martes, 18 de febrero de 2014

BC 2: LA BIBLIOTECA DE NODIUS


Siguió los pasos de la figura blindada a través de una docena de pasillos y corredores de paredes metálicas. Su captor no había vuelto a hablar, limitándose únicamente a guiarle por el camino correcto. Eso le dio tiempo para replantearse su situación en silencio. ¿Estaban jugando con él a alguna clase de juego o de verdad podría recuperar sus recuerdos en la supuesta biblioteca de Nodius? Y fuera cuál fuese la respuesta a esa pregunta, ¿qué podría hacer a continuación para cambiar su suerte?

Al menos estaba seguro de que se hallaban en una nave espacial, aunque también le parecía que se estaban alejando del murmullo constante de las grandes máquinas que lo había acompañado desde el primer momento que podía recordar. Curiosamente, todo estaba demasiado tranquilo. No se cruzaron con ningún otro habitante de la nave. Ese detalle acrecentó por completo su paranoia y creyó ver amenazas detrás de cada esquina u ocultas al amparo de todas las sombras.

Pasados unos largos minutos, entraron dentro del compartimento de un elevador y subieron varias cubiertas, hasta llegar a su destino. Intentó controlar su respiración. No se dio cuenta, pero estaba apretando los puños con tanta fuerza que había perdido la sensibilidad en los dedos. Cuando las puertas se abrieron finalmente con pequeños quejidos metálicos, las luces parpadeantes del único lumen del elevador iluminaron un pequeño pasillo cubierto de sombras que terminaba en dos sólidas puertas metálicas situadas una junto a la otra en el extremo opuesto del corredor, a tan solo unos seis u ocho metros de distancia del elevador. Nodius salió al pasillo con paso decidido y abrió sin esfuerzo ambas puertas. Tuvo que obligarse a seguirlo.

Para su gran sorpresa, llegaron a una sala bien iluminada de aspecto inofensivo, aunque con infinitud de pequeños detalles extravagantes o abiertamente grotescos. Sin duda, podría calificarse aquel lugar de espacioso, como si antaño hubiese sido un pequeño almacén que hubiese sido remodelado posteriormente para nuevos fines. Las paredes de la biblioteca estaban ocupadas por estanterías metálicas prácticamente vacías, con algunos escasos objetos dispersos aquí y allá, entre los que se contaban algunos mapas, cartas geográficas, placas de datos, armas de manufactura no humana y cuerpos embalsamados dispuestos en improvisados pedestales. Aquel sitio parecía un museo de lo bizarro más que una auténtica biblioteca.

Varias figuras se volvieron hacia ellos cuando entraron en la sala, interrumpiendo sus silenciosos quehaceres de lectura o escritura. La mayoría estaban reunidos en torno a dos robustas mesas metálicas, lo suficientemente grandes como para que las usasen varios gigantes como Nodius o él mismo. Hasta cinco de ellas estaban ataviadas con túnicas descoloridas con amplias capuchas sombrías y mangas alargadas. El prisionero quedó conmocionado al descubrir que sus rostros estaban ocultos por crudas máscaras de hierro oscuro que parecían atornilladas directamente en sus cabezas.

La sexta figura era bien distinta, no obstante. Si bien iba vestida con otra túnica similar a la de sus compañeros, su cara estaba libre de cualquier máscara opresora. El prisionero contempló sus rasgos agraciados, su figura alargada pero bien nutrida y su mirada altiva, y tardó menos de un segundo en descubrir que despreciaba profundamente a ese hombre. No sabía explicar el motivo de su animadversión, pero se dejó llevar por su instinto y se mantuvo alejado de aquel hombrecillo, que le devolvió la mirada con cierto recelo nervioso.

-Dejadnos-, ordenó la voz de Nodius a través de los altavoces de su yelmo.

Los habitantes de la biblioteca obedecieron de inmediato sin ofrecer protesta alguna. El servilismo y el miedo estaban presentes en cada uno de sus movimientos, en todos excepto en aquel hombrecillo desagradable y altivo. No obstante, incluso él hizo lo que se le ordenaba y salió rápidamente de la sala. Sin perderlo de vista cuando se iba, el prisionero distinguió por primera vez unos misteriosos trazados bajo sus pies. Alguien había grabado con cierta pericia una enorme espiral en el suelo, a pocos metros de la entrada. Un rápido vistazo le bastó para entrever algunos signos dispersos aparentemente al azar en el brazo exterior del dibujo, aunque no supo interpretar su significado, por lo que ignoró rápidamente todo el asunto y volvió a concentrarse en Nodius cuando los siervos cerraron las puertas con gran esfuerzo.

Su anfitrión depositó con cuidado el bastón sobre una de las mesas y liberó los cierres de seguridad de su yelmo para quitárselo. El rostro que había debajo era ceniciento, de pómulos altos, cejas pobladas y un pelo corto de color oscuro que acentuaba la palidez de su piel. Sus ojos castaños parecían rebosantes de una inteligencia fría y glacial, aunque también estaban faltos de expresión o energía, como si hubiesen perdido su fuego mucho tiempo antes. Pero el rasgo más llamativo seguían siendo los cuernos que coronaban su cabeza, más visibles y antinaturales ahora que no llevaba el yelmo puesto.

-Bienvenido a mi biblioteca, hermano-, susurró su "anfitrión" extendiendo ambos brazos para abarcar toda la sala.

-Me esperaba otra... cosa-, le respondió él sin saber qué más podía decir. Por fortuna, su voz tenía más firmeza de la que sentía en aquellos momentos.

Volvió a mirar a su alrededor, intentando confirmar sus primeras impresiones. Uno de los cadáveres disecados llamó poderosamente su atención. Pertenecía a un alienígena de aspecto primitivo y brutal. Era una mole enorme que, aunque no le superaba en altura, sí igualaba en fuerza su propia complexión. Sus brazos estaban rematados en enormes manazas cuyos gruesos dedos parecían capaces de empuñar casi todo tipo de armas. Los músculos de su piel todavía mostraban un desagradable color verde y su cabeza calva, unida al resto del cuerpo por una compleja sutura de cables de acero, estaba dominada por una poderosa mandíbula repleta de colmillos. No tenía nariz, como los seres humanos, aunque sí un siniestro par de ojos rojizos. Un tosco taparrabos cubría completamente su gruesa cintura.

Aquella cosa no era el único cadáver alienígena presente en la biblioteca. Había dos más, disecados y expuestos igual que estatuas eternas. En la pared opuesta a la que ocupaba el piel verde, permanecía un ser que imitaba los nobles rasgos humanos, aunque era obviamente más alto y sus extremidades también eran más alargadas. El alienígena parecía haber sido exquisitamente hermoso, si bien esa belleza terrenal se veía arruinada por la mirada cruel de sus ojos muertos, que ni siquiera la muerte había sido capaz de arrebatar. Todavía llevaba puesto una armadura ligera de aspecto segmentado y color negro como la noche, aunque la misma mostraba de una enorme grieta que descendía desde su hombro izquierdo hasta la cintura. Semejante herida sólo podría haber causado un arma serrada de gran tamaño. El otro xenos, por el contrario, tenía un aspecto vagamente humanoide, de elevada estatura, cuerpo nervudo y piel de color pardo terroso. Parecía tener los ojos cerrados en su cabeza picuda, como si hubiese muerto apaciblemente mientras dormía completamente desnudo.

"Odia al hereje. Odia al xenos". Por primera vez, el prisionero tuvo un pequeño atisbo de su pasado. Unas pocas palabras que antaño fueron importantes para él parecían flotar en un limbo invisible dentro de su cabeza. Y no estaba seguro, pero creía que la voz que las pronunciaba era la suya. ¿Cómo podía ser posible algo así?

-¿Te encuentras bien?-, preguntó Nodius impasible, sacándolo de la vaga ensoñación que lo había adormecido despierto.

-He recordado unas palabras-, explicó él, repitiéndolas atropelladamente. -¿Qué significan?

-Forman parte de la Letanía del Odio-, le respondió Nodius asintiendo con aprobación con la cabeza. -Los Astartes la entonan durante sus ritos y meditaciones antes de entrar en combate.

-¿Los Astartes? ¿Quiénes son?

-Son hombres modificados genéticamente durante su pubertad y entrenados durante años para convertirlos en los mejores guerreros que ha visto nunca la Humanidad. Lambo, tú y yo somos Astartes, Quintus. Ya habrás advertido cuánto nos diferenciamos de los otros humanos que has visto hasta ahora en esta nave. No puedes negarlo. Eres más alto, fuerte y resistente que ellos. Tus sentidos son más agudos los suyos. Incluso te has recuperado de privaciones que habrían matado a un mero humano.

-Así que soy un soldado.

-No-, le cortó Nodius. -Eres mucho más que eso. Formas parte de una élite que cambió el destino de toda la galaxia. Eres un gigante nacido en una edad de oro que nunca volverá a ver nuestra especie. No lo olvides jamás.

Nodius siguió hablando durante mucho tiempo. Su voz tenía un tono monocorde y pasivo, casi ausente. Con la exactitud de un quirurgo, describió cada una de las intervenciones que se le habían practicado para convertirlo en lo que era: los implantes óseos, el corazón secundario, el tercer pulmón, las mejoras sensoriales como el Ocuglobo o el Oído Lyman y casi una docena de alteraciones más. Parecía un delirio propio de un loco, pero el prisionero intuyó que se le estaba diciendo la verdad. No obstante, por ahora estaba más preocupado por otro tipo de respuestas, así que decidió interrumpir a su "anfitrión" para obtenerlas.

-Entiendo lo que dices, pero quiero saber más cosas acerca de quién era. Dijiste que podías ayudarme a recuperar mis recuerdos.

-Así es, hermano. Sospecho que te han hecho algo terrible, algo que ha dejado en blanco tu mente. Todavía no te has percatado, pero tienes unas gruesas cicatrices en tu cabeza, como si te hubiesen abierto el cráneo y jugado con tu cerebro. He visto esas marcas el pasado y sé de dónde proceden... Tal vez no pueda ayudarte a recuperar tus recuerdos, pero puedo intentarlo.

-¿Cómo?-, quiso saber él. Estaba confundido. Si querían abrirle la cabeza, ¿por qué no lo habían hecho cuando estaba encadenado en su celda? ¿Por qué toda esa pantomima?

-Usando mis poderes psíquicos para explorar tu mente.

-¿Qué?

-Soy un gran psíquico, hermano. Puedo hacer cosas inimaginables con el puro poder de mi voluntad y, desde luego, puedo ayudarte a resolver este misterio y devolverte tus recuerdos perdidos. Déjame ayudarte, Quintus.

El prisionero se revolvió incómodo, al igual que lo haría una bestia enjaulada. No confiaba en Nodius, ni en las intenciones que pudiese albergar para ayudarlo. Es más, la misma idea de permitir que otra persona entrase en su mente le parecía tan aberrante que estuvo a punto de provocarle una arcada. Ambos permanecieron en silencio unos largos segundos.

-No-, respondió al fin entre dientes.

-¿No?-, respondió su anfitrión sin cambiar el tono de su voz. -¿Rechazas mi ayuda?

-Eso es. No dejaré que ni tú ni nadie juegue nunca más con mi mente.

-Tu ignorancia es extremadamente arrogante, hermano. Sin mi ayuda, nunca podrás recuperar tus recuerdos.

-Entonces que así sea-, se reafirmó él.

-No necesito tu permiso-, le amenazó Nodius.

-¡Y yo te juro que te mataré si lo intentas!

Con un rápido movimiento, estiró el brazo para coger el bastón metálico posado sobre la mesa, pero la mano blindada de Nodius la atrapó al vuelo. La mesa volcó hacia un lado. Eso no lo detuvo. Alzó el otro brazo y le dio un fuerte puñetazo con la izquierda. El golpe alcanzó de lleno la cara de Nodius, sorprendiéndolo por primera vez. No obstante, su "anfitrión" apartó a un lado toda incredulidad y le agarró el puño con su mano libre. El prisionero trató de liberarse, forcejeando cuanto pudo, pero la armadura energética de Nodius le estaba dando una ventaja insuperable en esos angustiosos momentos. Las miradas de ambos chocaron a escasos centímetros una de otra, un reflejo más de aquella lucha desigual. Se tambalearon de un lado a otro, como si estuviesen borrachos, tirando las mesas y sillas que encontraron a su paso. Finalmente, su captor lo empujó hacia atrás, arrojándolo al suelo como si fuese un muñeco de trapo.

-¡Basta Quintus!-, ladró Nodius. El guantelete de su mano se abrió y una llama pareció surgir en ella de la nada. El fuego bailaba en su mano con voluntad propia, ansioso por ser liberado. -No me obligues a destruirte...

-¿Te arriesgarás a quemar también tu valiosa biblioteca?-, gruñó él desafiante mientras se ponía de nuevo en pie.

-Puedo volver a escribir de nuevo cada uno de estos libros, palabra por palabra.

A pesar de lo dicho, Nodius cerró el puño y las voraces llamas desaparecieron de inmediato. Luego retrocedió un par de pasos, ofreciéndole más espacio. El prisionero intentó serenarse. Ahora era él quien estaba sorprendido. Sin fiarse del todo, cogió una de las sillas para blandirla como si fuese un arma improvisada. Su "anfitrión" lo ignoró por completo este hecho, ya que le dio la espalda y caminó ruidosamente hasta una de las estanterías, donde recogió un pesado tomo.

-Dado que rechazas mi ayuda, esto es lo único que puedo hacer por ti-, dijo en voz baja mientras se acercaba despacio ofreciéndole el libro con una mano.

El prisionero lo miró receloso. "¿A qué estás jugando, Nodius?", quería gritarle. Frustrado arrojó la silla a un lado y cogió con un gesto seco pero cauteloso el libro que le ofrecía. Sus oxidadas tapas metálicas no mostraban título alguno. Abrió una página al azar. Las hojas, que no eran de papel sino de un pergamino suave al tacto, mostraban una caligrafía gótica muy cuidada y escrita con una extraña tinta roja.

-Es piel humana-, respondió Nodius sin necesidad de que formulase la pregunta.

-¿Por qué harías algo así?

-En esta nave no encontrarás papel, hermano, ni autoplumas, y tenemos que...-, se interrumpió a mitad de la explicación, dándose cuenta del gesto horrorizado que debía estar ofreciendo involuntariamente. -En él encontrarás algunas respuestas.-, añadió secamente mientras se limpiaba con gesto pensativo las manchas de sangre de su nariz. -Ahora márchate.

-¿No intentarás devolverme a la celda?-, preguntó él suspicaz.

-No. Eres libre para esconderte donde desees. Por mi parte, sé que no volveremos a vernos en mucho tiempo y tal vez sea mejor así.

El prisionero asintió despacio con la cabeza y fue retrocediendo aun más despacio, sin dar la espalda a Nodius en ningún momento. Sospechaba que la aparente calma de su anfitrión podría albergar una profunda locura más terrorífica en sí misma que cualquier otra cosa que hubiese visto hasta ese momento. Nodius no se movió, simplemente observó impasible cómo se alejaba. Cuando notó las puertas a su espalda, se volvió para abrirlas.

-Ahora el libro es tuyo. Serás el responsable de continuar su historia.

Sintió un escalofrió recorriéndole la espalda cuando escuchó esas palabras. Quería abandonar aquella sala cuanto antes, pero una última pregunta salió de sus labios antes de que pudiese contenerla. -¿Cómo se titula?

-Las Voces de los Muertos-, respondió Nodius tras una pequeña pausa.

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