En el exterior, los truenos retumbaban con gran estruendo y el ulular del viento golpeaba violentamente contra el edificio en el que nos hallábamos. La lluvia caía con tanta fuerza que parecía que el tejado se derrumbaría sobre nuestras cabezas. Y allí estábamos, cuatro Cainitas vigilándonos estrechamente mientras que la voz de los cánticos y el fulgor dorado ganaban cada vez mayor intensidad. Sentí la tentación de abandonarlo todo y regresar a mi amada Alba Iulia, pero no hice semejante cosa. Goratrix había sido convocado a Ceoris. Ya fuera para responder por acusaciones reales o no, esa era la voluntad de la Casa Tremere. Además, tenía que saldar mi deuda con Vykos o, de lo contrario, me expondría a su venganza. Pensando en tales ideas, volví a dirigir una miranda iracunda al Malkavian como si eso bastase para destruirlo. Crish me mostró a cambio una sonrisa despectiva. Al instante siguiente, me lancé sobre él tan rápido que ninguno de los presentes se esperó mi reacción. En lugar de atacarlo, pasé a su lado y lo ignoré para cruzar el pasillo. Tenía que entrar en la habitación donde Goratrix estaba realizando su ritual, para interrumpirlo antes de que fuese tarde. No obstante, cuando ya alcanzaba la puerta de madera de la que emanaba el fulgor dorado, Crish murmuró algo y sentí un repentino impacto ardiente en mi espalda.
Todo mi cuerpo ardió, bañado por las llamas. Sentí la agonía causa por el fuego de inmediato, aullando con un grito visceral. El fuego era tan peligroso para los descendientes de Caín como los mismos rayos del sol. Sin embargo, lo peor vino después. La Bestia Interior me poseyó en el acto y mis instintos se adueñaron por completo de mí, con lo que también perdí el uso del raciocinio. El animal aterrorizado y moribundo en el que me había convertido trató de huir en la dirección por la que había venido, lanzándome directo contra Crish. Creo que de alguna forma mis instintos más bajos también deseaban a un nivel pensamiento muy primitivo que Crish compartiese mi sufrimiento, aunque lord Sirme me contó posteriormente que, de algún modo, las llamas no quemaron al Malkavian cuando lo derribé usando mi cuerpo como un ariete en llamas. Mientras ambos rodábamos por el suelo del pasillo, el Ventrue y Dmitri se quitaron sus capas e intentaron apagar las llamas que me envolvían. Tuvieron que esforzarse mucho. Mis instintos se negaban a quedarse quietos para ayudarles y, en su lugar, luchaban por levantarme y salir huyendo del sitio que me había causado tanto dolor. Caí inconsciente debido a la gravedad de mis heridas, mas, por fortuna, ambos consiguieron apagar el fuego y salvar mi no vida antes de que fuese tarde para mí.
Cuando pude volver a recuperar la consciencia, sentí como la lluvia golpeaba mi cuerpo maltratado. Al abrir los ojos, comprobé que nos hallábamos fuera de la posada. Lord Sirme y Dmitri, junto con cuatro criados mortales, estaban a mi lado observando el edificio con mucha expectación, ya que un radiante fulgor dorado se escapaba de todas las rendijas y huecos de las paredes del edificio. A pesar del ruido provocado por el viento, todavía pude escuchar la voz de Goratrix entonando sus cánticos mágicos. En el nombre de Caín, ¿qué estaba pasando? Intenté moverme, pero el dolor de la carne quemada hizo que ese gesto fuera extremadamente doloroso para mí. A pesar de todo, pude comprobar que Crish no estaba allí con nosotros, por supuesto. Un solo pensamiento acudió a mi mente con la fuerza de un martillo golpeando la fragua: Crish era uno de los seguidores de Kupala. Pues, ¿no había invocado fuego de la nada con un misterioso embrujo?
Lord Sirme se dio cuenta de que me había recuperado y se arrodilló a mi lado para preguntarme cómo me encontraba. Él y Dmitri me explicaron que Crish les había impuesto su voluntad usando los poderes de la Dominación para que no pudiesen intervenir contra él o contra Goratrix. El Brujah se extrañó de que no hubieran hecho lo mismo conmigo, pero en seguida me percaté de que tanto Crish como Goratrix pretendían divertirse con mis inútiles esfuerzos para impedir su conspiración. Lord Sirme pareció sinceramente aliviado al comprobar que sobreviviría a aquel lance del Destino. Ambos éramos conscientes de que estaba saldada la deuda que me debía cuando lo salvé de los caballeros de la Orden Teutónica. No obstante, a partir de ese momento, tendría una deuda de vida con Dmitri hasta que el Brujah decidiese que hubiese llegado la hora de saldarla.
De pronto, los acontecimientos nos obligaron a guardar silencio. El fulgor comenzó a decrecer hasta extinguirse y escuchamos un grito de frustración que parecía pertenecer al propio Goratrix. Todos permanecimos en silencio, sin movernos ni saber que hacer a continuación. La lluvia seguía cayendo con fuerza a nuestro alrededor, pero pareció perder una fracción de su intensidad. La puerta de la posada se abrió con estrépito y por ella salió Goratrix, tambaleándose y diciendo cosas sin sentido. Después de todo lo sucedido, sentí un inmenso estallido de júbilo al verle, porque podría llevarlo finalmente a Ceoris y no volver a verlo nunca más si Dios y el gran maestro Tremere lo permitían. Mis compañeros lo apresaron con facilidad gracias a su debilidad tras el poderoso encantamiento que había tratado de realizar. El sire de la sire de mi sire me miró con un odio desesperado. Presentí que me había labrado un poderoso enemigo, pero no estaba dispuesto a parecer temeroso en su presencia y le devolví la mirada con todo el desafío que pude reunir a pesar de la gravedad de mis propias heridas.
Entonces todos los presentemos comenzamos a sentir oleadas de poder puro que venían a nosotros desde todas las direcciones y el que más asustado estaba era el mismo Goratrix.
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