A primera hora de la noche siguiente, mi criada Irena me avisó de que lord Sirme esperaba en el vestíbulo de la capilla para hablar conmigo. No queriendo hacerle esperar innecesariamente, fui al encuentro de mi Alguacil. El Ventrue y yo acordamos cuáles serían nuestros próximos pasos a partir de esta misma noche. Él usaría su Dominación sobre un grupo de mercenarios para que asaltaran las aldeas vecinas a Alba Iulia, saqueando y matando si fuese necesario. Entretanto, sus criados se encargarían de provocar nuevos incendios en los barrios más pobres de la ciudad, donde el hermano William insistía en que había indicios que delataban la presencia de los adoradores de Kupala. Una vez que nuestros "forajidos" hubiesen provocado suficientes daños en las aldeas y pueblos del campo, lord Sirme se encargaría de hacer los arreglos oportunos para que los guardias de la ciudad los apresasen y los ahorcasen públicamente. De esta forma, esperábamos debilitar las fuerzas de los infernalistas en los campos, restaurando con dureza el orden y borrando en el proceso toda huella de nuestra intervención.
Concluida nuestra entrevista, lord Sirme partió para cumplir mis instrucciones y yo regresé a mis aposentos. Deseaba refugiarme en la meditación para descansar y olvidar que, a pesar de mis órdenes, al día siguiente morirían decenas inocentes sólo para eliminar a los adoradores de demonios que se escondían entre ellos. ¿El fin justificaba los medios como tantas veces había afirmado mi sire Jervais? ¿Habría otro camino para salvar a mi ciudad de la corrupción de Kupala? Si era así, no lo percibía. Por un lado, presentía que esa ceguera moral estaba arruinando todos los proyectos que había ideado para Alba Iulia. Sin embargo, por otro lado, permanecer impasible sólo provocaría que la podredumbre del demonio se extendiese más y más, hasta llegar a un punto en el que ya no podría hacerse nada para salvar nuestras almas.
Mis reflexiones fueron nuevamente interrumpidas esa noche cuando Irena volvió a mis aposentos para anunciar que había un visitante inesperado en el vestíbulo de la capilla. Esta vez se trataba de Alfredo. Intrigado, salí de mis aposentos y me reuní con el Lasombra en el mismo vestíbulo. Alfredo tenía un aspecto raro, tenebroso incluso. Se movía constantemente, incapaz de permanecer ni un solo instante en el mismo lugar. Su voz estaba cargada de odio y, mostrando un gran falta de respeto y cortesía, gruñía malhumorado. ¡Incluso las sombras de aquella antesala parecían retorcerse y palpitar con vida propia, en respuesta a su ira! Obrando con toda la cautela posible, no me alejé de la puerta que daba acceso al interior de la capilla ni del resorte que activaba la trampa que haría caer al Lasombra sobre un foso lleno de estacas de madera. Ciertamente, el Cainita que tenía ante mí apenas se asemejaba a la persona a la que había dado permiso para residir en Alba Iulia.
Alfredo quiso, no, no quiso, exigió que le dijera cuáles eran mis planes respecto a los seguidores de Kupala y me exhortó a que procediera contra ellos con la mayor de las urgencias. No percibí amenaza alguna contra mí en sus palabras, aunque existía una pesada tensión en ellas. Procurando no amedrentarme ante él, le contesté que ya se habían dado los pasos necesarios y que pronto darían fruto, pero que no iba a explicárselos porque aún no era merecedor de mi confianza. Mi respuesta no pareció ser de su agrado, mas no dijo nada y siguió moviéndose nervioso de un lado a otro, gruñendo para sí. Observándolo mejor pude percatarme de la causa de su agitación: estaba sucumbiendo ante la Bestia Interior que acecha dentro de cada descendiente de Caín. Había que alejarlo de Alba Iulia antes de que perdiese toda la razón. De repente, se detuvo de golpe al sentir crujir una de las tablas de madera. Miró al suelo y luego alzó su mirada hasta mí, sospechando en el acto lo que podría sucederle. El miedo lo serenó, permaneciendo quieto y alerta a mis movimientos.
Por fortuna, dí con la excusa perfecta para alejarlo de mi ciudad. Diciéndole que le ofrecería la oportunidad de remendar la humillación de las noches pasadas, le sugerí que viajase hasta Sighisoara, llamada Schaasburg por los colonos germánicos. Allí debería hablar con los Nosferatu que gobernaban la ciudad para conseguir apoyos contra los adoradores de Kupala o, en su defecto, averiguar información útil que pudiésemos utilizar en nuestra pugna. Para ayudarle en esa misión, le expliqué lo que le había sucedido al Nosferatu que había sido nuestro prisionero en la capilla hacía más de un siglo y que luego había capturado la Princesa Nova Arpad cuando usé a un mortal para transportarlo a Sighisoara. También le hablé a Alfredo del misterioso ataque que sufrí tiempo después a manos de dos Nosferatu en las calles de Alba Iulia.
El Lasombra escuchó con atención todo lo que le expliqué, sin perder detalle y, pese a que seguía malhumorado, la posibilidad de enfocar sus energías en una tarea concreta pareció revivir su raciocinio por encima de los salvajes instintos de la Bestia Interior. Me prometió que tendría éxito en la tarea que le había encomendado. Por supuesto, antes de desearle buena suerte le sugerí que sospechaba que tendría más éxito si acudía en su propio nombre en lugar de en él mío. Una sonrisa salvaje pero controlada afloró de inmediato en el rostro de Alfredo, que estuvo de acuerdo en ese último consejo.
Me sentí mejor inmediatamente después de que el Lasombra se marchase de la capilla. Su presencia me había puesto nervioso y en ese estado no podría meditar hasta alcanzar los niveles superiores de concentración mental, por lo que me encerré en mi laboratorio alquímico para avanzar en los experimentos de los últimos meses. Fui interrumpido una vez más, esta vez por Lushkar. Decía estar preocupado por Gardanth, puesto que no le había visto desde su visita de anoche y ni el hermano William ni yo le habíamos contado ninguna novedad sobre él. En su voz percibí un rastro de celos, como yo mismo los había experimentado más de una vez cuando todavía era el aprendiz menos aventajado de los que estaban al servicio de mi maestro Jervais. Mentí a Lushkar diciéndole que Gardanth había fracasado nuevamente en sus tareas al servicio de la Casa Tremere y que por ello me había visto obligado a enviarlo a un largo viaje en el que sería destruido con total certeza. A continuación le advertí que ese mismo castigo podía pasarle a él, o incluso a mí, si alguno de nuestros superiores en la Casa Tremere así lo deseaba. Una vez que hubo pasado el tiempo suficiente para que tomase consciencia de la gravedad de lo que le había dicho, le pedí que fuese mi ayudante en los experimentos que estaba poniendo en práctica. Él aceptó de inmediato y, como un padre trabajando con su hijo, compartí los secretos del saber de la alquimia con mi chiquillo.
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