Pasamos siete días y siete noches más recorriendo los caminos que unen Praga con Buda-Pest. Afortunadamente, el viaje fue tranquilo y no hubo ningún incidente que tuviésemos que sortear. Derlush no tenía madera para convertirse en un buen instructor, pero puso todo su empeño en hacer que Sana comprendiese algunas palabras y expresiones comunes de la lengua búlgara. La niña se aplicó con docilidad a las tareas que le encomendamos, aunque siempre rehuía mi presencia cuando podía, prefiriendo en su lugar la compañía de las pocas mujeres que acompañaban a nuestro grupo. Por su parte, Lushkar seguía tendido en su jergón sin moverse apenas, por la gravedad de sus heridas. Todas las noches le aplicaba emplastos medicinales y le daba a beber una infusión con algunas plantas para ayudarle a soportar la terrible agonía que sufría, pero era consciente de que solo mi sangre maldita podía lograr que su maltratado cuerpo sanase las heridas que le hicieron los licántropos. Sin embargo, debía racionar mi sangre para hacer frente a cualquier imprevisto que surgiese en nuestro viaje. La otra alternativa consistía en que me alimentase de uno de los integrantes de nuestro grupo y lo desangrase hasta la muerte, pero, aunque fuese discreto, eso levantaría más sospechas y rumores. No, Lushkar debía ser fuerte y aguantar hasta que llegásemos a Buda-Pest. Yo, por mi parte, sólo podía observar su calamitoso estado y apiadarme sinceramente de su sufrimiento.
Mis nuevos criados me informaron que las gentes que viajaban con nosotros se preguntaban por qué únicamente salía de nuestro carromato durante la noche y por qué todos los que entraban a verme, como las prostitutas o el médico, regresaban cansados y extenuados. Parecía que Erik aún mantenía la disciplina y el orden, pero me preguntaba cuánto tiempo tardaría en dar validez a aquellos rumores. Poco podía hacerse para atajar el problema, así que procuré salir del carromato el menor tiempo posible. Hans y Karl se turnaban para vigilar a nuestro prisionero, el hijo del difunto rabino Mordecai, cuyo apresamiento era fuente de más rumores y chismes entre los mortales de nuestro grupo.
Por fin llegó el momento en que al despertarme, Derlush me comunicó que habíamos llegado al mediodía a nuestro destino, Buda-Pest. La mayoría de las gentes de nuestro grupo se habían ido a buscar alivio para las penas del viaje con el vino y las mujeres de las tabernas y los prostíbulos de la ciudad. Derlush había ordenado en mi nombre a Hans, Friedich y Karl que siguiesen a Erik y le protegiesen de cualquier incidente. Felicité a Derlush por su precaución y le dije que esperase fuera con Sana.
Una vez que estuve a solas dentro del carromato, salvo por Lushkar que dormía su pesado sueño, me arrodillé en el suelo y realicé el Rito de la Presentación invocando el nombre de la Consejera Therimna. Sentí su fría presencia de inmediato, enviándome visiones de las calles de Pest, de las oscuras aguas del río Danubio, de las callejas de otra parte de la ciudad, posiblemente Obuda, y de la fachada de un edificio ruinoso heredado de la época en que las legiones romanas habían sometido esas tierras en el pasado. Estas imágenes oníricas estaban cargadas de una fuerte sensación de urgencia. Cuando finalizaron los efectos del ritual, salí al exterior y pude comprobar que el carromato se hallaba en un gran almacén, junto con los otros de nuestro grupo. Ordené a Derlush que esperase allí y partí de inmediato siguiendo el mismo camino que ofrecido por las imágenes de la Consejera Therimna. Aunque seguí sus órdenes sin vacilar, no pude evitar sentir cómo crecían mis dudas. De las innumerables cosas que ignoraba acerca de ella, la más importante era el bando político al que apoyaba dentro de las disputas internas de la Casa Tremere.
El edificio en ruinas resultó ser unos baños romanos. Un anciano salió a mi paso con un farol y me guió a través de los pasadizos hasta llevarme con su ama. La Consejera Therimna aparentaba ser una mujer en la vaga frontera entre la juventud y la edad adulta, con un rostro vulgar, marcado por pequeñas cicatrices, y un pelo corto y oscuro, recorrido por múltiples parches descoloridos. Vestía una monótona túnica gris y llevaba puestos unos guantes de piel para cubrir sus manos. Me incliné respetuosamente ante ella. La Consejera no ocultó su enfado, sino que exigió saber el motivo de mi inexcusable retraso. Me disculpé por esa falta, pero le expliqué había sido atacado en Praga por nuestros enemigos, aunque había salido bien librado de la trampa e incluso había podido averiguar el destino sufrido por dos de nuestros hermanos desaparecidos. Mi breve relato despertó su curiosidad. Le confié que Lybusa había secuestrado a Conrad y Tobías y que los había llevado a las entrañas del castillo Visehrad para desangrarlos sobre un gran sarcófago de piedra negra. Aunque la noticia la sorprendió y la alarmó a partes iguales, afortunadamente apaciguó su cólera por mi tardanza para acudir a Buda-Pest.
También le hablé a la Consejera de mi inesperado encuentro con el Cainita que se hacía llamar Dominico de Cartago y de su oferta diplomática para nuestra Casa. No obstante, pese a que escuchó con atención mis palabras, manifestó su firme rechazo, argumentando que por ahora Bulscu era un aliado mucho más útil. Su rostro volvió a mostrar la dura mirada que me ofreció cuando me presenté ante ella. Evidentemente mis palabras la habían molestado. Tal vez se hubiese implicado personalmente en alianzas con Bulscu. Quizás hubiese apostado demasiado por la alianza con el Ventrue frente a la opinión de otros líderes de la Casa Tremere, hipotecando su influencia al éxito de la alianza con Bulscu. En cualquier caso, fuera cual fuese el motivo, no era saludable ganarme la enemistad de un miembro del Consejo de los Siete, así que traté de apaciguarla diciendo que únicamente era el mensajero de aquella oferta y que en absoluto tenía ningún interés personal en dicha alianza. No obstante, también añadí que ya había informado a mi sire Jervais de la oferta de Dominico. Aquello era un pequeño embuste, pero me ofrecía cierta protección en caso de que la Consejera me buscase un abrupto final.
Su mirada se suavizó poco a poco y volvió a hablarme para contarme que debía ausentarse durante cinco noches, tiempo durante el cual me convertiría en el representante de los intereses de la Casa Tremere en Buda-Pest. También me informó de que nuestra presencia en la ciudad no estaba autorizada oficialmente, pero que el Príncipe nos permitía quedarnos en secreto dentro de sus murallas. Por tanto, debía fingir ser otra persona y pertenecer a otro clan cuando tratase con el resto de los Cainitas de la ciudad. Era de vital importancia que mi fachada no se quebrase, porque debilitaría todas nuestras alianzas y pactos vigentes en Buda-Pest y en las regiones vecinas. Me mostré de acuerdo con la sabiduría de sus palabras y juré que seguiría fielmente sus instrucciones.
Satisfecha, me respondió que me acompañaría a presentarme ante el Príncipe, para que me diese su aprobación esa misma noche. La seguí obediente y salimos de la casa de baños, caminando en silencio por las oscuras calles de Obuda.
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