miércoles, 3 de septiembre de 2014

BC 27: LA PRIMERA VISIÓN


-Soy el capitán Irghias. Permítame darle la bienvenida al puente de mando de la Maldición del Cuervo.

El hombre era alto y tenía una constitución esbelta. Su rebelde melena pelirroja caía descuidadamente sobre sus hombros, con una languidez casi sobrenatural. Al igual que la mayoría de los ciudadanos de Q'Sal, tenía un rostro graciado y juvenil, hermoso según que gustos, aunque lucía un bigote recortado y una alargada perilla anudada con dos abalorios dorados. Iba vestido con lujosos ropajes de seda y otros tejidos igual de exóticos y llamativos, cuyos colores predominantes eran el azul medianoche y el rosa aguado, pero su aspecto ostentoso quedaba desmentido por la extraña espada curva que colgaba envainada de su recio cinturón de piel curtida.

-Gracias, capitán-, respondió Zenón sinceramente agradecido. -Me alegro de que haya aceptado mi humilde petición.

El renegado imperial observó inquisitivo el puente de mando de la nave dorada en la que viajaban. Tal y como había esperado, era muy diferente de otros navíos en los que había estado. La manufactura era humana, sin duda, pero las líneas curvas se imponían a las elegantes líneas rectas omnipresentes en todas las naves espaciales del Imperio, ya fueran civiles o pertenecientes a la Armada. Por otra parte parte, el puente estaba bañado en una claridad dorada debido a la misteriosa aleación con la que los q'salianos construían sus famosas naves doradas y todos sus artefactos importantes... una aleación fabricada por medio de brujería demoníaca y almas humanas.

-Ha sido una petición inusual, desde luego, pero no veo razón para no satisfacer su curiosidad.

Ambos hombres se alejaron de la puerta blindada que separaba el puente de mando del resto de la nave y avanzaron con un paso tranquilo por la amplia sala. El sonido de sus pisadas se fundió rápidamente con el zumbido de decenas de cogitadores funcionando a pleno rendimiento. Zenón hizo un esfuerzo por contener un gesto de alarma cuando se percató de que Irghias y él eran los únicos seres humanos presentes en el puente de mando. Había puestos de control y consolas, cierto, pero no estaban atendidos por ningún miembro de la tripulación. Su anfitrión, completamente ignorante de su desconcierto, avanzó hacia el centro de la sala, donde había un asiento metálico, con un amplio respaldo y unos apoyabrazos con extrañas runas inscritas en su superficie.

-Como habrá adivinado-, empezó a decir el capitán Irghias, -este es el trono de mando. A estribor, está las secciones de comunicaciones y augures, mientras que a babor están las secciones de mantenimiento y timón.

Zenón miró en las direcciones que le indicaban y reconoció algunos instrumentos juntos a máquinas que no había visto en todos sus años de servicio en la Armada Imperial. Todas esos artefactos, a falta de una palabra mejor para denominarlos, mostraban signos esotéricos y horribles rostros inhumanos forjados directamente sobre su superficie, de un aspecto tan realista que daba la impresión de que el metal y la carne se habían fundido en una amalgama que podría liberarse del aparato en cualquier momento.

-La tripulación del puente son demonios.

-En efecto. Están aprisionados directamente en los espíritus máquina de la Maldición del Cuervo, lo que agiliza enormemente el gobierno de la nave.

-Soy consciente de los beneficios, capitán, ¿pero no son más eficaces los tripulantes humanos?

-Depende de la tarea que deba realizarse-, respondió Irghias con una sonrisa enigmática.

-En cualquier caso, ambos estaremos de acuerdo en que las personas son más fáciles de influenciar que los demonios-, insistió Zenón pensativo. -¿Cómo consigue mantener a esas criaturas a raya, capitán?

-Con brujería y sacrificios, naturalmente. No es ningún secreto. Nuestras naves doradas llegan a destinos que pocos podrían soñar en el Vórtice de los Gritos y siempre regresan a Q'Sal para descargar sus atestadas bodegas.

-Ahora comprendo mejor la merecida reputación de vuestro mundo, capitán Irghias. Estoy verdaderamente impresionado. No quisiera importunaros en exceso y tal vez mi curiosidad exceda los límites habituales de la cortesía, pero quisiera ver a vuestro navegante.

-¡Otra extraña petición, sin duda!-, exclamó su anfitrión divertido. -Pero se la concederé con mucho gusto. Hoy me siento de buen humor. Zenón, por favor, mire a babor... Le presento a Trelorgasuxmak.

Dos pequeños fuegos verdes ardieron en las cuencas antes inertes de una de los terribles rostros que salpicaban las consolas de babor inmediatamente después de que el demonio aprisionado en su interior escuchase pronunciar su nombre al capitán de la nave dorada. El metal crujió levemente cuando aquel rostro demoníaco adoptó una mueca retorcida, enseñando unos afilados colmillos que parecían cualquier cosa excepto inofensivos. Zenón fue consciente de la absoluta maldad del demonio y agradeció en silencio que la criatura no se dignase a dirigirle ni una palabra.

-Gracias, capitán. La visita ha sido muy instructiva.

Sin dejar de sonreír, Irghias lo acompañó de nuevo a la entrada del puente y se despidió deseándole un buen viaje tanto a él como a los otros miembros de la Hermandad Apátrida, dando a entender con esas palabras que sabía sobradamente quiénes eran y lo que habían hecho en el pasado. Zenón tomó nota de ello y siguió al marinero q'saliano que estaba esperándole para llevarlo a la bodega donde se habían alojado sus compañeros. En silencio, repasó todo lo que había aprendido durante su visita. "Un hombre muy astuto", reconoció el renegado imperial en silencio. "Me ha mostrado el puente para que seamos conscientes de que, en caso de hacernos con el control de la nave por la fuerza de las armas, nunca podríamos pilotarla."

-.-

"Afortunadamente, no ocurrió ninguna incidencia que pusiese en peligro nuestro viaje. Desde el mismo momento en que la Maldición del Cuervo entró en la Disformidad, pude sentir los gritos torturados de ese coro de almas condenadas que aúllan eternamente su desesperación en el Vórtice de los Gritos. No obstante, mi mente estaba preparada para soportar la embestida psíquica y me mantuve firme ante aquel aluvión caótico de lamentos y chillidos que podrían hacer enloquecer a un hombre menor.
Durante el tiempo que duró nuestro viaje, Lambo y Mordekay continuaron realizando entrenamientos y simulaciones de combate, mientras Karakos se mantenía ocupado estudiando el Libro de Lorgar. Los humanos, por su parte, hicieron toda clase de tareas menores: Zenón y Orick realizaron pequeños trabajos de mantenimiento, Setus permaneció aislado mirando los entrenamientos Astartes con una fascinación estúpida mientras se hurgaba constantemente en la nariz con sus dedos retorcidos, Z'aaal pasaba largo periodos meditando en silencio y Lede permanecía siempre a su lado sin perdernos de vista.
Tan tediosas resultaron ser aquellas horas de viaje que me vi obligado a pedir de nuevo el Torestus a Karakos para mantener mi mente ocupada en algo verdaderamente útil. El antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados no mostró demasiado entusiasmo por mi petición, pero aceptó cederme de mala gana la custodia del libro que le habíamos robado al Oráculo Mentiroso.
Nuevamente, volví a enfrentarme a aquel enigma concentrándome completamente en la tarea. Hice numerosas notas para poder seguir la narración entre los saltos de versos y páginas, reconstruyendo pacientemente una historia en la que un héroe llamado Tor llega a un territorio peligroso, donde los lugareños son acosados por los cadáveres fallecidos en una antigua batalla. En el relato, Tor se ofrece a ayudarles si le reconocen como rey de Daris y los lugareños aceptan sin sorpresas... pero luego Tor descubre que los muertos estaban siendo reanimados por los brujos de una tribu enemiga. A medida que las horas pasaron, volví a encontrarme ante callejones sin salida y preguntas para las que no tenía respuesta: ¿Por qué el Oráculo Mentiroso había consultado nuestro futuro en este maldito libro? ¿Quién era Tor? ¿Dónde estaba Daris?
Tan concentrado estaba en intentar desvelar los enigmas del Torestus que no me percaté de que mis ojos habían dejado de leer sus letras apretadas y confusas para observar un lugar que desde luego no era la bodega donde nos encontrábamos:
Así vi un planeta envuelto a partes iguales en oscuras sombras y luces ardientes. En una llanura uniforme y sin elementos orográficos dignos de mención descubrí a un hombre caminando lentamente hacia el distante amanecer, llevando entre sus manos un hacha enorme que refulgía con siniestro brillo carmesí.
Y luego, tan repentinamente como había aparecido, el trance se disipó para devolverme cruelmente a las entrañas de la Maldición del Cuervo. Había experimentado la primera de las visiones que me concedería el Torestus."

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