viernes, 5 de septiembre de 2014

BC 28: FORJA POLIX


"La barcaza descendió sobre el planeta a una velocidad prodigiosa, reduciendo rápidamente la distancia que separaba nuestra meta del navío que nos había traído a Los Huecos. Fuertes sacudidas se repitieron durante largos minutos, haciendo temblar el casco dorado de la pesada lanzadera como si fuésemos el blanco de una extensa cortina de fuego antiaéreo. Pasados los siete primeros minutos, el osado piloto q'saliano redujo la potencia de los motores, disminuyendo progresivamente la velocidad, y las sacudidas fueron desapareciendo por sí solas.
Aunque en ese momento no pudimos ver con nuestros propios ojos la superficie del planeta porque la lanzadera carecía de puestos de observación en la bodega, los marineros de la Maldición del Cuervo nos habían contado que este mundo no era un planeta completo, ya que la guerra entre las forjas del Mechanicum Oscuro había asolado su superficie y saqueado todos sus recursos naturales hasta que sólo quedó un fragmento deforme flotando en el vacío del espacio, una porción que representaba un tercio de su antigua forma. Aquellos rumores me hicieron preguntarme si semejante devastación planetaria se debía completamente a las terribles armas liberadas por los tecnosacerdotes durante sus guerras o a algún tipo de catástrofe de naturaleza más temible incluso... pero mantuve mis dudas en silencio, sin compartirlas con ninguno de mis hermanos, a la espera de descubrir alguna pista que sacase a la luz la verdad de los hechos acontecidos en este mundo.
Una vez que la lanzadera hubo tomado tierra de forma segura, la Hermandad Apátrida pisó por primera vez la superficie de Los Huecos. Mordekay fue el primero de nosotros en salir de la lanzadera, seguido por Lambo, yo mismo y Karakos. A continuación descendieron los humanos, encabezados por Zenón. Por último, Z'aaal y Lede se vieron obligados a cerrar la marcha del grupo, dado que no pertenecían a la Hermandad.
Durante unos instantes, me tomé la libertad para observar detenidamente el lugar. Nos hallábamos en una robusta plataforma metálica de aterrizaje, de planta octogonal, que estaba anclada por medio de una serie de gruesas vigas negras a una pared vertical de la forja. Ese muro de cobre y acero, se elevaba a cientos de kilómetros sobre el suelo de roca negra y su superficie estaba llena de retorcidos sistemas de circuitería que crepitaban con un poder apenas contenido. Era energía disforme. De algún modo, los tecnosacerdotes de forja Polix habían conseguido dominar sus secretos. Otro enigma, otro misterio. 
Echando la vista atrás, pude comprobar que la forja se alzaba sobre un enorme valle, en cuyo seno discurría un gran flujo de magma líquido, que iluminaba con un tétrico resplandor carmesí las paredes rocosas que lo contenían y la superficie metálica de la propia foja.
En ese momento, escuchamos un sonido metálico y un amplio portón se abrió de la pared contigua a la plataforma. Por esta inesperada apertura, vino a nosotros un hombre, un tecnosacerdote a juzgar por su túnica roja y las dos mecadendritas que se asomaban del bulto mecánico que llevaba anclado a la espalda. Su rostro estaba cubierto por una máscara de respiración, cubierta de cables negros y sucios, pero sus ojos todavía parecían humanos. El recién llegado nos dio oficialmente la bienvenida a Forja Polix en nombre de su amo y señor, el Magos Onuris.
Mordekay devolvió las cortesías debidas que exigía la etiqueta intentando imitar los extravagantes modales del tecnosacerdote y solicitó una audiencia inmediata con el Magos para debatir los términos de una futura alianza contra Forja Castir. El tecnosacerdote no mostró ninguna reacción emocional al escuchar nuestras intenciones y se limitó a quedarse quieto durante dos largos minutos, comunicándose probablemente con sus superiores mediante un canal de vox interno. Finalmente, accedió a nuestra petición y nos pidió que lo acompañásemos al interior.

-.-

A pesar de que ninguno de ellos había estado nunca en una forja del Adeptus Mechanicus, o en este caso, del Mechanicum Oscuro, habían escuchado múltiples rumores a lo largo de toda su vida: manufactorums interminables, largas cadenas de trabajadores y servidores lobotomizados, templos del conocimiento, infotumbas, criptas secretas de datos perdidos, cementerios consagrados a los espíritus máquina de eras pasadas y maravillas tecnológicas más allá del alcance de la comprensión de cualquier persona no instruida en los misterios del Culto Mechanicus. Cada rumor era aparentemente más exagerado que el anterior pero todos ellos tenían en común el miedo ante los conocimientos prohibidos y el poder que ostentaban los tecnosacerdotes que dirigían esos terribles lugares.


Forja Polix resultó ser un lugar mucho más terrible de lo que apuntaban incluso los rumores más disparatados que habían escuchado hasta entonces. Los miembros de la Hermandad Apátrida comprobaron con facilidad que toda la forja estaba dedicada en cuerpo y alma a la producción en masa de armamento: enormes líneas de ensamblaje producían armas, armaduras y otros artefactos en prensas automatizadas y fundidores a presión. También pudieron ver que gran parte de la fuerza de trabajo provenía de las filas de servidores lobotomizados y mutantes retorcidos, indefensos ante los crueles atropellos de supervisores armados con electrolátigos. Esos mismos capataces guiaban los esfuerzos de monstruosos Engendros del Caos, que estaban aprisionados en el interior de gigantescas ruedas dentadas que mantenían en funcionamiento las grandes máquinas que dominaban la forja.



La atención de Karakos y Nodius estaba puesta, no obstante,  en los circuitos anclados al techo y las paredes, por donde se filtraba la energía disforme, De algún modo, esas corrientes ingobernables quedaban aprisionadas, drenándose y concentrándose en algunos cámaras donde trabajan en secreto tecnosacerdotes cuyas túnicas no podían ocultar del todo las terribles deformaciones de sus cuerpos.


Mirasen hacia donde mirasen, en lugar del símbolo sagrado del Adeptus Mechanicus, formado por un cráneo humano encerrado en la rueda dentada, sólo pudieron encontrar un icono parecido: un cráneo rodeado por una pequeña rueda dentada que a su vez estaba rodeado por una gran estrella de ocho puntas. Aquel era el impío emblema del Mechanicum Oscuro.


-.-

Fueron conducidos a una gran cámara, de techo alto y grandes espíritus máquinas en funcionamiento. En el interior hacía un calor infernal a pesar de los ruidosos esfuerzos de los grandes aparatos de refrigeración que sobresalían de las paredes. Tuberías del tamaño de gruesas columnas bajaban desde el techo al suelo, transportando misteriosos fluidos que nunca llegaron a ver con sus propios ojos.

Allí les estaba esperando una figura voluminosa, cuyo torso superior había sido insertado en un artefacto biomecánico con orugas capaces de desplazarle. A pesar de que lucía una típica túnica carmesí propia del tecnosacerdocio, lo que quedaba de su cuerpo "humano" poseía pocas mecandendritas a su espalda, algo extraño puesto que el número de esos brazos auxiliares parecía crecer a medida que un individuo ascendía en la escala del Culto Mechanicus. Más desconcertante aún, el rostro de la figura estaba oculto por una alargada máscara de hierro, cobre, plata y oro de aspecto claramente alienígena.

-Soy el Magos Onuris-, anunció la figura con una voz salida de una garganta todavía humana.

-Es un honor conoceros, Magos. Yo soy Mordekay, líder de la Hermandad Apátrida-, respondió el Astartes con el rostro al descubierto. -Hemos hecho un largo viaje para solicitar un pacto de alianza con Forja Polix. Necesitamos armas, munición y reparaciones urgentes para los espíritus máquina de nuestras servoarmaduras. A cambio, estamos dispuestos a colaborar militarmente contra el Exoespectro y Forja Castir.

-Has utilizado adecuadamente los procedimientos de solicitud, sujeto Mordekay-, respondió el Magos tras unos segundos de tensa espera, -pero el nombre "Hermandad Apátrida" no figura en ninguno de mis bancos de memoria acerca de las partidas de guerra presentes en el Vórtice de los Gritos.

-Ello se debe a que nuestra unidad de combate ha sido fundada recientemente. En el pasado, éramos conocidos como la escuadra Laquesis de los Ángeles Oscuros de Calibán.

-Esa información tampoco consta en mis bancos de memoria.

-Háblale de nuestros logros desde que llegamos al Vórtice de los Gritos-, sugirió Lambo a su lado.

-Los acontecimientos se han sucedido muy deprisa, Magos Onuris-, se apresuró a decir Mordekay. -Tal vez las noticias de nuestros éxitos todavía no han tenido tiempo de llegar a vuestra forja. No obstante, puedo anunciaros la eliminación de dos importantes objetivos: el Oráculo Mentiroso Renkard Copax en Kymerus y Kharulan el Artífice en Q'Sal. La tripulación de la Maldición del Cuervo puede confirmaros ambos sucesos.

-Entendido. Información actualizada. El nombre "Hermandad Apátrida" ha sido incorporado a nuestros registros...

Astartes y humanos permanecieron en silencio a la espera de que el Magos Onuris volviese a hablar, pero no hizo tal cosa. La figura permaneció tan silenciosa e inmóvil como una estatua. Mordekay no se atrevió a interrumpir lo que fuera que estuviera haciendo, pensando o calculando su anfitrión. Pasados los primeros minutos, unos y otros se dirigieron entre sí miradas nerviosas, sin saber qué podían hacer a continuación. Entonces el Magos pareció volver a la vida cuando su voz volvió a llenar la cámara.

-El pacto de alianza no podrá entrar en vigor hasta que no se evalúe el potencial militar de la partida de guerra de la Hermandad Apátrida.

-¿Cómo propones evaluarnos?-, preguntó Mordekay ceñudo.

-Mediante una incursión monitorizada.

-¿Podéis ofrecernos más detalles de esa misión?

-Hace ciento noventa y seis horas, un partida de guerra enemiga invadió la tercera catarata de magma del Caudal de Forja. Su líder exige el pago de elevados tributos a cambio de no interrumpir el funcionamiento estándar de las instalaciones.

Con un gesto de su mano, el espíritu máquina de uno de los artefactos cercanos se despertó con un leve rugido y varios haces de luces surgieron desde su cubierta superior. Tras unos fugaces segundos, las luces fantasmales se unieron entre sí formando imágenes traslúcidas de gran calidad, mostrando un desfiladero dominado por una catarata con varios saltos de magma.

La holoimagen se centró entonces en una pequeña instalación situada al borde del tercer salto, protegida de forma natural por la corriente de magma y el elevado precipicio. Al noroeste, un muro robusto separaba el edificio de la pequeña franja de tierra roca y roca por la que discurría un camino de grava que comunicaba el lugar con el resto del Caudal de Forja. Junto al camino había dos pequeños edificios hechos con chapas metálicas y vigas retorcidas de hierro, como si los ocupantes hubiesen construido un improvisado punto de paso. Con otro gesto de mano del Magos, sobre la imagen se superpusieron cúmulos de puntos rojos a ambos lados del camino junto al muro del edificio principal, delatando la presencia de minas activas.

-¿Es el único acceso al edificio?-, preguntó Mordekay mientras estudiaba la holoproyección con genuino interés. Su mente estaba ya sumergida en las decenas de tácticas y estrategias que había aprendido durante sus años de iniciación en los Ángeles Oscuros.

El espíritu del holoproyector volvió a rugir con un pequeño zumbido de protesta, pero obedeció las órdenes silenciosas del Magos Onuris. La imagen fantasmal descendió un nivel de decenas de metros de altitud, revelando un canal de magma, junto a la que había una puerta de servicio excavada en la rocosa pared de la precipicio. A diferencia del camino principal, aquí no parecían existir defensas de ningún tipo, como si el enemigo desconociese la existencia de dicha entrada... o hubiese preparado allí trampas ocultas para atraer a los incautos. Mordekay sintió un pequeño destello de admiración y curiosidad.

-¿Tenemos alguna pictoimagen del enemigo?

La holoimagen se deshizo, cambiando, retorciéndose, hasta que el espíritu máquina acabó mostrando una pictoimagen tomada desde el aire en la que se podía ver una enorme forma blindada, dando instrucciones a un grupo de humanos en el muro. Mordekay ignoró completamente a los hombres protegidos por armaduras antifragmentación y rifles láser para concentrarse completamente en la gran figura que parecía estar al mando. La servoarmadura del Astartes era un modelo Mark VII "Aquila", el mismo modelo que la armadura energética de Karakos, aunque esta portaba un cuerno retorcido sobresaliendo desde la frente del yelmo. El color predominante era metálico puro, con bordes dorados. En la imagen no podía apreciarse las insignias de sus hombreras, pero Mordekay no necesitó verlas para tener la certeza de que se trataba de uno de los temibles hijos de Perturabo.

-¿Quién es?-, preguntó Karakos intrigado.

-Uno de los Guerreros de Hierro de la IV Legión-, le respondió Mordekay.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

BC 27: LA PRIMERA VISIÓN


-Soy el capitán Irghias. Permítame darle la bienvenida al puente de mando de la Maldición del Cuervo.

El hombre era alto y tenía una constitución esbelta. Su rebelde melena pelirroja caía descuidadamente sobre sus hombros, con una languidez casi sobrenatural. Al igual que la mayoría de los ciudadanos de Q'Sal, tenía un rostro graciado y juvenil, hermoso según que gustos, aunque lucía un bigote recortado y una alargada perilla anudada con dos abalorios dorados. Iba vestido con lujosos ropajes de seda y otros tejidos igual de exóticos y llamativos, cuyos colores predominantes eran el azul medianoche y el rosa aguado, pero su aspecto ostentoso quedaba desmentido por la extraña espada curva que colgaba envainada de su recio cinturón de piel curtida.

-Gracias, capitán-, respondió Zenón sinceramente agradecido. -Me alegro de que haya aceptado mi humilde petición.

El renegado imperial observó inquisitivo el puente de mando de la nave dorada en la que viajaban. Tal y como había esperado, era muy diferente de otros navíos en los que había estado. La manufactura era humana, sin duda, pero las líneas curvas se imponían a las elegantes líneas rectas omnipresentes en todas las naves espaciales del Imperio, ya fueran civiles o pertenecientes a la Armada. Por otra parte parte, el puente estaba bañado en una claridad dorada debido a la misteriosa aleación con la que los q'salianos construían sus famosas naves doradas y todos sus artefactos importantes... una aleación fabricada por medio de brujería demoníaca y almas humanas.

-Ha sido una petición inusual, desde luego, pero no veo razón para no satisfacer su curiosidad.

Ambos hombres se alejaron de la puerta blindada que separaba el puente de mando del resto de la nave y avanzaron con un paso tranquilo por la amplia sala. El sonido de sus pisadas se fundió rápidamente con el zumbido de decenas de cogitadores funcionando a pleno rendimiento. Zenón hizo un esfuerzo por contener un gesto de alarma cuando se percató de que Irghias y él eran los únicos seres humanos presentes en el puente de mando. Había puestos de control y consolas, cierto, pero no estaban atendidos por ningún miembro de la tripulación. Su anfitrión, completamente ignorante de su desconcierto, avanzó hacia el centro de la sala, donde había un asiento metálico, con un amplio respaldo y unos apoyabrazos con extrañas runas inscritas en su superficie.

-Como habrá adivinado-, empezó a decir el capitán Irghias, -este es el trono de mando. A estribor, está las secciones de comunicaciones y augures, mientras que a babor están las secciones de mantenimiento y timón.

Zenón miró en las direcciones que le indicaban y reconoció algunos instrumentos juntos a máquinas que no había visto en todos sus años de servicio en la Armada Imperial. Todas esos artefactos, a falta de una palabra mejor para denominarlos, mostraban signos esotéricos y horribles rostros inhumanos forjados directamente sobre su superficie, de un aspecto tan realista que daba la impresión de que el metal y la carne se habían fundido en una amalgama que podría liberarse del aparato en cualquier momento.

-La tripulación del puente son demonios.

-En efecto. Están aprisionados directamente en los espíritus máquina de la Maldición del Cuervo, lo que agiliza enormemente el gobierno de la nave.

-Soy consciente de los beneficios, capitán, ¿pero no son más eficaces los tripulantes humanos?

-Depende de la tarea que deba realizarse-, respondió Irghias con una sonrisa enigmática.

-En cualquier caso, ambos estaremos de acuerdo en que las personas son más fáciles de influenciar que los demonios-, insistió Zenón pensativo. -¿Cómo consigue mantener a esas criaturas a raya, capitán?

-Con brujería y sacrificios, naturalmente. No es ningún secreto. Nuestras naves doradas llegan a destinos que pocos podrían soñar en el Vórtice de los Gritos y siempre regresan a Q'Sal para descargar sus atestadas bodegas.

-Ahora comprendo mejor la merecida reputación de vuestro mundo, capitán Irghias. Estoy verdaderamente impresionado. No quisiera importunaros en exceso y tal vez mi curiosidad exceda los límites habituales de la cortesía, pero quisiera ver a vuestro navegante.

-¡Otra extraña petición, sin duda!-, exclamó su anfitrión divertido. -Pero se la concederé con mucho gusto. Hoy me siento de buen humor. Zenón, por favor, mire a babor... Le presento a Trelorgasuxmak.

Dos pequeños fuegos verdes ardieron en las cuencas antes inertes de una de los terribles rostros que salpicaban las consolas de babor inmediatamente después de que el demonio aprisionado en su interior escuchase pronunciar su nombre al capitán de la nave dorada. El metal crujió levemente cuando aquel rostro demoníaco adoptó una mueca retorcida, enseñando unos afilados colmillos que parecían cualquier cosa excepto inofensivos. Zenón fue consciente de la absoluta maldad del demonio y agradeció en silencio que la criatura no se dignase a dirigirle ni una palabra.

-Gracias, capitán. La visita ha sido muy instructiva.

Sin dejar de sonreír, Irghias lo acompañó de nuevo a la entrada del puente y se despidió deseándole un buen viaje tanto a él como a los otros miembros de la Hermandad Apátrida, dando a entender con esas palabras que sabía sobradamente quiénes eran y lo que habían hecho en el pasado. Zenón tomó nota de ello y siguió al marinero q'saliano que estaba esperándole para llevarlo a la bodega donde se habían alojado sus compañeros. En silencio, repasó todo lo que había aprendido durante su visita. "Un hombre muy astuto", reconoció el renegado imperial en silencio. "Me ha mostrado el puente para que seamos conscientes de que, en caso de hacernos con el control de la nave por la fuerza de las armas, nunca podríamos pilotarla."

-.-

"Afortunadamente, no ocurrió ninguna incidencia que pusiese en peligro nuestro viaje. Desde el mismo momento en que la Maldición del Cuervo entró en la Disformidad, pude sentir los gritos torturados de ese coro de almas condenadas que aúllan eternamente su desesperación en el Vórtice de los Gritos. No obstante, mi mente estaba preparada para soportar la embestida psíquica y me mantuve firme ante aquel aluvión caótico de lamentos y chillidos que podrían hacer enloquecer a un hombre menor.
Durante el tiempo que duró nuestro viaje, Lambo y Mordekay continuaron realizando entrenamientos y simulaciones de combate, mientras Karakos se mantenía ocupado estudiando el Libro de Lorgar. Los humanos, por su parte, hicieron toda clase de tareas menores: Zenón y Orick realizaron pequeños trabajos de mantenimiento, Setus permaneció aislado mirando los entrenamientos Astartes con una fascinación estúpida mientras se hurgaba constantemente en la nariz con sus dedos retorcidos, Z'aaal pasaba largo periodos meditando en silencio y Lede permanecía siempre a su lado sin perdernos de vista.
Tan tediosas resultaron ser aquellas horas de viaje que me vi obligado a pedir de nuevo el Torestus a Karakos para mantener mi mente ocupada en algo verdaderamente útil. El antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados no mostró demasiado entusiasmo por mi petición, pero aceptó cederme de mala gana la custodia del libro que le habíamos robado al Oráculo Mentiroso.
Nuevamente, volví a enfrentarme a aquel enigma concentrándome completamente en la tarea. Hice numerosas notas para poder seguir la narración entre los saltos de versos y páginas, reconstruyendo pacientemente una historia en la que un héroe llamado Tor llega a un territorio peligroso, donde los lugareños son acosados por los cadáveres fallecidos en una antigua batalla. En el relato, Tor se ofrece a ayudarles si le reconocen como rey de Daris y los lugareños aceptan sin sorpresas... pero luego Tor descubre que los muertos estaban siendo reanimados por los brujos de una tribu enemiga. A medida que las horas pasaron, volví a encontrarme ante callejones sin salida y preguntas para las que no tenía respuesta: ¿Por qué el Oráculo Mentiroso había consultado nuestro futuro en este maldito libro? ¿Quién era Tor? ¿Dónde estaba Daris?
Tan concentrado estaba en intentar desvelar los enigmas del Torestus que no me percaté de que mis ojos habían dejado de leer sus letras apretadas y confusas para observar un lugar que desde luego no era la bodega donde nos encontrábamos:
Así vi un planeta envuelto a partes iguales en oscuras sombras y luces ardientes. En una llanura uniforme y sin elementos orográficos dignos de mención descubrí a un hombre caminando lentamente hacia el distante amanecer, llevando entre sus manos un hacha enorme que refulgía con siniestro brillo carmesí.
Y luego, tan repentinamente como había aparecido, el trance se disipó para devolverme cruelmente a las entrañas de la Maldición del Cuervo. Había experimentado la primera de las visiones que me concedería el Torestus."