A la noche siguiente salí del refugio de la Consejera Therimna y volví a cruzar el río para regresar a Pest. Mis criados aguardaban mi retorno con impaciencia, mas no habían sufrido ningún incidente durante mi ausencia. No obstante, Derlush tenía que comunicarme malas noticias. En algún momento entre el amanecer y el mediodía, nuestro prisionero, el hijo de Mordecai ben Judá, había desaparecido de la tienda donde permanecía maniatado. Los mercenarios bávaros sólo habían encontrado unas ataduras cortadas, pero ninguna huella que pudiera ofrecer alguna pista de su paradero. Al enterarse, Erik montó en cólera pero había sido lo suficientemente listo para informar sin demora de lo sucedido a mi fiel criado. Por su parte, Derlush había ido personalmente al campamento de los bávaros confiando más en sus propios talentos que en las palabras de aquellos hombres. Su perseverancia se había visto coronada por el éxito. Había hallado dos pares de huellas poco profundas y del tamaño de personas adultas alejándose de la tienda donde estaba el prisionero. Las huellas volvían a la ciudad, internándose en los callejones de Pest hasta desaparecer en la calle principal, donde se perdían entre las marcas de cascos de caballos y el tránsito de los vecinos a lo largo del día.
En ningún momento dudé de la veracidad de sus palabras. Derlush me era completamente fiel y los años pasados como explorador antes de conocernos habían afinado enormemente sus habilidades. Por sus hallazgos, sólo cabía pensar que un desconocido había entrado en el campamento, cortado las cuerdas de nuestro prisionero y lo había sacado de allí de vuelta a la ciudad sin que ninguna de las personas del campamento lo hubiesen visto. De hecho, una proeza semejante sólo sería posible contando con la complicidad de uno o varios bávaros o utilizando algún tipo poder sobrenatural. Sin embargo, ¿quién podría haber hecho tal hazaña? Sospechaba que esa pregunta, más que los medios utilizados, era la clave para hallar el paradero del hijo del difunto rabino. Había habido una filtración, voluntaria o no, que había llamado la atención de uno de los residentes de Buda-Pest. Así pues, me concentré en ir comprobando las posibles fuentes de información, empezando por mi fiel criado. Le ordené que me dijese el nombre del capitán con el que había hablado hacía dos días y que me condujese a su barco. Derlush me respondió nervioso que su nombre era Inshkar. A continuación cogimos los caballos y cabalgamos hacia los embarcaderos de la ciudad.
El navío era una embarcación fluvial de tamaño medio, de aspecto esbelto y buena talla. Desde los muelles no vimos en cubierta a ningún tripulante haciendo guardia, pero no podíamos descartarlo. Le ordené a mi criado que me esperase escondido allí junto a nuestras monturas y subí a bordo sin hacer el menor ruido. La mayoría de los marineros dormían plácidamente envueltos en mantas sobre el suelo de la cubierta, algunos de ellos roncando tan fuerte que podrían haber derribado ellos solos las murallas de Jericó. Caminando con cuidado, bajé hasta las entrañas del barco, donde hallé la bodega y una maltrecha tela que separaba aquel hueco, proporcionando un pequeño espacio privado al patrón de la embarcación, un hombre huraño, de pelo sucio, que le llegaba hasta los hombros, y aspecto esmirriado. Sus ropajes no eran ni mucho menos tan elegantes como el navío del que era capitán, pero al menos parecían más limpios que los de su tripulación. Hice caso omiso de su pesada respiración y taponé su boca firmemente con una mano mientras que con la otra apoyé el filo de mi daga contra su cuello.
El hombre se despertó sobresaltado pero se hizo cargo muy rápido de su apurada situación y se comportó con la prudencia que esperaba de él. Tras ofrecerle las debidas amenazas, le pregunté si le había dicho a otra persona que alguien había reservado pasaje en su navío para un judío con intención de arribar en Constantinopla. Inshkar me confesó que así había sido. Con una voz tan temblorosa como el fuego de una tea, me explicó que se lo había dicho a un cíngaro llamado Mayca. Normalmente solía preguntar por el contenido de los cargamentos que llegaban a Buda-Pest, pero aquella vez le había preguntado también por las personas que iban a partir de la ciudad. Vivía con los suyos en un campamento cercano a la puerta este de Pest. Al comprobar que no sabía nada más, lo Dominé rápidamente para que se durmiese en el acto. Después, salí del barco con tanto sigilo como había entrado.
Nunca había visto con mis propios ojos a un zíngaro, pero existían abundantes rumores sobre ellos. Unos decían que eran músicos y artistas circenses que vagaban de un lugar a otro sin permanecer nunca demasiado tiempo en una misma ciudad. Otros aseguraban que eran criminales y ladrones de la peor calaña, gentes sin honor que pedían auxilio al tiempo que robaban cualquier cosa de su agrado. Y aún había unos pocos rumores que los condenaban por dedicarse a prácticas blasfemas como la profecía y la hechicería. Por otro lado, se decía que los miembros del clan Ravnos sólo compartían su maldición con sus parientes cíngaros y la reputación que precedía a estos Cainitas era una de las peores en el deshonroso mundo de los descendientes de Caín. Los rumores también decían que los Ravnos tenían extraños dones de la sangre, que les ayudaban a engañar a sus víctimas.
Sin perder tiempo Derlush y yo nos dirigimos directamente al campamento de los cíngaros. Tal y como había asegurado Inshkar, hallamos su campamento cerca de la puerta este de Pest, en un pequeño descampado lleno de hierbajos y maleza. Seis carromatos de madera pintada con vistosos colores formaban un círculo alrededor de una hoguera, que ardía en el centro. Dos cíngaros permanecían sentados y ocultos entre la maleza pero se incorporaron rápidamente cuando escucharon acercarse a nuestros caballos. Sin perder el tiempo, les dije que quería hablar con su jefe. Ellos me aseguraron que no estaba en el campamento y que debía volver al día siguiente por la mañana si quería hacerlo. Usé la Dominación para que uno de aquellos hombres me dijese dónde estaba el judío. El cíngaro señaló uno de los carromatos con un gesto ausente mientras el otro le insultaba sorprendido. Sonreí para mis adentros. Había encontrado a nuestro prisionero desaparecido.
Volviendo a usar la Dominación, le ordené al cíngaro que me trajese de inmediato al judío. El hombre se volvió y avanzó un par de pasos antes de que su compañero se arrojase sobre él y gritase algo en una lengua desconocida para mí, aunque era evidente que estaba avisando a todo el que pudiese oírle. Derlush y yo pasamos a su lado con los caballos hasta alcanzar el carromato que nos habían señalado. Los perros ladraban con ferocidad ante mi presencia, sintiendo instintivamente mi maldición. Sus ladridos despertaron a todos los hombres y mujeres del campamento con semejante alboroto. Le ordené a Derlush que entrase en el carromato mientras yo vigilaba a los cíngaros, que nos observaban con miradas hoscas y temerosas al mismo tiempo. Pude escuchar una palabra que se repetían entre sí con miedo. "Vampyr, vampyr", decían mientras realizaban signos de protección contra el mal de ojo. Sin embargo, ninguno de ellos trató de detenernos o de interponerse en nuestro camino.
Derlush salió furioso del carromato diciendo que allí no había nadie. Yo mismo descendí de los caballos para comprobarlo en persona, mientras él vigilaba nuestros caballos. Tenía razón, dentro de aquel carromato no había nadie. ¿Se hallaba oculto en algún doble fondo? ¿O es que había algún Ravnos oculto usando sus poderes para confundir mi mente? El cíngaro había dicho que el judío estaba allí, pero no podía ver a nadie. Tendría que confiar en sus palabras. Salí del carromato e invoqué el aliento del dragón, provocando que una espesa niebla cubriese la zona de inmediato. Aquello aterró aún más a los mortales. Uní mis voces a las suyas, gritando que se me había robado algo que me pertenecía y no que dañaría a nadie si me lo entregaban inmediatamente. Aunque estaban asustados, ninguno de los cíngaros dijo ni una palabra que me ofreciese una pista sobre el paradero del judío. Los ladridos de los perros eran lo único que rompía el tenso silencio.
Cansado de tales juego, ordené a Derlush que atase su caballo al carromato para llevárnoslo. Mi criado obedeció tan rápido como pudo, pero cuando hizo que el caballo se pusiese en marcha, las bridas se soltaron y el animal trotó libre unos instantes, haciendo que Derlush cayese violentamente al suelo y arrastrándolo durante unos escasos metros. Ya había visto sucesos parecidos con anterioridad. Aquello era magia, realizada de forma sutil, pero hechicería al fin y al cabo. Enfurecido, cogí un cubo de agua y arrojé su contenido al interior del carromato. Hubo una zona donde el agua no cayó de forma adecuada, revelando la presencia de algo que permanecía invisible a la vista. Estiré mi mano y cogí a nuestro prisionero. Estaba inconsciente, pero lo alcé en brazos y lo subí a mi montura. Derlush había recuperado su dignidad y también se subió al suyo. Mientras nos alejábamos al galope, pude ver a un chico debajo de uno de los carromatos. Era un cíngaro, puede que incluso un Cainita, y parecía estar sonriendo.
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