Vancouver, Columbia Británica (Canadá)
29 de octubre de 1992
Las tinieblas lo envolvían con su asfixiante abrazo, como si fuesen conscientes de su presencia en aquel laberinto oscuro en el que había caído. Hacía frío y estaba húmedo, pero no existía ningún silencio benévolo que pudiese evitar que escuchase el llanto caótico de varias gargantas infantiles gritando a pleno pulmón a su alrededor. Su único consuelo es que sabía que Uktena estaba a su lado, ya que podía ver sus ojos amarillos brillando en la oscuridad. Caminó unos pocos pasos con cuidado, apoyando las manos en una de las húmedas paredes del laberinto. "¿Dónde estoy?", preguntó confuso en voz alta. "¿Por qué lloran los niños?" La oscuridad no respondió a sus preguntas, sino que pareció que se tragaba su voz, distorsionándola, al mismo tiempo que aumentaba el volumen de los llantos. Tal fue el estrépito que escuchó, que cayó de rodillas sobre el suelo de tierra, víctima de un fuerte dolor de cabeza.
Los llantos redujeron su cacofonía mucho tiempo después, aunque se los podía seguir escuchando con claridad, y él pudo recuperarse lo suficiente para ponerse en pie apoyándose pesadamente contra la pared. Dio un paso en la oscuridad. Luego otro. Los llantos seguían allí, intentando llamar su atención, desesperados a veces, presa de un dolor insoportable en otras ocasiones, pero siempre estaban allí. Él siguió caminando por aquel terrible laberinto de esquinas y pasillos oscuros sin hacer el menor ruido, puesto que no quería experimentar una nueva explosión de lloros y gritos que lo volviesen a dejar indefenso. Uktena lo seguía callado. Ambos se adentraron en la oscuridad hasta que Lars se despertó del sueño.
St. Claire, Washington (EE.UU.)
1 de noviembre de 1992
Como no sabían cuál sería el restaurante de precio más asequible de St. Claire, decidieron comer en uno de los seis establecimientos del centro de la ciudad. Tenía el nostálgico nombre de Sherwood, aunque en realidad no dejaba de ser la típica hamburguesería americana de la década de los 60, con una barra en el centro y mesas con sofás rojos y blancos a los lados. En ese momento, el local estaba lleno de gente: periodistas cotilleando entre ellos, cazadores de fin de semana apunto de marcharse y unos pocos lugareños de todas las edades que miraban disgustados el aluvión de personas que se había apoderado de "su" establecimiento. Dos camareras no daban a basto, llevando constantemente comida, refrescos y café entre las mesas y la puerta del fondo que conducía a la cocina. Dentro del local olía sobretodo a carne a la plancha, pollo frito y hamburguesa, olores que hicieron que todos ellos salivasen al pensar siquiera en comer. De fondo Jerry Lee Lewis atronaba desde unos altavoces colgados en el techo con su clásico tema Great Balls of the Fire.
A pesar de que todo parecía indicar que tendrían que conformarse con sentarse a comer en la barra separados unos de otros, un grupo de hombres abandonó una mesa junto a la calle mientras se reían entre ellos por algún chiste privado. Lars y sus hermanos de manada ocuparon la mesa antes de que se la quitase una pareja avispada y consultaron la carta con atención, eligiendo cada uno la comida rápida que le apetecía en esos momentos. Luego les atendió una camera joven, de pelo rubio teñido y cara inocente, que se demoró más tiempo del necesario en explicarles las especialidades de la casa y tomarles nota. La camera, cuyo nombre era Jessy, sonrió con coquetería a Voz-de-Plata en un par de ocasiones, por lo que el Galliard le devolvió las sonrisas con picardía, lo que a su vez despertó toda clase de celos y comentarios cómicos injustificados por parte de Faruq y Crow. "No os puedo sacar de casa", les intentó comunicar el Hijo de Gaia negando visiblemente con la cabeza cuando Jessi les dio la espalda.
Dicho a su favor, se comportaron correctamente cuando la atareada camarera volvió para traerles los platos que habían pedido. Esta vez la muchacha no tuvo tiempo para seguir flirteando y se marchó corriendo a limpiar otra mesa que acaba de quedar temporalmente vacía. Lars quería desconectar del problema que estaban investigando como hacían sus hermanos, pero no podía permitirse semejante lujo, sino que permanecía comiendo en silencio mientras su mente rebuscaba en el sueño que le había enviado Uktena, buscando alguna pista o clave que hubiera pasado inadvertida hasta ese momento.
-¿Qué hacen esos dos?-, preguntó sorprendido Canción-Oculta en voz baja.
Su pregunta interrumpió la animada conversación de la mesa y sacó a Lars del bucle de sus pensamientos. Todos ellos miraron por el ventanal de la calle para ver a una pareja de policías junto a la furgoneta de la prima de Voz-de-Plata. Uno de ellos estaba anotando la matrícula, mientras su compañero intentaba echar un vistazo al interior del vehículo desde el lado de la calle de la ventanilla. Ambos agentes iban vestidos con un uniforme oficial de color azul marengo y camisas negras.
-¡Mierda!-, maldijo Crow. -¿Ahora qué hacemos?
-Probablemente sólo estén comprobando vehículos sospechosos que estén en la ciudad-, afirmó Voz-de-Plata sin mucha convicción.
-Vamos a tener que averiguarlo-, murmuró Canción-Oculta. -Lars, Bobby, venid conmigo. El resto quedaros aquí y terminad la comida. No queremos llamar la atención más de lo necesario. ¿De acuerdo?
Se levantaron de la mesa mientras sus hermanos daban su conformidad al apresurado plan y salieron del restaurante con calma, como si sólo fuesen a estirar un poco las piernas. Su breve paseo los acercó a la furgoneta en el momento en que los dos policías estaban hablando entre sí.
-¿Puedo ayudarles, agentes?-, les preguntó el Philodox.
-Eso depende-, respondió con voz suave uno de los uniformados. Se hallaba a finales de la cuarentena y tenía el pelo oscuro, la cara afeitada y los ojos pardos. -¿Es vuestra esta furgoneta?
-No exactamente-, respondió Voz-de-Plata. -Es de mi prima. ¿Por qué lo pregunta?
-Tu prima, ¿eh?-, asintió el agente con una sonrisa comprensiva. -Vale. ¿Cómo se llama ella? ¿Dónde puedo encontrarla?
-Se llama Rossaline Lloyd y ahora mismo está en Seattle, visitando a unas amigas.
-¿Y vosotros quiénes sois? ¿Creo que no os he visto nunca en St. Claire, verdad?
-No, señor, somos de Vancouver-, respondió el Galliard, -la ciudad canadiense, no la que tienen aquí con el mismo nombre. Yo soy Robert Smith y mis amigos son Jacob Henderson y Lars Braaten.
-¿Así que sois ciudadanos canadienses?-, preguntó el otro agente. Era más delgado que su compañero, pero tenía la cara agriada y envejecida. De hecho, sus ojos grises dejaban entrever perfectamente los efectos del paso de los años sobre él.
-Sí, eso es-, le confirmó Voz-de-Plata.
-¿Ocurre algún problema, agentes?-, preguntó con educación Canción-Oculta.
-Algo así-, respondió el primer policía. -Soy el jefe Olson, de la oficina de policía de St. Claire. Hace más o menos una hora recibimos una llamada de un vecino de la ciudad, Robert Wheeler, un padre desesperado que está pasando por la terrible experiencia. Robert nos dijo que dos jóvenes de fuera de la ciudad les habían estado molestando, haciendo preguntas sobre su hija desaparecida y buscando pelea. Esos jóvenes revoltosos sois vosotros, ¿no?
La voz del jefe Olson era comedida y educada, pero su última pregunta les había cogido completamente indefensos a pesar de que los tres se olían el rumbo que iba a tomar la conversación. Lars sabía que no habían cometido ningún delito por ahora, pero el jefe Olson podía meterles en algunos apuros si les pedía los pasaportes.
-Nosotros no fuimos buscando pelea-, objetó el Theurge. -Sólo tratamos de ofrecerles nuestra ayuda para encontrar a su hija.
-Me da igual si vuestras intenciones eran buenas o no-, respondió el Jefe Olson. -Mis hombres están abrumados de trabajo con los secuestros, también tenemos encima al FBI y a la prensa, y lo que menos necesitamos es a un grupo de idiotas molestando a las familias de los secuestrados. Así que os diré lo que vamos hacer: os doy veinticuatro horas para que os larguéis de St. Claire y si pasado ese tiempo seguís por aquí, tendré que comprobar vuestros pasaportes y los papeles de la furgoneta, hablar con esa Rossaline y si es necesario llamar a Canadá para que vuestros padres sepan dónde están sus hijos y en qué problemas se están metiendo. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
-Perfectamente-, respondió Canción-Oculta disimulando con éxito el enfado que debía estar sintiendo al ser tratado como un niño.
-Me alegra oírlo, en serio. Hacedme caso y todos olvidaremos pronto este asunto-, les dijo el jefe Olson mientras se daba la vuelta para marcharse. Su compañero le siguió tras echarles a todos una última mirada despectiva con sus ojos grises.
A pesar de que todo parecía indicar que tendrían que conformarse con sentarse a comer en la barra separados unos de otros, un grupo de hombres abandonó una mesa junto a la calle mientras se reían entre ellos por algún chiste privado. Lars y sus hermanos de manada ocuparon la mesa antes de que se la quitase una pareja avispada y consultaron la carta con atención, eligiendo cada uno la comida rápida que le apetecía en esos momentos. Luego les atendió una camera joven, de pelo rubio teñido y cara inocente, que se demoró más tiempo del necesario en explicarles las especialidades de la casa y tomarles nota. La camera, cuyo nombre era Jessy, sonrió con coquetería a Voz-de-Plata en un par de ocasiones, por lo que el Galliard le devolvió las sonrisas con picardía, lo que a su vez despertó toda clase de celos y comentarios cómicos injustificados por parte de Faruq y Crow. "No os puedo sacar de casa", les intentó comunicar el Hijo de Gaia negando visiblemente con la cabeza cuando Jessi les dio la espalda.
Dicho a su favor, se comportaron correctamente cuando la atareada camarera volvió para traerles los platos que habían pedido. Esta vez la muchacha no tuvo tiempo para seguir flirteando y se marchó corriendo a limpiar otra mesa que acaba de quedar temporalmente vacía. Lars quería desconectar del problema que estaban investigando como hacían sus hermanos, pero no podía permitirse semejante lujo, sino que permanecía comiendo en silencio mientras su mente rebuscaba en el sueño que le había enviado Uktena, buscando alguna pista o clave que hubiera pasado inadvertida hasta ese momento.
-¿Qué hacen esos dos?-, preguntó sorprendido Canción-Oculta en voz baja.
Su pregunta interrumpió la animada conversación de la mesa y sacó a Lars del bucle de sus pensamientos. Todos ellos miraron por el ventanal de la calle para ver a una pareja de policías junto a la furgoneta de la prima de Voz-de-Plata. Uno de ellos estaba anotando la matrícula, mientras su compañero intentaba echar un vistazo al interior del vehículo desde el lado de la calle de la ventanilla. Ambos agentes iban vestidos con un uniforme oficial de color azul marengo y camisas negras.
-¡Mierda!-, maldijo Crow. -¿Ahora qué hacemos?
-Probablemente sólo estén comprobando vehículos sospechosos que estén en la ciudad-, afirmó Voz-de-Plata sin mucha convicción.
-Vamos a tener que averiguarlo-, murmuró Canción-Oculta. -Lars, Bobby, venid conmigo. El resto quedaros aquí y terminad la comida. No queremos llamar la atención más de lo necesario. ¿De acuerdo?
Se levantaron de la mesa mientras sus hermanos daban su conformidad al apresurado plan y salieron del restaurante con calma, como si sólo fuesen a estirar un poco las piernas. Su breve paseo los acercó a la furgoneta en el momento en que los dos policías estaban hablando entre sí.
-¿Puedo ayudarles, agentes?-, les preguntó el Philodox.
-Eso depende-, respondió con voz suave uno de los uniformados. Se hallaba a finales de la cuarentena y tenía el pelo oscuro, la cara afeitada y los ojos pardos. -¿Es vuestra esta furgoneta?
-No exactamente-, respondió Voz-de-Plata. -Es de mi prima. ¿Por qué lo pregunta?
-Tu prima, ¿eh?-, asintió el agente con una sonrisa comprensiva. -Vale. ¿Cómo se llama ella? ¿Dónde puedo encontrarla?
-Se llama Rossaline Lloyd y ahora mismo está en Seattle, visitando a unas amigas.
-¿Y vosotros quiénes sois? ¿Creo que no os he visto nunca en St. Claire, verdad?
-No, señor, somos de Vancouver-, respondió el Galliard, -la ciudad canadiense, no la que tienen aquí con el mismo nombre. Yo soy Robert Smith y mis amigos son Jacob Henderson y Lars Braaten.
-¿Así que sois ciudadanos canadienses?-, preguntó el otro agente. Era más delgado que su compañero, pero tenía la cara agriada y envejecida. De hecho, sus ojos grises dejaban entrever perfectamente los efectos del paso de los años sobre él.
-Sí, eso es-, le confirmó Voz-de-Plata.
-¿Ocurre algún problema, agentes?-, preguntó con educación Canción-Oculta.
-Algo así-, respondió el primer policía. -Soy el jefe Olson, de la oficina de policía de St. Claire. Hace más o menos una hora recibimos una llamada de un vecino de la ciudad, Robert Wheeler, un padre desesperado que está pasando por la terrible experiencia. Robert nos dijo que dos jóvenes de fuera de la ciudad les habían estado molestando, haciendo preguntas sobre su hija desaparecida y buscando pelea. Esos jóvenes revoltosos sois vosotros, ¿no?
La voz del jefe Olson era comedida y educada, pero su última pregunta les había cogido completamente indefensos a pesar de que los tres se olían el rumbo que iba a tomar la conversación. Lars sabía que no habían cometido ningún delito por ahora, pero el jefe Olson podía meterles en algunos apuros si les pedía los pasaportes.
-Nosotros no fuimos buscando pelea-, objetó el Theurge. -Sólo tratamos de ofrecerles nuestra ayuda para encontrar a su hija.
-Me da igual si vuestras intenciones eran buenas o no-, respondió el Jefe Olson. -Mis hombres están abrumados de trabajo con los secuestros, también tenemos encima al FBI y a la prensa, y lo que menos necesitamos es a un grupo de idiotas molestando a las familias de los secuestrados. Así que os diré lo que vamos hacer: os doy veinticuatro horas para que os larguéis de St. Claire y si pasado ese tiempo seguís por aquí, tendré que comprobar vuestros pasaportes y los papeles de la furgoneta, hablar con esa Rossaline y si es necesario llamar a Canadá para que vuestros padres sepan dónde están sus hijos y en qué problemas se están metiendo. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
-Perfectamente-, respondió Canción-Oculta disimulando con éxito el enfado que debía estar sintiendo al ser tratado como un niño.
-Me alegra oírlo, en serio. Hacedme caso y todos olvidaremos pronto este asunto-, les dijo el jefe Olson mientras se daba la vuelta para marcharse. Su compañero le siguió tras echarles a todos una última mirada despectiva con sus ojos grises.
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