Los criados mortales se apartaron para dejar pasar a su señor y anunciar al Senescal y Príncipe en funciones de Buda-Pest, Vencel Rikard. El Cainita tenía un aspecto joven y magnífico. Su cabello castaño claro y corto contrastaba con sus pálidos ojos azules. Vestía ropajes de excelente calidad, con motivos florales, aunque no eran tan ostentosas como las que lucía Roland y su único adorno consistía en un solitario anillo de oro en uno de sus pálidos dedos.
Roland hizo una elegante reverencia, que traté de imitar fingiendo más torpeza de la necesaria. La Consejera Therimna también se inclinó rápidamente ante el Senescal de Buda-Pest, que esperó con paciencia a que terminásemos las oportunas reverencias para despedir a Roland. Éste obedeció saliendo de la cámara con toda la humildad que pudo reunir, poca en realidad, y cerró la puerta por la que habíamos entrado anteriormente Therimna y yo con una última mirada cargada de odio y dirigida contra mí.
Pasaron unos instantes antes de que el Senescal se dirigiese a la Consejera Therimna para indicarle que los suministros de Buda-Pest ya estaban preparados. Ambos hablaron un poco más en ese tema, excluyéndome por completo de la conversación, aunque pude comprobar que Bulscu había confiado a su Senescal no sólo la presencia de mi Casa en su ciudad sino también los pactos de entrega de suministros. Me pregunté en silencio cuántas personas más estarían al corriente de aquellas delicadas cuestiones de un modo u otro. Por fin, Vencel Rikard se volvió hacia mí para preguntarme quién era. Le respondí con sinceridad. El Senescal pareció conforme y luego me ordenó que les dejase a solas. Obediente, salí a esperar en el oscuro pasillo, aunque lejos de la puerta para que la Consejera Therimna no creyese que había estado escuchando su conversación junto a la puerta.
Pasó un largo tiempo hasta que la Consejera Therimna salió de la habitación. Su rostro seguía mostrando neutralidad y calma, sin darme ninguna pista de su estado de ánimo. De nuevo, permanecimos en silencio mientras caminamos por los corredores del castillo, hasta salir y deshacer el camino que nos había traído aquí. Sin embargo, cuando volvimos a caminar por las calles de Obuda, la Consejera Therimna rompió su silencio para explicarme que había un segundo grupo de suministros dirigido por el maese Paolos, esperando a las afueras de Pest. Debía tener preparados a este grupo y al que había traído desde Praga para dirigirnos a Ceoris una vez que ella regresase después de cinco noches. Asentí con cautela ante sus instrucciones.
La Consejera también me aconsejó que evitase los enfrentamientos con otros Cainitas. Por mi seguridad, el Príncipe me permitiría descansar en el castillo mientras permaneciese en Buda-Pest. Tras pensarlo unos instantes, rechacé educadamente ese honor, pensando que la mejor forma de evitar conflictos sería rehuir de los lugares donde se reunían otros Cainitas, como la corte del Príncipe, por ejemplo. La Consejera Therimna debió sospechar los motivos de mi respuesta, porque me dio nuevos consejos. Me dijo que Roland y una Toreador llamada Arianne eran dos víboras en la corte que se entretenían con otros Cainitas poniendo en peligro a sus esclavos y a las personas que fuesen cercanas a ellos. Me tomé seriamente esa advertencia. Roland no había disimulado en absoluto su rencor, aunque lo hubiese adornado con cortesías y palabras elegantes, y no estaba dispuesto a permitir que alimentase su odio con la muerte de ninguno de mis criados.
La Consejera también me dijo que había rumores de la presencia de un antiguo y peligroso Malkavian morando en las callejas de Obuda. No pude contener un estremecimiento. ¿Sería el mismo Cainita que me había dicho toda clase de locuras la última vez que vine a Buda-Pest? Nunca me había llegado a decir su nombre, pero sí recordaba que algunos mortales lo llamaban Havnor. Permanecí en silencio recordando aquel momento siniestro.
La Consejera Therimna ignoró la dirección de mis pensamientos y siguió contándome que también había escuchado que había un grupo de Ravnos morando en Pest. Aunque decían que no servían a ningún señor Cainita, habían llegado por los caminos rurales y, por tanto, se sospechaba que podían estar aliados de alguna forma con Dominico de Cartago.
Ya habíamos vuelto a las puertas de la casa de baños que la Consejera Therimna usaba como refugio cuando me contó una última e inesperada advertencia. Me previno contra el mismo Bulscu, confiándome que era viejo y que contaba con extraños aliados. Además, había escuchado rumores de que a veces sus sirvientes le proporcionaban Cainitas para que se alimentase por completo de ellos. Asentí en silencio reprimiendo otro escalofrío.
La Consejera Therimna me repitió una vez más que todos los preparativos deberían estar terminados cuando ella regresase y, por último, me dijo que podía usar su refugio durante las próximas noches siempre que así lo quisiera. Le di las gracias, despidiéndome de ella tan educadamente como pude y me alejé rápido por las calles de Obuda.
Caminé directamente hacia las orillas del Danubio y pagué a un barquero para que me llevase a la otra orilla del río, desde donde caminé por las calles de Pest, alerta por si descubría a alguien siguiéndome, hasta que llegué al almacén donde estaban nuestros carromatos y mis criados. Derlush estaba despierto, así que le ordené que buscase a Hans, Friedich y Karl. En lugar de seguir cuidando de Erik, deberían permanecer con nosotros protegiéndonos durante el día. También le ordené que al día siguiente buscase un barco en los muelles que descendiese el Danubio para llevar a un pasajero. Mi plan consistía en conseguirle cuanto antes un pasaje al hijo del rabino y cumplir mi parte del acuerdo con Josef antes de que surgiesen más dificultades. Además del asunto del barco, le encargé a Derlush que al día siguiente contratase también a cinco prostitutas y que me esperasen en una de las posadas de Pest. Los rigores del viaje, y la discreción de la que había hecho gala para no empeorar los rumores de los mortales que viajaban con nosotros, habían hecho que me encontrase necesitado de sangre fresca. Esas mujeres podrían ayudar inconscientemente a aliviar mi sed.
Derlush partió de inmediato. Durante el tiempo que pasó hasta que regresó mi fiel criado, comprobé que el resto de mis sirvientes estuviesen bien. Lushkar seguía convaleciente y Sana dormía plácidamente a su lado. Una vez que Derlush volvió acompañado de los tres bávaros, les ordené que descansasen lo que restaba de noche, excepto Karl, que debía hacer guardia conmigo. Luego, me senté en los escalones del carromato y esperé pacientemente a que pasaran las horas.
No obstante, después de un largo tiempo, percibí la presencia de unas sombras huidizas en el callejón que daba acceso al almacén. No estaba seguro del todo, pero podía jurar que esas sombras se comportaban de forma parecida a como lo habían hecho las empuñadas por Lucita en el Paso de Tihuta hacía ya varios años. Fingí que no había visto ese fenómeno y me quedé esperando en tensión, preparado para sufrir algún tipo de ataque. No obstante, no ocurrió nada parecido. Cuando faltaba menos de una hora para el amanecer, las sombras retrocedieron y se alejaron del callejón discretamente. Esperé un poco más y luego ordené a Karl que buscasen otro lugar donde descansar durante el día y que nos trasladasen a todos inmediatamente allí.
Reluctante, me introduje en el carromato para descansar durante el día. Desde que había partido de amada Balgrad no había conocido la paz ni el descanso. Primero Satles, después Praga y ahora Buda-Pest. Eso sin contar con los peligros propios del viaje a través de los caminos rurales. Ansiaba volver a la seguridad de mi capilla y a las comodidades de mi ciudad. Pero aquí estaba, en otra ciudad rodeado de enemigos y de posibles amenazas. Por ahora, lo más sensato parecía únicamente ser desear que no nos atacasen durante las horas del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario