En 1208 se presentó en Balgrad un Cainita que se hospedó en la Abundancia, la mejor posada de la ciudad. De aspecto noble, ricos ropajes y habla con fuerte acento extranjero, este recién llegado hizo saber discretamente a las gentes de la posada que buscaba a Dieter Helsemnich para entablar futuras y beneficiosas relaciones comerciales. Lushkar escuchó rápidamente la noticia antes de que llegase siquiera a los oídos del hermano William Arkestone y me la hizo saber de inmediato. Hasta ese momento, Balgrad había resultado ser una ciudad pequeña y discreta, poco dada a recibir visitas extrañas, por lo que decidí reunirme con el recién llegado en otra de las habitaciones de la misma posada y descubrir cuáles eran sus verdaderas intenciones.
Unos pocos minutos de conversación con el Cainita bastaron para que su conducta altanera me recordase a la del difunto Yulash, aunque el forastero irradiaba un aura de verdadero poder y antiguo linaje. Se presentó a sí mismo como lord Sirme Apniseilat, del clan Ventrue y chiquillo de Nova Arpad, chiquillo de Gregor y de otros ilustres Cainitas hasta culminar su linaje con el legendario Antediluviano Ventrue. Lord Sirme también me explicó que había sido enviado desde la la cercana ciudad de Mediasch, gobernada por la Princesa Nova Arpad, para actuar como su embajador en mi Corte nocturna. La idea de que Balgrad contase con una alianza firme contra nuestros numerosos enemigos, siendo los más cercanos el Príncipe Radu, del clan Tzimisce, o el forajido conocido como Mitru, del clan Gangrel, me entusiasmó por completo y lord Sirme y yo conversamos durante horas sobre los beneficios que podrían obtener ambas ciudades de una alianza semejante.
Finalmente, y con gran formalidad por su parte, lord Sirme solicitó mi permiso oficial para establecerse en mi ciudad. Se lo concedí a condición de que respetase las leyes de Caín y mi autoridad como Príncipe de Balgrad. El Ventrue juró por su honor que respetaría ambas cosas hasta el fin de su existencia. Después, le comuniqué que a la noche siguiente le presentaría al hermano William Arkestone, del clan Capadocio, que ocupaba el cargo de Senescal de la Corte. Antes de abandonar la habitación que había elegido para nuestro encuentro, lord Sirme hizo una nueva petición: deseaba establecer un Dominio propio sobre los guardias de la ciudad. Medité su inesperada petición. Si la aceptaba, el Ventrue dispondría de derechos de alimentación exclusivos sobre todos los mortales que sirviesen en la guarida de la ciudad y podría asimismo influenciarlos por medios mundanos o sobrenaturales para que obrasen su voluntad. Por tanto, aceptar su petición le brindaría un recurso muy valioso si pretendía dar un golpe para derrocarme y hacerse con todo el poder en Balgrad. Sin embargo, también le pondría en deuda conmigo, lo que podría serme útil en el futuro. Además, siempre podía usar discretamente mi Dominación sobre algunos de los guardias para que me informasen de cualquier eventualidad en su Dominio. Al final me decidí a dar mi consentimiento, no sin cierta suspicacia.
A la noche siguiente,viajamos en carromato hasta la abadía del Capadocio, donde fuimos acogidos con gran pompa por el Senescal de Balgrad y el abad de dicha comunidad, a los que había advertido previamente de nuestra visita enviando a Derlush con una carta durante la noche anterior. Los tres Cainitas conversamos apaciblemente en una espaciosa cámara del monasterio. El hermano Arkestone nos contó que creía haber visto a un esquivo Nosferatu en la ciudad, pero que no había podido investigar más a fondo ni advertirme porque... Un terrible alarido, procedente del exterior, interrumpió repentinamente su explicación. El hermano William nos confesó entonces que su abadía había tenido problemas con otro Cainita. Los tres salimos corriendo al exterior. En la entrada del edificio hallamos un cadáver sin sangre y con la garganta destrozada por numerosos mordiscos.
Lord Sirme, espada en mano, encontró las huellas del atacante. Mientras William cerraba los ojos del difunto murmurando una plegaria, el Ventrue y yo seguimos las pisadas humanas, de una sola persona, que se dirigían a los bosques cercanos. Para nuestra sorpresa, aquellas huellas fueron sustituidas por las marcas dejadas de por un lobo o un perro de gran tamaño. Así pues, podíamos suponer que el culpable era un Gangrel. ¿Mitru? No, él y sus siervos habrían asaltado y quemado la abadía hasta los cimientos. No obstante, fuera quien fuese, era un enemigo peligroso. Desestimamos seguir las huellas hasta el bosque, donde el Cainita podría emboscarnos con facilidad y regresamos al monasterio. Allí, William nos informó con evidente resignación que el asesino también había robado el dinero de la iglesia. Le ofrecí al Capadocio la protección de mi capilla hasta que lográsemos prender a aquel misterioso atacante, pero William rechazó valientemente mi oferta, prefiriendo quedarse en la abadía para cumplir la voluntad de Dios Todopoderoso. Asimismo, también rehusó aceptar el ofrecimiento del Ventrue de quedarse a su lado durante las siguientes noches para protegerlo de cualquier futuro ataque. Al final, lord Sirme y yo regresamos a Balgrad discutiendo cuál sería el mejor plan a seguir para dar caza al Gangrel.
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