Pasaron varios meses sin que ninguno de los Cainitas de la ciudad volviese a ver, hablar o tener cualquier tipo de noticia sobre el Malkavian Crish Competer. Todo parecía indicar que había huido al enterarse de algún modo que se había declarado una Caza de Sangre contra él. Por mi parte, usé mis influencias para borrar todo rastro de su anterior presencia en Alba Iulia, ordenando eliminar todas sus obras tanto en iglesias como en casas particulares. Gracias a ese simple desquite, se descubrió que bajo los frescos que representaban escenas piadosas de las Sagradas Escrituras se escondían capas ocultas de pintura donde se escenificaban actos depravados y enfermizos, nacidos de las peores pesadillas del alma humana. Cuando se supo, su nombre fue maldito por los vecinos de toda la ciudad. Si alguno de los Cainitas de la región había albergado hasta hora alguna duda de que Crish fuese un infernalista, aquellas pruebas bastaron para demostrar su culpabilidad.
El mes de abril de ese mismo año, lord Sirme puso en marcha todos los planes que habíamos ido trazando hasta ahora. En la aldea de Drâcmar, un pequeño pueblo en el margen oriental del río Mures, un hombre de piel pálida como la muerte y largos colmillos causó una pequeña matanza durante una cálida noche, dejando varios cuerpos desangrados en las mismas casas en las que vivían. El mismo incidente volvía a ocurrir cada pocas semanas. Los lugareños de los alrededores extendieron rápidamente toda clase de rumores. Hubo quien aseguraba que había oído lamentarse a aquel monstruo nocturno, que gritaba con todas sus fuerzas que era un alma en pena cuya vida le había sido arrebatada antes de tiempo por adoradores de demonios. El monstruo provocó matanzas semejantes en otras aldeas como Miçeti, Limba o Ciugud. Pronto cundió el pánico entre los humanos y los gobernantes de Alba Iulia se vieron obligados a solicitar el auxilio de Roma, que envió una pequeña delegación para investigar los sucesos y aconsejar qué debía hacerse.
Durante todo el verano, los legados romanos apoyados por la guardia de la ciudad investigaron las aldeas y pueblos vecinos a Alba Iulia, encontrando a su paso más muertes y pruebas de paganismo, idolatría, herejía, brujería y adoración al demonio entre muchos de sus habitantes. Hubo interrogatorios, torturas, juicios secretos y numerosos autos de fe que terminaron con la muerte de los acusados en las llamas de las hogueras. Cuando terminaron oficialmente sus pesquisas, habían ajusticiado a un tercio de los vecinos de las zonas rurales y de los barrios bajos de la ciudad. Semejante masacre en nombre de Cristo era sobrecogedora, incluso en una época de crueldad y miserias como la que vivíamos. Ni siquiera los Cainitas estuvimos a salvo de sus atenciones a pesar de toda nuestra discreción. Al menos en dos ocasiones, los delegados romanos investigaron la abadía del hermano William durante el día e interrogaron y condenaron por herejía a cuatro de sus monjes. Una vez incluso irrumpieron a mediodía en el edificio en que se ocultaba mi capilla, mas no hallaron otra cosa que una humilde familia de artesanos y su taller. Afortunadamente, tras ser testigo de los eficaces métodos de los inquisidores, había usado Dominación sobre los criados del taller para que no revelasen nada acerca de la capilla o sus habitantes en caso de que ocurriese algo parecido. Aun así, se llevaron de todas formas a la mujer del artesano, que terminó confesando que ella misma era una bruja con tal de librarse de los tormentos de la tortura. Murió como muchos otros en la plaza del mercado, cuyas piedras ennegrecidas ofrecían un testimonio suficientemente elocuente de la frecuencia de los actos que allí tenían lugar.
Cuando a finales de septiembre terminaron los juicios, todos los habitantes de la región rezaban dando gracias a Dios por haberles librado de los malvados herejes que se habían escondido entre ellos. Jamás en toda mi existencia fui testigo de tanta devoción pública de fe y devoción cristianas como la que pude ver en aquellas noches. El miedo, la histeria y la paranoia habían cambiado por completo a los vecinos de Alba Iulia. Asimismo, tampoco volvió a saberse nada del "fantasma de Drâcmar", como llamaron los mortales al infortunado chiquillo de lord Sirme.
En cualquier caso, la delegación romana se marchó por fin para gran alivio de todos nosotros, aunque un "amigo" bien situado en el palacio arzobispal informó al hermano William de que tres delegados se habían quedado, ya que habían sido destinados permanentemente en Alba Iulia para velar por el bienestar espiritual de sus habitantes. Aquello parecía indicar que la Inquisición había encontrado por su cuenta pruebas fehacientes de la existencia del culto del demonio Kupala. Al menos una parte de nuestro plan había dado los frutos que esperábamos.
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