Pasé las siguientes noches encerrado en mi sanctasantorum, revisando un mugriento tratado helénico, que había llegado en préstamo a mis manos gracias a un oscuro acuerdo con la capilla Tremere en Beograd, capital del despotado de Serbia. Escrito por un autor cuyo nombre se había perdido hacía mucho tiempo, dicho documento estudiaba los pilares de la geometría sagrada y las líneas de luz, lo que podría ayudarme a comprender mejor la red espiritual que estaba utilizando Zelios para aprisionar al demonio Kupala. Tenía la esperanza secreta de combinar su conocimiento oculto con los secretos de la Taumaturgia para crear una protección mística que protegiese a Alba Iulia del poder de los infernalistas. La tarea a la que me había consagrado iba a ser muy exigente y ocuparía gran parte de mi tiempo hasta que lograse dominar sus secretos.
Sin embargo, fui interrumpido por mi criada Irena dos noches después de iniciar mis nuevos estudios. Dado que sabía que ella no osaría molestarme por cuestiones triviales, la dejé entrar en la cámara para que pudiese explicarse. Me contó que un mensajero de lord Sirme había traído una carta de su señor esa misma noche, marchándose sin esperar respuesta. Irritado leí rápidamente la carta del Ventrue. Lord Sirme contaba en ella que los vecinos de los barrios bajos habían denunciado a la guardia de la ciudad que dos ladrones habían entrado a la fuerza en sus casas durante la noche, llevándose cualquier cosa de valor que encontraron y enfrentándose brutalmente a cualquier persona que intentó detenerlos. Uno de los ladrones fue identificado como un conocido rufián llamado Rafael, que llevaba desaparecido varios días sin que nadie supiese nada de él. El otro vestía con los hábitos de un monje y parecía tan débil y demacrado que todas las personas que lo habían visto juraban que no aguantaría más de una semana en el mundo de los vivos. Aunque los hombres al mando de la guardia habían dado órdenes de arrestar a los sospechosos, el Ventrue me informó que trataría de arreglar aquel problema. Por otro lado, puesto que Iván y Rafael descansaban en mi capilla, lord Sirme confiaba en que pusiese fin a sus notorios desmanes que tanto daño podrían hacer a todos los Cainitas de Alba Iulia.
Aquella velada puya fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia. Estaba enfadado con Rafael, pero más aún con Iván. Ambos debían ser disciplinados de inmediato. Hice que Irena trajese a Velkan a mi presencia. Ella así lo hizo y el ghoul se arrodilló con la debida humildad ante mí. Le expliqué mis órdenes para que las acatase con la mayor exactitud. Después del amanecer, los guardias bajo su mando y él irían al vestíbulo, pero en lugar de llevar a Iván y Rafael a su cámara de descanso, les clavarían una estaca de madera en el corazón a cada uno. Luego, los encerrarían en las mazmorras y les darían latigazos en la espalda a lo largo de todo el día para que no pudiesen descansar en ningún momento. Velkan se marchó para darles las instrucciones oportunas a sus hombres. El resto de la noche fue un desperdicio de tiempo, ya que no tenía la tranquilidad necesaria para concentrarme en el estudio de la geometría sagrada.
Cuando me desperté a la noche siguiente, descendí al piso donde estaban los calabozos de la capilla. La luz de las antorchas me permitió ver dos cuerpos colgado de unas cadenas en el techo, con las ropas hechas harapos y las espaldas ensangrentadas. Velkan y los guardias habían seguido adecuadamente mis instrucciones. Miré los ojos inertes de Iván y Rafael. Pese a que no podían moverse ni usar los poderes de la sangre ni tampoco los dones de Caín, sí que pudieron escuchar impotentes todo lo que les dije esa noche. Les expliqué que habían sido torpes y estúpidos, por lo que habían recibido un castigo adecuado a sus crímenes. Uno había atraído la atención de los mortales, el otro lo había permitido. ¡Alba Iulia era mi ciudad, mi Dominio! No iba a tolerar excusas ni aceptar súplicas por su parte. La próxima vez que me fallaran tan miserablemente conocerían el tormento de las llamas y las cadenas del Juramento de Sangre. No obstante, teniendo en cuenta su extrema juventud, confiaba en que fuesen lo suficientemente inteligentes para evitar repetir cualquier acto estúpido que se les pudiese ocurrir. Por esta vez quedarían libres y podrían seguir refugiándose en mi capilla si así lo deseaban. En cualquier caso, debían evitar los barrios bajos durante unos meses hasta que los mortales tuviesen otras preocupaciones con las que olvidarles. Tras decir esto, me volví hacia los guardias y ordené a Velkan que los liberase en el vestíbulo. Más tarde supe que ambos se marcharon airados de la capilla, pero que volvieron igualmente antes del amanecer para descansar en un lugar seguro.
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