Cinco años más tarde, en el 1.255 de nuestra era, Jervais me escribió para contarme que el Consejero Etrius había decidido perdonar a Curaferrum por sus crímenes pasados contra la Casa Tremere y, junto aquella absolución, se le restauraba a su antiguo cargo de Castellano de la gran capilla de Ceoris. La aparente veleidad de Etrius en este asunto era causa de gran frustración para Jervais. Después de mi última experiencia en Ceoris, no podía sino compartir su frustración, pero debía recordarme a mí mismo que ese debía ser sin duda el objeto último de las cartas de mi sire: atraerme activamente a su bando. No obstante, las pugnas entre los partidarios de Etrius y de Goratrix eran cada vez más violentas y despiadadas. No pensaba dejarme arrastrar por las mezquindades de unos y de otros.
Las siguientes décadas transcurrieron con una tranquilizadora parsimonia. Los Cainitas de Alba Iulia continuamos dedicándonos a nuestras actividades sin molestias, reuniéndonos al menos una vez cada mes para intercambiar noticias. El hermano William vio el final de las obras de reconstrucción de su amada abadía y frecuentemente pasaba intensas horas de estudio y meditación tras sus muros. En ocasiones, nos avisaba que debía hacer un nuevo viaje y, en una de sus últimas partidas, incluso volvió acompañado de su mismo sire, un Cainita muy reservado y hosco llamado Theofilos de Samos, que se alojó durante un mes en la abadía. Por su parte, lord Sirme prosiguió extendiendo sus actividades dentro de la guardia de la ciudad. Como recompensa a sus servicios, le concedí el cargo de Alguacil de la Corte, para que velase por el cumplimiento de las Leyes de Caín, así como de cualquier otra instrucción mía. Por su parte, el Malkavian Crish Competer obsequió a la ciudad con algunas de sus obras menos atrevidas. Su arte podía ser brillante, perturbador, creativo, e incluso absurdo en ocasiones, pero pronto hubo numerosos frescos suyos adornando las paredes de iglesias y casas particulares. Desgraciadamente, no tuvimos noticia alguna de Morke, por lo que tuvimos que suponer que sus heridas lo habían dejado en Letargo en alguna parte o que, simplemente, había sido destruido por los Anda que cabalgaron junto a la Horda de Oro.
Esas pocas décadas de paz, fueron años de estudio muy provechosos en mi capilla. Lushkar terminó de adaptarse perfectamente a su nueva condición. Pronto, empezó a ampliar sus conocimientos sobre la taumatúrgica, convirtiéndose en un aprendiz muy prometedor. Por el contrario, Gardanth se hundió en una profunda melancolía. Perder el don de la magia verdadera había sido un duro golpe para él. El tiempo diría si podía superar ese dolor o si se convertía en un lastre para toda la capilla. Estaba dispuesto a ser muy paciente con él, pero en caso de que no observase progresos en su conducta durante las próximas décadas, me vería obligado a darle la muerte definitiva para aliviar sus penas de un modo definitivo. En cuanto a mí mismo, la muerte de Derlush me alentó durante un tiempo a un intenso y casi obsesivo estudio de las maldiciones y maleficios, hasta que finalmente volví a concentrarme en mis estudios taumatúrgicos habituales.
En el año 1282, llegaron nuevas noticias procedentes de la Casa Tremere. Epistatia había desaparecido sin dejar rastro. Muchos Tremere asumieron que había perecido a manos de los magi herméticos. Otra víctima de la Guerra Massasa, dijeron. De todas formas, en la misiva se me ordenó comunicar de inmediato cualquier indicio de su presencia en caso de que fuese vista en Alba Iulia o en las vecindades, pero no hubo oportunidad de cumplir aquellas instrucciones, puesto que nunca más fue vista.
Dos años más tarde, hubo un intento de acabar con mi existencia durante uno de mis frecuentes paseos por las calles de Alba Iulia. Dos Cainitas salieron a mi encuentro desde unas callejuelas oscuras. Por su terrible aspecto físico, sus vestimentas y su hedor, no podían ser nada más que Nosferatu. Sin mediar palabra alguna, una de las figuras, que aún conservaba una larga melena pelirroja, se abalanzó hacia mí, mientras su acompañante intentaba cerrarme el paso interponiéndose armado con un largo cuchillo de carnicero. No tenía tiempo para recurrir a la Taumaturgia, así que invoqué el poder de la sangre para dar mayor rapidez a mis extremidades y, esquivando el mortífero abrazo de la mujer Nosferatu, me interné a toda prisa en el callejón del que había salido, con su compañero pegado a mis talones. Corrí entre aquellas callejuelas con todas mis fuerzas, sintiendo como cada paso representaba la diferencia entre la existencia y la muerte definitiva. Para mi gran horror, me di cuenta de que si me destruían esa noche, todos mis esfuerzos, mis sacrificios e incluso todo lo que había creado sería en vano, y ese temor desgarrador me devolvió las fuerzas cuando ya no tenía suficiente sangre para fortalecer mi cuerpo. De alguna forma, llegué a las puertas de mi capilla antes de que aquellos monstruos lograsen detenerme. Una vez dentro, durante unos instantes no pensé en vengar aquel ultraje, sino en celebrar simplemente que seguía existiendo.
Durante las siguientes noches, los guardias de lord Sirme patrullaron las cloacas, ayudados por los planos que habían trazado Derlush y Lushkar en el pasado, así como los edificios abandonados y cualquier otro lugar oscuro que pudiesen utilizar como refugio aquellas ratas. El mismo lord Sirme patrulló las calles de Alba Iulia con sus ghouls durante la noche en un intento por capturarlos. No sirvió de nada. Mis misteriosos atacantes parecieron haberse desvanecido. Tal vez tuviesen su morada más allá de las murallas de la ciudad. El hermano William fue advertido de la presencia de esos monstruos, para que tomase sus propias precauciones en la abadía. A parte de eso, poco más era lo que podíamos hacer. Tal vez fueran una pareja de Cainitas nómadas y adictos al Amaranto, que habían intentado buscar una presa fácil en una ciudad pequeña, marchándose inmediatamente después del ataque. Pero existía la posibilidad de que hubiesen sido enviados por mis enemigos. ¿Eran lacayos del Tzimisce Radu? ¿O tal vez Mitru? Quizás estuvieran al servicio de otro patrón. Quizás fueran adoradores de Kupala. No había forma alguna de saberlo.
Ese mismo año, el 1.284 de nuestra era, el Consejero Etrius anunció la muerte definitiva de Mendacamina en algún lugar de Francia. Hubo numerosas especulaciones sobre la naturaleza de su sino, pero ningún Tremere pudo ofrecer más detalles del extraño anuncio hecho por Etrius y, si alguien más conocía las claves de ese enigma, guardó un prudente silencio al respecto.
En el año 1.289, una amenaza más insidiosa se cernió sobre la región. La peste irrumpió con fuerza en ciudades y campos, reclamando miles de vidas mortales en poco tiempo. Las víctimas contagiadas sufrieron fiebres, mareos, dolores, escalofríos, debilidad extrema y la aparición de bubones de todos los tamaños en el cuerpo y en brazos y piernas. El hermano William nos aconsejó desde el primer momento que los Cainitas de la ciudad nos alimentásemos con precaución para no extender aún más la enfermedad entre la población mortal o en nuestros rebaños y criados. También nos brindó consejos muy útiles que, gracias a mi intervención, aplicaron de inmediato las autoridades mortales. Afortunadamente, los consejos del Capadocio parecieron surtir efecto y la peste no causó tantos muertos en Alba Iulia como sucedió en otras ciudades vecinas.
Tiempo después, a principios del nuevo siglo, un hombre dejó una misiva a la atención de Dieter Helsemnich en la posada del Gallo Dormido, marchándose después de la ciudad ese mismo día. Como me temía, el Tzimisce Myca Vykos volvía a ponerse en contacto conmigo. En su escueta misiva, me comunicaba que estaba ansioso por encontrarse pronto conmigo, dando a entender que sus pasos le acercarían en el futuro a a mi ciudad. Cuando terminé de leer su misiva tuve miedo. Me aterraba lo que podía estar a punto de suceder, intuyendo que no iba a estar preparado para lo que fuera que hubiera ideado la mente brillante pero retorcida de Myca Vykos.
Las siguientes décadas transcurrieron con una tranquilizadora parsimonia. Los Cainitas de Alba Iulia continuamos dedicándonos a nuestras actividades sin molestias, reuniéndonos al menos una vez cada mes para intercambiar noticias. El hermano William vio el final de las obras de reconstrucción de su amada abadía y frecuentemente pasaba intensas horas de estudio y meditación tras sus muros. En ocasiones, nos avisaba que debía hacer un nuevo viaje y, en una de sus últimas partidas, incluso volvió acompañado de su mismo sire, un Cainita muy reservado y hosco llamado Theofilos de Samos, que se alojó durante un mes en la abadía. Por su parte, lord Sirme prosiguió extendiendo sus actividades dentro de la guardia de la ciudad. Como recompensa a sus servicios, le concedí el cargo de Alguacil de la Corte, para que velase por el cumplimiento de las Leyes de Caín, así como de cualquier otra instrucción mía. Por su parte, el Malkavian Crish Competer obsequió a la ciudad con algunas de sus obras menos atrevidas. Su arte podía ser brillante, perturbador, creativo, e incluso absurdo en ocasiones, pero pronto hubo numerosos frescos suyos adornando las paredes de iglesias y casas particulares. Desgraciadamente, no tuvimos noticia alguna de Morke, por lo que tuvimos que suponer que sus heridas lo habían dejado en Letargo en alguna parte o que, simplemente, había sido destruido por los Anda que cabalgaron junto a la Horda de Oro.
Esas pocas décadas de paz, fueron años de estudio muy provechosos en mi capilla. Lushkar terminó de adaptarse perfectamente a su nueva condición. Pronto, empezó a ampliar sus conocimientos sobre la taumatúrgica, convirtiéndose en un aprendiz muy prometedor. Por el contrario, Gardanth se hundió en una profunda melancolía. Perder el don de la magia verdadera había sido un duro golpe para él. El tiempo diría si podía superar ese dolor o si se convertía en un lastre para toda la capilla. Estaba dispuesto a ser muy paciente con él, pero en caso de que no observase progresos en su conducta durante las próximas décadas, me vería obligado a darle la muerte definitiva para aliviar sus penas de un modo definitivo. En cuanto a mí mismo, la muerte de Derlush me alentó durante un tiempo a un intenso y casi obsesivo estudio de las maldiciones y maleficios, hasta que finalmente volví a concentrarme en mis estudios taumatúrgicos habituales.
En el año 1282, llegaron nuevas noticias procedentes de la Casa Tremere. Epistatia había desaparecido sin dejar rastro. Muchos Tremere asumieron que había perecido a manos de los magi herméticos. Otra víctima de la Guerra Massasa, dijeron. De todas formas, en la misiva se me ordenó comunicar de inmediato cualquier indicio de su presencia en caso de que fuese vista en Alba Iulia o en las vecindades, pero no hubo oportunidad de cumplir aquellas instrucciones, puesto que nunca más fue vista.
Dos años más tarde, hubo un intento de acabar con mi existencia durante uno de mis frecuentes paseos por las calles de Alba Iulia. Dos Cainitas salieron a mi encuentro desde unas callejuelas oscuras. Por su terrible aspecto físico, sus vestimentas y su hedor, no podían ser nada más que Nosferatu. Sin mediar palabra alguna, una de las figuras, que aún conservaba una larga melena pelirroja, se abalanzó hacia mí, mientras su acompañante intentaba cerrarme el paso interponiéndose armado con un largo cuchillo de carnicero. No tenía tiempo para recurrir a la Taumaturgia, así que invoqué el poder de la sangre para dar mayor rapidez a mis extremidades y, esquivando el mortífero abrazo de la mujer Nosferatu, me interné a toda prisa en el callejón del que había salido, con su compañero pegado a mis talones. Corrí entre aquellas callejuelas con todas mis fuerzas, sintiendo como cada paso representaba la diferencia entre la existencia y la muerte definitiva. Para mi gran horror, me di cuenta de que si me destruían esa noche, todos mis esfuerzos, mis sacrificios e incluso todo lo que había creado sería en vano, y ese temor desgarrador me devolvió las fuerzas cuando ya no tenía suficiente sangre para fortalecer mi cuerpo. De alguna forma, llegué a las puertas de mi capilla antes de que aquellos monstruos lograsen detenerme. Una vez dentro, durante unos instantes no pensé en vengar aquel ultraje, sino en celebrar simplemente que seguía existiendo.
Durante las siguientes noches, los guardias de lord Sirme patrullaron las cloacas, ayudados por los planos que habían trazado Derlush y Lushkar en el pasado, así como los edificios abandonados y cualquier otro lugar oscuro que pudiesen utilizar como refugio aquellas ratas. El mismo lord Sirme patrulló las calles de Alba Iulia con sus ghouls durante la noche en un intento por capturarlos. No sirvió de nada. Mis misteriosos atacantes parecieron haberse desvanecido. Tal vez tuviesen su morada más allá de las murallas de la ciudad. El hermano William fue advertido de la presencia de esos monstruos, para que tomase sus propias precauciones en la abadía. A parte de eso, poco más era lo que podíamos hacer. Tal vez fueran una pareja de Cainitas nómadas y adictos al Amaranto, que habían intentado buscar una presa fácil en una ciudad pequeña, marchándose inmediatamente después del ataque. Pero existía la posibilidad de que hubiesen sido enviados por mis enemigos. ¿Eran lacayos del Tzimisce Radu? ¿O tal vez Mitru? Quizás estuvieran al servicio de otro patrón. Quizás fueran adoradores de Kupala. No había forma alguna de saberlo.
Ese mismo año, el 1.284 de nuestra era, el Consejero Etrius anunció la muerte definitiva de Mendacamina en algún lugar de Francia. Hubo numerosas especulaciones sobre la naturaleza de su sino, pero ningún Tremere pudo ofrecer más detalles del extraño anuncio hecho por Etrius y, si alguien más conocía las claves de ese enigma, guardó un prudente silencio al respecto.
En el año 1.289, una amenaza más insidiosa se cernió sobre la región. La peste irrumpió con fuerza en ciudades y campos, reclamando miles de vidas mortales en poco tiempo. Las víctimas contagiadas sufrieron fiebres, mareos, dolores, escalofríos, debilidad extrema y la aparición de bubones de todos los tamaños en el cuerpo y en brazos y piernas. El hermano William nos aconsejó desde el primer momento que los Cainitas de la ciudad nos alimentásemos con precaución para no extender aún más la enfermedad entre la población mortal o en nuestros rebaños y criados. También nos brindó consejos muy útiles que, gracias a mi intervención, aplicaron de inmediato las autoridades mortales. Afortunadamente, los consejos del Capadocio parecieron surtir efecto y la peste no causó tantos muertos en Alba Iulia como sucedió en otras ciudades vecinas.
Tiempo después, a principios del nuevo siglo, un hombre dejó una misiva a la atención de Dieter Helsemnich en la posada del Gallo Dormido, marchándose después de la ciudad ese mismo día. Como me temía, el Tzimisce Myca Vykos volvía a ponerse en contacto conmigo. En su escueta misiva, me comunicaba que estaba ansioso por encontrarse pronto conmigo, dando a entender que sus pasos le acercarían en el futuro a a mi ciudad. Cuando terminé de leer su misiva tuve miedo. Me aterraba lo que podía estar a punto de suceder, intuyendo que no iba a estar preparado para lo que fuera que hubiera ideado la mente brillante pero retorcida de Myca Vykos.
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