Cuando volví a despertarme, la oscuridad de la noche cubría de nuevo las calles de Buda-Pest. El enfado de la noche anterior se había disipado sustituido por un frío pragmatismo al apartar a un lado todas las consideraciones que no tuvieran nada que ver con mis servicios a la Casa Tremere. Esa sería la noche del regreso de la Consejera Therimna y debía estar preparado para cualquier suceso. Así pues, mandé a mis criados que llevasen nuestra carretas al campamento de los mercenarios bávaros y que me esperasen allí. Después, recorrí las calles de Pest hasta llegar a los muelles y, desde allí, cogí un barco que me transportó hasta la orilla de Obuda. Recordaba fácilmente el camino a los baños romanos en los que se escondía la Consejera, por lo que no me llevó mucho tiempo llegar a ese lugar. Los criados me permitieron el paso en silencio y un anciano de rostro arrugado me condujo hasta su señora.
El humor de la Consejera Therimna parecía tan sombrío como el mío. Me informó que debía partir sin demora, esa misma noche si era capaz de encargarme de ello. No me explicó los motivos para tanta urgencia, pero fui lo suficientemente sabio para no preguntárselos. Los dos grupos, el de Praga y el que aguardaba en Buda-Pest desde antes de nuestra llegada, formarían una sola caravana y recorrerían los caminos del norte hasta llegar a Ceoris. Lamentablemente, ella no podría acompañarme en este viaje como había sido su intención, así que yo estaría al mando de todos aquellos mortales. Me incliné ante ella y partí de inmediato para cumplir sus órdenes.
Volví tan rápido como pude al campamento bávaro, donde me reuní en privado con Derlush y Erik. Les expliqué que debíamos unirnos a otro grupo y viajar todos juntos a una fortaleza en las montañas. Por ahora, deseaba que me acompañasen a una reunión para conocer en persona al capitán del segundo grupo y organizar tan aparatoso viaje. Mientras Erik salía fuera de la tienda para ordenar a los suyos que fuesen recogiendo sus cosas, Derlush nos trajo tres caballos. Fuera, contemplé a los hombres que me rodeaban. Había viajado varias semanas en su compañía. Conocía los nombres de muchos de ellos, aunque nunca hubiésemos conversado. Eran hombres rudos y bastos, pero podía confiar hasta cierto punto en que seguirían fielmente las órdenes de Erik Sigard y, por extensión, las mías. Pero ¿sería el otro grupo igual de fiable? Debía averiguarlo antes incluso de partir de la ciudad.
Los tres montamos en nuestros caballos y partimos a un galope tranquilo. No obstante, Erik me había preparado una inesperada sorpresa. Acercó su caballo al mío para que pudiese oírle con claridad y me confesó que no nos acompañaría en este nuevo viaje. Dijo que la muerte me seguía a dondequiera que iba y a mi alrededor sucedían toda clase raros portentos, por lo que prefería quedarse en la ciudad con la paga que se había ganado hasta ahora y seguir con vida para poder contarlo. Para mí fue toda una sorpresa escuchar aquellas palabras, pero mi estupor fue mayor cuando percibí el sincero temor que hacía temblar su voz. Sabía que el mortal era muy perspicacia y que poseía una inusitada inteligencia para alguien de su condición, pero aún así su petición me cogió completamente desprevenido.
¿Qué podía responder? No podía desprenderme de él, porque los bávaros estarían perdidos sin su liderazgo y no aceptarían fácilmente que Derlush reemplazase a su amado capitán incluso aunque sólo fuera durante unas semanas de viaje. Asimismo, la Casa Tremere podía beneficiarse extraordinariamente de un hombre tan extraordinario como él en muchos aspectos. Intenté sobornarlo ofreciéndole más dinero, pero comprobé que el curtido mercenario había aprendido a valorar en mucho más su vida desde que estaba con ellos. Finalmente, le respondí que lamentaba su decisión, pero la respetaría si ese era su deseo. A cambio, le pedía que me acompañase a esta reunión para vigilar al capitán del otro grupo y que compartiese conmigo sus impresiones sobre él en cuanto se terminase la reunión. Erik aceptó visiblemente aliviado y continuamos nuestro camino.
El otro campamento se hallaba al sur de Pest. Un hombre atendió nuestros caballos, mientras otro nos condujo a la tienda de su capitán. El líder de aquel grupo se llamaba Paolos y era un mercenario procedente de Tesalónica. De estatura baja pero de complexión robusta, tenía el pelo corto y moreno, diría casi que sucio, y lucía un gran lunar en lo alto de su mejilla izquierda. Sin embargo, lo más característico de él era el tenue aroma de la sangre Cainita corriendo dentro de su cuerpo. Era un ghoul, de la Consejera Therimna casi con total certeza. ¿Le había dado órdenes para que espiase? ¿Qué secretos ocultaba su mente? Les informé a él y a dos de sus hombres de confianza que partiríamos al amanecer y les mostré en un gastado mapa la ruta que seguiríamos durante la primera semana. A medida que fuésemos adelantando camino, les daría más detalles. También les expliqué que, aunque estaba al mando de toda la caravana, normalmente pasaría mucho tiempo en mi propio carromato, acompañado a mi hijo Lushkar, que había sido herido a traición y luchaba por su vida en aquellos mismos instantes. Por esta razón, siempre que necesitasen órdenes o consejo, los capitanes de los dos grupos debían dirigirse a mi fiel criado Derlush, en quien delegaba el mando. Todos los presentes dieron su conformidad a mis instrucciones y acordamos reunirnos en el cruce del norte al alba. A continuación, los tres cogimos los caballos de nuevo para volver a nuestro campamento.
Cuando pasamos junto a un sitio discreto, detuve mi caballo. Erik se acercó creyendo que le iba a preguntar por sus impresiones por Paolos, tal y como habíamos acordado, aunque no pude evitar fijarme en la forma en que apoyó una de sus manos en la empuñadura de su espada. Había llegado el momento de tomar una decisión. No podía fiarme de Paolos, por lo que necesitaríamos a Erik durante las horas del día para ayudar a Derlush a dirigir la caravana. Lo lamenté sinceramente por él. La Casa Tremere lo necesitaba, yo lo necesitaba. Erik no tendría la misma oportunidad de elección que le había dado al judío la noche anterior. Usé mi Dominación para ordenarle que me acompañase durante ese viaje. Intentó resistirse, con una mirada cargada de odio y rebeldía, pero al final mi voluntad se impuso a la suya y tuvo que seguirnos pese a todos sus deseos.
Volvimos al campamento de los bávaros. Algunos de los mercenarios se asombraron de ver de nuevo a su capitán, por lo que supuse que se había despedido de ellos antes de nuestra partida. Estaba seguro de que pronto habría más rumores sobre mí, pero no había vuelta atrás. Lo quisieran o no, ahora pertenecían en cuerpo y alma a la Casa Tremere. Erik se alejó de mí malhumorado y organizó los preparativos del viaje. Derlush me siguió a nuestro carromato, donde le di una última orden. Debía aprovechar las últimas horas de la noche para buscar una prostituta de la ciudad que desease acompañarnos en un largo viaje. Él asintió sospechando que probablemente la usaría para saciar mi sed de sangre durante las largas noches que nos aguardaban.
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