Al despertarme a la noche siguiente, volví a asearme y vestirme con las túnicas ceremoniales de color carmesí y negro de la Casa Tremere. Había asuntos pendientes que deseaba resolver aquella misma noche, entre ellos hablar con mi sire Jervais y seguir consultando los conocimientos ocultos tras los muros de la gran biblioteca de Ceoris, pero al abrir la puerta de mis aposentos descubrí a un joven criado sentado en el suelo, esperándome pacientemente. El muchacho se incorporó de un brinco y con sumo respeto me informó de que el Consejero Etrius le había ordenado llevarme ante su presencia nada más que saliese de mis aposentos. Cuando le pregunté cómo se llamaba, el joven agachó la cabeza y me respondió con voz queda que su nombre era Marcus. Satisfecho, permití que el criado me guiase hasta el lugar donde me esperaba el Consejero.
Durante el recorrido, medité en silencio acerca de los motivos por los querría verme en esos momentos. Sin duda, habría oído hablar de los ataques que había sufrido nuestra caravana de suministros y reservas mortales, por lo que podría esperar un fuerte interrogatorio en esa dirección, lo que tal vez pudiese acarrearme más problemas si mencionaba mis sospechas respecto a la Consejera Therimna. Por ello, me concentré por recordar todos los rumores que había escuchado sobre la relación entre la Consejera y él. Pese a que había pocas certezas en ese asunto, se decía que Etrius mantenía unas relaciones educadas con Therimna, a pesar de que ella era chiquilla de su enconado rival Goratrix. Así pues, dado que no había tenido tiempo para buscar el consejo político de mi sire Jervais, tendría que confiar en la prudencia y moverme con cuidado por esas peligrosas aguas.
Marcus me llevó hasta el primer piso y me abrió las puertas de una cámara apartándose servilmente para permitirme pasar. Era una sala pequeña, dominada por un icono pintado de Cristo niño y la Virgen María, alzados sobre un pequeño altar, tras el que se erguía una enorme cruz de bronce. Cuatro bancos miraban hacia el altar, ofreciendo sitio para unas dieciséis personas aproximadamente. Sin embargo, sólo había una sola personas rezando de rodillas junto al primer banco. El Regens de la capilla de Ceoris, miembro del Consejo de los Siete y guardián del descanso del propio gran maestro Tremere, era llamado Etrius el Pío por sus seguidores. De ascendencia sueca, su aspecto físico era más propio de un comerciante de la Hansa que el de uno de los magus más importantes de la Casa Tremere. Tenía una larga melena rubia que le caía por debajo de los hombros, así como unas patillas que seguían el contorno de su cara redondeada. El color de sus ojos parecía oscilar del azul claro al gris a la luz de las velas de la capilla. Vestía una túnica negra sobre la cual llevaba un manto carmesí con signos esotéricos bordados con hilos de oro y plata. El único adorno del que hacía ostentación era un colgante de oro con la forma de una estrella de cinco puntas contenida en un círculo perfecto. Marcus cerró la puerta a mi espalda y, puesto que el Consejero Etrius no dio señales de reconocer mi presencia, avancé hasta situarme a unos pasos de distancia y esperé pacientemente a que terminase sus silenciosas oraciones. Pese a las afirmaciones de sus partidarios, no percibí en él auténtico fervor, sino más bien una cuidadosa puesta en escena dispuesta para una vieja farsa.
Después de un tiempo que se me antojó interminable, al final el Consejero Etrius dio por concluidas sus oraciones, se santiguó y se dio la vuelta para hablar conmigo. Le correspondí haciendo una profunda reverencia y saludándole con las fórmulas oportunas que dictaba el protocolo de nuestra Casa. Satisfecho, tomó asiento en uno de los bancos de madera, invitándome a sentarme a su lado. Tal y como esperaba, mostró curiosidad por las adversidades que habían acontecido en mi viaje. Le conté todos los detalles de nuestro viaje desde que salimos de Buda-Pest, pero me interrumpió al poco tiempo para decirme que no le interesaban los detalles bélicos, sino las razones que llevaron a los Tzimisce a anunciar tan estúpidamente su presencia si planeaban iniciar una nueva campaña contra la capilla de Ceoris. Le respondí con tanta sinceridad como pude mostrar que yo tampoco entendía el comportamiento de nuestros enemigos, pero sí podía dar fe de sus despiadados crímenes.
Aunque esperaba más preguntas a este respecto, el Consejero tuvo a bien cambiar el objeto de nuestra conversación y, a continuación, me preguntó por los sucesos ocurridos en Praga. El tono de la pregunta fue extremadamente casual y neutro, pero había una amenaza implícita en sus palabras. Intentando contener la animadversión que me producía Ardan, le expliqué al Consejero que el Regens de Praga había sido negligente en sus tareas, habiéndose ganado numerosos enemigos en perjuicio de nuestros intereses en esa ciudad, que dos magi Tremere habían hallado la muerte definitiva sin necesidad alguna y que había puesto en peligro mi existencia la misma noche en que había llegado a la ciudad. El Consejero Etrius escuchó con atención cuando le expliqué que el destino que les aguardó a Conrad y Tobías cuando Lybusa se los llevó al castillo de Vysehrad. Por el gesto de preocupación que mostró deduje que no tenía conocimiento de aquellos hechos, pero apartó a un lado estas cuestiones para decirme que el Regens Ardan afirmaba que alguien había asaltado su capilla y destruido algo de su propiedad. Sin ambages, el Consejero me preguntó si sabía quién había osado interrumpir en su capilla. Mi única respuesta consistió en plantear la posibilidad de que hubiese sido uno de los numerosos enemigos que Ardan se había ganado en Praga. Por supuesto, mi respuesta no satisfizo en nada a Etrius, pero me había asegurado de no dejar ninguna prueba que me implicase.
Al final, el Consejero se incorporó y me ordenó que lo acompañase sin explicarme a dónde nos dirigíamos. Le seguí en silencio con cierta sensación de fatalidad a la espera de ver cuál sería el curso que tomarían los acontecimientos.
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