El prisionero echó una última mirada desconfiada a la oscura entrada del pasillo. La única iluminación la proporcionaba un lumen rojizo que parpadeaba a intervalos regulares. Gruesas tuberías recorrían la pared de izquierda a derecha y gran parte del techo, llevando las sustancias que nutrirían al espíritu-máquina que gobernaba en esa parte de la nave espacial. La única puerta de acceso se veía borrosa debido a las constantes nubes de vapor caliente, que despedían grietas minúsculas en la superficie de las tuberías.
Era una ratonera, lo sabía muy bien, pero necesitaba un lugar seguro donde poder leer el libro que le había dado Nodius y planear su siguiente movimiento. Esperaba que sus captores no advirtiesen de momento su ausencia en la celda donde lo habían confinado y que, una vez que lo hicieran, no se les ocurriese buscar en aquel lugar, tan cerca de la sala de máquinas y de las entrañas de la nave espacial. Probablemente no. Probablemente lo buscarían al principio en las cubiertas superiores, o en las escotillas de entrada y salida, o incluso en las bodegas. Eso le daba cierto margen de tiempo. Al menos, eso es lo que esperaba.
A decir verdad, le hubiera gustado esconderse en las profundidades de la misma sala de máquinas, pero había descubierto, para su gran desazón, que esa sección estaba completamente sellada, a excepción de una única mampara de acceso con señales pintadas en su superficie metálica que prevenían contra algo llamado "fuego invisible". El prisionero ignoraba el significado exacto de esas palabras, pero decidió tomárselas con la mayor seriedad. No obstante, si volvía simplemente sobre sus pasos, se arriesgaría a ser descubierto por los tripulantes de la nave, por lo que había optado por buscar refugio en uno de los pasillos auxiliares dentro de la zona "segura".
Apoyando la espalda contra la pared, se dejó caer con cansancio hasta quedar sentado en el suelo, dejando el libro a su lado. Con ciertas dudas, alzó torpemente sus manos y sus dedos recorrieron despacio el cuero cabelludo. Pronto encontró lo que buscaba. Dos cicatrices de cuatro dedos de longitud que recorrían el lado izquierdo de su cráneo formando líneas paralelas y ligeramente combadas. Una tercera marca, más ancha que larga, cortaba ambas en el extremo más corto. Nodius le había dicho la verdad, al menos en ese aspecto.
Dejó que las manos cayesen sobre sus piernas y cerró los ojos. Sus dos corazones latían demasiado rápido. "¿Qué me han hecho?", se preguntó inútilmente. No obtuvo ninguna respuesta. No había conseguido ninguna las otras cien veces que lo había intentado. "¿Soy Quintus?", preguntó a las tuberías en voz baja. Tampoco así obtuvo respuestas. Con gran esfuerzo, el prisionero intentó tranquilizarse. La angustia sería mala consejera en una situación tan precaria como la suya. Poco a poco, logró moderar el ritmo de su respiración, ralentizando al mismo tiempo el poderoso batir de sus dos corazones.
Cuando se encontró mejor, abrió los ojos de nuevo y miró con suspicacia las tapas metálicas del libro que reposaba a su lado. Aunque nunca lo reconocería, ni siquiera a sí mismo, temía abrirlo y sumergirse en los dementes relatos de sus páginas."¿Podré hacerlo?", se preguntó tembloroso. Extendió su mano hacia él, pero la apartó sintiendo una repulsión inexplicable. El prisionero cerró los ojos de nuevo.
"Puedo hacerlo. Soy un Astartes, soy un Astartes", susurró a nadie en particular. Las palabras fueron lo bastante sólidas como para proporcionarle un asidero en la tormenta interior que agitaba sus sentimientos. "Soy un Astartes, soy un Astartes", repitió una y otra vez. Perdió la cuenta de cuántas veces más repitió aquellas mismas palabras, pero aquel mantra salvador resonó en lo más profundo de su ser. El prisionero sintió una sensación extraña, una añoranza por algo perdido que lo llenó de amargura y rabia. Con último suspiro, cogió el libro como si se tratase de una serpiente venenosa y lo abrió por la primera página, obligándose a ignorar la suavidad de la piel que servía de soporte al escrito de Nodius para descubrir la verdad:
"Una única palabra ha modelado nuestras vidas como el alfarero modela la arcilla fresca con sus expertas manos: Caliban. Ese es el funesto nombre que forjó nuestra suerte y nuestro destino. Caliban. Nunca podremos escapar de su alargada sombra. Nunca.
En algún momento de la Larga Noche, nuestros antepasados, los primeros colonos, llegaron a Caliban para fundar su propia utopía. No obstante, sus sueños se convirtieron en pesadillas cuando descubrieron que el boscoso planeta estaba infestado de peligrosos depredadores y horribles monstruos. Después de las primeras semanas, ya sólo quedaron las personas más fuertes, resistentes y capaces para prosperar en un entorno tan hostil para la vida humana.
No obstante, nuestros antepasados aprendieron a adaptarse, creando pequeños asentamientos y fortalezas por todo el planeta, aunque por el camino perdieron la mayor parte de sus valiosos conocimientos tecnológicos. Su sociedad involucionó en el proceso, dividiendo a la población entre campesinos y nobles guerreros que trataban de proteger a sus vasallos de las grandes bestias que acechaban en las sombras de nuestro mundo.
Con el tiempo, los nobles formaron a su vez órdenes de caballería amparadas en elevados ideales, que organizaban cacerías para batir los bosques y perseguían a monstruos que asolaban regiones enteras. Las órdenes también crearon sus propias fortalezas monasterio, donde descansaban sus guerreros y donde suplicantes y aspirantes se entrenaban sin descanso hasta el soñado día en que ellos mismos pudiesen ser nombrados caballeros.
Aunque existían infinitud de pequeñas creencias y supersticiones locales, nunca se desarrolló una religión dominante y organizada. Por un lado, el pueblo llano tenía fuertes creencias animistas, creyendo que los bosques estaban poblados por diversos espíritus menores, como los Vigilantes, que podían interferir de mil maneras en la vida diaria. De hecho, se decía que los únicos fanáticos que existían en aquellos días era un pequeño grupo de personas que sostenían que el inframundo consistía en un enorme laberinto que debían sortear las almas de los difuntos antes de poder reencarnarse de nuevo. Por su parte, las órdenes de caballería mantenían mantenían creencias más seculares y agnósticas, enfrentadas completamente a las creencias populares.
En aquellos tiempos, Terra tan sólo era un mito, un recuerdo fantasmal en nuestra inocente memoria, que hacía la vaga promesa de que, algún día, nos reuniríamos de nuevo con nuestros hermanos perdidos. Y así continuó inalterablemente la vida en Caliban durante incontables generaciones."
El prisionero hizo una pausa en su lectura. El relato no había despertado en él ningún recuerdo ni sensación familiar que le ayudase a descubrir su pasado. Frustrado, cerró los ojos, intentando imaginarse un mundo tan aterrador como el Caliban que describía Nodius: los interminables bosques sombríos, las pequeñas aldeas, la constante lucha por la supervivencia, los caballeros que arriesgaban sus vidas por el honor y la gloria de dar caza a las horribles bestias que se escondían en la oscuridad...
Su espíritu atormentado pudo imaginarse con facilidad lo que se le pedía. Abrió los ojos de nuevo y volvió a concentrarse en la lectura al amparo de la luz rojiza del único lumen del pasillo. En las siguientes líneas, Nodius ofrecía una descripción pormenorizada de la geografía de Caliban y de asentamientos humanos más importantes en aquellos difíciles tiempos. El prisionero no perdió su valioso tiempo con esos datos de interés puramente erudito y pasó de largo las hojas hasta que encontró una serie de párrafos que llamaron su atención.
"Tres sucesos cambiarían esto para siempre. El primero fue la fundación de una nueva y polémica orden de caballería, que se hacía llamar simplemente la Orden. Sus miembros creían que todos los hombres habían nacido iguales, por lo que reclutaban nuevos suplicantes y aspirantes en todos los estratos de la sociedad. Sus ideales despertaron animadversión y recelos, que acabaron culminando en una guerra abierta cuando los tradicionalistas entre los Caballeros del Cáliz Escarlata asediaron la fortaleza monasterio de la Orden en la montaña de Aldurukh, la Roca de la Eternidad. Aquel fue un suceso clave en las futuras tragedias, ya que la Orden consiguió romper el sitio y perseguir a los Caballeros del Cáliz Escarlata hasta exterminar hasta el último de ellos. A partir de ese momento, la Orden se convirtió en uno de los grupos de caballería mejor considerados y más poderosos de todo Caliban.
El segundo suceso fue la aparición de las dos figuras más importantes de la historia de Caliban en el mismo periodo cronológico. Una de ellas era Luther, el caballero más sabio, carismático y noble que hubiese engendrado la Orden. Todos sus camaradas de armas lo describían como un líder fuerte y capaz, un orador talentoso y un hombre con una visión extraordinaria. Todos sus maestros lo consideraban un gran héroe que algún día lograría alzarse con el título de Supremo Gran Maestre.
La historia de las gentes de Caliban hubiese sido bien diferente si Luther hubiese alcanzado tan noble destino, pero la suerte quiso que este noble caballero descubriese, durante una cacería, a un joven salvaje que vivía como un animal en los peligrosos bosques del norte. Se decía que era hermoso y fuerte, casi perfecto, aunque estuviese sucio y cubierto de barro. Tenía una larga melena enmarañada y apelmazada, y unos ojos profundos que brillaban con una aguda inteligencia, aunque no pudiese pronunciar ninguna palabra. Nadie pudo explicarse cómo había lograr sobrevivir tanto tiempo abandonado simplemente a sus propios medios. Los caballeros de la Orden acordaron llamarlo Lion El'Johnson, León el Hijo del Bosque, y se lo llevaron con ellos de vuelta a la civilización, para que pudiese convivir con sus semejantes.
La noticia del descubrimiento causó una gran impresión entre las gentes. Mayor asombró aún provocaron los logros del propio Lion. En cuestión de días, asimiló las costumbres y el lenguaje humano. En unos pocos meses, su inteligencia era comparable a la de nuestros mejores sabios. Su cuerpo se desarrolló a la par que su inteligencia, hasta superar en tamaño y fuerza a los hombres más altos del planeta. También dominó las técnicas de combate y las prácticas de la caballería, consiguiendo ingresar sin esfuerzo aparente en la Orden, donde ascendió rápidamente de rango. A pesar de que había eclipsado por completo sus propios logros, Luther y él trabaron una amistad insuperable, y sus hazañas combinadas inspiraron a cientos de jóvenes para unirse a la Orden, hasta el punto de que tuvieron que construirse nuevas fortalezas monasterio por todo el planeta.
Fue en este momento cuando Luther y Lion El'Johnson concibieron un plan tan osado como no se había visto nunca en Caliban. Tanto ellos como sus seguidores presionaron para iniciar una campaña sistemática con el fin de exterminar, región por región, a todas las bestias del planeta. Los hombres habían nacido para dominar la naturaleza, decían, no para esconderse de ella. Mientras Luther lograba el apoyo de otras órdenes de caballería, Lion planeaba cada una de las fases de la campaña. Fue así como empezó la gran cruzada contra las grandes bestias. Las cuidadosas planificaciones de estos dos líderes sugerían que podía lograrse semejante hazaña en un margen razonable de seis años, pero al final se necesitaron más de diez para superar todas las dificultades que se interpusieron en su camino.
Incontables caballeros murieron para alcanzar tan noble objetivo, hasta que sólo quedaron grandes bestias en los Bosques del Norte, en los territorios tradicionales de la orden de los Caballeros del Lobo, opuestos fanáticamente a la idea misma de la cruzada contra las grandes bestias. La guerra entre las dos órdenes fue, por tanto, inevitable. Finalmente, la Orden asedió y conquistó la última fortaleza de los Caballeros del Lobo, masacrando a todos sus miembros. A continuación, batieron los Bosques del Norte y exterminaron hasta la última de las grandes bestias. La campaña había sido larga y adversa, pero el triunfo de la Orden trajo consigo promesas de una nueva edad de oro para todos los habitantes de Caliban.
Las ambiciones de Lion El'Johnson se vieron recompensadas cuando los grandes maestres de la Orden le concedieron el título de Supremo Gran Maestre, confiriéndole un poder político y militar nunca visto hasta ese momento. Sólo unos pocos pudieron entrever los problemas que amenazaban el futuro de Caliban, mas no pudieron hacer otra cosa que convertirse en testigos forzosos de los trágicos hechos que habrían de suceder cuando el Imperio conquistó nuestro planeta."
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