martes, 22 de enero de 2013

VOZ-DE-PLATA (3 - 1)


St. Claire, Washington (EE.UU.)
1 de noviembre de 1992

Voz-de-Plata se despertó sintiendo una molestia en la espalda. A continuación descubrió aturdido que de alguna forma había estado durmiendo de lado sobre una bota de Crow. El Ahroun ni siquiera se había enterado de lo sucedido y dormía a su lado tan profundamente como lo haría un oso en invierno. Aunque la escasa luz que había en la parte de atrás de la furgoneta gracias a las cortinas que cubrían las ventanillas le impedía verle, Voz-de-Plata podía escuchar también la respiración de Lars a su lado. Intentando contener un bostezo, se acercó a los asientos de adelante, sin hacer ruido ni pisar a sus hermanos de manada. Faruq estaba sentado en el asiento del conductor, vigilando a través del parabrisas. El reloj del salpicadero le reveló que eran las ocho de la mañana. Fuera del vehículo, el área de servicios tenía algo de actividad y el cielo estaba parcheado por nubes grises que apenas dejaban huecos a través de los cuales caían brillantes rayos soleados.

-Hola-, murmuró el Galliard con voz pastosa.

-Hola-, le respondió el Caminante Silencioso. -¿Has podido dormir algo con esos dos ahí?

-Menos de lo que hubiera querido pero no me quejo-, respondió intentando contener un repentino bostezo. -Oye, ¿dónde está Canción-Oculta?

-Está en el restaurante cogiendo café. Supuso que todos lo íbamos a necesitar hoy.

-Genial. Sólo por ese detalle ya se merece ser el alfa de la manada.

Faruq asintió con una sincera sonrisa en sus labios y dejó de prestarle atención para vigilar de nuevo los alrededores. Voz-de-Plata, acomodado en el asiento del copiloto, hizo lo mismo que él, aunque su mente vagaba por nebulosos recuerdos de autopistas, carreteras nocturnas, ciudades en vela y luces fugaces. Afortunadamente su prima Rossaline no sólo les había prestado su vieja furgoneta Ford de 1970, con su gastado color blanco y una banda lateral del mismo color pardo que el techo del vehículo, sino que había aprovechado el viaje de la manada al otro lado de la frontera para ir a Seattle a visitar a unas amigas. Para hacerlo cruzaron la frontera de un modo bastante especial. Como Canción-Oculta. Crow, Lars y Faruq no tenían pasaportes ni visados en regla, caminaron de lado y se adentraron en lo que sería el reflejo umbral del otro lado de la frontera antes de volver al mundo material, en suelo estadounidense. Por su parte, Rossaline y él charlaron amigablemente con una hastiada trabajadora de aduanas, que les permitió pasar sin ningún problema. Unos minutos después, recogieron al resto del equipo para continuar la travesía.

Tuvieron que entrar en las calles de Seattle para acercar a su prima hasta una tienda de tatuajes, regentada por una de sus amigas, y luego volvieron a ponerse en marcha. Faruq y Canción-Oculta estuvieron durmiendo durante el resto el viaje, mientras los demás permanecían despiertos. Encontrar la ciudad de St. Claire por la noche no había sido fácil. No había un acceso directo desde la autopista, que estaba a unos cincuenta kilómetros del municipio, y pronto descubrieron que la señales de tráfico de las carreteras comarcales de esta parte del país eran una auténtica pesadilla. En numerosas ocasiones cogieron desvíos equivocados o se adentraron en carreteras que no iban a donde les decían los mapas. Cuando por fin llegaron a los límites del municipio, ya habían perdido prácticamente toda la noche, por lo que aparcaron la furgoneta en un área de servicios y decidieron despertar a Canción-Oculta y Faruq para que hiciesen  su turno de guardia por mientras ellos aprovechaban para descansar unas horas.

Canción-Oculta salió del restaurante con una bandeja llena de cafés para llevar y se acercó a la furgoneta con paso rápido.

-Iré despertando a todo el mundo-, se ofreció Voz-de-Plata, prefiriendo hacer el trabajo él mismo a confiárselo al Ragabash, que podría no resistir la tentación de gastar una de sus famosas bromas pesadas.

-Por mí de acuerdo-, respondió él con una sonrisa cargada de picardía, como si le hubiese leído la mente o estuviese maquinando ya alguna maldad.

-.-

-Entonces, ¿cuál es al plan?-, preguntó Crow después de beber un largo sorbo de café.

-Durante las últimas horas he estado dándole vueltas y creo que lo mejor sería que diéramos una vuelta por el pueblo con la furgoneta, para familiarizarnos con el terreno. Después iremos a casa de Tracy Wheeler, la última niña desaparecida, para investigar a fondo el sitio y, tal vez, hablar con sus padres. A partir de ahí trabajaremos con lo que vayamos encontrando en nuestro camino.

Era un buen punto de partida, el mejor con el que podían comenzar dada la escasez de información. Todos estuvieron de acuerdo en ello. Luego se concedieron a sí mismos unos escasos minutos para terminar el café antes de volver a ponerse en marcha. Sabían que el tiempo corría en contra de los menores secuestrados.

-.-

Cuando se acercaron al término municipal de St. Claire, comprobaron que estaba rodeado de numerosas colinas y bosques exuberantes. La ciudad en sí era pequeña y no debía llegar siquiera a los 50.000 habitantes. Su centro urbano era un perfecto modelo de comunidad de diseño, con un idílico surtido de adornos de ciudad pequeña. Muchas de las tiendas parecían haber sido construidas en edificios restaurados del siglo XIX. La mayor parte de la administración local estaba situada aquí, junto con la comisaría, el parque de bomberos y la oficina de correos. Una estatua dominaba las vistas de una tranquila plaza rodeada de bancos y columpios para niños. La furgoneta pasó junto a un edificio con un enorme cartel en el que podía leerse Hostal Maple Leaf. El ayuntamiento, por su parte, era una anticuada casa de planta baja, ladrillo y cristal en el extremo norte del centro urbano. La ciudad también disponía de una gasolinera de Endron, una sala de cine, el Lyric, cuatro iglesias, seis restaurantes, un edificio blanco con el austero letrero de "Refugio para mujeres de St. Claire". A lo lejos, a unos pocos kilómetros hacia el oeste, se podía intuir la línea del litoral costero.

Cuando se dirigieron al norte de St. Claire pasaron junto a la Radio WKEE, el Hotel Pacífico con sus llamativas casas de estilo "cabaña de caza y pesca", un estadio deportivo que tenía el ostentoso nombre de Coliseum y el pequeño aeropuerto Blake. A continuación fueron hacia el noreste, pasando junto a un destartalado hotel de carretera con el nombre de Bissette. A pocos metros de allí, se encontraba una profunda y boscosa garganta conocida por los lugareños como Norge Valley. Un pesado manto de niebla cubría toda esa zona, donde los residentes menos afortunados de la ciudad vivían en destartaladas caravanas y casuchas baratas. En lo alto de ese valle desde el lado más cercano a la ciudad estaba el instituto local de Norge Hill, un edificio espacioso en forma de ce mayúscula en donde no se veía a ningún alma en un domingo ese.

Después fueron a la última parte de St. Claire que les quedaba por visitar. En el sur de la ciudad vieron un hospital de aspecto monolítico y paredes grises, un factoría química de una empresa llamada Pangloss Cosmetics, unas instalaciones universitarias agrupadas bajo el nombre de Instituto Politécnico de Washington, situadas en unos resplandecientes edificios de hormigón y cristal, y, por último, un edificio de aspecto anodino con las letras apagadas de Hostal Quileute.

-Todo parece bastante normal-, dijo Voz-de-Plata.

-No te fíes de las apariencias-, le respondió Lars mientras hacia girar el volante del vehículo. -Si el sueño que me envió Uktena tiene algo que ver con este sitio, nada es normal. -¿Vamos a la casa de los Wheeler?

-Sí-, respondió Canción-Oculta desde los asientos de atrás mientras consultaba el ajado periódico que les había dado Samantha en Vancouver. -Vuelve al este, a Norge Valley. Aquí pone que sus padres viven en una caravana cerca de allí.

-¿Cuánto tiempo lleva secuestrada esa niña?-, quiso saber Voz-de-Plata.

-Desde la noche del jueves-, le respondió Canción-Oculta igual de preocupado.

-Hay que ser un auténtico cobarde para secuestrar a pequeños... cuando coja a ese hijo de puta va a saber muy bien lo que es el miedo y el dolor-, manifestó Crow. Nadie se atrevió a discutírselo.

-.-

Lars detuvo la furgoneta frente a una caravana de aspecto deteriorado. Varias prendas de ropa colgaban desde uno de sus laterales hasta un poste de metal a dos metros. Junto a la vivienda, había aparcado un pequeño coche familiar, de un insulso color gris y varios abollones y rayazos sobre su gastada carrocería. Una minúscula verja de metal oxidado de unos cincuenta centímetros separaba el terreno particular del resto de la ciudad. Por fortuna, no se veían periodistas ni agentes uniformados en ese momento.

-Hemos llegado-, anunció sin falta Lars.

-Vale, os diré lo que vamos a hacer. Voz-de-Plata y yo hablaremos con los padres. Si mienten lo sabré en seguida. Lars, tú y Crow echad un vistazo en la Umbra. Faruq, tú mira los alrededores. Busca huellas o cualquier cosa fuera de lugar que pueda darnos una pista de lo que pasó aquí.

-Vale, pero ¿qué vamos a decirles? No crean que quieran colaborar con nosotros-, le preguntó Voz-de-Plata.

-Les diremos que somos ayudantes de un importante periodista que está siguiendo el caso y ha dado con una buena pista, pero que quiere confirmar con ellos algunos detalles antes de acudir al FBI.

-¿Funcionará?

-Eso espero

-¿Y si no lo hace?

-Improvisamos-, respondió el Philodox poniendo fin a la conversación.

El Galliard lo siguió cuando se bajó del vehículo y caminaron con paso decidido hacia la caravana, aunque Voz-de-Plata estaba realmente nervioso. Estaba seguro de que la conversación no sería agradable para ninguna de las partes. Los Wheeler estarían destrozados por la desaparición de su hija y ellos irían a remover la mierda para ver qué descubrían debajo. "Hazlo por la pequeña Tracy", se dijo para darse ánimos.

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