Alrededores de Cochrane, Alberta (Canadá)
5 de julio de 1992
Atravesar las montañas rocosas de Canadá no había sido un viaje precisamente fácil para ninguno de los dos. La carretera estaba llena de curvas y giros pronunciados, que podían desorientar incluso al estómago más robusto. Tuvieron que detenerse varias veces en las zonas de descanso para que Margaret, la única de los dos que sabía conducir, pudiese descansar y estirar las piernas. Ella seguía sin hablarle, aunque, por fortuna, había bajado el volumen de la música del coche. De hecho habían comido prácticamente sin dirigirse la palabra en un típico restaurante de carretera a las afueras de Kamloops. Incluso la veterana camarera que les había atendido percibió la tensión que reinaba en su mesa y se ahorró pronto los comentarios con los que debía entretener habitualmente a sus clientes. Hasta ese momento sólo llevaban unas tres horas de viaje.
De todas formas, el viaje también había traído consigo algunas cosas buenas. Al no tener que conducir ni participar en ninguna conversación, Canción-Oculta había podido centrar toda su atención en las espectaculares vistas de aquellos paisajes. Majestuosas cumbres grises con pequeños rastros de nieves perpetuas, bosques de un verdor intenso como no había visto nunca y todo tipo de ríos y lagos habían sido sus hermosos compañeros de viaje. Lo único que estropeaba aquel bello paisaje era, como no, la mano del hombre. Las sinuosas carreteras atravesaban sin respeto alguno aquel hermoso y los puentes y túneles eran omnipresentes, pero incluso esas orgullosas creaciones de la humanidad palidecían ante la sobria grandeza de la hermosura de Gaia. Era inevitable sentirse muy afortunado por haber nacido en aquella parte del planeta.
Después de tres horas más de cansado viaje, Margaret Radley detuvo el volkswagen en otra área de descanso. Sin decir ni una sola palabra, se bajó del coche y se acercó al mirador para contemplar las vistas. Canción-Oculta también se bajó del vehículo, pero no se acercó a ella para dejarle un poco de espacio. La fría caricia de la brisa en pleno julio le recordó sin necesidad que estaban en una zona de alta montaña. No había más personas en el área de descanso. Canción-Oculta trató de relajarse bebiendo un poco de agua de un botellín medio vacío y admirando de nuevo el paisaje. Entonces la oyó gritar, no una ni dos sino varias veces. Corrió hacia la muchacha tan rápido como pudo, dispuesto a protegerla pero se detuvo a la mitad de su breve carrera cuando se dio cuenta que no estaba en peligro. Margaret estaba echando fuera todo el dolor y la frustración que sentía preguntando a gritos a un público desconocido por qué la habían elegido a ella. Canción-Oculta retrocedió al escucharla, avergonzado involuntariamente ante la sola idea de espiar las intimidades de aquella desgraciada joven. Decidió volver a entrar en el coche y fingir que estaba consultando los mapas de carreteras una vez más.
Pasaron unos largos veinte minutos hasta que ella volvió al volkswagen y se sentó en el asiento del conductor. Sin embargo, no puso el coche en marcha, sino que permaneció inmóvil con las manos sobre el volante y mirando con los ojos llorosos a la carretera. Estuvo así durante lo que le pareció una eternidad. Canción-Oculta no sabía qué hacer. ¿Debía consolarla o aguantar en silencio hasta que volviesen a ponerse en marcha? Ninguna respuesta le parecía satisfactoria y eso lo frustraba aun más. ¿Qué podía hacer él?
-Quiero disculparme por la forma en que te he tratado-, le dijo ella sin mirarle siquiera, -pero os odio a todos vosotros por lo que me estáis haciendo. No me podéis casar con otra persona contra mi voluntad. No soy una esclava sexual. Soy una persona libre y tengo derecho a decidir lo que quiero hacer con mi vida.
-Lo sé-, la apoyó él. -Te aseguro que no estoy de acuerdo con esta práctica despreciable, pero no tengo ninguna autoridad para prohibirla.
-Sí, es despreciable-, dijo ella mirándolo por primera vez. -¿Cómo crees que te sentirías si le pasara a una de tus hermanas de la Parentela? ¿O a una de tus hijas en el futuro?
-Eso no me va pasar-, respondió él suspirando. -Soy hijo único y nací estéril. Nunca podré tener descendencia. Es una de mis maldiciones particulares. Pero te aseguro que si fuese así, mi posición en este asunto seguiría siendo la misma.
-¿Lo dices en serio? ¿No puedes ser padre?-, preguntó ella incrédula.
-No, nunca
-¿Por qué?
-Soy un metis, una especie de bastardo-. Respondió el Philodox volviendo a suspirar. Ahora le tocaba a él mirar a la lejanía de la carretera. -Escucha. Cuando dos Garou se aparean, el resultado es un cachorro inocente marcado por la esterilidad y una o más deformaciones. Siempre es así. Por eso el resto de los Garou desprecian a los metis y dicen que sus deformidades son un castigo de Gaia.
-Vaya... no sé qué decir...
-No digas nada-, le aconsejó él volviendo a mirarla. -La verdad es que la sociedad de los hombres lobo puede ser cruel a pesar de nuestros vínculos con Gaia y los espíritus... Te aseguro que lamento sinceramente lo que te está pasando, Margaret.
-Supongo que los dos somos víctimas de los mismos verdugos, Jacob Henderson-, le respondió ella sin hostilidad, mientras se limpiaba las lágrimas que habían vuelto a cubrir sus ojos. -Venga, prosigamos nuestro viaje y acabemos con todo esto.
-.-
Cuatro horas después habían llegado a un motel de carretera a las afueras de Banff, en el estado de Alberta, bajo un cielo nocturno lleno de estrellas. Canción-Oculta no pudo evitar admirar la belleza de Selene, que lucía esa noche la mitad de su rostro. El motel debía tener unas pocas habitaciones, que rodeaban el aparcamiento por tres de sus lados. Aunque el aspecto general era bastante rústico, un moderno cartel de neón en el que ponía "Harry's" con letras luminosas. Su polvoriento volkswagen era el único vehículo estacionado en su aparcamiento.
El conserje, un hombre bastante entrado en años pero con buena salud, les atendió con mucha educación. Margaret no pudo evitar poner cara de sorpresa cuando él pidió una habitación para los dos, pero al menos no protestó delante del conserje. Canción-Oculta suspiró aliviado. No quería discutir con ella. Había jurado que la llevaría sana y salva a Winnipeg y eso es lo que haría. Pagaron al contado y Margaret firmó en el libro de registro para que la habitación quedase a su nombre.
El motel debía tener más de cincuenta años y necesitaba una buena reforma, pero en general estaba en buenas condiciones. Su habitación estaba limpia y ordenada, casi acogedora, al igual que el baño con ducha, además de un teléfono y una televisión por cable. Las paredes eran de madera noble, bien trabajada y barnizada. Margaret esperó a que Canción-Oculta cerrase la puerta, para hacerle la inevitable pregunta:
-¿Por qué has cogido una sola habitación para los dos?
-Para asegurarme de que estás bien-, respondió él cansado.
La cara de ella revelaba a las claras que sabía que la estaba vigilando, pero él la ignoró. En lugar de facilitar la discusión, Canción-Oculta se dirigió al armario y sacó una manta para extenderla con cuidado sobre el suelo por el lado de la cama más cercano a la puerta de la habitación. Margaret se fue al baño a darse una ducha, dando un fuerte portazo. Unos suaves golpes en la puerta de la habitación llamaron su atención de inmediato. Aparentando mayor confianza de la que sentía en esos momentos, Canción-Oculta abrió la puerta con cuidado para encontrarse con el conserje, que sostenía con sus temblorosas manos una bandeja gris sobre la que descansaban cuatro sándwiches fríos.
-Los ha hecho mi mujer-, le explicó el hombre con cara de circunstancias. -Creyó que os vendrían bien si no habéis cenado todavía.
-Dele las gracias en nombre de los dos, por favor. Son muy amables.
Ambos se despidieron y Canción-Oculta regresó a la habitación. Dejó la bandeja sobre la cama y se sentó en el suelo, intentando contener su hambre para cenar con Margaret. "Son buenas personas", reflexionó mientras trató de imaginarse una cortesía semejante por parte de la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades.
-.-
Cuando ella salió de la ducha, lo hizo envuelta en una toalla blanca, que dejaba al descubierto sus hombros y gran parte de sus piernas. Otra sencilla toalla blanca cubría su cabeza. Canción-Oculta se maldijo a sí mismo al contemplar embobado la belleza de la joven, olvidándose durante unos segundos del hambre que sentía y de todo lo demás. Por primera vez en su vida, se sintió fuertemente atraído por una mujer, de una forma que apenas podía controlar.
Margaret se sorprendió al ver los sándwich y preguntó de dónde habían salido. Afortunadamente, eso rompió el hechizo que había ensimismado a Canción-Oculta. Recuperándose temporalmente, le explicó el detalle que habían tenido con ellos los dueños del motel y cenaron juntos en silencio, cada uno sumergido en sus propias preocupaciones. Canción-Oculta se sorprendió varias veces mirando discretamente los contornos de la joven, aunque por fortuna ella estaba demasiado preocupada por su futura boda para descubrirle in fraganti. "¿Pero qué me está pasando?", se preguntó él avergonzado.
-Yo sólo quería terminar mis estudios universitarios-, empezó a decir ella cuando terminó de cenar, -conocer mundo y tener mi propio trabajo para vivir independientemente hasta que encontrase a alguien especial. ¿Es tanto pedir?
-No lo sé-, respondió él desesperado sin saber qué podía hacer o decir para consolarla. Al final, optó por guardar silencio, más confuso de lo que había estado nunca en su vida.
No pasó mucho tiempo hasta que decidieron apagar las luces de la habitación para descansar lo que quedaba de noche antes de volver a ponerse en marcha. Canción-Oculta estuvo bastante tiempo revolviéndose inquieto mientras buscaba la posición correcta para dormir. Por lo que pudo escuchar, a Margaret le estaba pasando exactamente lo mismo.
-.-
En algún momento de la madrugada, alguien forzó violentamente la puerta de su habitación. Canción-Oculta abrió los ojos sobresaltado para ver el contorno de una figura masculina. Margaret chilló de miedo. Él se puso inmediatamente en pie con su forma Crinos para protegerla. Al mismo tiempo, la ventana junto a la puerta se hizo trizas cuando una figura la atravesó de golpe, arrojando cristales por todas partes. "Mierda, mierda", protestó su aturdida mente.
El Colmillo Plateado atacó al hombre, que intentó retroceder sin éxito, clavándole las garras en su brazo izquierdo. El hombre chilló de dolor y la sangre cubrió rápidamente su musculoso brazo. Canción-Oculta dirigió otro golpe contra la figura que había atravesado el cristal, una mujer que parecía estar envuelta de los pies a la cabeza en cuero negro. Ella esquivó fácilmente su ataque con una grácil voltereta que la acercó a la cama donde estaba Margaret, sin soltar en ningún momento el puñal que llevaba en su mano derecha. Un nuevo golpe por parte del Philodox acertó de lleno a la mujer, lanzándola contra el televisor. En ese momento, escuchó un grito cercano:
-¡Alto o la mato!
Se volvió a tiempo para entrever una nueva figura masculina asomándose a través del sitio donde había estado anteriormente la ventana y apuntando con su revólver directamente contra Margaret.
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