miércoles, 5 de septiembre de 2012

C. DE T. 1 - 77: LOS GUARDIANES DEL CONSEJERO


Al día siguiente, todos los Cainitas de Alba Iulia se reunieron en un gran salón de la fortaleza de lord Sirme. Cuando entré en la cámara, pude comprobar que el Ventrue había tomado grandes esfuerzos para hacer alarde de su posición y riqueza. Enormes tapices con escenas de guerra y de cacerías cubrían las gruesas paredes de piedra, aunque yo intuía que lord Sirme los había utilizado para ocultar los relieves que delataban la identidad de los primeros dueños de la fortaleza. Una gran chimenea de piedra, que no albergaba ningún fuego en su interior, dominaba todo el extremo norte de la cámara. En el centro de la sala, había también dos mesas alargadas y de madera negra, capaces de dar cabida a unas veinte personas cada una, sobre las que descansaban candelabros de plata con todas sus velas encendidas. Lord Sirme incluso había tenido la consideración de traer a varios mortales, siervos de toda clase, para que sus invitados pudiesen alimentarse  o entretenerse con ellos cuando así lo deseasen.

Cuando entré en el gran salón acompañado de Lushkar, cesaron todas las conversaciones y pude sentir la expectación que reinaba entre los presentes. Tras dar mi aprobación a los preparativos realizados por lord Sirme para celebrar aquella reunión, anuncié mi intención de realizar un viaje urgente esa misma noche. El gobierno de Alba Iulia quedaría en manos de mi Senescal, el hermano William Arkestone, que contaría con la ayuda y el consejo de Lushkar. El Capadocio, de pie y con los brazos cruzados, asintió neutro con la cabeza. A su lado, el rostro de Alfredo se iluminó con una pequeña sonrisa, lo que hizo que posase mi mirada sobre la suya durante unos instantes más de lo debido. Luego, pregunté a los presentes quién querría formar parte de mi séquito en este viaje. Dmitri aceptó acompañarme de inmediato. Lord Sirme también se adelantó y juró que su espada estaba a mi servicio. Para mi gran sorpresa, incluso Crish Competer quiso formar parte de mi séquito. Les expliqué que pusieran en orden sus asuntos en la ciudad porque partiríamos una hora antes del amanecer. Sin más ceremonias, aquellas palabras dieron por finalizada nuestra reunión.

Más tarde comprobé con satisfacción que Lushkar se había ocupado diligentemente de los preparativos del viaje, con la habilidad que le habían dado los años bajo mi servicio. Tres carretas cubiertas tiradas por seis, ocho guardias mortales, provisiones para los guardias, un ataúd con protecciones taumatúrgicas, una bolsa repleta de piedras imbuidas en sangre, un pequeño saco lleno de monedas de plata, material de escritura y otros enseres necesarios para mis rituales estaban listos para nuestro viaje. Dmitri y Crish ocuparían una de las carretas y la tercera estaría reservada para el mismo Goratrix. Lord Sirme fue el último en llegar. Con él venían dos carretas más tiradas por cuatro caballos, cuatro guardias y su caballo favorito, un animal enorme entrenado para la batalla. No obstante, este sería el primer viaje que haría sin la compañía de Lushkar y ambos nos sentíamos sobrecogidos por una inesperada tristeza. Al despedirme, le entregué una llave de hierro marcada con numerosos signos esotéricos.

-Esta llave te permitirá entrar sin riesgos en mi sanctasantórum-, le expliqué-. Escóndela bien y úsala sin miedo si no tienes noticias mías una vez que hayan transcurrido cuatro meses. Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de tus éxitos, mi aprendiz.

-Toda Alba Iulia y nuestra capilla aguardarán impacientes vuestro regreso, Regens Dieter-, me respondió Lushkar. No os fallaré en las tareas que me habéis encomendado.

Nuestro grupo partió en el mismo momento en que me subí a mi carreta. El tiempo era tormentoso a pesar de mis esfuerzos usando las artes mágicas del Rego Tempestas, lo que no era un buen augurio. Efectivamente, durante todo el viaje cayeron grandes aguaceros día y noche, anegando los caminos y provocando que los carruajes se quedasen atascados con frecuencia en el barro. Muy pronto nuestros guardias y criados estaban exhaustos por los rigores del viaje. También tuvimos que hacer varios altos en el camino para que los Cainitas de mi séquito pudiesen alimentarse de los desafortunados siervos mortales con los que nos cruzábamos.

Tardamos casi dos semanas completas en llegar a nuestro destino, en un viaje que sólo hubiera requerido la mitad de tiempo si la lluvia nos hubiese dado respiro. La ciudad de Timisoara era un pequeño enclave urbano a orillas del río Tibis, conocido en la antigüedad como el Tibisis o Tibiscus. La ciudad en sí misma, cuyos orígenes se remontaban a una fortaleza del Imperio Romano conocida como Castrum Regium Themes, se hallaba situada en un cruce de caminos transitado en ocasiones por viajeros y comerciantes, aunque la ciudad parecía pequeña y poco prometedora pese a esa ventaja. Mientras nuestros criados buscaban alojamiento en la posada del Cisne de Oro, mi séquito y yo ascendimos una pronunciada pendiente hasta llegar a la iglesia que dominaba una colina.

Ninguno de nosotros sintió molestia alguna cuando nos acercamos a la puerta. Este lugar no estaba protegido por la santidad de la fe verdadera. El interior de la pequeña iglesia estaba iluminado por una solitaria antorcha. Dos hombres esperaban nuestra llegada sentadas en uno de los bancos de piedra. Vestían al estilo turco, con dagas curvas en sus fajas, y tenían la piel morena. Mientras el más joven se escondía en las sombras, el otro avanzó hacia nosotros con movimientos ágiles y seguros.

-Bienvenidos. Soy Husayn al-Fatin-, dijo presentándose al mismo tiempo que inclinaba respetuosamente la cintura-. ¿Quién de vosotros es Dieter Helsemnich?

Aparentando la misma confianza y seguridad, le respondí que yo era Dieter Helsemnich, del clan Tremere, y le mostré el anillo de Vykos como prueba de que era el Tzimisce quien me había enviado a ese lugar. El hombre asintió con la cabeza conforme con mis palabras y luego nos condujo a una pequeña cripta donde había un cadáver tumbado en un tosco ataúd de madera. Lo reconocí en el acto. Era el Consejero Goratrix. Tenía el rostro congestionado por una mueca de dolor y los brazos alzados como si hubiese sido interrumpido en mitad de un encantamiento mágico. Una estaca de madera asomaba clavada en su negro corazón, inmovilizándolo en el tiempo como si fuese la estatua eterna de un dios enloquecido. El hombre se acercó a Goratrix y le susurró al oído con voz tranquila:

-Aquí están los que garantizarán tu paso franco en adelante. Mi contrato se ha cumplido. Id en paz.

Después, arrancó la daga del pecho del Consejero y se alejó para marcharse sin que ninguno de nosotros volviese a verlo nunca. Entretanto, Goratrix se puso en pie dolorosamente. Incluso herido, su mirada estaba cargada de amenazas veladas. Incluso debilitado parecía más poderoso que todos nosotros juntos. Y para mis adentros, volví a maldecir una vez más el nombre de Myca Vykos.

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