Goratrix era un hombre de estatura superior a la mayoría de los mortales y de peso normal, que aparentaba tener unos 35 años. Su pelo tenía una tonalidad castaño oscuro, mientras que sus ojos eran de color avellana. Su rostro agraciado estaba bien afeitado, aunque algo en las líneas de su cara transmitía que era de naturaleza cruel y egoísta. Tenía una nariz ancha y fuerte, y una boca generosa. Vestía unos ricos ropajes parecidos a los que ostentaban los mortales nobles del reino de Francia.
El Consejero nos observó escudriñador con una mirada cargada de odio y exigió ser alimentado. Le expliqué que podía hace uso de un par de nuestros criados. Con cautela, todos salimos del interior de la iglesia y Crish descendió la colina hasta llegar a la posada del Cisne de Oro. Lord Sirme, Dmitri y yo, por nuestra parte, no perdimos de vista a nuestro "prisionero", que aguardaba impaciente. Cuando Crish volvió con dos de los criados de nuestro grupo, Goratrix, impaciente, corrió directamente en su dirección y se arrojó contra uno, derribándolo al suelo. Sus colmillos apenas brillaron unos instantes a la luz de la luna antes de hundirse con violencia en el cuello del mortal. Lord Sirme sostuvo nervioso la mano sobre la empuñadura de su espada, mientras me seguía caminando hasta ponernos a la altura de Goratrix. Incluso Dmitri, que parecía más audaz que cualquier héroe de la Ilíada, se hallaba cauto en presencia del Cainita al que debíamos escoltar. Goratrix nos ignoró completamente, bebiendo toda la sangre de nuestro criado hasta matarlo. Parecía una bestia sedienta que no pudiese controlarse, como un animal repugnante. ¿Qué había sido del magus que había descubierto los secretos de la inmortalidad?, me pregunté en silencio con amargura y frustración. A continuación, se abalanzó sobre el otro criado. T tras vencer mis propias dudas, logré reunir el ánimo suficiente para aferrarlo por los brazos y apartarlo del humano antes de que también lo matase.
Goratrix estaba muy furioso conmigo y exigió saber por qué había hecho eso. Intentando mantener la compostura en su presencia, le contesté que necesitábamos criados vivos que nos transportasen durante el día. Si tenía más hambre, le expliqué pacientemente, podía aplacarla con los vecinos mortales de esa ciudad. Cosa que hizo sin vacilaciones, para mi asombro y repugnancia. Fuimos testigos cómplices de sus crímenes cuando entró en dos casas y se bebió toda la sangre de los hombres y mujeres que había dentro, sin hacer n distinciones de ningún tipo. Por fortuna, pude alejar a dos niños pequeños, salvándolos de la matanza, mientras él se alimentaba de sus padres.
Una vez que estuvo más calmado y sereno, me explicó con palabras amables que deseaba hablar a solas conmigo. Le concedí su deseo, pero también pedí a los Cainitas que componían mi séquito que no se alejasen mucho por si necesitábamos su ayuda. Cuando se sintió seguro para hablar, dijo exactamente lo que sabía que diría. No quería acudir a Ceoris y deseaba que lo dejase en libertad desde ese mismo momento. Callándome los verdaderos motivos por los que estaba allí y deseando saldar mi deuda con Vykos de una vez por todas, me expresé de la forma más contundente para que me entendiese con claridad. Le dejé bien claro que éramos cuatro Cainitas contra él y que estábamos decididos a escoltarlo en su viaje a Ceoris bien por su propia voluntad bien por la fuerza de las armas. Goratrix permaneció pensativo durante unos instantes, con el rostro contraído por la furia, hasta que al final se vio obligado a aceptar, al menos de momento, su delicada situación.
Cuando volvimos al Cisne de Oro, hablé en privado con cada uno de mis compañeros para advertirles de la necesidad de tener vigilado en todo momento a nuestro prisionero. No podíamos confiar en él ni podíamos permitirnos el lujo de distraernos. Estaba claro que aprovecharía la menor circunstancia para planear su fuga y, si se hallaba en su mano, darnos muerte a traición como castigo por habernos opuesto a sus deseos. Todos estuvimos de acuerdo en que debíamos extremar las precauciones. Dmitri incluso lamentó que el turco hubiese quitado la estaca que lo inmovilizaba. Desde luego, era cierto que eso nos hubiera ahorrado graves problemas. Sin embargo, Goratrix no hizo ademán de escapar y el resto de la noche transcurrió con una inquietante calma.
Partimos una hora antes del alba en dirección a las montañas. Por miedo a que los Tzimisce a los que Vykos había llamado sus hermanos tuviesen noticia de nuestro viaje, decidí que no tomaríamos ninguno de los caminos principales que nos conducirían con mayor rapidez a Ceoris. En lugar de eso, recorrimos pequeñas sendas que atravesaban las montañas dando largos rodeos, pero tuvimos la fortuna de no sufrir ninguna emboscada durante la travesía. El mal tiempo, por su parte, tampoco nos abandonó en ningún momento a pesar de mis mejores esfuerzos. La lluvia había borrado los caminos y cada noche debíamos detenernos para que nuestros criados pudiesen descansar. Asimismo, las posadas y las aldeas eran escasas y estaban muy alejadas unas de otras. A pesar de que no sufrí ningún problema gracias a los suministros de piedras imbuidas con sangre que traía conmigo, el resto de los Cainitas fue sufriendo un hambre atroz, lo que provocó que el número de nuestros criados y guardias menguara paulatina y peligrosamente. A dichas penalidades había que sumar, por supuesto, el irritante comportamiento del mismo Goratrix. Durante todo el viaje, no dejó de suplicarnos y tratar de engatusarnos para que desistiésemos de nuestro cometido y le liberásemos cuanto antes. No obstante, permanecimos firmes en nuestra resolución y permaneció bajo nuestra estricta vigilancia en todo momento.
Así pues, habían transcurrido tres largas semanas de viaje duro y agotador cuando llegamos a una pequeña aldea de no más de treinta vecinos repartidos en unas pocas casuchas de piedra con techumbre de ramas. El único edificio con buen aspecto era una posada humilde pero de aspecto acogedor en la que decidimos hospedarnos, ya que uno de los caballos se había derrumbado de puro cansancio hacía escasas horas y nuestros criados mortales estaban exhaustos más allá de todo lo imaginable. Al fin y al cabo, sólo nos hallábamos ya a un día de marcha de las atalayas que delimitaban el territorio dominado por Ceoris.
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