Mina de uranio
6 de marzo de 1992
Cuando volvió en sí, Voz-de-Plata, estaba aturdido y cansado. Se incorporó unos instantes, levantándose del suelo rocoso sobre el que había caído. Su mente parecía un laberinto caótico, lleno de pequeños fragmentos e imágenes sin sentido. Recordaba el tiroteo entre los módulos prefabricados de la mina, al igual que las cosas con las que se habían enfrentado. Asimismo, también recordaba que estaban perdiendo el combate en el que se habían sumergido. Desesperado al ver que Lars caía al suelo gravemente herido por un impacto de bala de plata, había intentado usar el fetiche que le había regalo Bill cuando se habían despedido. Sopló aquel viejo cuerno suplicando a Gaia que todavía funcionase y se llevó una inmensa sorpresa cuando del fetiche surgió un terrible sonido que traía consigo los espíritus de la primera manada de Garou. El primer Galliard entró en su cuerpo como una tormenta invencible y Voz-de-Plata ya no recordaba nada más a partir de ese momento.
Miró a su alrededor confuso. Evidentemente se encontraba en una de las paredes de la mina, pero tardó unos instantes en darse cuenta de que estaba en la Penumbra, el reflejo umbral del mundo físico. No había enemigos cerca de él, pero en el fondo de la mina Lars estaba rodeado de Perdiciones, por lo que Voz-de-Plata descendió corriendo tan rápido como se atrevió para ayudar a su hermano de manada.
A medida que descendía por el terraplén su mente se percató a un nivel inconsciente de los sutiles cambios que estaban teniendo lugar a su alrededor. Las rocas brillaban con un fulgor propio, como si de ellas emanase un fuego invisible e indoloro, al menos de momento. El Hijo de Gaia también notaba la presencia de algo más. Una inteligencia vasta e incomprensible, pero de una maldad absolutamente abrumadora. Dicha inteligencia sobrenatural parecía contenida en la piedra negra que yacía al descubierto en el centro de la mina.
Cuando llegó al fondo de la excavación, corrió con todas sus fuerzas. La pelea desigual que estaba librando Lars parecía producirse a cámara lenta. Una grotesca Perdición de aspecto perruno, intentó apresarle su brazo izquierdo con sus fauces repletas de colmillos afilados como navajas, pero el Theurge logró apartarse a un lado justo a tiempo. Sin embargo, ese movimiento lo había acercado demasiado cerca de otra Perdición con el aspecto de un niño desnutrido, piel pálida, ojos saltones y unas uñas parecidas a garras. La criatura tocó a Lars en el costado con su mano esquelética, obligando al Fenris en forma Crinos a doblar la rodilla con un gemido de dolor.
Otra grotesca Perdición perruna se había dado cuenta de la irrupción de Voz-de-Plata, y se interpuso entre Lars y él, cargando contra el Hijo de Gaia al mismo tiempo que intentaba hundir sus garras en su piel. Una imagen fantasmal con unas diminutas alas vestigiales y pezuñas hendidas, se mantuvo a cierta distancia, sin atreverse a entrar en la pelea.
"¿Por qué lo ayudo? Él ya tiene un pie en la tumba. Si me quedó aquí, me matarán a mí también", pensó de repente. La idea caló en su mente, pegándose a él como el hielo sobre la piel desnuda. Voz-de-Plata se sintió muy tentado de seguir su propio consejo. Luego, sintió una inmensa vergüenza. Él jamás habría pensado una idea semejante, así que dedujo que alguna de las Perdiciones que los rodeaban había tratado de tentarlo con un pequeño hechizo corruptor.
La Perdición perruna aprovechó su momento de duda para lanzarle otro golpe de su garra, pero el Galliard se sobrepuso a tiempo de su vacilación para interceptar el golpe con su brazo Crinos y clavarle sus propias garras. La Perdición aulló de dolor, pero eso no la detuvo. Hubo más mordiscos y golpes. Voz-de-Plata fue empujando a la Perdición, obligándola a retroceder hasta acercarse al debilitado Lars, que estaba de rodillas intentando defenderse de los golpes de sus enemigos.
Volviéndose de repente a un lado, Voz-de-Plata atacó de improviso a la Perdición perruna que estaba a punto de rematar a Lars. Le clavó sus garras en una de sus patas y luego justo debajo de su cuello. La Perdición se volvió casi translúcida y huyó chillando presa del pánico. La otra Perdición perruna aprovechó la ocasión para hundir sus garras en su amplia espalda. El Hijo de Gaia aulló de dolor, pero recibió aquel sufrimiento con alegría, pues había salvado a su hermano. Se volvió contra su atacante y se dejó llevar por su furia, golpeándolo una y otra vez sin piedad. La luz de Selene en los cielos le dio fuerzas renovadas y la rabia bulló en su interior.
El salvajismo de su ataque impresionó a la Perdición perruna, que no pudo escapar a la violencia de sus ataques. Golpe tras golpe, la criatura también fue volviéndose translúcida hasta que Voz-de-Plata destrozó su esencia espiritual. La imagen fantasmal de alas vestigiales y pezuñas hendidas huyó rápidamente para no sufrir el mismo destino. El Galliard se volvió luego hacia Lars, pero esta vez no hizo falta que lo ayudara, puesto que había destrozado él solo a la Perdición con aspecto de niño desnutrido. Ignorando el dolor de sus heridas, Voz-de-Plata ayudó al Theurge a levantarse.
-¡Tenemos que marcharnos antes de que vengan más!-, le urgió.
-¡No!-, protestó Lars, mientras señalaba la roca negra. -¡Es Narlthus! ¡No podemos dejar que lo liberen de su prisión!
-Nuestro sacrificio sería inútil-, gritó Voz-de-Plata. -¡Vámonos, joder!
Dejaron atrás la roca negra y treparon por la roca, ascendiendo lentamente por el terraplén. Cuando los dos Garou llegaron a lo alto de la herida en la tierra , estaban completamente agotados y se detuvieron para mirar atrás. Habían llegado más Perdiciones, pero les sacaban suficiente ventaja para perderse en los bosques espirituales de aquella región. A pesar de las heridas y del dolor que sufrían, adoptaron la forma Lupus y se alejaron tan rápido como pudieron.
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Encontrar una fuente de agua desde la que ver su reflejo para caminar de lado fue una tarea más difícil de lo que habían pensado. Tuvieron que alejarse una buena distancia antes de encontrar una superficie cuyo reflejo les permitiese hacerlo con seguridad. Dieron casi por casualidad con un pozo de agua sin congelar de unos buenos dos metros de ancho donde la oscuridad impedía ver el fondo. Desde allí pasaron de la Penumbra al mundo físico y luego corrieron para reunirse con sus hermanos en el punto de reunión que había elegido Mata-Parientes.
Cuando llegaron, Faruq y Canción-Oculta llevaban un tiempo esperándoles. Sus hermanos parecían cansados y abatidos. El Ragabash estaba en forma Homínida, desnudo, sentado en el suelo, cogiéndose las piernas con los brazos y llorando en silencio, mientras que a su lado los grandes ojos del metis en forma Crinos parecían cargados de una inmensa tristeza. El Colmillo Plateado les vio llegar y les hizo un gesto con su gran mano para que se acercasen.
-¿Dónde está Mata-Parientes?-, preguntó el Galliard con la voz rota, sospechando la respuesta pero haciendo igualmente la pregunta con la vana esperanza de estar pese todo equivocado.
-Muerto, muerto, muerto-, repitió Faruq destrozado.
-Nos perseguían tres Danzantes de la Espiral Negra... y él se quedó atrás para darnos tiempo a escapar-, resumió Canción-Oculta con unos gruñidos apenas audibles.
-¿Pero estáis seguros de que ha muerto?-, preguntó esta vez Lars. -¿No lo habrán cogido prisionero?
-Te aseguro que está muerto-, insistió el Colmillo Plateado. -Escuchamos sus aullidos de agonía mientras huíamos hasta que cesaron... de forma abrupta.
-¡Es culpa mía!-, gritó furioso Faruq. -¡Yo le convencí para que me dejase ir a la mina! ¡Yo lo he matado!
El Ragabash volvió a hundirse en sí mismo, llorando sin control. Todos guardaron silencio acongojados. Canción-Oculta parecía hacer auténticos esfuerzos por serenarse y contener la rabia que sentía por dentro. Lars tenía la vista perdida, con la mente vagando más allá del lugar y el tiempo en el que se encontraban. Voz-de-Plata también lloró en silencio, recordando al joven lobo que los había mantenido asustados durante días enteros mientras estuvieron encerrados en aquella sórdida habitación de Vancouver, al hermano que los había protegido cuando los Wendigo los habían expulsado del Clan del Lobo Invernal y al incansable amigo que había cuidado de ellos durante los peores momentos de la ventisca. El Hijo de Gaia se sintió rotó por dentro. Se había perdido para siempre una parte de él mismo.
Lentamente, fue adoptando la forma del lobo. Luego alzó su rostro hacia Selene, intuyendo que ella compartía su dolor y su sufrimiento. Voz-de-Plata aulló con todas sus fuerzas, dando salida a toda la tristeza que amenazaba con abrumarlo sin remedio. Su aullido era grave, lastimero y estaba cargado de emociones sombrías. Canción-Oculta unió rápidamente su voz a la suya, luego lo hizo Lars y finalmente, Faruq también adoptó la forma Lupus para unirse a su despida. Sus aullidos fueron un lamento fúnebre y, al mismo tiempo, una emotiva despedida llena de un dolor sincero y puro. La manada aulló la Endecha por los Caídos durante mucho tiempo, sin importarles si sus enemigos les estaban escuchando, y no detuvieron sus aullidos hasta que no sintieron también completamente doloridas sus gargantas.
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-Tú no eres el único que tiene la culpa-, trató de explicarle Voz-de-Plata a Faruq. -Todos la tenemos. Podríamos habernos negado, pero no lo hicimos. Todos somos responsables de lo que ha sucedido.
El Ragabash asintió con la cabeza en silencio, aunque no parecía en absoluto convencido. "No puedo culparlo", pensó con amargura el Galliard.
-¿Qué será ahora de él?-, preguntó con voz temblorosa el Caminante Silencioso.
-Su alma ha vuelto a Gaia-, respondió con seguridad Lars. -Si es digno, Ella le acogerá.
-Se ha sacrificado para salvarnos y ha mirado a los ojos de la muerte con coraje-, respondió con seguridad Canción-Oculta. -Es digno.
-¡Sí! ¡Y juro que los Galliards de todas las tribus conocerán su nombre y compondrán bellas canciones e historias que honren su sacrificio-, prometió Voz-de-Plata con solemnidad.
-En cualquier caso, Mata-Parientes no será el último hermano de nuestra manada que muera defendiendo a Gaia-, auguró Lars apesadumbrado. -Debemos aceptar su partida, honrar su memoria y continuar con nuestras obligaciones en esta guerra.
Todos permanecieron otra vez en silencio. La tristeza seguía bien presente en el fondo de sus corazones y era difícil sobreponerse a ella. "¡Adiós, hermano!", pensó en silencio una vez más Voz-de-Plata.
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