No pasó mucho tiempo desde que hubiese comunicado la presencia de Eidna en Alba Iulia al hermano William y a lord Sirme, cuando el Ventrue me escribió una misiva para solicitarme que nos reuniésemos en su antigua fortaleza fuera de la ciudad, donde se había vuelto a establecer para buscar personalmente cualquier rastro que pudiese conducirnos tras la pista de los adoradores de Kupala. Decidí aceptar su petición, pues había ideado un nuevo plan contra nuestros enemigos y deseaba compartir con él en persona los detalles. Deseando disfrutar de una noche primaveral tan apacible como aquella, me dirigí andando hasta allí acompañado de cuatro soldados armados y de un perro, de raza rottweiler, al que había convertido en ghoul recientemente. Durante aquel corto trayecto, no sufrimos ningún percance ni incidente; es más, pude comprobar con satisfacción que las autoridades de la ciudad se habían puesto manos a la obra para restaurar los viejos caminos tras las tormentas de las últimas semanas.
Lord Sirme me aguardaba en el patio de su fortaleza y me condujo hasta un salón adornado por bellos tapices y la cabeza disecada de un venado de tamaño descomunal. Cuatro antorchas iluminaban la sala, mientras que la chimenea permanecía apagada. Tras sentarnos en la mesa principal, lord Sirme me pidió que tomase medidas más activas contra los seguidores de Kupala. En concreto, sospechaba que Crish era el líder local del culto y deseaba que convocase inmediatamente una Caza de Sangre contra el Malkavian para erradicar de una vez a nuestros enemigos ahora que habíamos mermado su influencia entre los mortales. Por supuesto, no se tomó a bien mi negativa. No obstante, me escuchó con atención cuando le expliqué que mi intuición me decía que Crish no era la fuente de la putrefacción, sino un lacayo enviado simplemente para espiarnos. Con el tiempo, el Malkavian cometería algún error y nos conduciría sin saberlo hasta sus cómplices. Ese sería el momento más eficaz para asestar el golpe definitivo. Hasta que llegase ese momento, debíamos ser pacientes y jugar a este macabro juego del gato y el ratón. Lord Sirme pareció decepcionado ante mi falta de belicosidad, mas aceptó mi autoridad como Príncipe de Alba Iulia.
Por otra parte, compartí con él una nueva estrategia que había estado ideando en las últimas noches. Pese a que esperábamos haber mermado la influencia del culto de Kupala entre los mortales con nuestras recientes acciones, era lógico pensar que con el tiempo tratarían de restablecer sus fuerzas a pesar de nuestra constante vigilancia. También era obvio razonar que tarde o temprano tendrían éxito a pesar de nuestra influencia, ya que no podíamos vigilar en todas las direcciones al mismo tiempo. Por lo tanto, deberíamos implicar a otros jugadores en este juego. Lord Sirme estuvo intrigado de inmediato por el curso que tomaría mi argumentación y me preguntó con evidente interés en quién estaba pensando. Le respondí sereno que en la Inquisición. Durante unos instantes, permaneció en silencio pensando en el peso de mis palabras. Se decía que la Inquisición había descubierto la presencia de los Cainitas durante la Cruzada Cátara en el sur del reino de Francia, tomándonos por demonios al servicio de Satanás para corromper a los buenos cristianos. Por ello, habían extendido sus actividades a todos los reinos donde la Iglesia romana tenía una presencia significativa y, en consecuencia, numerosos Cainitas habían ardido convirtiéndose en víctimas de su cruzada sagrada.
Tratando de mostrarse indiferente, lord Sirme me recordó que yo siempre me había mostrado contrario a intervenir en los asuntos de las autoridades eclesiásticas desde nuestro desencuentro con la Orden Teutónica y que sólo había concedido un permiso excepcional en esa dirección al hermano William. A pesar del tono neutro y medido de su voz, pude reconocer en sus palabras el peso de la envidia y del recelo. Ambos nos miramos a los ojos con frialdad. Le respondí que efectivamente así había sido, ya que desde que había sufrido en mis propias carnes el poder de lo divino en Praga, recelaba de cualquier implicación Cainita en los asuntos religiosos. No obstante, el culto de Kupala era un adversario cuya amenaza podría sobrepasarnos si volvíamos a permitir que recuperase sus fuerzas. Además la Inquisición se había especializado en capturar, interrogar y destruir a todo tipo de brujos, demonios y descendientes de Caín, lo que la convertía en una herramienta muy eficaz para nuestros propósitos.
La sinceridad de mis argumentos hizo que lord Sirme dudase, preguntándome cómo esperaba que los inquisidores se mantuviesen tras la pista de nuestros enemigos y no persiguiéndonos a nosotros. Había llegado al quid de la cuestión. Armándome de paciencia, le expliqué que esperaba que una persona leal a mi persona crease un chiquillo cada dos o tres meses y los abandonase con poca sangre en sus cuerpos cerca de una iglesia o de algunas aldeas. Eso bastaría para alarmar a las autoridades eclesiásticas locales, que con toda seguridad pedirían ayuda a los arzobispados más cercanos. Cuando los inquisidores llegasen a Alba Iulia, encontrarían pistas dejadas por nosotros que les conducirían al culto de Kupala. El plan no estaba exento de riesgos, cierto, mas si lo ejecutábamos con discreción, saldríamos bien parados.
El Ventrue se puso de pie y caminó por el salón con aire pensativo. El deseo de exterminar a nuestros enemigos había arraigado con fuerza en él, convirtiéndose en una pequeña pero creciente obsesión como me había sucedido también a mí mismo, pero aún así, mi atrevido plan seguía causándole numerosas dudas. Me miró de nuevo, intentando averiguar mis intenciones y me preguntó con crecientes sospechas quién sería el Cainita que crearía a esos chiquillos destinados irremediablemente a la destrucción. Le respondí impasible que esperaba que fuese él. Eso provocó una sincera carcajada de incredulidad que resonó por todo el salón y que no pudo eliminar la gravedad de nuestra conversación.
Tal y como esperaba, la siguiente reacción de lord Sirme fue negarse en ocuparse de una tarea tan indigna. Su sangre era muy valiosa, me dijo, hasta el punto que aún no había hallado un mortal digno de perpetuar su linaje. ¿Cómo podía esperar que la derrochase de esa forma? Él no era un plebeyo hambriento que se viese obligado a abandonar en el bosque a sus descendientes para comer en invierno. Muy al contrario, descendía de un clan cuyo linaje se remontaba al principio de los tiempos, cuando el propio Antediluviano Ventrue eligió a sus primeros chiquillos de entre las familias más nobles y destacadas de la Segunda Ciudad. ¿Cómo me atrevía a pedirle que cubriese de infamia ese legado? ¿Cómo iba a conocer un Tremere, aunque fuese uno tan sabio como yo, el peso de una tradición milenaria que convertía a los Ventrue en los líderes naturales de todos los descendientes de Caín?
El fuego de su enfado se fue apagando por sí mismo a medida que terminaba su evocador discurso. Pese a que había argumentado con una oratoria muy convincente y cargada de una emoción contagiosa, estaba preparado para su negativa y esperé pacientemente a que se calmara antes de volver a hablar. Le dije que él era el único Cainita en cuya lealtad confiaba plenamente y el único que podría ser lo bastante fuerte para soportar una carga tan grande sobre sus hombros. Aunque su orgullo se sintió halagado, continuó negando con la cabeza. Además, añadí, no pensaba dejar sin recompensa su lealtad y estaba dispuesto a usar todos los recursos a mi alcance, dentro y fuera del clan Tremere, para acabar con su sire Nova Arpad una vez que hubiésemos erradicado al culto de Kupala en nuestra ciudad. El rostro de lord Sirme adoptó una actitud sombría. Había jurado públicamente que destruiría su sire, mas ella jugaba un papel muy destacado en los planes que tenían reservados para Transilvania los Señores Orientales, por lo que destruirla se convertiría en una hazaña tan imposible como los trabajos de Hércules. Sin embargo, la implicación de los Tremere podría ser el principio del fin de la Princesa de Medias, por lo que lord Sirme aceptó a regañadientes lo que le proponía. Como medida de seguridad ante los acontecimientos que íbamos a desencadenar a partir de ese instante, decidimos comunicarnos a partir de entonces únicamente por cartas entregadas durante el día por nuestros criados de mayor confianza.
Tras nuestro acuerdo, lord Sirme me ofreció la hospitalidad de su hogar para descansar hasta la noche siguiente, pero rechacé su generosidad con la idea de volver cuanto antes a mi capilla, donde meditaría acerca de los detalles del plan. Sin embargo, el Ventrue eligió a uno de los ghouls que llevaba más tiempo a su servicio para que me diese escolta hasta llegar a la ciudad. Me había convertido en un aliado muy valioso para él y estaba claro que deseaba tomar todas las precauciones necesarias para garantizar mi seguridad.
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