Tras descender por las escaleras a la planta baja, el Consejero Etrius me condujo directamente a la cámara que el Consejo de Ceoris utilizaba para celebrar sus reuniones, tanto las públicas como las privadas. La sala era alargada, con paredes de piedra recubiertas de madera de roble, excepto la orientada al sur, que mostraba un extraordinario tapiz que representaba las figuras del gran maestre Tremere y Etrius de pie ante las monumentales pirámides del antiguo Egipto. Delante de dicho tapiz, sobre una tarima se alzaba una mesa de nogal, cubierta por un paño de terciopelo en el que estaba bordado en oro el blasón de la Casa Tremere. Desde aquella mesa, los miembros del Consejo de Ceoris presidían todas las reuniones y debates importantes. Dos filas de gradas se alineaban en las paredes occidental y oriental, conteniendo cada fila tres hileras de asiento de roble, con brazos de astas de ciervo. Con los años, se habían inscrito toda clase de sellos y marcas arcanas en aquellos asientos destinados para los magi mortales en las sesiones públicas. Colgando del techo pendían tres candelabros cuajados de velas, aunque en esa ocasión sólo estaban encendidas algunas velas del candelabro central.
Sentados en la mesa principal, nueve Cainitas vestidos con túnicas rojas de armiño observaron en silencio nuestra entrada en el salón. Como era previsible, el sillón principal, destinado al propio Tremere, estaba vacío, lo que indicaba que el gran maestre continuaba descansando en sopor como había hecho la mayor parte del tiempo desde que había cometido Amaranto contra el Antediluviano del ahora extinto clan Salubri. Como miembro del Consejo de los Siete, además de Regens de la capilla de Ceoris, Etrius se sentó en el sillón de su derecha, cerca de sus allegados y aliados más cercanos. En el otro extremo de la mesa se sentaban los partidarios del Consejero Goratrix y otros Cainitas que habían perdido el favor del Consejero Etrius.
El Castellano de Ceoris, Curaferrum, se sentaba junto a su señor, al igual que Esora, el Señor de la Guerra de la capilla. A su lado, se encontraba el Maese Bibliotecario Celestyn. Aparentaba hallarse en los inicios de los treinta años, aunque su rostro aún parecía joven. Su cabello era de color rubio oscuro y sus ojos, castaños. Su rostro gallardo, mostraba una cara ancha y terminaba en una barbilla prominente rematada en un oyuelo. Pauld Cordwood, el sombrío Señor de los Espías de Ceoris, cerraba ese extremo de la mesa principal. Calvo en la coronilla, mostraba una larga melena blanca en los lados y la parte de atrás de la cabeza. Sus ojos tenían un color azul pronunciado. Sus pómulos eran altos y pronunciados. Tenía un cuerpo robusto y alto, con anchos hombros y fuertes brazos.
Mi sire Jervais, que ocupaba el cargo oficial de Cosechador de Vis de Ceoris, además de representar con frecuencia el papel de embajador en las cortes de los Cainitas de los otros clanes, ocupaba el sillón a la izquierda del asiento reservado al mismo Tremere. Junto a él, se sentaba una mujer que aparentaba apenas veinte años recién cumplidos y que tenía un rostro ovalado. Sus penetrantes ojos grises me estudiaban como si fuese una res conducida al sacrificio. Se hacía llamar Medencamina y corrían numerosos rumores sobre los terribles actos que la habían consagrado como Señora de los Calabozos e Interrogadora en Jefe de la Capilla de Ceoris. A su lado había una anciana de sesenta y pocos años, de físico desgarbado y de rostro común. Sus ojos estaban ligeramente separados, y sus labios pequeños y casi imperceptibles. Sus lacios mechones de cabello rubio platino se derramaban formando una larga maraña. Su nombre era Epistatia y ocupaba el cargo secreto de Señora de la Caza entre los Cainitas residentes en Ceoris. Pocos deseaban su compañía porque se decía que era una criatura cruel y desalmada. Y, finalmente, en el extremo izquierdo más alejado del centro de la mesa, se sentaba Malgorzata, chiquilla del Consejero Goratrix y sire de mi sire Jervais. Su apariencia se asemejaba a la de una joven de apenas veinte años y dotada de los atributos que los helenos habían considerado hermosos en el cuerpo femenino. Su melena castaña estaba adornada con joyas de oro con incrustaciones de piedras preciosas y sus ojos mostraban el color de los cielos en un día de invierno. Pese a ser una de las más enconadas enemigas de Etrius, tenía un asiento disponible en su calidad de emisaria de Goratrix, lo que reforzaba sus esfuerzos por derrocar al nuevo Regente de Ceoris desde que el Consejero Goratrix había sido enviado, algunos dirían que exiliado, a Francia. Todos los Tremere, Cainitas y mortales, de la capilla temían el poder de Malgorzata.
Una vez que el Consejero Etrius ocupó su asiento, Curaferrum se dirigió al resto del Consejo de Ceoris para anunciarme y explicar que, pese a que había venido para traer suministros bélicos, traía conmigo noticias importantes de tierras lejanas.
Permanecí de pie frente a ellos e hice una educada reverencia. Había muchas cosas que debía explicar. Empecé hablando de los ataques que sufrió mi caravana a manos de nuestros enemigos, los Tzimisce. Mi relato no pareció sorprender a nadie. No me extrañaba. En la capilla de Ceoris, los rumores ardían tan rápido como el fuego de una hoguera en invierno. Sin embargo, pude observar que Esora y Paul Cordwood sí prestaron gran atención a mis palabras.
Todos me escucharon con gran atención cuando les expliqué el destino que habían corrido nuestros compañeros Tobías y Conrad en el castillo de Visehrad, en Praga. Sus rostros apenas mostraron resquicios para intuir sus emociones, pero parecía flotar en el aire una pesada sensación de preocupación. No obstante, pese a aquellas estremecedoras noticias, les expliqué que un antiguo Capadocio llamado Garinol, nos ofrecía su amistad, así como intervenir a nuestro favor en los asuntos de su clan si estábamos interesados en llegar a una alianza con él si a cambio de ayudarle en sus esfuerzos por derrocar al Príncipe de Praga Recomendé humildemente a mis superiores que aceptasen su oferta, puesto que Garinol parecía poseer una gran influencia entre los eclesiásticos de la ciudad, así como un importante acceso a sus bibliotecas y documentos más antiguos. En ese punto, mis palabras habían captado varias miradas de atención, siendo Celestyn el que parecía más abiertamente interesado.
Curaferrum intervino entonces para explicarme que el Consejo de Ceoris debatiría más tarde la oferta de Garinol y me sugirió prosiguiese explicando el resto de las noticias que pudiese traer. Permanecí pensativo unos segundos, intentando organizar mis ideas. Mis palabras iban a causar mucho revuelo a partir de ese momento.
Con voz tranquila y serena, les hablé de mi encuentro con el Cainita conocido como Dominico de Cartago, así como de su oferta de alianza contra el Ventrue Bulscu. El relato captó toda su atención, pero no dejé de hablar para que no me interrumpiesen con sus preguntas antes de explicarles la nueva más importante de todas: les hablé de la conspiración contra Bulscu en la misma ciudad de Buda-Pest y les expliqué que entre los conspiradores se contaban la Nosferatu Rusandra y uno de los propios chiquillos del Ventrue, aunque fingí desconocer su nombre. Entonces guardé silencio a la espera de sus inevitables preguntas. Los ojos del Consejero Etrius centellaron de rabia apenas contenida, enfurecido porque no hubiera compartido con él previamente aquellas importantes noticias. Celestyn y Curaferrum estaban francamente sorprendidos e interesados. Malgorzata dejó de mirarme con dureza y dirigió una mirada despectiva al otro extremo de la mesa. Jervais no mostró reacción alguna, pero lo conocía lo suficientemente bien para saber que estaría reflexionando acerca de todas las posibilidades diplomáticas que se abrían ante nosotros. El resto de los presentes no hizo ningún gesto de aprobación ni de rechazo y permanecieron a la espera para ver lo que ocurría.
Fue el Consejero Etrius el que intervino en primer lugar, pero sus preguntas me cogieron desprevenido. En lugar de interesarse por las alianzas contra Bulscu, me preguntó el tiempo que llevaba de viaje. Le respondí confuso que habían transcurrido dos o tres meses desde mi partida. El Consejero asintió y a continuación preguntó cuánto tiempo llevaba ocupando el cargo de Príncipe de Balgrad. Respondí sin comprender aún sus intenciones que habían pasado cinco años desde que había obtenido aquella recompensa por mis leales servicios a la Casa Tremere.
-¿No es sorprendente, hermanos y hermanas?-, preguntó mirando teatralmente a su derecha e izquierda. Este joven aprendiz, este recién iniciado en los misterios de la sangre tan sólo ha necesitado dos o tres meses para convertirse en el heraldo de importantes Cainitas que nos ofrecen alianzas y pactos secretos. ¡Y llevamos cinco años dilapidando sus habilidades en una ciudad sin importancia! Deberíamos recompensar su lealtad ofreciéndole un reto mayor donde pudiese servir mejor a los intereses de la Casa Tremere. ¿No lo creéis así vosotros también?
Muchos de los presentes a ambos lados de la mesa asintieron a sus palabras. No pude evitar mirar con horror al Consejero Etrius. Había convertido mis éxitos al servicio de la Casa en un arma afilada con la que despertar recelos y envidias. Incitando a los lobos, esperaba no tener que mancharse personalmente las manos. Me quitaría todo por lo que había trabajado durante estos últimos años y me destinaría a alguna importante misión, casi suicida, de la que no se esperaría que regresase. Quizás Jervais o Malgorzata no lo viesen así, sino como una oportunidad para acrecentar la popularidad y la influencia de los partidarios de Goratrix. En sus mentes quizás mi ascenso daría más alas a sus planes y mi futura pérdida sólo serviría para dar más rigor público a sus quejas contra Etrius.
Sin embargo, no estaba dispuesto a caer tan fácilmente y, cuando siguiendo el obligado protocolo, Curaferrum intervino para preguntar si deseaba realizar alguna petición al Consejo de Ceoris antes de que comenzasen las deliberaciones, respondí que así era. Intentando manejar la situación con aplomo, pedí humildemente al Consejo de Ceoris que no subestimasen la importancia ni los peligros de Balgrad. Desde la ciudad, expliqué, se podían espiar los movimientos de los Tzimisce del norte de Transilvania, así como las constantes conspiraciones del Consejo de las Cenizas, un cónclave de Príncipes locales tan importantes como la Ventrue Nova Arpad o el Tzimisce Radu. Por el bien de los intereses de la Casa Tremere, era vital que continuase prestando servicio en Balgrad para que nuestros enemigos tuviesen un recordatorio constante, incluso en las que consideraban como sus tierras ancestrales, de nuestro poder e influencia.
Dejé que las últimas palabras de mi discursos calasen en sus mentes. Balgrad no sólo era una ciudad pequeña para sus consideraciones, sino que que estaba rodeada de enemigos. ¿No era delicioso que solicitase permanecer al cargo de un lugar tan peligroso? ¿No era "piadoso" incluso que me concediesen la elección del lugar que sería mi tumba?
Curaferrum intervino de nuevo a una seña del Consejero Etrius para hacerme saber que el Consejo de Ceoris debía deliberar. Volverían a hacerme llamar más tarde. Así pues, hice una otra reverencia ante ellos y salí del Salón del Consejo tan rápido como pude.
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