A pesar del buen tiempo, el paseo de vuelta a la ciudad no fue tan agradable como antes, ya que mi mente se hallaba sacudida por los vaivenes de una tormenta de emociones encontradas. Por un lado, me complacía haber embarcado con éxito a lord Sirme en este asunto. Desgraciadamente, dependía por completo del Ventrue en esta tarea, aunque, para mi gran fortuna, él no era consciente de ello. Si hubiese mantenido su negativa, el plan se hubiese venido abajo, pues era el único de los Cainitas de la ciudad al que le podía encargar semejante labor; ni siquiera yo, el Príncipe de Alba Iulia, podía hacerme cargo personalmente de una cuestión tan delicada, ya que siempre existía la posibilidad de que mis superiores en la jerarquía Tremere me condenasen por crear chiquillos sin permiso y liberarlos sin control. Ni el Consejero Etrius ni mi propio sire Jervais dejarían pasar una oportunidad así para aplastarme de una vez por todas. Además, el hecho de que lord Sirme se prestase a ser la mano ejecutora de este plan tenía otra ventaja añadida. El Ventrue correría con todos los riesgos y, en el peor de los casos, recaerían directamente sobre él las llamas de los inquisidores.
Sin embargo, esos mismos cálculos se disolvían como los primeros deshielos de primavera cuando me enfrentaba a la realidad moral de mis actos. El hecho ineludible es que iba a destruir más vidas humanas, como sacrificios sangrientos en nuestra guerra contra los adoradores de Kupala. Mis acciones condenarían algunas almas, obligándolas a sufrir la maldición de Caín, les ocasionaría tormentos indecibles en las expertas manos de los interrogadores de la Inquisición y también se cobraría decenas de vidas de víctimas inocentes por el camino. ¿Acaso existía otra posibilidad de actuar contra los infernalistas, pero no era consciente de ella? Era difícil tomar decisiones como esa y no sentirte asqueado al contemplar tu propio reflejo. Esta guerra sin cuartel estaba destruyéndome por dentro, transformando mis creencias morales en un desierto yermo.
De pronto, los ladridos de mi perro ghoul me sacaron de mi ensoñación. En este tramo del camino, estábamos atravesando un pequeño bosque de abedules, cuyos esbeltos troncos parecían esqueletos pálidos alzándose en la oscuridad de la noche. El rottweiler tenía el cuerpo en tensión, temblando con cada ladrido de su poderosa mandíbula y mostrando amenazador sus dientes hacia los árboles. Los guardias que me acompañaban desenvainaron sus armas de inmediato, tensos pero listos para actuar. A pesar de que el cielo estaba despejado sobre nuestras cabezas y que la media luna brillaba plaetada en los cielos, no se podía atisbar nada más allá de unos pocos metros fuera del camino. Sin embargo, utilizando mis sentidos sobrenaturales pude ver a cinco figuras de aspecto lobuno avanzando hacia nuestra dirección con el lomo casi pegado al suelo para no ser vistas desde el camino. ¡En el nombre de Caín! ¡Qué no fuesen licántropos! Tuve que esforzarme por contener la oleada de terror que sentí al rememorar mi último enfrentamiento con aquellas bestias en las afueras de Praga. Inmediatamente, desenvainé mi daga personal, cuyo filo había cubierto con una fina capa de plata desde aquel encuentro, e invoqué el poder de la sangre para que diese mayor vigor a mi cuerpo no muerto. Los guardias se interpusieron entre el camino y yo, protegiéndome con sus armas, antorchas y sus mismos cuerpos. En ese momento, los lobos se abalanzaron sobre nosotros.
Uno de ellos dio un poderoso salto que le impulsó por encima de los ghouls que me acompañaban para tratar de caer con todo su peso sobre mí. No obstante, me aparté en el último momento, descargando un golpe fugaz con el filo del cuchillo, que abrió un profundo surco de un extremo del lomo al otro. Otro lobo se abrió paso entre los guaridas y me mordió en la pierna, aunque no me causó heridas de consideración. Afortunadamente, parecía que no nos enfrentábamos a Lupinos. A mi alrededor, los guardias lucharon con valentía, destacando claramente el ghoul de lord Sirme, que demostró ser un fiero guerrero. Mas los lobos, imbuidos con una rabia homicida, lograron despedazar a dos de mis guardias a dentelladas. Mi rottweiller desgarró el cuello de uno de ellos y siguió zarandeándolo de un lado a otro incluso cuando ya estaba muerto. Por mi parte, rematé al lobo que había herido en la primera acometida y los dos guardias que me quedaban y el ghoul de lord Sirme masacraron a dos más.
A nuestras espaldas, una nueva figura salió de la oscuridad del bosque, cargando directamente hacia nosotros. A pesar de que no la pude ver bien antes de tenerla encima, pude atisbar que lucía una armadura de cuero y tachones de metal y que estaba armada con un hacha de batalla. Con una velocidad sobrecogedora, lanzó contra mí su primer golpe, abriéndome el pecho y el vientre y dejándome gravemente herido en el suelo en cuestión de simples segundos. Intentando contener las oleadas de dolor, cubrí con mi mano izquierda el tajo del vientre para impedir que se me escaparan las vísceras. El segundo ataque del desconocido fue tan preciso y demoledor como el primero, mas esta vez decapitó a uno de mis guardias. Con un tercer golpe, le cortó al otro el brazo izquierdo casi a la altura del codo.
La situación era muy apurada. Mi perro se abalanzó sobre él y le hizo pequeñas heridas en una de sus rodillas. El misterioso Cainita que nos atacaba volvió a alzar su hacha para destruirme, mas la espada del ghoul de lord Sirme paró varias veces sus acometidas con una precisión mortal. El guardia herido que me quedaba quebró el cráneo del último lobo con un golpe afortunado de su maza de hierro. Nuestro atacante volvió a elevar su hacha, hundiéndola profundamente en la espalda de mi perro, que cayó fulminado al suelo entre gemidos de agonía y dolor.
Usé esos instantes para hacer que mi sangre restañase las heridas que me había causado con su primera acometida, pero el hacha de nuestro enemigo volvió a descender con otro golpe feroz, hundiéndose dolorosamente en mi hombro izquierdo y rompiendo todos los huesos y cartílagos que encontró a su paso. Apenas me quedaba sangre para proseguir la lucha y mis heridas me provocaban un suplicio inimaginable. Durante unos instantes, la Bestia rugió desde las profundidades más oscuras de mi alma. Alcé la vista y vi que el ghoul de lord Sirme estaba tan gravemente herido como yo. No quedaba tiempo. Permití que la Bestia rompiese sus cadenas, arrojando mi propio cuerpo contra el Cainita mientras aullaba con salvajismo desenfrenado.
Cuando recuperé el control de mis actos, estaba bebiendo la sangre que manaba de uno de los guardias que habían tratado de protegerme hasta su propia muerte. Continué bebiendo hasta saciarme por completo y luego miré a mi alrededor. Los restos del Cainita yacían en el suelo pudriéndose lentamente, mientras que su cabeza permanecía alejada de la masacre, a una docena de pasos de distancia, con el cuello desmembrado. En la oscuridad del bosque, una sombra llamó mi atención de inmediato. Era el ghoul de lord Sirme, que aguardaba a distancia segura a que volviese a recuperar por completo el control de mis actos. Cojeando dolorosamente, se acercó a mí en silencio. Le dí a beber mi sangre para que sanase sus heridas más graves y ambos deshicimos el camino de regreso a Alba Iulia tan rápido como pudimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario