Mientras yo esperaba oculto bajo las sombras proyectadas por el convento, Josef y Ecaterina se marcharon cada uno por su lado. El tiempo pasó lentamente hasta que el Nosferatu regresó con un humano inconsciente entre sus brazos. El pelo del mortal ocultaba parte de su rostro, que también mostraba una profusa barba oscura, y vestía con ropas de buenos, y caros, tejidos. Josef lo depositó con delicadeza en el suelo cuando me acerqué a ellos.
-"Se llama Adoniah", me confió el Nosferatu. "Es un reputado médico cuyos servicios son muy solicitados tanto por mi pueblo como por algunos gentiles importantes de Praga."
Bien, pensé para mis adentros. La buena reputación del humano lo convertiría en un peón muy apropiado para mi plan. Me arrodillé junto al mortal y, sin excesiva brusquedad, lo zarandeé un poco para que recuperase el conocimiento. El hombre abrió los ojos con miedo, momento en que usé las artes de la Dominación con él. Su voluntad era débil y aceptó mis órdenes sin resistirse. Debía buscar al hijo del difunto rabino Mordecai ben Judá y llevarlo al mediodía a las afueras de la ciudad con algún pretexto creíble de su invención. Luego, le obligué a volver a dormirse. Faltaba poca noche para buscar un refugio, por lo que Josef y yo nos despedimos con mucha brevedad.
Usando el río Vltava como había hecho innumerables veces desde las últimas noches, salí de incógnito de Praga sin que nadie se percatase de mi presencia. Una vez en la periferia de la ciudad, fui directo al lupanar donde me esperaban mi criado Derlush y el infante Vasily. Teníamos poco tiempo para hablar, pero sí el suficiente para que le diese sus nuevos encargos. Le dí unas monedas para que compre cuatro caballos. Luego, le expliqué que debía esperar durante la mañana siguiente cerca de las puertas de la ciudad hasta que viese salir al mediodía a dos judíos. Sus órdenes eran apresarlos discretamente y esconderlos en algún lugar oculto hasta la llegada de la noche. Hasta entonces, yo dormiría mientras fuese de día en aquella habitación. Derlush asientió y se llevó rápidamente a Vasily para que pudiese dormir tranquilo.
Al despertarme a la noche siguiente, practiqué el ritual taumatúrgico de la Senda de la Sangre, sobre unas gotas de la sangre que me dio Ecaterina para que me alimentase. El ritual me permitiría descubrir su linaje y los nombres de los Cainitas que la precedieron. Tras dos horas de intenso estudio, averigué que ella pertenecía al clan Brujah, así como el nombre de su sire, Marhuel, y de otros de sus antepasados en la maldición de Caín.
Cuando salí de la habitación, Derlush y Vasily me estaban esperando en una de las mesas de abajo. Mi criado me informó que había cumplido todas mis órdenes. Los dos judíos estaban maniatados y escondidos en una casa en ruinas lejos de las murallas. Allí también nos esperaban nuestros nuevos caballos. Satisfecho por su éxito, le ordené entonces que me guíe sin demora hasta ese lugar.
No nos llevó mucho tiempo llegar hasta la casa, antiguo hogar de alguna humilde familia de granjeros, deduje por su modesto tamaño y la sencillez de los materiales usados para su construcción. Un temporal había derrumbado la techumbre de paja hacía años y sus muros de madera y barro mostraban un maltrato similar. Nuestros dos prisioneros yacían en el suelo, ocultos por ramas y escombros. Pude sentir en aquel mismo instante la misma intranquilidad que se había apoderado de mí en la capilla sagrada a la que me había lelvado el Capadocio Garinol. A pesar de que había deshecho la magia del gólem, el hijo de Mordecai era una de aquellas almas piadosas cuya fe era dolorosamente fuerte para un Cainita. Sin perder más tiempo, los subimos rápidamente cada uno a un caballo y, tras montar nosotros también, cabalgamos durante toda la noche siguiendo el mismo camino que habían tomado los mercenarios bávaros que estaban bajo mi custodia. Finalmente, tuvimos que apartarnos del camino para acampar en una arboleda cercana. Nuevamente, me vi obligado a dormir enterrado para evitar los terribles rayos del sol, pero esta vez lo hice con mayor tranquilidad, puesto que sabía que Derlush velaría por mí bienestar entregando su vida si fuese preciso, como había hecho valientemente contra los licántropos.
Cuando me desperté a la noche siguiente, aparté la tierra que me cubría y me alcé. Derlush estaba allí, impaciente por cumplir mis deseos. Vasily me miró con verdadero terror, pero ignoré su reacción y me acerqué a nuestros prisioneros. Los dos seguían estaban cansados, hambrientos y sedientos. Me acerqué a Adoniah mordí su cuello para beber un poco de su sangre. Ya no lo necesitaría más. Usé la Dominación para ordenarle que no contase nunca lo que le había sucedido y luego corté sus ataduras, liberándolo en el acto. En su estado, tardaría un día o puede que dos en llegar caminando de vuelta a Praga. Para entonces, nosotros estaríamos ya muy lejos. Adoniah se alejó tambaleándose mientras nosotros recogíamos el campamento y nos subimos a los caballos para cabalgar durante toda la noche.
Por fin, encontramos a los mercenarios bávaros. Pudimos ver con facilidad los fuegos de sus hogueras. Habían establecido un pequeño campamento en una de las cunetas del camino, junto a los carromatos. Sin embargo, antes de aproximarnos debía hacer una última cosa. Mi mirada atrapó la de Vasily y, con mi Dominación, le ordené que no contase nunca a nadie lo que había visto u oído desde que nos habíamos conocido. Habiendo tomado aquella precaución, avanzamos hacia el campamento.
Uno de los guardias salió de su escondite bajo el carromato y nos dio el alto amenazándonos con su espada. Sus compañeros acudieron prestos, despertándose rápidamente, cuando escucharon sus voces. Sin embargo, muchos me reconocieron sin dificultad. Stefan se acercó a mí mientras desmontaba y me dio una bienvenida cautelosa. Me preguntó si ya había resuelto los asuntos pendientes que había dejado en Praga. Asentí taciturno. Luego señalé a nuestro prisionero, el hijo de Mordecai, y les dejé a todos bien claro que esperaba que tratasen bien a aquel prisionero. Los hombres de Stefan se encargaron de él mientras yo me llevaba aparte a su líder para hablar en privado. En primer lugar, le pedí que me dijese su verdadero nombre si iba a confiar en él. Sorprendido, el hombre dudó un momento, pero luego soltó una tremenda carcajada y, entre risotadas, me dijo que se llamaba Erik Sierge. Sonriendo yo también, le expliqué que debíamos seguir los caminos hasta la ciudad de Buda-Pest. El hombre asintió satisfecho de que por fin le hubiese revelado nuestro destino y me invitó a beber junto a sus hombres, que estaban cerca de una de las hogueras más grandes.
Todos me dieron una calurosa bienvenida como a uno más de los suyos y hablaron con total libertad de sus asuntos con las mismas palabras vulgares que habían usado en el lupanar de Praga donde los había conocido por primera vez. Derlush quiso permanecer apartado, tal era su carácter, aunque aceptó de buena gana un odre de vino cuando se lo ofrecieron. Mientras observaba a aquel grupo variopinto que estaba ahora bajo mi mando, decidí que debía culminar la esclavitud que había ido forjando en tres de aquellos toscos hombres para contar con partidarios de confianza entre sus filas. Fingiendo que me apartaba para orinar en las lindes del bosque, derramé mi sangre sobre una copa. Luego volví de nuevo a mi sitio y fui ofreciendo inocentemente mi copa a Hans, Friedich y Karl, que ya habían probado mi sangre dos veces más con anterioridad. El efecto fue casi inmediato. Sus caras mostraban una fuerte euforia y no paraban de mirarme con admiración, haciéndome toda clase de preguntas sobre mí y contándome historias de su profesión como niños tratando desesperadamente de impresionar a un padre distante. Respondí algunas mentiras inofensivas mientras reflexionaba en silencio qué conocimientos les daría a conocer durante las próximas noches.
Sin embargo, subestimé las consecuencias de su euforia antinatural. Hans y Friedich discutieron gravemente por el resultado de una partida de dados. El primero sacó su daga y el segundo estaba a punto de desenvainar su propia espada entre gritos e insultos. Erik, el hombre al que llamábamos Stefan hasta esa misma noche, trató de ordenarles que se detuviesen en el acto sin conseguirlo. Solo mi oportuna intervención logró apaciguar los ánimos milagrosamente e impedir que los dos hombres se masacraran entre ellos, mas eso provocó una mirada suspicaz a la par que incrédula del capitán de los mercenarios.
Verdaderamente era un hombre muy inteligente. Decidí llevármelo aparte para hablar con él, diciéndole que esa noche le daría la oportunidad de hacerme cualquier pregunta que necesite hacerme, pero él no quiso, temiendo que las respuestas que le diese le gustasen menos que las mismas preguntas hechas. No pude evitar sentir admiración por su respuesta. Podía ser que su aspecto fuese igual de tosco que el de sus camaradas de armas, pero Erik Sierge escondía una mente aguda y muy intuitiva. Pese a que quedaba poco tiempo ya para el amanecer, le dí unas últimas instrucciones. Derlush, Lushkar, Sana y yo ocuparíamos el mismo carromato de ahora en adelante y nadie debía molestarnos.
Derlush se ocupó de realizar los preparativos especiales para mi viaje mientras los hombres de Erik transportaban a Lushkar, aún inconsciente pero vivo por la extrema gravedad de sus heridas. Sana me mira asustada, evitando cruzar sus pasos con los míos. No importaba. Ahora estábamos a salvo. Ahora podía descansar tranquilo.
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