Ambos saltamos sin dificultades la tapia que separaba la calle del jardín del convento de Santa Ana, donde Josef nos esperaba oculto en las sombras. Sus ropajes estaban ennegrecidos y despedían un intenso hedor a carne quemada. Sin duda los vecinos poseídos por el gólem habían percibido que de nosotros tres, el Nosferatu era el más peligroso y, en consecuencia, habían ejercido todo su vasto poder para detenerlo por todos los medios a su alcance. No obstante, Josef había sobrevivido al ataque aunque no pudiese alcanzar la casa del rabino. Caminó hacia nosotros con una fuerte y dolorosa cojera en su pierna izquierda, un recordatorio más de la terrible experiencia por la que acaba de pasar.
Ecaterina nos contó que había vagado sin rumbo, percibiendo cómo las callejas cambiaban su recorrido ante sus ojos como si estuviese atrapada en una horrible pesadilla. Tardó cierto tiempo en darse cuenta de la naturaleza ilusoria de las calles y para entonces ya se había perdido sin remedio. Frustrada, trató de deshacer sus propios pasos, pero eso sólo la alejó aún más de nuestra meta común. Y de pronto, misteriosamente, las calles volvieron a recuperar su solidez mundana, por lo que pudo volver atrás a la carrera, momento en que yo la había encontrado.
Por mi parte, les expliqué a ambos que esta vez había resuelto el origen del problema sin que hubiera sido necesario matar al hijo del rabino. Pese a su evidente dolor, Josef me miró aliviado. Estaba tan agradecido por mis esfuerzos que abandonó de inmediato sus deseos de venganza, jurándome que no atentaría contra la no vida de Ardan y que simplemente se limitaría a expulsarlo de la ciudad en cuanto pudiese. Asentí solemnemente ante ese juramento, pero aún no estaba satisfecho del todo, recordándole al Nosferatu que me había prometido que me desvelaría todos los detalles de la desaparición de Tobías y Conrad a cambio de mi ayuda para deshacer el poder del gólem.
Josef cumplió su palabra de buena gana. Empezó a explicarme que Ardan había enviado a aquellos Tremere contra él, ya que si lo eliminaban, podrían cometer libremente sus maldades sobre el Barrio Judío. Conrad fue el primero en intentar prepararle una emboscada usando como cebo a una mortal judía para conseguir que el Nosferatu saliese a la luz. Sin embargo, su plan no salió como esperaba y Josef se enfrentó a él cara a cara, dejándolo inerte en el sopor que los descendientes de Caín llaman el Letargo. El Nosferatu pensó en dejarlo yaciendo en el suelo de modo que Yahvé juzgase si debía salvarse o no, pero entonces apareció Lybusa en el callejón. Josef tomó la precaución de envolverse en sombras, aunque la ghoul de los Tzimisce no siguió su rastro, sino que caminó directamente hacia el cuerpo del Tremere. Tras olisquearlo brevemente, alzó su cuerpo con sus garras y salió fuera del callejón para extender sus alas y volar por encima de los tejados. En ese punto, Josef hizo una pausa y miró cauteloso las sombras del jardín, temiendo que la ghoul surgiese de algún escondrijo oculto en el que no hubiéramos reparado. Luego, con voz trémula, nos aseguró que, intrigado, la había seguido corriendo por las calles de la ciudad. La ghoul se alejó de la ciudad y voló directa hacia la colina rocosa sobre la que se alza el vecino castillo de Visehrad, origen de cientos de historias de luces extrañas, gemidos y desapariciones. El Nosferatu, cuyas reservas superaban ampliamente su curiosidad, no se atrevió a entrar en el edificio y volvió a la seguridad de la ciudad.
Unas noches después, vio a otro Cainita acechando en las calles del Barrio Judío, pero antes de que pudiera enfrentarse al intruso, Lybusa cayó en picado desde el cielo, estrellándose contra él. La lucha fue breve y Tobías cayó inmóvil al suelo por la gravedad de sus heridas. La ghoul Tzimisce cogió su cuerpo y volvió a surcar los cielos en dirección al castillo de Visehrad. Josef nos contó con un orgullo evidente que esa vez la había seguido hasta el interior del castillo, evitando con facilidad a los monstruos esclavizados a la voluntad de los Tzimisce. En las criptas de la fortaleza, contempló invisible en las sombras cómo Lybysa y los Premsyl hacían numerosos cortes en el cuerpo de Tobías hasta desangrarlo del todo, volcando el preciado líquido a través de un pequeño agujero en la tapa de un enorme sarcófago de mármol negro que parecía poseer un aura de indescriptible maldad.
El Nosferatu no pudo evitar sentir un escalofrío al revivir aquellos momentos y no sintió ninguna vergüenza al reconocer que había huido de aquel lugar tan rápido como había podido. Su historia logró sobrecogerme. Le pregunté entonces si conocía el nombre del ser que descansaba en aquel sarcófago, pero Josef me confesó que me lo hubiera dicho si lo supiese. También le pregunté si Garinol conocía también aquel secreto. El Nosferatu me aseguró que creía que no.
Por mi parte, no sabía qué pensar. No dudaba de la veracidad de la historia y, por tanto, sospechaba que Praga era demasiado peligrosa para los miembros de la Casa Tremere. Era posible que Ardan estuviese al tanto de aquellos peligros, pero tal vez no hubiese informado a nuestros superiores por miedo a que le ordenasen cerrar su capilla hasta hallar una solución satisfactoria. Sin duda, el deber me obligaba a informar de aquellas graves noticias fuesen cuales fuesen las consecuencias para Ardan, pensé satisfecho.
Josef continuó hablando ajeno a mis pensamientos. Dijo que le gustaría yo fuese el líder de los Tremere de Praga, porque había demostrado que mi alma era honesta y buena. Con mi ayuda, continuó diciendo, podrían derrocar al Príncipe de la ciudad, que era una vulgar marioneta de los Tzimisce. Esas ya eran palabras mayores. No obstante, ya había descuidado durante demasiado tiempo mis propias obligaciones para con la Casa Tremere, así que les expliqué a ambos, que pese a que me encantaría ayudarles en su rebelión contra el Príncipe de Praga, yo debía obedecer las órdenes de mis superiores, volviendo a ponerme en camino hacia Buda-Pest.
Ecaterina soltó un breve bufido de disgusto, mas no respondió ninguna palabra. Josef parecía igualmente consternado, aunque me confesó que debía pedirme un último favor: sacar al hijo del difunto rabino Mordecai ben Judá y llevarlo conmigo a Constantinopla, donde estaría a salvo de las atenciones tanto de Ardan como de los Tzimisce. Su propuesta era razonable, mas no puede aceptarla en aquellos términos. Debía dirigirme cuanto antes a Buda-Pest para informar a la consejera Therimna y, desde allí, llevar a los mercenarios mortales a la capilla central de Ceoris. No obstante, le propuse a Josef que protegería y acompañaría al mortal hasta Buda-Pest y, que desde allí, me encargaría de proporcionarle una forma segura de viaje hasta Constantinopla; además, añadí, el favor que me debiese debía compensárselo a Ecaterina, de la forma que ella considerase adecuada, en compensación por el favor que yo le debía a ella desde el momento en que bebí su dulce sangre. Mis últimas palabras los sorprendieron a ambos, pero Josef acabo aceptando mi propuesta. Finalmente, les expuse a los dos un plan que fui elaborando sobre la marcha para sacar al hijo del difunto rabino de Praga sin llamar la atención de los vecinos ni de la guardia de la ciudad.
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