Vancouver, Columbia Británica (Canadá)
10 de julio de 1992
-¿Te das cuenta de lo que has hecho, insato?-, preguntó Cunnigham con una evidente e indignada incredulidad. -¡Esto es un ultraje!
-Perfectamente. Margaret Radley es un ser humano, no un animal de granja. Tal vez no podáis comprender eso, chambelán, pero mi sentido del honor distingue muy bien la diferencia.
-¿Tu sentido del honor? ¿Qué sabrá del honor un vulgar metis?
Canción-Oculta parpadeó disgustado para contener su enojo. Había asumido que habría reproches y castigos, pero aun así se sorprendió al sentir el tono venenoso con el que el chambelán Cunnigham podía utilizar la palabra metis. "Un Garou no se apareará con otro Garou. Esa es la ley de Gaia pero no del Wyrm", le recordó para echar más sal en la herida la voz invisible que solo él podía escuchar. Haciendo un esfuerzo, el joven Colmillo Plateado intentó mantener su mente firme frente a los argumentos de sus enemigos y habló tratando de mantener un tono tranquilo con el que intentó ganarse al menos las simpatías de lord Abercorn, que era un líder muy respetado dentro de la casa del Corazón Inquebrantable, no sólo por sus antiguas habilidades marciales sino por su sabiduría perspicaz.
-Milord, esto es absurdo. Los metis también tenemos honor a pesar de nuestro origen. Soy plenamente consciente de la responsabilidad de mis actos y aceptaré cualquier castigo que estiméis correcto.
El líder de los Colmillos Plateados de Vancouver se removió incómodo en el sillón de madera finamente trabajada que dominaba la pequeña tarima de la sala de audiencias. Se veía claramente que este problema había perturbado su noble serenidad, por lo que esperó unos largos minutos antes de dar voz a sus pensamientos.
-Tu compasión nos ha perjudicado a todos, Canción-Oculta. El Clan del Río Rojo se considera gravemente insultado y lady Agata Blaisdon exige una compensación por tu conducta.
-Lo lamento, milord-, respondió abatido el joven Colmillo Plateado recordando la fría hospitalidad que le dieron sus compañeros de tribu en Manitoba al enterarse que había dejado escapar voluntariamente a la joven de la Parentela destinada a casarse con uno de sus guerreros. Allí había recibido muchos reproches y desprecios, así como más de un insulto velado. Canción-Oculta se había esforzado por soportar esas indignidades con la misma entereza con la que había resistido el dolor provocado por la bala de plata de Relámpago. Afortunadamente para él, los Colmillos Plateados del Clan del Río Rojo lo habían devuelto a Vancouver tan rápido como habían podido, aunque se sintió todavía más humillado por las formas con las que se deshicieron de él.
-Lamentarlo no es suficiente-, le atacó de nuevo Cunnigham.
-Los reproches no solucionarán nuestros problemas, Arthur-, le interrumpió Lord Abercorn. -Seamos prácticos, por favor. Discutiré nuestra respuesta al Clan del Río Rojo contigo y el resto de los consejeros más tarde, pero por ahora me gustaría que te encargases de otro asunto que considero más apremiante.
-Estoy a vuestra entera disposición, por supuesto-, respondió el chambelán sorprendido.
-Quiero que pienses un castigo adecuado para este joven, uno que esté a la altura de sus actos. En mi opinión, esto no es más que un error de juventud, ya me entiendes. No creo que sea necesario el exilio ni la muerte, pero tú eres el experto en nuestras leyes. Confío plenamente en tu criterio. Reúne a los nuestros en la ciudad y prepara el castigo que consideres oportuno
-Así se hará, lord Abercorn-, dijo el chambelán al mismo tiempo que hacía una educada inclinación ante su señor y abandonaba la sala con paso vivo para tratar de ocultar el conflicto de emociones que se enfrentaban en su interior.
Canción-Oculta observó aliviado cómo la figura de Arthur Cunnigham cruzaba la gran habitación rectangular, llena de hermosos tapices, bordados con oro y plata, que representaban los glifos del Gran Halcón y de la tribu de los Colmillos Plateados, así como de las Logias del Sol y de la Luna unidas dentro de aquellos muros. Lord Abercorn esperó pacientemente en su sillón de madera a que el chambelán abandonase la sala antes de volver a hablar con el joven Philodox.
-Me has puesto en una situación extremadamente comprometida, Canción-Oculta. Espero que esto no vuelva a suceder nunca. ¿Me has entendido?
-Sí, milord-, respondió él mordiéndose la lengua. Quería gritar al anciano que había hecho lo correcto, que no se arrepentía, pero sabía que ya había tirado de esa cuerda todo lo que había podido.
-Puedo comprender tus... dudas, por decirlo de algún modo. Nuestra tribu ha vivido anclada demasiado tiempo en el pasado, quedando inevitablemente perdida en muchas ocasiones ante las costumbres humanas del mundo moderno, pero eso no es excusa para desobedecer las órdenes directas de tus Ancianos. Espero que el tiempo temple el fuego de tu juventud, porque creo que tienes una mente perspicaz y un corazón noble, virtudes excelentes para un buen Philodox.
Canción-Oculta no supo qué responder ante los elogios del líder de los Colmillos Plateados. Se sentía honrado, desde luego, pero también seguía creyendo que había actuado del modo más correcto posible para su honor y el bienestar de Margaret. En cualquier caso, este parecía el mejor momento para resolver ciertas dudas sobre las que había estado reflexionando durante los últimos días.
-¿Puedo haceros una pregunta, milord?
Lord Abercorn lo estudió fijamente con sus ojos oscuros sin contestar, aunque acabó asintiendo lentamente con la cabeza, algo inusitado en él.
-¿Por qué no me advertisteis de la importancia que tenía la carta para los señores de Malfeas? De haber sabido eso, la hubiera protegido mejor, con mi vida incluso.
-La verdad es que no pensamos que tuviese ningún valor fuera de nuestra tribu-, le explicó visiblemente apenado el líder de los Colmillos Plateados de Vancouver. -La carta sólo contenía un árbol genealógico de la rama más occidental de la casa del Corazón Inquebrantable. Encuentro muy extraño y perturbador este súbito interés de los siervos del Wyrm por el pasado de nuestro linaje... pero créeme cuando te digo que si hubiésemos conocido previamente su importancia, no habríamos confiado la carta a un joven Garou, fuera quien fuese.
Canción-Oculta asintió ante la explicación de Lord Abercorn. Su instinto de Philodox le decía que el Anciano no le estaba mintiendo y que estaba visiblemente turbado por el curso que habían tomado los acontecimientos. Sin embargo, todavía tenía otra pregunta para él.
-¿Y qué hay de Relámpago, milord? ¿Quién es?
-Un monstruo del pasado-, respondió lord Abercorn con gesto enfadado. -Recuerdo que se hablaba mucho de él cuando yo sólo era un mozalbete bisoño que acaba de superar su Rito de Iniciación. Nuestros Galliard decían que había sido un vaquero en las grandes llanuras norteamericanas durante la expansión al oeste, pero que pronto se cansó de una vida tan dura y se dedicó al bandidaje. En algún momento de su terrible carrera, se convirtió en un Fomori obsesionado con atacar a nuestra tribu. Desapareció sin dejar rastro a principios de este siglo, dejando tras de sí al menos una veintena de Colmillos Plateados muertos con sus malditas balas de plata. Hasta ahora no sabíamos qué había sido de él...
Al caer la noche llegó el momento del castigo ideado por el chambelán Cunnigham para castigar su supuesta falta. La luz de Selene se colaba entre las rendijas de las oscuras nubes que tapaban su faz de luna llena en los cielos, ofreciendo una iluminación tenue en el mejor de los casos. Canción-Oculta estaba muy nervioso. Aunque no tenía ni idea de lo que iba a pasar a continuación, era evidente que no iba a ser precisamente agradable en su caso. Todos los Colmillos Plateados de Stanley Park estaban presentes: Montgomery Abercorn, Arthur Cunnigham, Caza-a-las-Sombras, Garras-de-Plata, Alissa Weston, Nicholas Redfearn, Nieve-de-Verano y cuatro hombres lobo más. El joven Philodox se acercó a ellos intentando parecer firme y seguro.
A un gesto del chambelán, todos los Colmillos Plateados presentes formaron un círculo a su alrededor, dispuesto para comenzar el rito de castigo que había elegido el Maestro del Rito del Clan del Pacto. Fue él, por supuesto, el primero en tomar la palabra:
-Canción-Oculta, Canción-Oculta-, dijo todo lo suficientemente alta para que lo escuchasen Gaia y sus compañeros de tribu, -de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre.
Dicho esto, el chambelán le dio la espalda y se alejó del círculo hasta detenerse a cierta distancia a unos treinta pasos desde donde se encontraban. El joven Philodox reconoció inmediatamente cuál era el castigo que le habían impuesto: el Rito del Ostracismo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó con voz quebrada lord Abercorn antes de darle él también la espalda y alejarse del círculo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó también Caza-las-Sombras, el Captor de la Verdad del Clan del Pacto, para luego darle la espalda y alejarse del círculo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, aulló Garras-de-Plata en forma lobuna con un aullido lúgubre. A continuación él también salió del círculo y se unió al resto de sus compañeros de tribu.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó Alissa Weston. Para el joven Philodox fue duro ver que su antigua mentora de los Ritos de Auspicio también lo rechazaba, dándole la espalda y saliendo del círculo.
Todos los restantes Colmillos Plateados repitieron el ritual hasta que el último y menos importante de ellos había renegado de él. Una vez que estuvo completamente solo, sus compañeros de tribu se alejaron corriendo al unísono, abandonándolo a su suerte. El mensaje era evidente: has perjudicado a tu tribu, ya no eres uno de nuestros hermanos. Canción-Oculta sabía bien que la noticia se extendería al resto del Clan del Pacto y más allá,alcanzando incluso a los otros tres clanes de los Colmillos Plateados en la Columbia Británica. Ninguno de sus compañeros de tribu podría hablar con él ni ayudarle a no ser que fuese una cuestión de vida o muerte. El joven Philodox había sido expulsado de los Colmillos Plateados hasta la próxima luna llena.
"No importa", se dijo Canción-Oculta. "Tengo a mis hermanos de manada y a mis tíos. Ellos no me fallarán. No me abandonarán por salvar a una chica de la esclavitud." A pesar de la herida que suponía en su orgullo y su reputación el Rito del Ostracismo, el joven Philodox se alejó del lugar más convencido que nunca de la necesidad de cambiar las costumbres de su tribu y de la Nación Garou antes de que fuese demasiado tarde.
Canción-Oculta parpadeó disgustado para contener su enojo. Había asumido que habría reproches y castigos, pero aun así se sorprendió al sentir el tono venenoso con el que el chambelán Cunnigham podía utilizar la palabra metis. "Un Garou no se apareará con otro Garou. Esa es la ley de Gaia pero no del Wyrm", le recordó para echar más sal en la herida la voz invisible que solo él podía escuchar. Haciendo un esfuerzo, el joven Colmillo Plateado intentó mantener su mente firme frente a los argumentos de sus enemigos y habló tratando de mantener un tono tranquilo con el que intentó ganarse al menos las simpatías de lord Abercorn, que era un líder muy respetado dentro de la casa del Corazón Inquebrantable, no sólo por sus antiguas habilidades marciales sino por su sabiduría perspicaz.
-Milord, esto es absurdo. Los metis también tenemos honor a pesar de nuestro origen. Soy plenamente consciente de la responsabilidad de mis actos y aceptaré cualquier castigo que estiméis correcto.
El líder de los Colmillos Plateados de Vancouver se removió incómodo en el sillón de madera finamente trabajada que dominaba la pequeña tarima de la sala de audiencias. Se veía claramente que este problema había perturbado su noble serenidad, por lo que esperó unos largos minutos antes de dar voz a sus pensamientos.
-Tu compasión nos ha perjudicado a todos, Canción-Oculta. El Clan del Río Rojo se considera gravemente insultado y lady Agata Blaisdon exige una compensación por tu conducta.
-Lo lamento, milord-, respondió abatido el joven Colmillo Plateado recordando la fría hospitalidad que le dieron sus compañeros de tribu en Manitoba al enterarse que había dejado escapar voluntariamente a la joven de la Parentela destinada a casarse con uno de sus guerreros. Allí había recibido muchos reproches y desprecios, así como más de un insulto velado. Canción-Oculta se había esforzado por soportar esas indignidades con la misma entereza con la que había resistido el dolor provocado por la bala de plata de Relámpago. Afortunadamente para él, los Colmillos Plateados del Clan del Río Rojo lo habían devuelto a Vancouver tan rápido como habían podido, aunque se sintió todavía más humillado por las formas con las que se deshicieron de él.
-Lamentarlo no es suficiente-, le atacó de nuevo Cunnigham.
-Los reproches no solucionarán nuestros problemas, Arthur-, le interrumpió Lord Abercorn. -Seamos prácticos, por favor. Discutiré nuestra respuesta al Clan del Río Rojo contigo y el resto de los consejeros más tarde, pero por ahora me gustaría que te encargases de otro asunto que considero más apremiante.
-Estoy a vuestra entera disposición, por supuesto-, respondió el chambelán sorprendido.
-Quiero que pienses un castigo adecuado para este joven, uno que esté a la altura de sus actos. En mi opinión, esto no es más que un error de juventud, ya me entiendes. No creo que sea necesario el exilio ni la muerte, pero tú eres el experto en nuestras leyes. Confío plenamente en tu criterio. Reúne a los nuestros en la ciudad y prepara el castigo que consideres oportuno
-Así se hará, lord Abercorn-, dijo el chambelán al mismo tiempo que hacía una educada inclinación ante su señor y abandonaba la sala con paso vivo para tratar de ocultar el conflicto de emociones que se enfrentaban en su interior.
Canción-Oculta observó aliviado cómo la figura de Arthur Cunnigham cruzaba la gran habitación rectangular, llena de hermosos tapices, bordados con oro y plata, que representaban los glifos del Gran Halcón y de la tribu de los Colmillos Plateados, así como de las Logias del Sol y de la Luna unidas dentro de aquellos muros. Lord Abercorn esperó pacientemente en su sillón de madera a que el chambelán abandonase la sala antes de volver a hablar con el joven Philodox.
-Me has puesto en una situación extremadamente comprometida, Canción-Oculta. Espero que esto no vuelva a suceder nunca. ¿Me has entendido?
-Sí, milord-, respondió él mordiéndose la lengua. Quería gritar al anciano que había hecho lo correcto, que no se arrepentía, pero sabía que ya había tirado de esa cuerda todo lo que había podido.
-Puedo comprender tus... dudas, por decirlo de algún modo. Nuestra tribu ha vivido anclada demasiado tiempo en el pasado, quedando inevitablemente perdida en muchas ocasiones ante las costumbres humanas del mundo moderno, pero eso no es excusa para desobedecer las órdenes directas de tus Ancianos. Espero que el tiempo temple el fuego de tu juventud, porque creo que tienes una mente perspicaz y un corazón noble, virtudes excelentes para un buen Philodox.
Canción-Oculta no supo qué responder ante los elogios del líder de los Colmillos Plateados. Se sentía honrado, desde luego, pero también seguía creyendo que había actuado del modo más correcto posible para su honor y el bienestar de Margaret. En cualquier caso, este parecía el mejor momento para resolver ciertas dudas sobre las que había estado reflexionando durante los últimos días.
-¿Puedo haceros una pregunta, milord?
Lord Abercorn lo estudió fijamente con sus ojos oscuros sin contestar, aunque acabó asintiendo lentamente con la cabeza, algo inusitado en él.
-¿Por qué no me advertisteis de la importancia que tenía la carta para los señores de Malfeas? De haber sabido eso, la hubiera protegido mejor, con mi vida incluso.
-La verdad es que no pensamos que tuviese ningún valor fuera de nuestra tribu-, le explicó visiblemente apenado el líder de los Colmillos Plateados de Vancouver. -La carta sólo contenía un árbol genealógico de la rama más occidental de la casa del Corazón Inquebrantable. Encuentro muy extraño y perturbador este súbito interés de los siervos del Wyrm por el pasado de nuestro linaje... pero créeme cuando te digo que si hubiésemos conocido previamente su importancia, no habríamos confiado la carta a un joven Garou, fuera quien fuese.
Canción-Oculta asintió ante la explicación de Lord Abercorn. Su instinto de Philodox le decía que el Anciano no le estaba mintiendo y que estaba visiblemente turbado por el curso que habían tomado los acontecimientos. Sin embargo, todavía tenía otra pregunta para él.
-¿Y qué hay de Relámpago, milord? ¿Quién es?
-Un monstruo del pasado-, respondió lord Abercorn con gesto enfadado. -Recuerdo que se hablaba mucho de él cuando yo sólo era un mozalbete bisoño que acaba de superar su Rito de Iniciación. Nuestros Galliard decían que había sido un vaquero en las grandes llanuras norteamericanas durante la expansión al oeste, pero que pronto se cansó de una vida tan dura y se dedicó al bandidaje. En algún momento de su terrible carrera, se convirtió en un Fomori obsesionado con atacar a nuestra tribu. Desapareció sin dejar rastro a principios de este siglo, dejando tras de sí al menos una veintena de Colmillos Plateados muertos con sus malditas balas de plata. Hasta ahora no sabíamos qué había sido de él...
-.-
Al caer la noche llegó el momento del castigo ideado por el chambelán Cunnigham para castigar su supuesta falta. La luz de Selene se colaba entre las rendijas de las oscuras nubes que tapaban su faz de luna llena en los cielos, ofreciendo una iluminación tenue en el mejor de los casos. Canción-Oculta estaba muy nervioso. Aunque no tenía ni idea de lo que iba a pasar a continuación, era evidente que no iba a ser precisamente agradable en su caso. Todos los Colmillos Plateados de Stanley Park estaban presentes: Montgomery Abercorn, Arthur Cunnigham, Caza-a-las-Sombras, Garras-de-Plata, Alissa Weston, Nicholas Redfearn, Nieve-de-Verano y cuatro hombres lobo más. El joven Philodox se acercó a ellos intentando parecer firme y seguro.
A un gesto del chambelán, todos los Colmillos Plateados presentes formaron un círculo a su alrededor, dispuesto para comenzar el rito de castigo que había elegido el Maestro del Rito del Clan del Pacto. Fue él, por supuesto, el primero en tomar la palabra:
-Canción-Oculta, Canción-Oculta-, dijo todo lo suficientemente alta para que lo escuchasen Gaia y sus compañeros de tribu, -de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre.
Dicho esto, el chambelán le dio la espalda y se alejó del círculo hasta detenerse a cierta distancia a unos treinta pasos desde donde se encontraban. El joven Philodox reconoció inmediatamente cuál era el castigo que le habían impuesto: el Rito del Ostracismo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó con voz quebrada lord Abercorn antes de darle él también la espalda y alejarse del círculo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó también Caza-las-Sombras, el Captor de la Verdad del Clan del Pacto, para luego darle la espalda y alejarse del círculo.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, aulló Garras-de-Plata en forma lobuna con un aullido lúgubre. A continuación él también salió del círculo y se unió al resto de sus compañeros de tribu.
-Canción-Oculta, Canción-Oculta, de todos los hijos que tiene Gaia, no tengo ningún hermano con ese nombre-, gritó Alissa Weston. Para el joven Philodox fue duro ver que su antigua mentora de los Ritos de Auspicio también lo rechazaba, dándole la espalda y saliendo del círculo.
Todos los restantes Colmillos Plateados repitieron el ritual hasta que el último y menos importante de ellos había renegado de él. Una vez que estuvo completamente solo, sus compañeros de tribu se alejaron corriendo al unísono, abandonándolo a su suerte. El mensaje era evidente: has perjudicado a tu tribu, ya no eres uno de nuestros hermanos. Canción-Oculta sabía bien que la noticia se extendería al resto del Clan del Pacto y más allá,alcanzando incluso a los otros tres clanes de los Colmillos Plateados en la Columbia Británica. Ninguno de sus compañeros de tribu podría hablar con él ni ayudarle a no ser que fuese una cuestión de vida o muerte. El joven Philodox había sido expulsado de los Colmillos Plateados hasta la próxima luna llena.
"No importa", se dijo Canción-Oculta. "Tengo a mis hermanos de manada y a mis tíos. Ellos no me fallarán. No me abandonarán por salvar a una chica de la esclavitud." A pesar de la herida que suponía en su orgullo y su reputación el Rito del Ostracismo, el joven Philodox se alejó del lugar más convencido que nunca de la necesidad de cambiar las costumbres de su tribu y de la Nación Garou antes de que fuese demasiado tarde.
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