Vancouver, Columbia Británica (Canadá)
8 de julio de 1992
Sólo la luz de las farolas iluminaba de noche las calles de la ubicación original de Vancouver. Rodeadas de enormes rascacielos de acero y cristal, las seis manzanas que conformaban el vecindario de Gastown habían visto tiempos mejores. Sus antaño orgullosos edificios de ladrillo y mortero se estaban viniendo abajo, y vagabundos y atracadores de todo tipo frecuentaban sus oscuros callejones. Ni siquiera el famoso reloj de Gastown, cuyo armazón metálico estaba completamente cubierto de rayones y pintadas obscenas, se había librado del vandalismo juvenil imperante en aquella parte de la ciudad. Era una cruel ironía saber que si el ayuntamiento de Vancouver hubiese invertido fondos municipales para restaurar el barrio, su destino hubiese sido otro bien distinto: la típica trampa para turistas.
Faruq caminaba sin miedo por las calles de Gastown en plena madrugada. Su don del Ojo Nublado le permitía pasar desapercibido en su entorno, evitando a la mayoría de los depredadores urbanos que acechaban por aquellas calles. No obstante, no lo hacía porque les tuviera miedo, sino porque quería acabar cuanto antes con una desagradable tarea que él mismo se había impuesto a sí mismo.
Al final su pasos le llevaron hasta un edificio de fachada erosionada por el tiempo mostrando lo que quedaba de su antigua colección de columnas anexas y pequeñas estatuas de animales fantásticos y jóvenes trepando sobre motivos florales. Todo parecía indicar que en los viejos tiempos había sido un hotel muy caro que había visto tiempo mejores, pero en las últimas décadas se había reconvertido en una pensión para drogadictos, en un lugar de trabajo para una docena de prostitutas y en un hogar para los desesperados y los moribundos, además de ser un escondite excelente para cualquier otra persona que evitase llamar la atención, por supuesto.
Ignorando las enormes letras sin corriente eléctrica que anunciaban el nombre del establecimiento, Faruq entró abriendo una puerta de cristal sin limpiar y recubierta por barrotes que habían perdido todo su esplendor dorado. El vestíbulo del hotel era enorme. El techo se alzaba a unos seis o siete metros de altura; había perdido gran parte de su decoración de escayola y hacía tiempo que había dejado de necesitar una mano de pintura para tratar de ocultar las manchas de humedad que se habían apoderado de toda su superficie. Para su decepción, Faruq comprobó que no estaba iluminado por enormes lámparas de araña. En su lugar, unos tenues focos ofrecían toda la luz necesaria para moverse sin tropezar con los malolientes sofás de plástico cubiertos de suciedad y quemaduras de cigarrillos o las recias columnas que resistían a duras penas los embates de la desidia y el vandalismo humano.
Faruq se percató de todo eso sin detenerse a hablar con los parroquianos que bebían y fumaban en los sofás, mientras compartían sus penas o maldecían a la vida por sus desgracias. El joven Ragabash se dirigió directamente hacia el mostrador de recepción, donde un tipo de mediana edad, larga melena gris, grandes ojeras que casi ocultaban sus ojos oscuros y vestido con una camisa hawaiana de mangas cortas, amarilla y adornada con insulsas flores verdes, miraba con obscena atención las imágenes de una maltratada revista pornográfica que reposaba abierta de par en par sobre la ajada madera del mostrador.
Faruq decidió apartar la protección del Ojo Nublado y tocar el timbre de la recepción antes de que el aquel ejemplar involucionado de humanidad se percatase siquiera de su presencia. El sonido del timbre fue desagradablemente agudo incluso para él, pero al recepcionista casi le dio un ataque, puesto que saltó inmediatamente para ponerse en pie de la impresión.
-¡Me cago en la leche!-, exclamó con la voz en vilo. Tardó unos segundos en recuperarse de la sorpresa, justo lo que quería Faruq. -Maldito crío. ¡Me has dado un susto de muerte!
-Traigo un sobre para Omar Bachir-, le mintió al recepcionista ignorando sus quejas. -¿Cuál es su habitación?
-No puedo decirte su habitación, pero dame el sobre y se lo daré yo mismo. Te lo prometo.
-Los tipos para los que trabajo dijeron que se lo entregase en mano. ¿Quieres que les diga que no estás de acuerdo?-, aventuró divertido.
La reacción del tipo fue digna de ver. A pesar de que no se movió ni un centímetro, su cara palideció en cuestión de pocos segundos como si hubiese visto un fantasma terrible. "¿Qué clase de negocios tienen en este hotel?", se preguntó Faruq con curiosidad. "Seguro que nada buenos", decidió por la exagerada reacción del tipo.
-Vale, vale, vale... no quiero saber tus mierdas. Es la habitación 221. ¿Vale? Ya tienes lo que querías, así que déjame en paz y vete a tomar por culo.
El recepcionista volvió a concentrarse en su revista, tratando de aparentar que Faruq no estaba allí. El Ragabash sonrió condescendiente y se encaminó hacia las espaciosas escaleras del hotel, en donde se encontró a un borracho durmiendo la mona y un niño jugando solo con una pequeña videoconsola portátil de Tellus Enterprises, probablemente robada. Nadie le molestó en su ascenso a la segunda planta, pero su ánimo se iba volviendo más gris a medida que subía, a pesar de su habitual cinismo. "¡Ay, mamá! ¿Qué hacías en una pocilga como esta?", la pregunta le quemaba por dentro, encendiendo la chispa de su rabia, sobre todo al ver al niño jugando solo en la escaleras a esas horas de la noche. "Ese podría haber sido yo", se dio cuenta enfurecido.
La luz del pasillo de la segunda planta era incluso más tenue que la del vestíbulo. Una de las bombillas parpadeaba constantemente, como en las películas de terror. Tras un largo minuto, encontró la puerta que buscaba: 221. Al otro lado sólo se oía el sonido de un televisor encendido. "Empieza el show", se dijo para darse ánimos mientras golpeaba dos veces la puerta. La respuesta tardó en llegar y cuando lo hizo, fue apenas el susurro cansado de un fantasma viviente.
-¿Quién eres?-, preguntó una voz extranjera.
-Traigo un sobre para Omar Bachir-, dijo en voz baja.
-Es muy tarde para hacer de mensajero-, le respondió con desconfianza la voz al otro lado de la puerta. Su fluidez hablando inglés era decididamente macarrónica en el mejor de los casos.
-Hay gente que nunca duerme-, respondió Faruq. -Mira, tío, no tengo toda la noche. Si no quieres el sobre, no hay problema. Me piro y me lo quedo. Tú verás. -Sabía que estaba arriesgando mucho, pero esperaba que el tipo estuviese muy necesitado de pasta.
No se vio defraudado. Omar le abrió la puerta, apartándose para que pudiese entrar en la habitación. Tendría unos cincuenta años, piel ligeramente oscura, constitución ancha y brazos gruesos y fuertes, llenos de tatuajes gastados. Estaba completamente calvo y tenía los ojos de un color marrón oscuro. Iba vestido con una sencilla camiseta blanca de manga corta y unos sucios calzoncillos amarillentos, pero el detalle más llamativo en él es que ocultaba su mano derecha detrás de la espalda, dando a entender que estaba armado.
Faruq entró en la habitación y observó despacio la habitación, sin sorprenderse realmente por su estado mugriento y dejado. Las sábanas de la cama estaban revueltas, había cascos de botellas vacías de licor de la marca King Spirits en el suelo y envases con restos de comida rápida de la cadena O'Tolley's sobre una apolillada mesa de madera. Parecía que Omar estaba solo. "Perfecto", se dijo sonriendo de oreja a oreja. El tipo cerró la puerta a su espalda.
-Será mejor que no me hayas engañado-, le amenazó.
-No, no. Te juro que nunca miento excepto cuando lo hago.
-¿Qué?-, preguntó Omar estúpidamente mientras descubría el cuchillo automático que había llevado oculto hasta ese momento.
Faruq estaba cansado de juegos, por lo que sacó el pequeño espejo de mano que llevaba en uno de los bolsos de sus pantalones al mismo tiempo que cogía el brazo izquierdo del hombre. A pesar de estar medio dormido y de no entender lo que estaba pasando, Omar intentó soltarse por instinto, pero no lo hizo antes de que Faruq se concentrase fijamente en su reflejo, caminando de lado y arrastrándolo con él a través de la Celosía. El Ragabash sabía que cruzar entre los dos mundos en mitad de la ciudad era peligroso y más aún llevándose consigo a alguien contra su voluntad, pero lo intentó de todos modos. Durante un aterrador instante, pareció que la barrera espiritual trataba de inmovilizarlo, pegándose a ellos e impidiendo sus movimientos. No obstante, Faruq concentró toda su voluntad en la operación que estaba llevando a cabo.
Finalmente, sus esfuerzos se vieron coronados con el éxito cuando alcanzaron la Penumbra del hotel. A este lado de la Celosía, el edificio aún conservaba su antiguo esplendor, pero la insidiosa mancha entrópica del Wyrm se estaba filtrando lentamente a través de sus paredes, llenándolas de grietas y polvo. Soltó a Omar, que estaba demasiado desorientado para poder alejarse demasiado, y adoptó la forma de guerra medio humana y medio lobuna que los Garou llamaban Crinos. La herencia de su tribu hizo que su cuerpo se volviese largo y esbelto, forrado por un pelaje negro brillante que contrastaba con el amarillo de sus ojos, y su cabeza se asemejaba a la de los chacales del arte egipcio. La experiencia fue demasiado aterradora para Omar, que cayó presa de la psicosis conocida como el Delirio.
-¡Esto no está pasando! No eres real... no te acerques... ¡NO TE ACERQUES!- dijo el hombre mientras su mente se deslizaba a los miedos engendrados en la psique humana durante los crueles tiempos primigenios del Impergium.
Faruq no le dio ninguna oportunidad y se abalanzó contra él, inmovilizándolo mientras Omar trataba inútilmente de resistirse. Sus fuertes brazos le sirvieron de bien poco frente a la fuerza de un hombre lobo en forma Crinos, quedando inmovilizado rápidamente. El humano lloró impotente, suplicando que lo soltasen, hasta que su mente se quebró del todo después de unos largos minutos, quedando inconsciente de puro agotamiento.
-.-
Faruq esperó pacientemente a que el humano volviese en sí. Lo había subido hasta la azotea del edificio, donde Selene miraba con curiosidad desde los oscuros cielos umbrales lo que estaba haciendo. El Ragabash había adoptado la forma homínida del Glabro, el hombre de las cavernas. Su cuerpo era más fuerte y resistente que el de un humano normal, y tenía un aspecto suficientemente rudo y salvaje para seguir intimidando a su víctima mientras quisiese. Cuando vio que Omar empezaba a volver en sí, lo levantó del suelo con facilidad para luego arrojarlo hacia un lado, a pocos metros del borde de la azotea. El hombre chilló de terror, asustado más allá de lo que podrían expresar las simples palabras. Miró a su alrededor desesperado, buscando una salida sin resultado. Faruq dio un paso en su dirección y él retrocedió sin poder evitarlo, temblando a escasa distancia del borde de la fachada.
-Omar Bachir-, empezó a decir Faruq con una voz grave y gutural, -¿recuerdas a una mujer llamada Jasmine Bartra?
-No, no... no conozco a nadie con ese nombre...
-Último intento-, gruñó Faruq mientras daba otro paso, reduciendo la distancia que los separaba.
Omar volvió a retroceder. Ahora estaba literalmente al borde de la azotea. El humano miró hacia atrás sin poder evitarlo y su cara palideció al ver la altura, las telarañas plateadas y los seres arácnidos que moraban en ellas. Su cordura estaba a punto de volver a quebrarse.
-¡Respóndeme!-, exigió Faruq, centrando la atención del humano en él.
-Eeesssppeeeraa, eessppeera... ¿Jasmine? ¡Sí, sí! La recuerdo. ¿Qué tiene que ver ella conmigo?
-La convertiste en una drogadicta y una prostituta, la implicaste en tus negocios y luego la vendiste ante la policía, echándole a ella toda las culpas para evitar la cárcel. ¿Es cierto sí o no? ¡Dílo!
-¡Sí,sí! Es verdad...
-Soy un espíritu sediento de venganza, Omar. La oscuridad de tu alma me ha invocado desde las profundidades del más allá para llevarte a tu justo castigo.
-¡No!-, aulló el hombre con desesperación poniéndose de rodillas para suplicar por su vida al borde de la histeria total. -¡No, por favor! ¡No lo hagas! ¡No lo hagas!
Faruq se acercó a la figura arrodillada que no paraba de gemir y temblar como un niño asustado. Omar agachó la cabeza y siguió suplicando perdón humillándose cuanto pudo. El Caminante Silencioso le cogió una mano y lo obligó a levantarse para que le mirase a los ojos.
-Todavía puedes cambiar tu destino, humano-, le dijo. -Huye de Vancouver y de Canadá, lleva una vida de rectitud hasta el fin de tus días y no caerás de nuevo en mis garras.
-¡Lo haré, lo haré! ¡Lo juro!-, respondió él entre lágrimas.
-No intentes engañarme-, respondió Faruq teatralmente. -Los juramentos son sagrados. Sabré inmediatamente cuando lo has roto.
-¡No! ¡No lo romperé! Por favor, no me lleves contigo. Por favor...
Faruq le dio la vuelta a la mano de Omar y con un rápido movimiento le clavó la punta del cuchillo automático que pertenecía a su víctima, atravesando el hueso hasta romperlo. Omar chilló de dolor y se revolvió con todas sus fuerzas. Durante un segundo, estuvo a punto de soltarse y caerse, pero el Caminante Silencioso lo sujetó con firmeza.
-¡QUÉ ESTAS HERIDAS TE DEMUESTREN QUE NO HAS ESTADO SOÑANDO!-, gritó el Caminante Silencioso liberando por fin parte de la rabia que había estado conteniendo hasta entonces. A continuación, le asestó dos puñetazos, directos a la cara de Omar, que dejaron a su víctima completamente inconsciente y con la cara irreconocible.
-.-
Faruq salió del hotel con las manos metidas en los bolsillos, caminando con actitud pensativa. Tanto el recepcionista como los parroquianos nocturnos del edificio lo habían evitado como si portara la peste, dejando que se marchase tranquilo. "¿He hecho bien?", se preguntó no por primera vez. Omar sobreviviría a la terrible experiencia por la que acaba de pasar. Se despertaría con una herida en la mano, y la cara rota y ensangrentada. Algunos dirían que había sido afortunado. Faruq sabía que otros Garou no hubiesen dudado en matarlo, pero él no creía que la muerte del humano solucionase el fondo del problema. Faruq era un Ragabash. Había roto ligeramente el Velo, cierto, pero a pesar de sus propios deseos de venganza, le había ofrecido a Omar una posibilidad real para cambiar el rumbo por el que había conducido su vida hasta ese momento. No había modo alguno de saber si él aprovecharía esa nueva oportunidad, pero Faruq opinaba que valía la pena intentarlo. Quizás un humano arrepentido fuera suficiente para empezar a cambiar las cosas...
El Caminante Silencioso también se dio cuenta que ya había tomado una decisión en lo que concernía a su madre. Le daría otra oportunidad, una sola, como había hecho con Omar, porque ¿para qué molestarse en salvar el mundo si no daban una oportunidad a las personas que iban a vivir en él?
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