kharulan el Artífice y Lady Nepythys. Sus voces resuenan en el éter, perturbando mis meditaciones. Ofenden a Tzeentch con sus estúpidos juegos. Matadlos a los dos en sus propias cortes... ¡Tomad estos poderosos encantamientos para hacerlo! ¡Usad uno con cada uno de mis enemigos!

A un gesto suyo, dos pergaminos aparecieron detrás del respaldo trono, flotando lentamente en el aire como si tuviesen vida propia. Ambos volaron sin gracia hacia Mordekay, aterrizando en el suelo inmediato a sus pies.

-Puedo garantizarte la muerte de Kharulan, pero no la de Lady Nepythys. ¿Quién es? ¿Dónde está?-, preguntó el sargento calibanita sorprendido.

Selukus el Estilita no respondió, sino que se limitó a mirar el pie del trono, con la mirada más perdida aún que la primera vez que lo vieron. Su piel fue perdiendo el color rosa y recuperó una cierta tonalidad "normal", aunque no volvió a oscurecerse de púrpura. Entretanto, Nodius se inclinó para recoger los pergaminos. Estaban sellados y despedían un aura energética cargada de maldad y peligro.

-¿Qué recompensas nos ofreces?-, aventuró Lambo ante el silencio del sargento.

-Os recompensaré con un hechizo creado con las almas de un millar de almas de los siervos engañados del dios cadáver-, respondió el Estilita con voz lejana y perdida mientras se refería a los fieles imperiales que adoraban actualmente al Emperador de la humanidad como un dios viviente. -Mi regalo será capaz de ayudar al portador a imponer su voluntad sobre los senderos de un destino incognoscible.

-No queremos esa recompensa, poderoso Selukus-, respondió Mordekay.

-¿Qué estás diciendo?-, preguntó Lambo inmediatamente por la frecuencia de vox de la escuadra.

-Hermano sargento, deberías reconsiderar tus palabras-, le dijo Nodius casi al mismo tiempo.

-¡Somos Astartes!-, les reprendió a ambos, sumamente irritado por tener que darles explicaciones delante de su anfitrión aunque fuese usando su idioma materno. -Forjamos nuestros propios destinos con la fuerza de las armas, no con encantamientos y supersticiones baratas.

Por fortuna, el Estilita parecía demasiado perdido en las profundidades de su mente como para haber sido testigo de aquel desliz diplomático. Más tarde, tendría tiempo para disciplinar a sus hermanos, pero ahora debía llevar a buen puerto estas últimas negociaciones.

-Selukus, mataremos a Kharulan y Nepythys en tu nombre, aunque no queremos a cambio el hechizo que nos ofreces. En su lugar, nos vendría bien contar con un aliado firme en la ciudad de Surgub, una persona influyente que nos apoye incondicionalmente. Esa es la recompensa que pedimos a cambio de nuestra ayuda. ¿Aceptas este pacto?

-Sea así-, respondió el hechicero tecnócrata sin levantar la vista del trono.

viernes, 25 de abril de 2014

BC 17: SURGUB


-¿Estás seguro de que quieres ayudarme?-, le preguntó Marius con un tono de voz neutro e indefinido. -Recuerda que eres mi invitado. No estás obligado a hacerlo si no lo deseas.

Zenón miró a su interlocutor en silencio durante unos segundos, sopesando silenciosamente las ventajas y las desventajas de la operación en la iba a verse implicado. Parecía fácil, una acción clandestina. Entrar y salir. Los Astartes se ocuparían de aplastar la resistencia y él sólo tendría que ocuparse de asegurarse de que la lanzadera llegase a su destino. Muy fácil. "Las cosas nunca son tan fáciles como parecen", se recordó en silencio.

-Te lo debo, Marius-, se decidió a decir. -Me salvaste de una muerte deshonrosa en los pozos de lucha y yo siempre pago mis deudas. Siempre.

"Y siempre cumplo mis juramentos", se prometió a sí mismo en silencio. "Si consigo ganarme la confianza de esos Astartes, tendré una sólida base de operaciones con la que trabajar. No puedo dejar pasar esta oportunidad."

-Gracias, Zenón. Ven conmigo. Tengo que contarte más cosas que debes saber.

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Las pesadas pisadas de los Astartes resonaron por el hangar, indicándole que sus nuevos compañeros habían llegado puntuales. Zenón salió de la cabina, donde estaba haciendo las últimas comprobaciones de vuelo, y cruzó la bodega vacía de la lanzadera para salir a su encuentro. Los cuatro Marines Espaciales estaban esperándolo junto a la trampilla de carga y descarga, tres de ellos enfundados en sus armaduras energéticas y con las armas preparadas para hacer lo que mejor sabían hacer, mientras que el cuarto, al que no había visto hasta ahora, vestía una sencilla túnica sin adornos y su cabeza estaba coronada por una cornamenta. Asímismo, junto a ellos traían a un hombre desarmado de mediana edad, cuyos ojos huidizos lo miraron durante una fracción de segundos antes de volver su atención al suelo de la cubierta. Estaba casi completamente calvo, a excepción de unos mechones morenos que le nacían en los costados de la cabeza y sus ropas estaban surcadas por decenas de remiendos y costuras deshilachadas.

-Sed bienvenidos-, los saludó respetuosamente, ya que no quería atraerse innecesariamente las iras de esos gigantes sobrehumanos. -Ayer no tuve ocasión de presentarme personalmente. Mi nombre es Zenón.

-El acento de tu voz... ¿fuiste un ciudadano imperial, verdad?-, preguntó el líder de los Astartes con evidente curiosidad.

-Así es. Serví durante dieciséis años en la Armada Imperial como primer oficial en la Espada de Drusus, un crucero ligero clase Intrépido que pertenece a la Flota Koronnus.

-¿Y por qué has acabado en el Vórtice de los Gritos?-, preguntó Lambo.

-Contrabando-, respondió Zenón sin mostrar ni un ápice de nervios al verse enfrentado a ese improvisado interrogatorio. -Descubrieron mis actividades y tuve que huir para evitar una corte marcial. Uno de mis antiguos contactos era un pirata confeso, pero me aseguró que conocía un puerto seguro lejos de la autoridad imperial y me escondió en su nave a cambio de una considerable suma de tronos. Sin embargo, fuimos asaltados y abordados durante la travesía por otros compañeros de su profesión.

-Te capturaron durante el abordaje-, adivinó con facilidad el guerrero calibanita.

-No caí con deshonor-, se defendió él. -Mi habilidad con la espada es mortífera en un duelo honorable, pero me asaltaron como una jauría de perros rabiosos, pisoteando incluso los cadáveres de los piratas que había matado segundos antes. Al final, lograron reducirme y me vendieron días después como carne de cañón a un pozo de lucha para que sirviese de alimento a las bestias xenos, pero Marius y Lede me encontraron y salvaron mi vida. Desde entonces soy su invitado.

-Si caíste luchando, no debes avergonzarte.

-Hay combates que no se pueden ganar-, asintió Mordekay simpatizando inmediatamente con el renegado imperial. -Dime Zenón, ¿está lista la lanzadera para llevarnos a Q'Sal?

-Todo está en orden. Sin embargo, me gustaría comentaros algo dentro de la lanzadera antes de despegar.

-¿Por qué dentro de la lanzadera?-, preguntó Nodius intrigado.

-Porque Marius me advirtió que las naves doradas tienen ojos y oídos en los lugares más insospechados-, respondió Zenón repitiendo casi literalmente las palabras que había elegido antes su anfitrión.

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Los Astartes escucharon con atención mientras Zenón trataba de explicarles el dilema que tenían que resolver antes de partir. Marius le había dicho que el protocolo habitual en su caso sería aterrizar en el espaciopuerto de Tarnor, repostar promethium y dirigirse a continuación a Surgub. Sin embargo, su anfitrión también le había contado que las ciudades de Q'Sal estaban aliadas con el Templo de las Mentiras y que, cuando conociesen el destino sufrido por el Oráculo Mentiroso a manos de los Astartes, probablemente Tarnor tomaría medidas en su contra. Por tanto, tenían que decidir si Zenón hacía aterrizar la lanzadera en Tarnor, como estaba previsto, o si, por el contrario, la dirigía directamente a Surgub, lo que probablemente también alertase a las dos ciudades.

Mordekay maldijo para sus adentros. El plan que había esbozado consistía en infiltrar a Orick y Zenón en Surgub para obtener información fidedigna desde el interior de la ciudad antes de iniciar el asalto contra la forja de Kharulan el Artífice. No obstante, tomasen la decisión que tomasen, ahora sabían que perderían muy pronto la ventaja del factor sorpresa.

-Vamos a tener que apostar fuerte desde el principio-, señaló Lambo.

-Estoy de acuerdo-, dijo Nodius a su izquierda. -Marius debió habernos advertido de estos pequeños detalles durante la reunión.

-No quería alertar a la tripulación de la nave dorada-, lo defendió Zenón-, pero estoy seguro de que será comprensivo si renunciáis a vuestro acuerdo.

-No-, respondió Mordekay irritado. -No podemos renunciar, ya hemos comprometido nuestra palabra. Vamos a matar a Kharulan y recuperar el artefacto. Zenón, llévanos a Surgub, pero no aterrices directamente en las ciudad. Busca un sitio seguro a una distancia prudencial.

-Dalo por hecho-, respondió el renegado imperial volviendo sus pasos hacia la cabina de vuelo para iniciar las maniobras de despegue. -Ven conmigo-, le ordenó al hombre que había permanecido callado como una tumba hasta entonces.

-Hermanos-, continuó diciendo la voz de Mordekay a su espalda. -¡prepararos para pronunciar los juramentos de combate!

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Los motores de la lanzadera la impulsaron con lentitud fuera de los confines del hangar de la nave dorada y el espacio pronto sustituyó a la prisión de metal con su frío y oscuro abrazo. A los mandos del transporte, Zenón sintió una abrumadora sensación de libertad. "Vuelvo a ser el dueño de mi destino", reflexionó con un renovado entusiasmo. A su lado, Orick permanecía tenso en el asiento de copiloto, apretando los cinturones de seguridad con tanta fuerza que sus nudillos parecían tan blancos como la nieve.

-¿Es la primera vez que estás en una cabina de vuelo?-, le preguntó con cortesía.

-Sí, sí... pero no me gusta esta sensación.

-Entonces el aterrizaje te va a encantar-, susurró para sí el renegado imperial con una sonrisa divertida en sus labios.

Sin embargo, su atención se concentró muy pronto en las lecturas de los pobres augurios de la lanzadera y las vistas que veían sus propios ojos desde la cabina. Un gran orbe amarillo flotaba suspendido en el vacío, rodeado por tres lunas rocosas de distinto tamaño, dos de ellas casi completamente superpuestas, y un enorme anillo con espacios de atraque y astilleros, en cuyas puntas forjadas con acero dorado y runas impías atracaban otros navíos dorados, tan brillantes y resplandecientes como la elegante nave de la que acaban de salir.

La mirada experta de Zenón también se fijó en que el anillo estaba lleno de espinas de baterías láser y de cañones extraños, además de hangares para cazas espaciales, así como en los curiosos ingenios dorados que se desplazaban lentamente con sus múltiples patas sobre la superficie metálica del anillo. "La Flota Koronnus necesitaría sus mejores naves para sitiar este planeta", se dio cuenta con asombrado silencio. A su lado, Orick también parecía muy impresionado por lo que estaban viendo con sus propios ojos.

El renegado imperial volvió a concentrarse en la misión, dirigiendo la pesada lanzadera directamente hacia el planeta. Q'Sal parecía un mundo dominado por grandes continentes en su hemisferio norte y extensas zonas marinas en el sur. Sin entonar ninguna plegaria respetuosa al espíritu máquina del cogitador de la cabina, Zenón hizo los cálculos pertinentes para buscar un vector de aproximación a Tarnor, en los desiertos del norte, desde el que pudiera desviarse luego para dirigirse al sur, hacia Surgub, con el menor número de maniobras posibles. Una vez que obtuvo los cálculos correctos, aceleró los motores de maniobra y la lanzadera inició el descenso.

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Unos treinta minutos más tarde, la lanzadera aterrizó torpemente sobre la superficie amarillenta. Las patas se hundieron unos centímetros en el suelo, conservando completamente su verticalidad. "Otro aterrizaje perfecto", se dijo a sí mismo sin poder evitar una sonrisa autosatisfecha. A su lado, Orick había dejado de gritar, pero seguía teniendo los ojos abiertos como platos y su cara mostraba cierta palidez mortecina. Había sido un verdadero incordio durante todas las maniobras de reentrada atmosférica, aunque al menos no había vomitado dentro de la cabina, lo cual era una especie de milagro en sí mismo.

-Hemos llegado-, comunicó el renegado imperial por los altavoces mientras apretaba la runa que haría descender la trampilla de carga.

-¡Escuadra Laquesis, formación delta!-, oyó ordenar a Mordekay.

Como un solo individuo, los Astartes descendieron con fuertes pisadas abriéndose en cuña mientras apuntaban con los bólter preparados para proteger los flancos y la parte trasera de la lanzadera, sin importar que hubiera o no enemigos a la vista. El paisaje que los rodeaba estaba formado por pequeñas colinas con matorrales de color pardo, hierbas altas y zonas de agua estancada.

-Zenón, ¿me recibes?

-Afirmativo, Mordekay.

-Usaremos esta frecuencia para comunicarnos. Hasta que contactemos contigo, mantendremos un silencio total de radio, pero cuando recibas nuestra señal, transmítenos unas coordenadas seguras de extracción lo más cerca posible de Surgub.

-Recibido. La ciudad está a unos seis kilómetros en dirección noreste, junto a unas marismas y un río. Sin embargo, me inquieta que no hayan intentado comunicarse con nosotros ni enviado naves de interceptación.

-Nos aprovecharemos de ese error. ¡Buena suerte!

-¡Buena suerte!

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No tardaron mucho tiempo en recorrer la distancia que los separaba de su objetivo, pero cuando lograron tener una visión clara de la ciudad se tomaron unos valiosos segundos para asimilar todo cuanto vieron a la luz del sol de la mañana. Al final de la bahía creada por un gran río, se hallaba una enorme isla de unos veinticinco kilómetros de largo y ocho de ancho. Allí, los altos edificios se alzaban como gigantes de cristal y metal por encima de una débil neblina anaranjada, desafiando a la sobrecogedora tormenta eléctrica que rugía a poca distancia sobre sus altas agujas.


Islas más pequeñas yacían dispersas por los alrededores, siempre junto a la costa, ocupadas por fábricas y talleres de aspecto extravagante. También había numerosas embarcaciones, la mayoría de las cuales estaban atracadas en los puertos y embarcaderos; tan solo unas pocas flotaban plácidamente sobre las aguas, inmóviles como si esperasen una señal incierta.

-Fascinante-, murmuró Karakos por primera vez en voz alta.

-Sargento, percibo fuertes corrientes disformes en la tormenta... y en la misma ciudad-, informó Nodius preocupado. -Marius no nos informó de estos datos. Recomiendo abortar la misión.

-Negativo, Nodius. Cuando aceptamos el trato, sabíamos que la misión sería difícil. No importa la naturaleza de los peligros a los que nos enfrentemos. Saldremos victoriosos.

-Uno o dos de nosotros podríamos quitarnos las servoarmaduras y nadar hasta los barcos-, propuso Lambo pensativo. -No debería ser muy difícil hacernos con el control de uno y convencer a los marineros supervivientes para que nos acerquen a Surgub.

-Entonces deberíamos capturar un carguero para llevarnos también el artefacto-, pensó Mordekay en voz alta. -Lambo, vienes conmigo.

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"Nuestros hermanos nadaron al amparo de la bruma, acercándose sigilosamente a uno de los islotes factoría, cerca del cual estaba atracado un carguero a la espera de recibir su mercancía. El osado plan de Mordekay contenía una laguna llena de errores tácticos. Nuestro sargento no había previsto el peligro de la fauna nativa, ni que la aparente calma que gobernaba los alrededores pudiese ser una astuta trampa de los habitantes de Surgub para eliminar a los asesinos del Oráculo Mentiroso, ni otra decena de posibilidades que jugaban en nuestra contra.
Karakos y yo permanecimos a la espera, con los bólter listos para abatir cualquier amenaza. Ambos podíamos sentir la fuerza indomable de los remolinos de la Disformidad atrapados en la tormenta, al igual que las repentinas corrientes que trataban de escaparse durante breves momentos. Para nosotros, psíquicos como éramos, ese fenómeno era tan palpable como las ráfagas de viento en mitad de una tormenta invernal. Pero de algún modo, ese poder indómito no destruía Surgub y darme cuenta de ese hecho me llenó de más preocupación que mil enemigos bien entrenados y armados frente a nosotros.
El tiempo pasó con extrema lentitud, pero al final comprobé que nuestra buena fortuna no nos había abandonado del todo cuando la proa del carguero se acercó lentamente a la costa, apartando en silencio la bruma que encontraba a su paso."

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-Matamos a cuatro de ellos. Estos dos estarán encerrados aquí mientras un tercero maneja los mandos del barco-, le informó Mordekay hablando en calibanita mientras lo ayudaba a ponerse de nuevo la servoarmadura en la bodega del navío. -Lambo lo está vigilándolo en la cubierta. Les hemos hecho creer que somos parte de un ejército de saqueadores que van a invadir Surgub y que los dejaremos con vida si colaboran.

-No podemos confiar en ellos, sargento-, respondió Nodius pensativo. -Nos traicionarán a la menor oportunidad.

-No quiero muertes innecesarias. Si cooperan con nosotros, los dejaremos con vida.

-Entiendo. ¿Han dicho por qué está todo tan tranquilo?

-Dicen que los Catorce Factores, los gobernantes de su ciudad, están reunidos en una sesión y que todos los habitantes de Surgub estarán encerrados en sus casas hasta que sus amos salgan para proclamar nuevos edictos en nombre de Tzeentch.

-¡Menudo disparate!

-Tal vez, pero es una coincidencia afortunada que nos ayudará a entrar en la ciudad sin ser descubiertos.

-¿De verdad crees que es una coincidencia?

-.-

Zenón suspiró después de hacer la última comprobación de los limitados augurios de la lanzadera. No había enemigos cerca de su posición. Satisfecho, decidió estirar un poco las piernas. Se levantó echando una última mirada al exterior y abrió la puerta de la cabina. Al hacerlo, escuchó unos extraños ruidos metálicos. "¿Qué estará haciendo Orick?", se preguntó intrigado mientras daba unos pasos procurando no hacer el menor ruido.

Lo vio de rodillas en el suelo, rebuscando en una caja de herramientas. El renegado imperial tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba buscando una que pudiese empuñar como arma. ¿Para usarla contra él o contra los q'salianos? Orick no parecía ser el tipo de hombre pudiese resultar peligroso con objetos punzantes, pero Zenón prefirió no arriesgarse.

-¿Buscas algo?-, preguntó con un tono severo que le recordó inmediatamente los ahora lejanos días de autoridad en la Espada de Drusus.

-¿Qué, qué?-, preguntó Orick mientras alzaba rápidamente la cabeza para mirarlo con la boca abierta y unos ojos bovinos completamente aterrorizados que confirmaron las peores sospechas de Zenón.

-Pregunto si buscas alguna herramienta concreta-, respondió el renegado imperial mientras apoyaba su mano ostensiblemente en la empuñadura de su espada sierra. -Me he pasado casi toda mi vida en naves espaciales. Puedo ayudarte... si quieres.

-No, por favor. No hace falta... yo sólo... ¡estaba curioseando!-, dijo petrificado en el mismo sitio en el que se encontraba.

-No me gusta que hagas eso, Orick. Podrías mover alguna manivela, apretar una runa o estropear otra parte sensible de la lanzadera que podría ponernos en peligro cuando nos marchemos de Surgub, de modo que no vuelvas a hacerlo. ¿Lo has entendido?

-Lo entiendo. Gracias, gracias.

Zenón se sintió más tranquilo ahora que había puesto a Orick en su lugar. El hombrecillo parecía verdaderamente aterrorizado por las consecuencias de sus actos. Casi le dio lástima. Casi.

-Dime Orick, ¿por qué acompañas a los Astartes?-, preguntó intrigado.

-No fue decisión mía. Me secuestraron.

-¿Te secuestraron?

-Sí. Yo era un siervo del Templo de las Mentiras. Me ocupaba de transportar mercancías y visitantes en un viejo vehículo de orugas. Pero cuando los Astartes llegaron a Kymerus, mataron al Oráculo Mentiroso y me llevaron con ellos durante su huida en contra mi voluntad.

-¿Y para qué te quieren con ellos?

-Para que sea su sirviente. A veces limpio sus armas y armaduras, y hago todo lo que me ordenan.

-Entiendo. Ahora dime la verdad... ¿te gustaría ser libre?

-Sí-, confesó Orick nervioso tras unos largos segundos llenos de dudas y luchas internas.

-Pero les tienes demasiado miedo, ¿no es cierto?

-Sí, claro que les tengo miedo.

-Pues vete-, respondió Zenón al tiempo que apretaba una runa situada en la pared. El ruido sordo de la trampilla de carga y descarga inundó la bodega de la lanzadera, ahogando cualquier otro sonido. Orick lo miró confuso, sin entender sus intenciones. Zenón alzó la voz para hacer oír. -Eres un hombre. Compórtate como tal. Si quieres recuperar tu libertad, huye. Los Astartes están demasiado lejos para impedírtelo y, cuando descubran tu fuga, ya no podrán hacer nada para evitarla. Vete, yo no te detendré.

Para dar mayor énfasis a sus palabras, Zenón volvió a entrar en la cabina, dejando la puerta abierta para escuchar con claridad lo que ocurriera en la bodega. Quería darle a Orick la oportunidad para huir en una situación controlada, cuando no pudiese ponerles en peligro. Estaba seguro de que la trampilla abierta ante él sería demasiado tentadora. En silencio, Zenón desenfundó su pistola láser y aguardó con paciencia el inevitable desenlace.

No obstante, Orick lo sorprendió sinceramente cuando se acercó a la cabina arrastrando con desgana los pasos sobre el suelo metálico. En sus ojos había una mirada baja, derrotada. Era la mirada de un hombre que se había condenado a sí mismo a la esclavitud. Zenón lo vio derrumbarse sobre el asiento del copiloto. Maldiciendo para sus adentros, guardó de nuevo la pistola láser en su funda.

martes, 22 de abril de 2014

BC 16: LA PROPUESTA DEL EXILIADO


"Permanecí inconsciente casi veinticuatro horas desde el momento en que nuestro navío entró en la Disformidad para iniciar el viaje fuera del sistema Kymerus y escuché con asombrado terror los gritos torturados de miles de millones de almas gritando al unísono su agonía. Aquel mar de lamentos y sufrimientos abrumó todo mi ser, arrastrándome en su locura durante esas largas horas hasta que pude recuperar la consciencia y sentir de nuevo mi cuerpo físico. A veces me pregunto cuál hubiese sido mi destino de haber tenido una voluntad más débil, más frágil, que me hubiese dejado completamente indefenso ante semejante fenómeno.
Los siguientes dos días los pasamos encerrados en las bodegas de la nave dorada, junto con los Astartes de la antigua XVII Legión, los Portadores de la Palabra. Mientras Mordekay aplicaba con nosotros un duro régimen de entrenamientos y ejercicios de combate que tenía como fin prepararnos para futuros conflictos, nuestros nuevos aliados ocupaban su tiempo en sesiones de meditación, lecturas impías, auoflagelación, sacrificios sangrientos y plegarias oscuras dirigidas a todos y cada uno de los malignos dioses conocidos en su conjunto como los Poderes Ruinosos. Con mucha cortesía, nos invitaron a unirnos a sus servicios religiosos en numerosas ocasiones, aunque Karakos fue el único que accedió a participar activamente en sus ritos, haciéndose evidente para todos nosotros que el antiguo Cráneo Plateado estaba demasiado ansioso por aprender sus viles enseñanzas.
Durante ese tiempo, Orick, la mascota que Lambo había traído consigo de Kymerus, no se separó de nosotros, aterrado como estaba por las infames prácticas de los Portadores de la Palabra y temeroso de cometer cualquier error que condujese a un violento castigo. Sin embargo, Mordekay se apiadó de esa desdichada criatura y comenzó a explicarle cómo debía reparar nuestras armas y armaduras, para convertirlo en el primer sirviente humano de nuestra escuadra.
Por otra parte, también mantuvimos intensas discusiones acerca de cuál sería nuestro siguiente movimiento, hablando siempre en calibanita para que nuestros aliados, tanto los Portadores de la Palabra como el mismo Karakos, no tuviesen la oportunidad de espiar nuestras decisiones.
Corvis nos había explicado previamente que la nave dorada había puesto rumbo a un planeta llamado Q'Sal, donde gobiernan los hechiceros-tecnócratas, famosos en todo el Vórtice de los Gritos por su habilidad en la forja de almas. El Portador de la Palabra también nos había explicado que la población planetaria, compuesta por fieles devotos de Tzeentch, el Dios de la Magia y la Transformación, estaba concentrada en tres grandes ciudades estado llamadas Surgub, Tarnor y Velklir, que competían encarnizadamente entre sí por el poder al mismo tiempo que colaboraban a regañadientes frente a cualquier tipo de amenaza externa.
Una vez que llegásemos a Q'Sal, nos dijo, tendríamos que movernos por nuestra cuenta, puesto que él y sus hermanos cogerían otro navío que les llevase directamente a Tumba Llameante, el mundo que los suyos usan como base de operaciones en el Vórtice de los Gritos.
Desde el principio, Mordekay vio la rivalidad constante entre las ciudades estado de Q'Sal como una excelente oportunidad para conseguir con rapidez pertrechos, armas y soldados dispuestos a luchar por nuestra causa. Ilusamente, nuestro sargento se imaginaba que sería fácil conseguir esos bienes ofreciendo al principio nuestros servicios como mercenarios y soldados de fortuna, hasta que llegásemos a un punto en que pudiésemos inclinar definitivamente la balanza de poder de los nativos en nuestro beneficio. Lambo pronto cayó presa de esas mismas ambiciones y, juntos, lograron convencerme para que apoyase sus propias aspiraciones.
También tantearon a Karakos cuando no estaba ocupado en los ritos religiosos de los Portadores de la Palabra ni estudiando del Torestus, el libro que había robado al Oráculo Mentiroso, ofreciéndole participar en nuestro plan a pesar de que les advertí encarecidamente de que el Cráneo Plateado sólo podría traernos problemas e incluso que podría traicionarnos sin miramientos llegado el caso. No obstante, mis advertencias cayeron en saco roto y Mordekay logró el apoyo parcial de Karakos para nuestra causa sin conseguir que jurase lealtad a nuestra unidad, lo que acrecentó todavía más mis sospechas contra él."

-.-

Al tercer día, la puerta de acero dorado de la bodega se abrió con un sonido suave, casi sinuoso, y uno de los tripulantes de la nave, un q'saliano de unos veinte años, melena rubia que acariciaba sus hombros y finos ropajes de color esmeralda se acercó a nosotros durante un entrenamiento para anunciarnos que la nave había salido de la Disformidad y llegaría a Q'Sal en unas pocas horas. Su aviso llegó sin necesidad para Nodius, que había dejado de percibir los chillidos y lamentos de las almas torturadas que daban su nombre al Vórtice de los Gritos.

-Está bien-, asintió Mordekay al hombre. -Puedes irte.

-Hay una cosa más, señor. Un mensaje privado de otro de los pasajeros de esta nave-. El marinero aguardó  respetuosamente en silencio a que Mordekay le hiciese un gesto antes de continuar, cosa que el calibanita hizo rápidamente. -Su nombre es Marius. Ha conseguido que nuestro capitán acceda a preparar una reunión en el comedor de la nave. Dice que tiene una propuesta de negocios que redundará en vuestro beneficio.

-¿Ha dicho algo más?-, quiso saber Lambo.

-No, lo lamento. ¿Qué debo contestarle?

-Dile que nos reuniremos con él en dos horas estándar-, decidió Mordekay.

El marinero asintió y abandonó rápidamente la bodega, sin mirar atrás en ningún momento. La ansiedad que impregnaba sus palabras delataba su miedo, que sólo se hizo todavía más patente aun cuando prácticamente corrió hacia la puerta para escapar de la bodega.

-Parece que empieza el juego-, dijo el sargento en calibanita con una sonrisa carente de humor en su rostro severo. -Debemos causar el máximo efecto a ese Marius, por lo que acudiremos con nuestras armas y servoarmaduras. Lambo, ayúdame a ponerme la mía. Nodius, tú avisa a Karakos.

-No deberíamos dejar a Orick a solas con los Portadores de la Palabra-, dijo Lambo mirando de reojo a los otros Astartes. -Podría sucederle algún accidente irreparable.

-No te preocupes, hermano-, respondió Nodius. -Yo me quedaré con él.

-¿No prefieres venir a la reunión? Karakos podría quedarse y vigilarlo por nosotros.

-No confío de él-, respondió Nodius-, ni en sus tratos con los Portadores de la Palabra. Es mejor que me quede yo. Además, las reuniones formales nunca han sido de mi agrado.

-Está bien-, asintió Mordekay. -Quédate tú si es lo que quieres, pero avisa a Karakos.

El psíquico asintió alejándose unos pasos de sus hermanos. Seguía teniendo serias dudas acerca de la conveniencia de incluir a Karakos en sus planes, pero había recibido una orden directa y no pensaba cuestionarla en público, al menos por el momento. El Cráneo Plateado estaba sentado en el suelo a unos treinta pasos, con la espalda contra la pared, y el Torestus apoyado sobre sus rodillas. Parecía estar totalmente concentrando en la lectura, estudiando las retorcidas palabras de sus páginas agrietadas con suma atención.

-¡Eh, tú!-, lo llamó Nodius negándose a ofrecerle el mismo trato de cortesía que disfrutaban sus hermanos calibanitas. Como gesto final de desprecio, comenzó a hacerle señas con los dedos para que se acercase a él mientras le decía "ven aquí".

Karakos no hizo ningún gesto que delatase que había recibido órdenes de Nodius, pero cerró despacio el Torestus y se puso en pie con una calma deliberada, mientras miraba desafiante al psíquico calibanita.

-.-

El comedor del pasaje era espacioso y lujoso, con sus paredes doradas cubiertas de pinturas que mostraban paisajes alienígenas y misteriosos signos arcanos que atrajeron inmediatamente las miradas curiosas de Karakos desde el mismo momento en que entraron por la puerta principal. Muebles  hechos con delicadas maderas y repletos con fuentes y menaje de lujosas vajillas completaban la sensación de opulencia, a pesar de que las robustas mesas y sillas para dar acomodo al pasaje habían sido apartadas contra las paredes para ofrecer el mayor espacio posible a los Astartes que iban a asistir a la reunión.

Tres personas les estaban esperando en completo silencio. Parecía que existía algún tipo de familiaridad formal entre ellas, pero su aspecto era tan diferente entre sí como lo era su comportamiento o su lenguaje corporal. Eso llamó la atención de los tres Astartes, aunque no supieron cómo interpretar lo que estaban viendo. No obstante, su entrenamiento militar les llevó a fijarse en la persona que pudiese ofrecer un mayor peligro en caso de que hubiese un combate.

Descartaron casi al mismo tiempo a la figura ataviada con una túnica rojiza bordada con símbolos arcanos dorados y el rostro cubierto por una capucha. Sin embargo, sus miradas sí alternaron nerviosas entre el hombre enfundado en una armadura caparazón de fabricación claramente imperial, que no lucía insignia alguna y que estaba armado con una espada sierra y una pistola láser sujetas al cinto, y lo que parecía una mujer de complexión esbelta vestida con un burdo y ajustado traje hecho con pieles humanas que sólo dejaba al descubierto unos orificios para unos ojos dorados como los de un felino, su boca llena de dientes afilados entre los que se vislumbraba una lengua bífida, los dedos rematados en garras ennegrecidas... y los carnosos labios que se intuían bajo su oscuro vello púbico.

Un aroma empalagoso y cálido, dulzón pero salado al mismo tiempo, parecía flotar pesadamente en el aire de la sala. Mordekay y Karakos lo percibieron en el mismo momento en que entraron en el comedor a pesar de tener el yelmo puesto. Ambos sintieron una repentina sensación de vértigo que les erizó toda la piel de sus cuerpos, estremeciéndolos con un insospechado deseo sexual que no habían experimentado desde sus días humanos anteriores a las terapias químicas y genéticas que los habían convertido en Astartes.

-Creo que esa mujer está poseída por un demonio-, susurró Karakos a través de la frecuencia de unidad de sus yelmos cuando sus sentidos psíquicos le hicieron estremecerse como había sucedido al contemplar a las criaturas de la disformidad que protegían el Templo de las Mentiras.

-Yo me ocuparé de ella si causa problemas-, respondió Lambo confiado.

-Déjanos a solas-, ordenó la figura encapuchada al marinero, que también se había visto afectado por el seductor aroma de la mujer poseída. Su voz sonaba con la misma cadencia y tonalidad que la de los tripulantes de la nave dorada, por lo que los tres Astartes supusieron que también debía ser un q'saliano.

La figura esperó a que el marinero se hubiera marchado todavía con una expresión adormecida en su rostro para adelantarse despacio a su compañeros y echar la capucha hacia atrás con sus manos, una de las cuales parecía una mano huesuda forjada con el mismo metal acerado de aspecto dorado con el que estaba forjado la nave espacial en la que estaban viajando. El rostro que se escondía bajo la capucha mostraba dos caras. La izquierda todavía era humana, con unas pocas cicatrices de aspecto envejecido, un ojo castaño y un pelo corto, de color oscuro. La otra, la derecha, era completamente artificial, forjada de nuevo con el mismo acero dorado, runas inscritas y un ojo artificial con una lente carmesí. El metal de esa segunda cara le cubría la mitad de la cabeza y parte de la garganta, despareciendo por debajo de los pliegues de su túnica rojiza.

-Bienvenidos, grandes guerreros. Mi nombre es Marius y os doy las gracias por haberme concedido el honor de reuniros conmigo. Permitidme que os presente a mis compañeros, Lede y Zenón.

-Gracias por tus amables palabras, Marius-, respondió el sargento calibanita mientras se quitaba teatralmente el yelmo. -Soy Mordekay, sargento de la escuadra Laquesis. Mis hermanos de armas se llaman Lambo y Karakos. ¿Por qué has solicitado unirte con nosotros?

-Para ofreceros una propuesta que será mutuamente beneficiosa, por supuesto. He escuchado que habéis asesinado al Oráculo Mentiroso en su fortaleza del Templo de las Mentiras, lo que me ha llevado a pensar que sois las personas adecuadas para hacer lo que tengo en mente.

-El rumor que has oído es cierto. El Oráculo Mentiroso está muerto. Yo mismo le arrebaté la vida con mi martillo, pero sólo lo hice porque había intentado asesinarnos a traición. Si quieres hacer tratos con nosotros, Marius, debes tomar buena nota de la suerte que corren los que cometen el imperdonable error de traicionarnos.

-Entiendo lo que quieres decir, pero te aseguro que esta vez no habrá mentiras ni traiciones. Mi propuesta es del todo honesta y sincera.

-Habla entonces. Te escucho.

-Veréis, hace casi veinte años mi padre era un poderoso hechicero-tecnócrata en la hermosa Tarnor. Por aquel tiempo, venían suplicantes de todos los rincones del Vórtice de los Gritos para pujar por sus creaciones y nuestra familia gozaba de una justa y merecida fama. Sin embargo, como bien sabéis por propia experiencia, el mérito engendra toda clase de envidias. Uno de nuestros rivales, un hombre llamado Kharulan el Artífice, cuya forja se encuentra en Surgub, logró sobornar a los guardias de nuestro palacio para que robasen el último descubrimiento de mi padre e hiciesen explotar un potente explosivo durante su huida. Mis padres murieron en ese atroz atentado y yo soporté heridas que me perseguirán el resto de lo que me quede de vida-, explicó Marius mientras se acariciaba con su mano artificial la placa dorada que cubría el lado derecho de su cabeza.

-Creía que ibas a hacernos una propuesta-, lo interrumpió Lambo.

-Disculpa mi largo relato pero mi historia conduce inexorablemente a esa propuesta, como podrás comprobar muy pronto. Fui desposeído de todos los bienes y privilegios de los que disfrutaba mi familia y exiliado de mi ciudad natal. Desde entonces, he viajado incansablemente de un extremo a otro por todo el Vórtice de los Gritos con el objeto de reunir el suficiente poder para destruir a los enemigos de mi familia. Parte de mi viaje se ha completado ya... pero vosotros podéis ayudarme a cumplir al fin mis ambiciones.

-¿Quieres que matemos a ese Kharulan, verdad?-, adivinó el calibanita.

-No sólo quiero que venguéis el nombre de mi familia matando a ese miserable, también deseo que recuperéis la última obra de mi padre para que no se convierta en un burdo trofeo de cualquier otro hechicero-tecnócrata de Surgub.

-¿Y qué estás dispuesto a darnos a cambio?-, preguntó Mordekay con evidente interés.

-Si realizáis esta importante tarea, me convertiré en vuestro fiel servidor y compartiré con vosotros el poder las obras de mi difunto padre. Espero que con el tiempo descubriréis que mi amistad será extraordinariamente útil en todo tipo de situaciones adversas.

-¿Cuáles son las medidas de seguridad que protegen a ese Kharulan?-, quiso saber Lambo.

-Extraordinarias, por supuesto. De lo contrario, ya habría resuelto esta vieja afrenta hace mucho tiempo usando a simples mercenarios. El Artífice no suele abandonar su forja, que está custodiada por guardias bien armados y artefactos de su propia creación.

-¿Y qué forma tiene la última obra de tu padre?-, quiso saber Mordekay.

Marius se acercó al Astartes sacando un pliego de papel doblado de entre sus ropajes. Al extenderlo, el sargento calibanita pudo contemplar el esbozo de un extraño artefacto de base redonda, con un pilar central y varios más pequeños en los extremos de la plataforma.

-¿Y sus dimensiones?

-La plataforma tenía unos seis metros de diámetro y el pilar central cuatro. Ahora no recuerdo cuál era su peso aproximado.

-Extraer un objeto tan grande de una ciudad hostil no será precisamente fácil-, señaló Mordekay. -Necesitaremos contar como mínimo con algún tipo de transporte pesado...

-Ya me he ocupado de esos pequeños detalles. Tendréis a vuestra disposición una lanzadera grande de carga que Zenón se encargará de pilotar, así como placas antigravedad que os ayudarán a mover con facilidad el artefacto. De modo que... ¿vais a ayudarme?

-Lo haremos-, respondió Mordekay tras unos largos segundos de reflexión silenciosa. -Mataremos a Kharulan el Artífice y recuperaremos el artefacto que robaron sus hombres; a cambio, serás nuestro aliado incondicional, ofreciéndonos tu apoyo público y cualquier suministro o servicio que necesitemos.

-Entonces tenemos un acuerdo-, asintió Marius.

-.-

Nodius sintió el tacto suave de la cubierta de cuero cuando la recorrió con sus dedos. Levantó la vista una última vez para asegurarse de que todo iba bien. A su lado, Orick estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared y los brazos rodeando las piernas, vigilando de reojo a los Portadores de la Palabra en una de sus interminables sesiones de meditación mientras Corvis leía un oscuro fragmento del Libro de Lorgar en una lengua incomprensible.

Satisfecho, el psíquico calibanita volvió a concentrar toda su atención en el Torestus, abriéndolo por la primera página maltratada de papel. Encontró pulcras letras escritas en gótico terrano, que se apilaban en dos columnas verticales sin ningún tipo de signo de puntuación que separase las oraciones entre sí. Nodius comenzó a leer en silencio la primera columna.

"Y entonces descendieron los Dioses Demoníacos reunieron el metal retorcido de los campos de batalla de Nissen para formar su carne cogieron las llamas de las piras funerarias para darle vida mas en su sabiduría infinita recogieron el fruto del Árbol de Demitre que codician todos los hombres y lo colocaron donde debía estar su corazón para que desease el dominio sobre las almas de los hombres"

Las ocho siguientes líneas parecían formar parte de historia distinta. Las cuatro posteriores no tenían ningún sentido. Intrigado, Nodius descubrió que los saltos de la trama eran constantes y su orden de aparición parecía completamente aleatorio. No existían marcas ni signos que delatasen cómo obtener una narración coherente. "Es la obra de un loco... o de un genio", pensó admirado el psíquico calibanita.

Resignado a lo inevitable, comenzó a tomar notas, copiando fragmentos sueltos de lo que suponía que debían ser diferentes relatos épicos agrupados en un único tomo. El protagonista de todos ellos parecía ser Tor, un semidiós de forma humana creado por los dioses de una ciudad estado llamada Davis. Algunos relatos parecían indicar que Davis estaba rodeada por otras ciudades enemigas, que temían su religión y trataban de destruir a sus habitantes siempre que podían. Otros relatos insinuaban que Tor había sido expulsado de Davis por algún motivo que no llegaban a aclarar. No obstante, todos los relatos mostraban al protagonista como un héroe embarcado en todo clase de aventuras imposibles.

"¿Por qué consultaba este libro el Oráculo Mentiroso?", se preguntó Nodius frustrado mientras cerraba de golpe el Torestus. "¿Qué vio en él durante sus adivinaciones?"

viernes, 11 de abril de 2014

BC 15: HUÍDA DE KYMERUS


Una oscura polvareda alertó a los pocos habitantes que no estaban trabajando en las minas de que un vehículo se estaba acercando rápidamente a su ciudad. Deduciendo quiénes serían sus propietarios, la mayoría de las gentes se encerraron en sus casas igual que cuando esperaban la llegada de una fuerte tormenta de polvo. Otros, los más inteligentes y astutos, decidieron esconderse en refugios secretos entre las ruinas, hasta que los forasteros terminasen de hacer cualquier cosa que les hubiera llevado de vuelta a Cuerpo Putrefacto.

Cuando el Rhino estuvo lo bastante cerca del asentamiento, ya no se veía ni un alma en las "calles" y todas las puertas y ventanas estaban cerradas. Cuerpo Putrefacto parecía más que nunca un pueblo fantasma. Sin aminorar la velocidad, el transporte zigzagueó con torpeza a través de las ruinas que servían de viviendas, mientras el rugido de su motor ahuyentaba el ominoso silencio que reinaba allí. En su interior, los Astartes vigilaban las "calles" a través de las rendijas de disparo, buscando cualquier posible amenaza por ridícula que pareciese esa idea en un lugar como este.

Finalmente, el transporte se detuvo junto a la entrada del espaciopuerto. Respondiendo a un señal silenciosa, cuatro Portadores de la Palabra desembarcaron rápidamente del Rhino, dispersándose en solitario por las "calles". Karakos y los tres calibanitas permanecieron cerca del transporte, ya que sus nuevos aliados no les habían explicado qué pasaría a continuación.

-¿Qué están haciendo?-, preguntó Lambo con curiosidad y sospecha a partes iguales.

-No tengo ni idea-, le respondió Nodius.

Desde su posición, vieron a uno de los Astartes de servoarmaduras granates echar abajo a patadas la puerta de una vivienda e irrumpir como una bestia furiosa en su interior. A continuación pudieron escuchar con suma claridad los angustiados gritos de terror de sus propietarios. Sucesos similares se produjeron por otros lugares del asentamiento. Segundos después, los Portadores de la Palabra empezaron a regresar arrastrando con ellos en contra de su voluntad a hombres, mujeres y niños.

-¡Formad un círculo para que no huyan!-, les ordenó Corvis.

-Los quieren como esclavos-, dedujo Lambo. Estaba hablando en calibanita para que sólo sus dos hermanos pudiesen entender sus palabras. -No deberíamos apoyar esto.

-¿Qué hacemos, sargento?-, preguntó Nodius.

-Hablaré con Corvis-, les respondió Mordekay. En su fuero interno, el sargento comprendía los recelos de sus hermanos. Cuando los Ángeles Oscuros habían absorbido a la Orden, muchos de sus ideales caballerescos se habían infiltrado en los códigos de conducta de la I Legión, entre ellos el repudio a la trata y el uso de esclavos humanos. -¿Qué pensáis hacer con estas personas, Corvis?-, preguntó cuando vio acercarse al líder de los Portadores de la Palabra con dos niños cautivos, que tenían el rostro cubierto de polvo y lágrimas.

-Son el precio de vuestro pasaje, Mordekay.

-Es inaceptable-, murmuró Lambo en calibanita a su lado.

-¿No existe otra forma de pago?-, preguntó receloso el último sargento de la escuadra Laquesis. -Podemos ofrecer alguna de nuestras armas y munición o nuestros servicios militares, si fuera necesario.

-Los capitanes de las naves doradas sólo aceptan pagos con mercancías humanas y, si no les llevamos lo que piden, no os permitirán subir a su navío.

-Parece algo razonable-, intervino Karakos.

-¿Y qué nos impide apoderarnos de su lanzadera y tomar su navío por la fuerza de las armas?-, preguntó Nodius en voz alta usando el gótico terrano.

-Podríais intentarlo, es cierto. Si lo hacéis, no os ayudaremos... pero tampoco nos opondremos a vuestros actos. Hasta que mi amo decida que sois aquellos de los que habla la Profecía, los Portadores de la Palabra debemos permanecer neutrales. En cualquier caso, ya no queda tiempo. Debéis tomar una decisión.

-¿Qué decís?-, preguntó Mordekay volviéndose hacia sus compañeros.

-Tomemos su nave espacial-, se reafirmó Nodius.

-Estoy con él-, asintió Lambo sin demasiado entusiasmo, -pero también entiendo que estamos heridos, faltos de munición y Nodius ha perdido su servoarmadura. Por eso apoyaré cualquier decisión que tomes, hermano sargento.

-¿Y tú que dices, Karakos?

-Nuestra situación es crítica. Paguemos su precio-, respondió el antiguo bibliotecario tras unos segundos.

-Estoy de acuerdo-, asintió Mordekay. -Formad el círculo y no dejéis que escape ninguno.

Sus compañeros hicieron lo que les ordenó y los Portadores la Palabra, que habían aguardado en completo silencio hasta ese momento, tomando sin duda buena nota de todo cuanto decían, comenzaron a soltar a sus prisioneros dentro del círculo. A continuación, regresaron a las viviendas y trajeron más cautivos. Hicieron más viajes, trayendo siempre consigo más vidas humanas llenas de esperanzas y miedos, que se veían de pronto condenadas a la esclavitud y a una suerte incierta. "El destino es capaz de obrar con gran crueldad", pensó Lambo al vigilar a la veintena de prisioneros mientras ignoraba al mismo tiempo sus súplicas desesperadas.

-¡Tú no!-, exclamó de repente Mordekay sacando del círculo de futuros esclavos a uno de los jóvenes de la familia Guantequemado cuando lo trajo uno de los Portadores de la Palabra. -Los tuyos nos han hecho un gran servicio. Eres libre. ¡Vete!

El muchacho obedeció sin pensárselo dos veces, huyendo a la carrera tan rápido como se lo permitieron sus dos jóvenes piernas. El Portador de la Palabra que lo había traído hasta allí se quedó quieto, mirando fijamente a Mordekay. El sargento calibanita le devolvió la mirada desafiante, dispuesto a pelear con él si fuese necesario. No obstante, el Astartes de servoarmadura granate apartó la mirada y volvió a ocuparse de conseguir más esclavos. Cuando volvió, lo hizo trayendo consigo una mujer joven que estaba en un avanzado estado de embarazo. La dejó con mucho cuidado dentro del círculo y luego miró desafiante a Mordekay antes de volver a marcharse.

-.-

"Cuando los Portadores de la Palabra estimaron que tenían suficientes cautivos para comprar el precio de nuestro pasaje, habían reunido ya unas cuarenta personas de ambos sexos y todas las edades, desde ancianos a niños pequeños. Diez seres humanos por cada uno de nosotros para pagar un simple viaje espacial. En ese momento tomé conciencia de que la vida tal como la habíamos conocido se había extinguido por completo. Lo único que podíamos hacer ahora era luchar por sobrevivir en este mundo futuro, lleno de brutalidad e ignorancia, pagando el precio que fuese necesario para seguir avanzando.
El navío en el que íbamos a embarcar poseía una lanzadera pesada de carga, que aterrizó en uno de los descuidados hangares del espaciopuerto de Cuerpo Putrefacto. Corvis exigió que él y sus Portadores de la Palabra subiesen a bordo en primer lugar con la mitad de la carga, para convencer personalmente al capitán del nuevo trato. Nosotros subiríamos en el segundo viaje, junto con el resto de los esclavos y el Rhino de los legionarios traidores. Faltos de más opciones, tuvimos que ceder nuevamente a su propuesta.
Lenta y con escasa maniobrabilidad, la barcaza de carga tardó más de una hora en volver a por nosotros. Creo que no exagero cuando digo que a todos se nos pasó por la cabeza que los Portadores de la Palabra nos habían traicionado, abandonándonos a nuestra suerte en Kymerus. Eso sin duda complacería a los nuevos amos del Templo de las Mentiras, que estarían ansiosos de vengar la reciente muerte de Renkard Copax. Sin embargo, la barcaza regresó por fin como una estrella fugaz en un horizonte que se iba oscureciendo poco a poco, adoptando una tonalidad cada vez más fría y azulada mientras Elorum comenzaba a despuntar en el horizonte.
Después de embarcar el Rhino y obligar a los desesperados esclavos a subir en contra de su voluntad, el transporte orbital se puso en marcha a pesar de las fuertes quejas de sus motores. La nave tembló como una persona presa de las fiebres y todos nuestros prisioneros gritaron de puro terror durante más de treinta minutos, el tiempo que tardamos en salir de la atmósfera de Kymerus y entrar en el hangar de la nave dorada.
Cuando desembarcamos, sentí un intenso escalofrío que heló toda la sangre de mi cuerpo. Mis sentidos sobrenaturales percibieron concentraciones anómalas de energía disforme en el navío en el que acabábamos de aterrizar, así como rastros de energías demoníacas y lo que parecían ser almas humanas aprisionadas en su casco dorado. Nunca me había encontrado con un fenómeno semejante.
Corvis nos estaba esperando allí para recibirnos, por supuesto. Nos explicó que el capitán había aceptado gustosamente nuestro pago, ordenando que se hiciesen los preparativos necesarios para que fuésemos alojados en la misma bodega en que se alojaban los Portadores de la Palabra, aunque puso como única condición que no saliésemos de nuestro espacio de alojamiento durante la travesía.
Terminadas las explicaciones oportunas, Corvis nos guió por los pasillos mientras los tripulantes del navío dorado se hacían cargo de los esclavos que les habíamos traído. "Singulares" es la palabra que emplearía si tuviera que describir a esos marineros, ya que ninguno de ellos parecía tener más edad que treinta años, situándose la mayoría en torno a los veinte o incluso menos aun. Tampoco tenían cicatrices ni marca alguna que afeasen sus cuerpos, y vestían con ropajes finos y elaborados, más propios de cortesanos que de la tripulación de un navío espacial.
Sin poder contener por más tiempo mi curiosidad, pregunté directamente al Portador de la Palabra acerca de las anomalías que percibía en el extraño metal dorado del que estaba forjado la nave y la sorprendente juventud de sus tripulantes. Una siniestra sonrisa torció los labios del rostro de Corvis cuando me respondió con aparente sencillez: "los q'salianos son célebres forjadores de almas y todos sus artefactos están hechos con esas extrañas artes."

martes, 8 de abril de 2014

BC 14: LA SORPRESA DE COPAX


"Fueran cuales fuesen las razones que habían impulsado al Oráculo Mentiroso a atentar contra nuestras vidas, lo cierto era que su patético intento había fracasado por completo. No pretendo vanagloriarme por haber advertido precisamente que esto podría suceder pero los hechos, en definitiva, terminaron por reivindicar mis advertencias.
En cualquier caso, una vez que masacramos a los supuestos asesinos, abrimos la trampilla de adamantium y descendimos dispuestos a abrirnos paso por la fuerza a través de hordas de guardias y brujos furiosos por las muertes de sus camaradas. No ocurrió tal cosa. Al otro lado de la trampilla no había nadie esperándonos, ni siquiera Elika la Vidente. No obstante, sí pudimos advertir que nuestros oídos volvían a percibir sonidos a nuestro alrededor. Parecía que el oscuro sortilegio que usó Renkard Copax para imponer un silencio sobrenatural sólo afectaba a la propia Cámara de Akrinus. Aliviados por ese hecho, comenzamos el descenso por las escaleras con las armas listas para usarlas en cualquier nueva emboscada.
Lambo se obstinó en encabezar al grupo, seguido por Mordekay y Karakos, mientras que yo cerraba la marcha. Al principio, mis hermanos calibanitas nos guiaron a través del entramado de escaleras según su propio criterio, lo que provocó que nos perdiésemos sin remedio después de los primeros minutos. Karakos se ofreció entonces a intentar encontrar una salida, explicándonos que había llegado a entrever temporalmente las rutas seguras de las escaleras durante su visita a las bibliotecas. Pese a sus crecientes recelos a todo lo que rodeaba los poderes psíquicos y las brujerías del Templo de las Mentiras, Mordekay tuvo que ceder y permitir al ex Cráneo Plateado que tomase la delantera del grupo.
Y de este modo, intentamos deshacer el camino que nos había conducido a la Cámara de Akrinus. Una mente simple podría creer que lo único que teníamos que hacer era buscar las escaleras por las que pudiésemos bajar a los niveles inferiores del templo, pero lamentablemente en este lugar lo que antes estaba arriba y abajo o a los lados podía cambiar de orientación sin que te dieses cuenta, lo que hacía que el descenso fuese todavía más complicado de lo que habíamos previsto. De hecho, a pesar de toda la palabrería de Karakos, volvimos a perdernos en aquel laberinto de peldaños y más peldaños en todas las direcciones.
Sin embargo, Lambo tuvo una idea sencilla a la par que efectiva para escapar del punto muerto en el que nos encontrábamos. Sugirió que debíamos apresar a uno de los sirvientes del templo o, mejor aún, a un guardia para interrogarlo y obligarlo a que nos guiase hasta la salida. Faltos de alternativas mejores, su plan nos convenció a todos."

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Los Astartes encontraron un pasillo de servicio al final de unas escaleras. Varias puertas conducían a pequeñas salas muy similares a las que había visto durante su visita en las bibliotecas. Dos sirvientes pasaron a su lado, conversando en voz baja acerca de algún asunto esotérico que no llegaron a entender. Los dos hombrecillos no se sorprendieron de verlos en aquel pasillo y continuaron enfrascados en cualquiera que fuera el objeto de su debate.

Un poco más adelante, encontraron lo que estaba buscando: un guardia solitario. Estaba armado con una de las peligrosas gujas electrificadas y vestía la armadura escamosa, con la consabida librea de Tzeentch y el yelmo reflectante. Lambo sonrió para sus adentros mientras se acercaba despacio, intentando ocultar sus intenciones. El guardia debió mirarlos con curiosidad, pero se hizo a un lado para cederles el paso por el pasillo. El calibanita actuó justo cuando pasó a su lado, cogiendo al hombre por el cuello con una mano, mientras que con la otra evitaba que el guardia pudiese usar su guja.

Su presa se debatió torpemente entre sus manos, protestando con pequeños gritos ahogados. Lambo y Mordekay entraron en una de las cámaras arrastrando al guardia consigo, al mismo tiempo que Nodius y Karakos montaban guardia en la puerta para impedir que nadie los molestase. Al igual que las otras estancias, la sala estaba atestada de libros, mapas y pergaminos, que el Astartes ignoró completamente mientras arrojaba al guardia al centro de la habitación. A continuación desenfundó su pistola bólter a una velocidad que ojo humano tendría dificultades en seguir y encañonó al hombre prácticamente a la cara.

-¡Quítate el yelmo!-, ordenó tajante.

El guardia hizo despacio lo que le ordenaba. Tal vez debido a sus lecturas previas acerca de los dioses del Caos y sus sirvientes demoníacos, ambos Astartes esperaban contemplar un rostro retorcido y deforme bajo el yelmo reflectante, pero lo que se encontraron fue una cara alargada, joven y anodina, carente de cicatrices que delatasen los rigores de combates pasados. Los ojos azules de su prisionero parecían asustados, pero el guardia trataba de conservar la calma en su difícil situación.

-Voy a hacerte unas preguntas-, empezó a decir Mordekay. -Si me mientes o tu respuesta me parece incompleta, te mataré lentamente sin dudarlo. ¿Lo has entendido?

El prisionero no respondió verbalmente, aunque asintió con la cabeza. Debía estar considerando sus opciones en silencio. Pese a tener el completo control de la situación, Lambo no lo perdió de vista. "Las bestias son más peligrosas e impredecibles cuando se sienten acorraladas", decían los viejos cuentos de Caliban.

-¿Por qué habéis intentado matarnos?

-No sé de qué me hablas-, respondió el joven inseguro.

-No te hagas el inocente conmigo. Habéis intentado matarnos en la Cámara de Akrinus. ¿Por qué?

-Te repito que no lo sé... Hasta ahora no sabía que se había producido ningún altercado en el templo.

Mordekay miró con incredulidad al guardia. No le parecía que estuviese intentando engañarlo, pero nunca podría volver a tener esa certeza en un lugar como el Templo de las Mentiras.

-Muy bien. Si lo que dices es cierto, ¿dónde está el Oráculo Mentiroso?

-Había oído que iba a recibir personalmente a los nuevos invitados.

-¿Y quiénes son?

-Tampoco lo sé. Todavía no me lo han dicho.

-¿Y cómo te comunicas con tus compañeros? ¿Usáis aparatos de vox en vuestros yelmos?

-No, no. Normalmente usamos a los sirvientes, pero si ocurre algo verdaderamente importante nos comunicamos con los telépatas que están escondidos del templo y ellos hacen correr rápidamente los mensajes.

-Te voy a hacer una última pregunta muy sencilla. ¿Quieres vivir?

-Sí, por supuesto que quiero vivir.

-Entonces recoge tu yelmo y tus armas-, ordenó el sargento calibanita. -Vas a venir con nosotros para guiarnos hasta la salida del templo.

-Estaré justo detrás de ti en todo momento-, lo amenazó Lambo mientras enganchaba magnéticamente su pistola bólter a la servoarmadura. -Si tus compañeros nos descubren, daré por sentado que los has avisado de algún modo y te mataré a ti el primero aunque eso me cueste la vida.

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"Nuestro cautivo nos guió mansamente sin ofrecer resistencia. Deshicimos una pequeña parte del trayecto que habíamos recorrido y tomamos otro desvío en un tramo de escaleras que habíamos descartado anteriormente. A lo largo del camino, también pasamos junto a otros guardias y sirvientes, aunque ninguno se percató de que estuviese pasando algo extraño.
Mientras descendimos por la Cámara de las Escaleras, no dejé de hacerme preguntas. Si el Oráculo Mentiroso nos quería muertos, ¿por qué los sirvientes del templo no daban la alarma o por qué sus guardias no nos atacaban al vernos? ¿Esperaban a que nos confiásemos para hacer saltar otra emboscada? Era evidente que nos faltaban más piezas para resolver el misterio que estábamos viviendo, pero no pensábamos quedarnos para averiguarlo."

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El anónimo guardia debía tener un gran aprecio por su vida, ya que no les traicionó en ningún momento. En lugar de eso, les guió hasta la base de la Cámara de Akrinus y, desde allí, hasta el vestíbulo del mismo Templo de las Mentiras. En cualquier caso, Lambo cumplió su palabra al pie de la letra, convirtiéndose literalmente en su sombra para asegurarse de que el hombre no les traicionase.

Las estatuas y pinturas del vestíbulo parecieron dirigirles miradas acusadoras cuando entraron, pero la salida estaba muy cerca, con las puertas abiertas de par en par para permitirles escapar. Aquello parecía una trampa en toda regla y Lambo hizo un gesto al grupo para que el grupo se detuviera.

-¿Te has olvidado de contarnos algo más?-, murmuró enojado al guardia.

-No, invitado-. La voz del guardia era completamente distinta desde que se había puesto el yelmo y parecía provenir de la retaguardia del grupo. Era un efecto auditivo muy perturbador que acentuaba su actual paranoia.

-Entonces estás mintiendo.

-Te juro que no-, aseguró el guardia.

-Prepararos para el combate-, ordenó Mordekay a los Astartes. -Saldremos a toda velocidad. Asegurad los blancos. Quiero disparos cortos y precisos.

-¡Esperad!-, susurró Karakos. -Creo que puedo escuchar voces ahí fuera.

Los demás aguardaron en silencio, intentando concentrarse en los sonidos que procedían del exterior. Efectivamente, dos voces parecían estar hablando, aunque estaban demasiado lejos para entender bien lo que decían. Sin embargo, Karakos logró enterarse de algunas cosas interesantes.

-Es Renkard Copax. Creo que está diciendo que los invitados nunca llegaron al templo, que debemos haber muerto por el camino...

-¡Salgamos fuera para demostrarle su error!-, ordenó Mordekay dando pasos decididos hacia las puertas.

Lambo aferró al guardia por el hombro con una de sus manos blindadas para que no escapase y lo obligó a caminar por delante de él, mientras usaba la otra para coger su pistola bólter y apoyar el cañón del arma contra la espalda de su prisionero. Nodius y Mordekay los siguieron, listos para abrirse paso a sangre y fuego.

Los cuatro Astartes se detuvieron cuando estaban en el mismo marco de las puertas para asimilar lo que vieron sus ojos. En el exterior, una veintena de guardias del templo mantenían una ordenada formación en cuatro filas rectas de cinco hombres. Sus gujas eléctricas parecían un pequeño bosque de metal alzado contra el cielo anaranjado de Kymerus. Sus yelmos reflectantes observaban impasibles la reunión de su amo con cuatro Astartes de servoarmaduras pintadas de color granate, emblemas demoníacos, estrellas de ocho puntas, trofeos macabros y trozos de pergamino, clavados directamente a las placas protectoras, en los que estaban escritos toda clase de textos y plegarías impías. Y en un lateral a treinta metros, estaba el propio Orick mirando la escena con evidente temor mientras fingía estar ocupado recogiendo algo del interior del vehículo de orugas que conducía.


Uno de los Portadores de la Palabra con los que estaba hablando el Oráculo Mentiroso alzó la mirada y los vio allí de pie, en el marco de las puertas del Templo de las Mentiras. Sus compañeros de armaduras carmesíes pronto hicieron lo mismo. Sintiendo curiosidad por el objeto de atención de los Astartes, el mismo Renkard Copax se giró para ver qué estaba pasando. La conmoción hizo palidecer rápidamente su rostro.

-No avancéis hasta que sepamos de qué lado se pondrán los Portadores de la Palabra-, susurró Mordekay a sus compañeros.

-¿Qué sucede Copax?-, preguntó uno de los recién llegados. -Si dices que los que aparecieron en la Profecía no llegaron nunca al Templo de las Mentiras, ¿quiénes son estos?

El Oráculo Mentiroso iba a abrir la boca para intentar responder alguna argucia, pero otro de los Portadores de la Palabra lo interrumpió inmediatamente.

-¡Son la prueba de tu traición!-, gruñó mientras echaba mano a su pistola bólter. -¡Los Profetas del Sendero Brillante te matarán, Copax!

-¡Matadlos a todos!-, ordenó el Oráculo Mentiroso a sus guardias al mismo tiempo que sacaba un extraño objeto de un bolsillo de su túnica.

Era una caja rectangular, forjada a partir de metales broncíneos, que desprendía una enfermiza luz blanca azulada a través de sus esquinas y los bordes de sus líneas. Sin esperar a comprobar si sus guardias cumplían sus órdenes, Renkard Cópax arrojó la caja contra el suelo rocoso, haciéndola añicos. Una monstruosidad retorcida se alzó de los restos de su prisión. En otro tiempo y lugar, debió haber sido algún tipo de alienígena humanoide, tal vez un agraciado Eldar, pero alguien había experimentado con su cuerpo retorciéndolo con demenciales intervenciones quirúrgicas, estirándolo de formas imposibles, dilatando sus brazos en feroces garras de dedos alargados. Incluso su rostro había sido alterado, forzando una macabra sonrisa plagada de dientes serrados.

-¡Está poseído por un demonio!-, advirtió Nodius al resto de sus compañeros con una mueca de asco.

-¡Fuego de contención!-, ordenó Mordekay con voz autoritaria al darse cuenta de que la mitad de los guardias cargaban en su dirección y los otros diez caían sobre los Portadores de la Palabra.

Sus disparos abatieron a cuatro figuras, matando inmediatamente a dos hombres. El resto corrió hacia ellos enarbolando sus gujas de punta electrificada con siniestra determinación. Todavía les separaban varios metros antes de que llegasen al cuerpo a cuerpo, pero Mordekay estaba preocupado por la posibilidad de que acudiesen refuerzos del interior del templo. Los Portadores de la Palabra, por el contrario, estaban más cerca de los enemigos y pronto se vieron rodeados por todas partes por la mitad de la guardia personal del Oráculo Mentiroso.

Lambo disparó a su prisionero a quemarropa por la espalda y luego con desprecio arrojó al suelo su cadáver humeante. "Una alimaña menos de la que preocuparse", pensó con satisfacción. A continuación echó un último vistazo en la dirección de Orick antes de concentrarse completamente en el combate. El muy cobarde había dejado todo lo que estaba haciendo para esconderse debajo de su vehículo. El calibanita esperaba que su cobardía le ayudase realmente a seguir con vida.

Viendo que todos sus enemigos estaban ocupados en las amenazas más cercanas, el Oráculo Mentiroso aprovechó su oportunidad para trazar sinuosos símbolos en el aire con su dedo, repitiendo los mismos gestos que había realizado cuando desapareció de la Cámara de Akrinus. Una energía iridiscente envolvió su cuerpo, volviendo su imagen transparente e intermitente de nuevo. Nodius dejó de apuntar a la turba de guardias y disparó contra Renkard Copax, esperando silenciarlo de un tiro antes de que realizase su poder. El proyectil dio en el blanco, pero traspasó su pecho como si fuese un fantasma.

La criatura demoníaca corrió hacia ellos riéndose enloquecida con una infinidad de voces aterradoras. Era extraordinariamente ágil y rápida, alcanzando en unos pocos segundos la altura de los guardias que cargaban en su dirección. Karakos pudo sentir la aterradora locura que bullía en esas voces enloquecidas, deshaciendo con su misma presencia el débil tejido de la realidad que rodeaba al Templo de las Mentiras. Su pistola bólter volvió a rugir en su mano, abatiendo a otro guardia. Lambo y Mordekay hicieron lo propio. Sus proyectiles segaron las vidas de otros dos guardias, aunque no detuvieron a los que quedaban.

Saboreando prematuramente su victoria, Renkard Copax invocó de nuevo el poder de la Disformidad para invocar alargadas cadenas negras rematadas en crueles garfios sobre los Portadores de la Palabra. Las ataduras sobrenaturales brotaron del suelo rocoso, aferrándose a sus brazos y piernas con una fuerza inaudita. Dos Portadores de la Palabra quedaron inmovilizados inmediatamente, mientras que un tercero caía inconsciente víctima de los numerosos impactos eléctricos de las jugas enemigas.

Canalizando todo su odio para darle forma física, Nodius concentró sus poderes en la palma de su mano blindada, provocando la aparición de un nueva llama ardiente con la que esperaba herir al Oráculo Mentiroso.  "¡Veamos si tus trucos pueden protegerte de mis poderes!", pensó el psíquico mientras arrojaba el fuego ardía casi contra él. Una columna de llamas rodeó a Renkard Copax, persiguiéndolo hasta provocarle pequeñas quemaduras sin importancia.

La criatura demoníaca se detuvo a tan solo unos pocos metros de la distancia que los separaba. Su sonrisa se amplió monstruosamente, hasta el punto de que parecía que iba a quebrar su cabeza retorcida. Una luz pura brotó del oscuro agujero de su alma profanada, inundando todo cuanto tenía por delante con una febril locura. Karakos se tambaleó cuando sintió la marea psíquica cayendo sobre él, intentando arrastrarlo más allá de la seguridad de la razón humana. Sin embargo, su voluntad permaneció firme ante la embestida.

-¡Es mío!-, gritó Lambo logrando hacerse oír por encima del estrépito del combate.

El calibanita cargó contra la criatura con el hacha sierra rugiendo entre sus manos. La criatura demoníaca se apartó con gracilidad de su golpe, saltando en el aire como un verdadero acróbata. Karakos cargó hacia los tres guardias que quedaban en su flanco del combate, hundiendo su espada energética violentamente en el pecho de uno de los hombres.

-¡Copax!-, gritó Mordekay ciego de rabia mientras pasaba de largo entre sus hermanos de armas y los restantes enemigos. -¡Acabaré contigo!

El grito del sargento calibanita alertó al Oráculo Mentiroso, que tuvo tiempo de volverse para contemplar con espanto la mole blindada de Mordekay corriendo hacia él con su martillo energético. Los ojos de Renkard Copax se abrieron de par en par y apenas tuvo tiempo de musitar las inteligibles palabras con las que invocaría su poder más aterrador. Con último gesto, el Oráculo Mentiroso liberó un rayo abrasador de fuego de la disformidad. Las llamas rojizas y azuladas envolvieron la servoarmadura de Mordekay con su toque corruptor. El calibanita gritó de agonía y se tambaleó unos pocos pasos a punto de desplomarse sobre el suelo; sin embargo su indómita voluntad lo llevó a recuperar la carrera mientras las llamas se extinguían en el aire por sí solas. De alguna forma, Mordekay se había convertido en una de las pocas criaturas de la galaxia que habían sobrevivido a las llamas del Rayo de la Transformación. Copax empezó a gritar de puro terror temiendo su desdichado final.

-¡Muere!-, aulló Nodius en ese momento mientras invocaba de nuevo un torrente de llamas para lanzarlas contra el Oráculo Mentiroso.

Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. Las llamas aparecieron en medio de arcos de energía de puro poder psíquico. La disformidad inundó desbocada el cuerpo de Nodius y se abrió camino sin control a través de él. Nodius intentó deshacer el poder para contener la oleada energética, pero ya era demasiado tarde. La energía disforme estalló al entrar en contacto con la realidad con una ruidosa explosión luminiscente. Su piel sufrió terribles quemaduras y todos los objetos materiales que llevaba con él en ese momento, incluyendo su servoarmadura o sus armas, se desintegraron instantáneamente.

La criatura atacó a Lambo con sus siniestras garras. El Astartes se apartó a tiempo del primer golpe, pero no pudo evitar que el segundo arañase las placas del vientre de su servoarmadura. Afortunadamente, las garras del monstruo no consiguieron traspasar el blindaje protector. Lambo no pensaba darle ninguna otra oportunidad. Cogiendo impulso hacia un lado, descargó un barrido horizontal contra la criatura. Su hacha sierra impactó al monstruo, provocando heridas terribles de las que manó una cantidad de sangre imposible, pero aquel ser estaba lejos de estar derrotado.

Viendo lo que estaba pasando, Karakos abandonó su combate contra los guardias y cargó para auxiliar a Lambo. La criatura se volvió para recibirle con los brazos en alto, como si se alegrase realmente de que hubiese acudido a ella. El antiguo bibliotecario alzó la espada energética y la descargó sobre el ser con un diestro mandoble. La piel demoníaca se quebró cuando entró en contacto con el campo energético de la espada de Karakos. La criatura quedó partida desde el hombro a la cintura y una gran ráfaga de luz brotó de su interior con vida propia, abandonando el cuerpo inerte que dejaba atrás.

Con la vista borrosa, Mordekay llegó junto al Oráculo Mentiroso y alzó su martillo energético todo lo alto que pudo. A continuación lo hizo caer con todas sus fuerzas sobre Renkard Copax, cuyos gritos de puro terror quedaron interrumpidos de golpe. Mordekay sintió la satisfactoria resistencia de su arma justo al impactar en el blanco y luego lo que quedaba del Oráculo Mentiroso aterrizó en el suelo rocoso de Kymerus con el cuerpo completamente destrozado.

-¡Tenemos que salir de aquí!-, gritó Nodius jadeando mientras se ponía en pie trabajosamente con el cuerpo ennegrecido y todavía humeante.

Mordekay cargó contra los guardias para auxiliar a los Portadores de la Palabra. Uno de los Astartes había perecido en combate y dos más tenían heridas de diversa consideración. El cuarto estaba intentando mantener a raya a los guardias con su hacha sierra. La aparición de Mordekay debió suponer un gran alivio para él, ya que sus enemigos tuvieron que dividir sus esfuerzos. Karakos también cargó contra sus enemigos, desequilibrando por completo el combate a su favor. Acordándose en el último  momento de Orick, Lambo corrió hasta llegar al vehículo de orugas tras matar al último guarida que quedaba en su retaguardia.

-¡Te vienes con nosotros!-, le dijo a Orick mientras lo sacaba a rastras de debajo del vehículo cogiéndolo por una de las piernas.

-¡Nooo!-, gritó el humano asustado tratando de resistirse sin éxito. El Astartes lo sacó con una monstruosa facilidad y se lo cargó bruscamente al hombro, como si fuese un simple saco de comida.

-¡Retirada, retirada!-, continuó gritando Nodius mientras retrocedía corriendo como podía.

Sus compañeros pudieron comprobar muy pronto a qué venía tanto alboroto. Una treintena de guardias salió furiosa del templo. Guiados por los Portadores de la Palabra, los Astartes empezaron a retroceder ordenadamente, turnándose sucesivamente para correr y disparar contra sus enemigos. Sus mortíferas andanadas de proyectiles bólter abatieron a multitud de guardias, pero parecía que la muerte de Renkard Copax los había enardecido hasta la locura, ya que siguieron corrieron hacia ellos presos de una auténtica furia asesina.

Por fortuna, nunca llegaron al combate cuerpo a cuerpo. Los Portadores de la Palabra no habían viajado desde Cuerpo Putrefacto al Templo de las Mentiras en el lento transporte de orugas que conducía Orick, sino en un Rhino que lucía los colores y las insignias de su Legión Traidora. El vehículo estaba en marcha, esperándoles, con la trampilla abierta, mientras el conductor les hacía unos gestos desesperados para que se dieran prisa.


Al principio, Nodius sospechó que se debía al temor de que los guardias los alcanzasen en su huida, algo prácticamente posible en su opinión, pero unos chillidos sobrecogedores que procedían del cielo le obligaron a darse cuenta de que estaba equivocado. Los demonios voladores estaban comenzando a descender sobre su posición.


El conductor del Rhino puso el vehículo en movimiento en el mismo momento en que el psíquico calibanita subió el último por la rampa de transporte. Lambo y un Portador de la Palabra abrieron las portezuelas del techo para abrir fuego contra los demonios que los perseguían, mientras que un tercero los disparaba también con el combi-bólter incorporado al vehículo. El rugido de las armas ahogaron los chillidos de Orick, que estaba encogido en una esquina temblando de terror. Ninguno de los Astartes que estaban en el interior del Rhino se dignó a hacer caso alguno de sus patéticos lamentos.

-Gracias por vuestra ayuda-, empezó a decir el sargento calibanita. -Mi nombre es Mordekay, de Caliban. Mis hermanos y yo servimos a las órdenes de Luther durante nuestra rebelión contra el Imperio en los tiempos de la Herejía de Horus.

-¿Y él?-, preguntó uno de los Portadores de la Palabra mientras señalaba a Karakos.

-Mi nombre es Karakos, hermano-, respondió el aludido por sí mismo. -Hubo un tiempo en que fui un bibliotecario de los Cráneos Plateados, pero ahora recorro mi camino libremente.

-Ya veo-, respondió el Portador de la Palabra sujetándose como todo el mundo mientras el Rhino tumbaba la valla exterior que rodeaba los "jardines" del Templo de las Mentiras.

-¿Puedes explicarnos qué ha pasado?-, preguntó Mordekay pacientemente.

-Supongo que Copax intentaba evitar su destino. Veréis, durante mucho tiempo ha sido un fiel aliado de mi amo, el Apóstol Oscuro Naberus. Sin embargo, mi amo sospechaba que la Profecía podía contener susurros de la propia muerte de Copax, además de la ascensión de nuevos poderes en el Vórtice de los Gritos. Quizás trataba sortear su destino intentando eliminaros.

-¡Menuda estupidez!-, exclamó Nodius. -¿Cómo iba a evitar su destino invitándonos él mismo al Templo de las Mentiras?

-Tal vez esperaba tener más probabilidades de éxito ahora que vuestro poder es débil.

-Pues ha cometido un error fatal-, respondió Lambo regresando al interior del vehículo. Los disparos habían cesado, señal de que los demonios voladores debían haber abandonado la persecución cuando salieron de los límites del templo.

-A pesar de este desafortunado encuentro, la voluntad de mi amo es que sobreviváis a este día-, dijo el Portador de la Palabra ignorando la bravata del guerrero calibanita. -Mi nombre es Corvis. Si pedís nuestra ayuda, yo y mis hermanos os sacaremos de Kymerus.

-¿Cómo?-, quiso saber Mordekay.

-Hay un navío anclado en órbita planetaria que nos está esperando. Cuando lleguemos al espaciopuerto de Cuerpo Putrefacto, nos estará esperando una de sus lanzaderas.

-¿Y qué pedís a cambio de esta ayuda?-, quiso saber Lambo.

-Consideradlo como un gesto de buena voluntad por nuestra parte, que podréis devolver en el futuro. Eso es todo.

-¿Han sobrevivido más Ángeles Oscuros leales a Luther como nosotros?-, preguntó Mordekay.

-Existen otros. No os puedo decir cuántos, pero he oído rumores de ángeles caídos en numerosas ocasiones como para no creer que sea cierto.

-¿Nos podéis ponernos en contacto con ellos? Cuanto antes podamos reconstruir las fuerzas de nuestra legión, antes podremos llevar nuestra venganza contra el maldito Imperio y sus gentes.

-No tengo los recursos necesarios para lograr lo que me pides, Mordekay. Los tuyos siempre han sido extremadamente difíciles de localizar. No obstante, tengo entendido que muchos se están reuniendo en el Ojo del Terror para luchar bajo el estandarte de Abaddon en la Decimotercera Cruzada Negra.

-Su misma existencia es una señal esperanzadora para todos nosotros, Corvis. Te damos las gracias por traernos esa noticia.

-¿Y quién tiene entonces el control del Vórtice de los Gritos?-, quiso saber Karakos.

-Las gentes que habitan en este lugar no están gobernadas por un único señor o ejército, sino por docenas de partidas de guerra y caciques que luchan entre sí por alzarse con la hegemonía total, tal es la misma naturaleza del Caos. No obstante, los Portadores la Palabra tenemos fe en que surgirá un poderoso paladín o grupo de elegidos por los Poderes Ruinosos que unificarán por la fuerza a todas las partidas de guerra y lanzarán su propia cruzada oscura contra el Sector Calixis, el sector imperial más cercano al Vórtice de los Gritos. Estoy dispuesto a contarle a mi amo que la Profecía que llevó a la tumba a Renkard Copax parece indicar que vosotros sois esos elegidos y, si mi señor acepta mi palabra, nos convertiremos en vuestros más firmes aliados.

-Juntar nuestras fuerzas militares podría ser sensato-, expuso Mordekay sin comprometerse del todo con el plan de Corvis. La idea le parecía sumamente tentadora, por supuesto, y las opciones de la Escuadra Laquesis actualmente eran bastante limitadas, pero prefería mostrar una postura equilibrada hasta que estuviesen todas las cartas sobre la mesa. Por otro lado, toda esa palabrería acerca de profecías y dioses incomodaban ligeramente su espíritu pragmático, despertando no pocas desconfianzas.

-En cualquier caso, si queréis sobrevivir, tendréis que salir de Kymerus. Como os dije antes, podemos ayudaros en eso. Sólo tenéis que pedir nuestra ayuda y será vuestra.

Mordekay miró a los suyos buscando su aprobación. Lambo asintió en silencio con poco entusiasmo, al igual que Nodius. Incluso Karakos, que no pertenecía la Escuadra Laquesis, dio su consentimiento al trato, comprometiéndose completamente con sus implicaciones.

-Solicitamos la ayuda de los Portadores de la Palabra. Sacadnos cuanto antes de esta roca sin valor.

-Sea entonces-, respondió Corvis adoptando una expresión grave cuando sellando el trato con un apretón de manos.

Karakos sonrió para sus adentros al recordar una cita concreta de una epístola conservada en su copia del Libro de Lorgar, una cita que se adecuaba perfectamente a su situación actual. El psíquico cerró los ojos dentro su yelmo mientras la recitaba de memoria en completo silencio: "Desde los fuegos de la traición a la sangre de la venganza, traemos la palabra de Lorgar, el Portador de la Palabra."