Todos miramos a nuestro alrededor presas de un temor absoluto. De los bosques que rodeaban la aldea, surgieron seis figuras sombrías, envueltas en túnicas carmesíes y con sus rostros ocultos por las capuchas. Caminaron directamente hacia nosotros. Los caballos relincharon temerosos, desplomándose sobre el barro. Nuestros criados, llenos de terror, huyeron para salvar sus vidas. Las siniestras figuras nos rodearon. Desde las sombras, comenzó a materializarse una figura encapuchada. Lord Sirme y yo retrocedimos ante el origen de tanto poder, mientras que por el contrario, Dmitri permaneció inmóvil en su sitio, ya fuera porque el miedo lo había paralizado completamente o porque la locura le había conferido una inusitada temeridad. Sin poder ser dueño de mis actos, comencé a arrastrarme por el barro a la vez que sentía que mi cuerpo se fundía con el cieno, derritiéndose como la nieve frente al sol de la primavera. Ni siquiera pude evitar vomitar una gran cantidad de sangre, lo que me dejó más dolorido y débil de lo que ya estaba. En ese instante, abrumado como estaba por los efectos del poder mágico que nos aplastaba inmisericorde, no fui consciente de que lord Sirme también estaba sufriendo la misma agonía que yo, ni que Dmitri parecía completamente inmune a sus efectos, aunque permanecía tan inmóvil como lo había estado desde que empezó ese fenómeno aterrador.
La figura que se había materializado en las sombras se quitó la capucha. Aquel gesto, tan simple en apariencia, fue dolorosamente cegador para nosotros. Todo su ser irradiaba poder. De espesas cejas y ojos oscuros y penetrantes, parecía tener una palidez inhumana. No obstante, el rasgo más llamativo de su rostro era que carecía de una boca humana. Goratrix se arrodilló ante él temblando como un cordero ante el matadero y, entre dientes, murmuró sobrecogido una sola palabra: Tremere. Después de un momento que pareció prolongarse durante una eternidad, las otras figuras se acercaron y cogieron a Goratrix para llevárselo a la espesura del bosque, excepto una que permaneció al lado del mismísimo Tremere. El gran maestre de la Casa que llevaba su nombre nos dirigió una intensa mirada que hizo que los tres sintiésemos un violento dolor de cabeza, como si nuestros pensamientos hubiesen sido examinados, desechados y vueltos a poner en su lugar natural.
Cuando se me aclaró la vista de nuevo, el gran maestro Tremere había desaparecido, pero aún permanecía la figura encapuchada que se había colocado a su lado. Lentamente, recuperamos el control de nuestros actos, pues habíamos dejado de sentir la formidable presencia de Tremere en las cercanías. La figura esperó pacientemente a que nos incorporásemos y, cuando creyó que había llegado el momento adecuado, retiró pausadamente la capucha que cubría su cabeza. A pesar de la confusión que aún sentía, pude reconocer su larga melena rubia y sus ojos azules: era el Consejero Etrius el Pío. Fingiendo que no me reconocía a modo de insulto calculado, nos felicitó a los tres por haber traído a Goratrix a la justicia de Ceoris y nos informó que el clan Tremere había contraído una gran y única deuda con nosotros, que podríamos saldar en ese momento si así lo deseábamos. Miré a lord Sirme y a Dmitri. Los tres pensamos lo mismo y le respondimos al Consejero Etrius que saldaríamos dicha deuda más adelante en el futuro. Él estuvo de acuerdo y me entregó un anillo que debía devolver cuando deseásemos la restitución de nuestra deuda. Sin mediar más palabras, se volvió a poner su capucha y regresó a los bosques, donde lo perdimos de vista.
Una vez que Etrius hubo partido, los caballos se recuperaron y nuestros criados regresaron a la aldea sin recordar lo que había sucedido. En cualquier caso, poco importaba ya. Habíamos entregado a Goratrix, tal y como Vykos nos había pedido, y habíamos sobrevivido a las maquinaciones de unos y otros. Era el momento de regresar a Alba Iulia. Nuestros criados descansaron lo que restaba de noche y partimos hacia nuestra amada ciudad antes del amanecer. A la noche siguiente, mientras seguíamos avanzando en nuestro viaje de regreso, vimos que Crish nos estaba esperando en medio del camino. Su rostro permanecía serio y su mirada estaba cargada de frialdad. El muy bastardo sabía que no estábamos en condiciones de hacerle frente. Lord Sirme y Dmitri no podrían atacarle y yo todavía no me había recuperado de las graves heridas que me habían causado sus fuegos embrujados. Sin que ninguno de nosotros dijese palabra alguna, Crish se subió al carromato en el que iba Dmitri y nuestro grupo volvió a ponerse en marcha.
¿Por qué Crish había vuelto con nosotros? ¿Se había apoderado de él la locura que resquebrajaba las mentes de todos los Malkavian? ¿No recordaba lo que había hecho o estaba tan confiado en su poder que creía que no nos atreveríamos a ajusticiarlo? Las dudas me carcomían por dentro. ¿Qué debía hacer? No podía permitir que ese monstruo vagase libremente por mi amada ciudad. Así pues, pensé en primer lugar en Dominar a los criados para que atacasen al Malkavian al mediodía, en el momento en que todos los Cainitas estaban más indefensos. La tentación de hacer justamente eso señoreó en mi mente sin oposición durante unos largos momentos, provocando un gran placer en mi interior. Sin embargo, otra idea ensombreció mis pensamientos. ¿Y si Crish no era el único adorador de Kupala escondido en mi ciudad? Tal vez fuese la única persona que podría conducirme hasta sus compañeros infernalistas. Por tanto, tuve que contener mi enojo y trazar planes más amplios.
El tiempo empeoró más si cabe a lo largo de nuestro viaje de regreso y, en numerosas ocasiones, nos vimos obligados a bajarnos de nuestros carromatos para ayudar a los cuatro criados que habían sobrevivido hasta ahora a mover alguno de los carromatos que se había quedado atascado en el barro. A pesar de estos contratiempos, conduje a la caravana por los caminos más rápidos, y menos peligrosos, y alcanzamos los territorios vecinos de Alba Iulia en una semana y dos noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario