Vancouver, Columbia Británica
15 de febrero de 1992
Bobby permanecía sentado en el asiento de atrás del coche, mirando con tristeza cómo iban quedando atrás las calles de la ciudad desde la ventanilla de su asiento. Dentro del vehículo nadie decía ni una palabra. Su padre, Will Harper, conducía en completo silencio, mientras que su madre, Denisse, permanecía callada fumándose un cigarrillo para tranquilizarse. En situaciones parecidas, cualquiera de sus padres hubiese encendido la radio para romper un poco la tensión y relajarse durante unos minutos antes de discutir sobre un tema delicado, pero esa mañana la radio permanecía completamente muda. "La he cagado a base de bien", pensó el joven con un suspiro. "Pero no es culpa mía. No es culpa mía". Bobby estaba convencido de que sus padres no pensaban igual; no después de que su hijo hubiera sido detenido por la policía local y tuviera que pasar la noche en una celda de la comisaría.
El coche familiar tomó un giro y subió lentamente por una calle empinada ocupada por edificios de apartamentos de clase baja. A pesar de todo, era un buen barrio. Los edificios habían sido construidos hacía poco más de diez años, por lo que estaban en bastante buen estado. Sus vecinos eran familias trabajadoras venidas de todas partes del planeta para buscar un lugar mejor donde vivir aquí, en Canadá. La convivencia era amistosa y apenas se cometían crímenes. Un artículo del Vancouver Sun incluso llegó a asegurar que su barrio era un ejemplo de convivencia cultural para todo el país. Una isla de serenidad dentro de los suburbios de una moderna ciudad norteamericana.
Mientras el coche entraba en el garaje del edificio, Bobby volvió a darle vueltas al asunto, sabiendo impotente que era un problema del que no podría escapar. Sus padres no se olvidarían fácilmente de lo que había ocurrido. "¿Por qué nadie entendía que sólo trataba de ayudar?" Le frustraba no tener una respuesta para una pregunta tan sencilla. A Bobby se le cayó el alma a los pies cuando sus padres fueron a buscarle a la comisaría después de depositar su fianza, acompañados de Larry Summers, un abogado amigo de su padre que se dedicaba a defender a las personas que no tenían suficiente dinero para conseguirse una buena representación legal. El joven siempre había creído que si la policía lo detenía alguna vez sería por participar en una manifestación anti-globalización o por ejercer sus derechos civiles para protestar contra las actividades ilegales de las grandes empresas. En el pasado se había imaginado numerosas veces la cara de orgullo que pondrían sus padres cuando comprobasen que su hijo había seguido sus pasos para defender a su comunidad de los abusos del establishment. Sin embargo, estaba claro que esa no había sido la reacción esperada.
El coche se detuvo por fin en su plaza de garaje. Ninguno de los tres se movió de su asiento. Su padre aún sostenía el volante con sus manos, emitiendo un largo suspiro. Su madre miró a su marido compartiendo sus sentimientos y, por último, se volvió hacia su hijo.
-Bobby, sube a casa y espéranos allí. Tu padre y yo subiremos enseguida-. Pese a la conseguida neutralidad de su tono de voz, las ojeras y el cansancio en su rostro de 32 años revelaban la angustia que había estado sufriendo.
El joven no dijo nada. Abrió la puerta, salió del coche y la cerró con un fuerte portazo. Le dolía ver a su madre en ese estado, pero le molestaba más que ninguno de los dos le hubiese preguntado al menos un sencillo "¿cómo estás?". Se sentía traicionado. Se sentía furioso. Ignorando el ascensor, eligió subir por las escaleras. Presentía que un poco de ejercicio le vendrían muy bien para liberar toda la ira que llevaba dentro.
-.-
Se dio una ducha nada más que entró en su casa. El ejercicio y el agua caliente obraron maravillas en él. Pronto la ira se evaporó, reemplazada por una profunda tristeza. Cogió una toalla para limpiar el vaho del espejo y observó con recelo su reflejo. Un joven de 17 años, de estatura media, buena complexión física, pelo castaño claro y ojos avellana le devolvió la mirada. Sabía que no era el más popular del instituto, pero en los últimos años había descubierto que tenía una facilidad natural para moverse entre los distintos grupos de alumnos del instituto. Para su grata sorpresa, incluso había atraído la atención de algunas compañeras. Los pocos amigos de verdad que tenía no se explicaban semejante milagro. Bobby siempre pensó que tenía esa "habilidad" gracias a los esfuerzos de sus padres para educarle en un ambiente abierto y equilibrado, donde la convivencia y los valores comunales pesaran más que la cultura artificial en la que vagaban como zombies muchos de sus compañeros.
No obstante, su talento natural no le había servido de nada esta vez con Elías y sus matones. "Mierda. Joder. Mierda", se dijo mientras sentía cómo la furia volvía a él nuevamente. Intentó tranquilizarse controlando su respiración mientras se secaba el cuerpo. En ese instante, escuchó la puerta de casa. Sus padres habían llegado. Bobby intentó prepararse mentalmente para la inevitable "charla".
-.-
-Siéntate, hijo-, le indicó su padre con una lata de cerveza en la mano. Estaba sentado en el sofá de terciopelo verde del salón junto a su madre. Ambos le hicieron sitio para que pudiese sentarse. Bobby se había hecho mayor durante todos estos años y los tres ya no podían sentarse con comodidad en aquel viejo sofá como antes, pero sus padres seguían insistiendo tercamente en tener las "charlas" en ese lugar como habían venido haciendo desde que él era tan solo un niño.
-Ninguno de nosotros ha tenido una buena noche, Bobby-. Explicó innecesariamente su madre. -Pero necesitamos que nos cuentes lo que pasó ayer por la tarde.
-No puedo. Creeríais que os estoy tomando el pelo o que estoy completamente loco.
-Hijo,- empezó diciendo su padre, -llevamos 17 años confiando en tí. Pero lo único que sabemos es lo que nos contó la policía: que ayer uno de tus compañeros tuvo que ser ingresado en el hospital, dos más estaban aterrados contando historias extrañas y una pobre chica acabó con la ropa destrozada. Por favor, tienes que explicarnos lo que pasó para que podamos al menos entenderlo.
Bobby sintió la mano de su madre sobre la suya, apretándosela para darle fuerzas. Se le hizo un nudo en la garganta, pero se esforzó por terminar lo que había empezado.
-Estos días no duermo bien. Tengo pesadillas extrañas que se parecen más a recuerdos vividos por otra persona que a sueños. Es muy inquietante.
Sus padres se miraron entre ellos durante unos breves segundos, pero no le interrumpieron.
-Hoy estuve en la biblioteca del instituto hasta la hora de cierre, buscando información sobre sueños y trastornos mentales. Al marcharme, escuché un pequeño grito procedente del baño de chicos del pasillo. Cuando entré, vi que Mat y Sapo, los amigos de Elías, estaban inmovilizando en el suelo a Tania.
-¿La chica a la que intentaron violar?
-Sí. Le habían cortado algunas partes de la ropa con unas tijeras que estaban en el suelo y Elías estaba sobre ella sobándole las tetas. Ella gritaba y trataba de resistirse. Me quedé de piedra cuando los vi. Ellos también se sorprendieron cuando me vieron, sin saber qué hacer. Iba a gritarles que la soltasen, iba a cagarme en sus putas madres, pero lo único que salió de mi garganta fue un feroz ladrido. Luego perdí el control.
-¿Perdiste el control? ¿Quieres decir que te abalanzaste sobre ellos?
Bobby miró con incredulidad a su padre. "¿Por qué me pregunta eso?" No tiene sentido, pensó. "O me está probando o está creyendo mi historia". Entre las esperanzas y los nervios, Bobby no sabía qué sería lo mejor, pero siguió contando su relato mientras sus palabras se llevaban consigo la furia que ardía en su interior.
-Sí, papá, perdí el control. Fui a por Elías. Sabía que todo esto era cosa suya. Mat y Sapo son demasiado cobardes para atreverse a hacer algo así. Lo cogí por el cuello con una mano que ya no era mía, sino que era una gran manaza de pelo y garras. Lo levanté en vilo y lo arrojé contra la puta pared del baño. Mat y Sapo se cagaron de miedo. Chillaron como si hubiesen visto un monstruo y salieron corriendo por patas, aunque no antes de que le diese un mordisco en el culo a Mat. Entonces vi mi reflejo en los espejos. En ese momento, era un monstruo. Cuando llegó el bedel del instituto, me encontró mirándome al espejo con la ropa hecha jirones. Tania se había desmayado y Elías permanecía inconsciente en el suelo. El resto ya lo sabéis.
Era una historia difícil de creer. Lo sabía, pero sus padres la estaban digiriendo realmente bien. Demasiado bien. Intuía que había algún truco. "¿Qué me están ocultando? ¿Les han dicho que estoy loco? ¿Lo estoy verdaderamente?" Cuando sus padres volvieron a mirarse en silencio, tuvo toda la confirmación que necesitaba.
-¿Qué me estáis ocultando?
-Deberíamos llamar a tu prima Rossaline-, le respondió su padre. -Ella puede explicártelo todo mejor que nosotros.
-No. Quiero que me lo contéis vosotros. Quiero saberlo ahora.
-Es complicado, Bobby. Deberías esperar un...
-No, mamá. He estado encerrado toda la noche en una puta celda. Merezco saber lo que me está pasando... ¡Por favor!-, suplicó abrazándose a ella para hundir la cabeza, para que no lo vieran llorar, para que no vieran lo asustado que estaba realmente.
-Está bien... calma, calma-, su madre lo abrazó. Luego sintió los brazos de su padre intentando abrazarlos a ambos. Pasaron mucho tiempo sumergidos en ese abrazo, sin que ninguno dijese nada.
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