Un nuevo acontecimiento llamó mi atención en el año 1.222 de nuestra era. Un criado de lord Sirme había traído una misiva de su señor a mi capilla durante el día. En su carta, el Ventrue me pedía que acudiese a su fortaleza tan rápido como pudiese, aunque no especificaba el motivo para tanta urgencia. Lord Sirme no era dado a tales secretismos sin necesidad, así que tomé su consejo con toda la seriedad y cabalgué hasta allí sin demora acompañado de Derlush. Una vez que pude reunirme con el Ventrue en su refugio, lord Sirme me contó que una joven campesina había acudido a él suplicándole su protección. Aunque parecía que el suceso no fuese digno de mención, lord Sirme había sido lo bastante astuto para indagar un poco más antes de tomar una decisión. La joven, llamada Aneska, había escapado de su aldea porque sus padres la habían intentado ofrecer en sacrificio a una deidad pagana. Ciertamente, aquel detalle sí captó todo mi interés. Lord Sirme me permitió hablar personalmente con la joven para obtener más información. Gracias a nuestros esfuerzos conseguimos averiguar dónde estaba la piedra de sacrificios en donde la iban a sacrificar y al dios pagano al que iban a dedicar semejante acto, Kupala. Sentí un estremecimiento. Desde los terribles sucesos de Satles, tenía la certeza de que nuestros pasos volverían a cruzarse aquí en Balgrad.
No estaba dispuesto a que la influencia del demonio contaminase todo lo bueno que había creado en mi ciudad. Aun así, me hubiese complacido contar con los sabios consejos del hermano William, pero el Capadocio seguía descansando en el sopor del Letargo. En cualquier caso, decidí que debíamos intervenir de inmediato. Lord Sirme, cinco de sus guardias, Derlush y yo mismo partimos para asaltar el poblado e interrogar a sus ocupantes.
El poblado resultó ser un conjunto de chozas bajas de piedra con una techumbre de ramas sitas en una colina cubierta por árboles. Se veían pequeños huertos aquí y allí, pero ningún gran espacio para el cultivo. Sospechaba que sus habitantes debían sobrevivir malamente con algunas cabezas de ganado y lo poco que pudiesen obtener del bosque. Cuando escuchó el ruido de nuestros caballos, un vecino nos salió al paso y, armado con un hacha, nos ordenó que nos marchásemos. No me hizo falta observar el rostro del Ventrue para saber que cuánto le mortificaba por dentro aquel gesto desafiante por parte de un plebeyo mortal. Intenté interponer mi caballo entre ellos y, tras invocar los poderes de la sangre para que diesen más vigor y resistencia a mi cuerpo no muerto, reté a aquel hombre a que tratase de echarme. El campesino no dudó ni un momento y se lanzó gritando contra mí. Salté del caballo justo a tiempo para caer sobre él. Ambos rodamos por el suelo, cubriendo rápidamente nuestras ropas de barro. Mientras dejaba inconsciente a ese hombre con dos fuertes puñetazos en su cara, el resto de los campesinos de la aldea salieron de su cabaña para enfrentarse también a lord Sirme y sus guardias. La refriega fue caótica y muy pronto el olor de la sangre humana y los gritos inundaron todos mis sentidos.
En algún momento, entre la multitud atisbé una figura que, corriendo a una velocidad sobrehumana, salió del bosque, atravesó el pueblo y volvió a adentrarse en el bosque por el otro extremo de la aldea. Sólo podía ser un Cainita. Llamando a gritos a Derlush, me adentré en el bosque seguido por mi criado y por el propio lord Sirme, que también había sido testigo de aquella aparición fugaz. Seguimos las huellas del Cainita durante un tiempo, mas luego perdimos su rastro. Ni la experiencia de mi criado ni mis agudos sentidos lograron hallar ni una sola huella del Cainita. Parecía como si el bosque se hubiese tragado al extraño para protegerlo. Lord Sirme, cansado de una persecución frustrada, volvió a la aldea para comprobar si sus guardias se habían encontrado con nuevos problemas. Mientras tanto, decidí que mi criado y yo iríamos a buscar la piedra de sacrificios donde iban a sacrificar a Aneska. No obstante, pese a que seguimos sus instrucciones al pie de la letra, no hallamos ningún rastro de aquel altar blasfemo. Era imposible que la joven nos hubiese mentido cuando la interrogamos. ¿Sería obra de algún embrujo? ¿Sería el mismo Kupala quien estaba escondiendo a sus seguidores?
Al ver que nuestra búsqueda terminaba en fracaso, decidí que era el momento de dejar de vagar y regresar a la aldea. Cuando estábamos a un centenar de pasos del poblado, escuché varias voces que provenían desde allí. Hice un gesto de advertencia a Derlush, cuyos oídos seguían siendo demasiado humanos para percibir las voces como hacía yo, y nos acercamos con extremo cuidado hasta llegar a la linde del bosque. Ahora ambos podíamos escuchar con claridad lo que decían. Lord Sirme estaba asegurando que no estaba poseído por el demonio, sino que el que había cometido actos impíos era uno de los vecinos de esa aldea. Asomándonos con discreción entre la maleza, pudimos ver que el Ventrue y sus hombres estaban rodeados por una veintena de caballeros que llevaban pintada en sus pesadas armaduras de placas la cruz negra de la Orden Teutónica. El mismo lord Sirme estaba tratando de convencer sin mucho éxito a su líder.
Vista la escena desde fuera, con tantos campesinos muertos o heridos, parecía que lord Sirme y sus hombres hubiesen atacado sin motivos la aldea. En ese momento comprendí que habíamos sido conducidos a una trampa extremadamente sutil. La muchacha creía que sus recuerdos eran verdaderos y, al comprobar que ella no mentía, dimos por supuesto que lo que contaba era cierto. Sabían que me involucraría personalmente ante la mención de Kupala. Asimismo, la aldea estaba demasiado lejos de Balgrad, de la abadía y de la fortaleza de lord Sirme, lo que era muy adecuado para una emboscada. Tanto si los caballeros teutónicos conocían su papel en esta celada como si ese no era el caso, su oportuna aparición obedecía a un plan maestro para acabar con nosotros. Ignoraba qué a continuación. Si salíamos de nuestro escondite para ayudar al Ventrue, corríamos el riesgo de que algunos caballeros lograsen escapar, diesen la alarma a sus compañeros y pusiesen en peligro la capilla de la Casa Tremere en Balgrad. Así que permanecí quieto, presa de mi cobardía, a la espera de observar cómo se desarrollaban los acontecimientos.
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