Los dos caminamos por las calles de Pest hasta llegar al río, donde el mismo barquero que me había llevado la noche anterior de un lado a otro de la ciudad conversaba ahora animadamente con María, como si fuesen viejos conocidos. Estaba seguro de que lo más probable es que fuese uno de sus criados, un espía que la informaba puntualmente de todas las idas y venidas de todas las personas con hábitos nocturnos que pasaban por su embarcación. Una vez que desembarcamos en la orilla opuesta, María me condujo por las calles y callejuelas de Obuda hasta que al final llegamos un edificio, hecho enteramente de piedra y de grandes dimensiones que se hallaba cercano a la colina del ermitaño. Cuatro guardias, que despedían el inconfundible olor de la sangre Cainita en sus venas, vigilaban la entrada, bien pertrechados y armados. No obstante, nos dejaron entrar sin hacernos pregunta alguna.
Una vez dentro, me di cuenta de que nos encontrábamos en una casa de baños que había visto en el pasado mejores tiempos. La falta de luz no podía ocultar las grietas y la suciedad que se arremolinaba en paredes y esquinas. Caminamos pasando junto a varias pilas comunales e individuales, vacías todas ellas, aunque había numerosas filtraciones de agua. Por fin llegamos a una gran cámara iluminada por una única antorcha anclada en la pared y dominada por una piscina vacía. Allí nos esperaba una figura, vestida con una túnica larga y una máscara blanca y con una prominente nariz picuda. María fue la primera en romper el silencio reinante recordándole al extraño que había prometido que me traería y luego se internó en la oscuridad otro de los corredores que conducían a aquella cámara. Tenía una buena cantidad de preguntas que quería hacer a aquel enmascarado, mas yo también permanecí en silencio esperando que fuesen ellos los primeros en mostrar sus intenciones. Durante algunos instantes, estuve convencido de que iban a atacarme y deshacerse de mis restos en aquel edificio abandonado. María volvió acompañada esta vez de otras tres figuras enmascaradas, una de ellas era una mujer, que se detuvieron al inicio del corredor. Ella siguió caminando hacia mí, para abrazarme apoyando su cabeza contra mi espalda.
-Sé bienvenido a nuestra ciudad, Dieter Helsemnich, del clan Tremere, -anunció el enmascarado con voz ahogada por la máscara que llevaba.
La gravedad de sus palabras me confirmó mis peores temores, mas respondí con aplomo devolviendo el saludo con todas las formalidades adecuadas. El extraño me preguntó inmediatamente por los Cainitas que conocía en Buda-Pest, en concreto por Buslcu y su senescal Vencel Rikard. Mi respuesta fue breve, ya que sólo había visto al segundo la noche anterior para presentarme ante las autoridades de la ciudad. Hubo un pequeño silencio, roto cuando preguntó qué ofrecía Bulscu a los míos. Respondí con cierta brusquedad que eso sólo lo podían saber mis superiores y que no era responsabilidad mía conocer aquellos detalles. María , conciliadora, intervino entonces para contarme con voz juguetona que Bulscu jugaba al mismo juego con jugadores diferentes. Por supuesto, aquello llamó mi atención, como ella sabía que ocurriría, y le pedí que fuese más concreta. Sin embargo, fue la figura enmascarada la que aclaró esa oscura cuestión. Me explicó que Bulscu apoyaba a los Tzimisce al mismo tiempo que daba un apoyo indirecto y muy discreto a la Casa Tremere, de forma que fuera quien fuese el que ganase al final nuestra pequeña guerra, quedase en deuda con él. No obstante, el señor Hardestatd el Viejo estaba haciendo perder influencia a Bulscu como señor de oriente del clan Ventrue.
Hablando con cierta arrogancia, el enmascarado también dijo que los Tremere éramos jóvenes e ingenuos para el criterio de los descendientes de Caín y que habíamos pactado una alianza a través de la cual ganamos cierta presencia en la corte de Bulscu y caravanas de refuerzos y suministros para Ceoris, a cambio de apoyarlo con nuestros poderes místicos. Parecía un trato muy desventajoso, según él, dar tanto para recibir tan poco. Sin embargo, también afirmó que había otros aspirantes al trono de la ciudad, que nos prometían un apoyo más directo contra nuestros enemigos Tzimisce si nos uníamos a su conspiración. Por eso había tenido lugar esa reunión secreta. Me habían elegido para que llevase esa oferta diplomática a los míos.
Por fin, habíamos llegado al quid de la cuestión. Aliviado al sentirme más seguro, les respondí que aceptaría de buena gana el papel de mensajero de dicha oferta si ellos me desvelaban sus nombres y linajes para dar mayor solidez a mis palabras cuando hablase con mis superiores. No obstante, ellos se negaron por completo a esa posibilidad, temiendo que al hacerlo sus no vidas corriesen peligro. Conciliador, pedí entonces un rostro y un nombre, algo mucho más aceptable para ellos, aunque ninguno parecía desear hacer ese gesto. Fue María la que intervino en ese momento, susurrando en mi oído un nombre, Rusandra, y desvelándome un dedo retorcido y ennegrecido, que segundos antes parecía joven y normal, como prueba de lo que decía. Hacía cinco años, se había descubierto que una Nosferatu llamada Rusandra había suplantado a la Princesa Nova Arpad del clan Ventrue. Los dones malditos de la sangre de Caín permitían a los Nosferatu volverse invisibles a voluntad o engañar los sentidos ajenos para adoptar el aspecto de otra persona. Se decía que Rusandra había conseguido mantener su engaño durante mucho tiempo antes, lo que le había incrementado su lista de enemigos personales. Hasta donde yo sabía, los Ventrue habían movido sus hilos para convocar una Caza de Sangre contra ella en muchas ciudades de los reinos cristianos orientales. El hecho de que se arriesgase a mostrar su participación en la conjura contra Bulscu era un gesto de valentía y desafío a sus enemigos, pero que también constituía un importante respaldo a la oferta de los conjurados. Por ello, acepté ser el mensajero de su oferta.
Satisfecha, Rusandra me acompañó a la salida manteniendo aún la apariencia de una joven de aspecto hermoso y saludable, pero cuando estuve convencido de que los otros Cainitas no podrían escucharnos, me detuve a mitad para proponerle un trato en susurros. Yo le daría información sobre un poderoso aliado que podría ser muy útil para su conspiración si ella me revelaba la identidad y el linaje del único Cainita que había permanecido en silencio durante toda la reunión. Ella pareció dudar, desconfiando de mí o de la importancia de lo que iba a compartir con ella. Sonriendo amistosamente, le aseguré que entendía su reticencia dada las calumnias que precedían a mi clan y que cumpliría mi parte del trato en primer lugar; si ella consideraba que no era una información especialmente jugosa, podría darme el nombre y el linaje de cualquiera de los otros conjurados. Ella aceptó con una sonrisa siniestra que afloró en el falso rostro que había adoptado, diciéndome que "existían secretos mortíferos que se llevaban a la tumba a los que los guardaban". Acepté sin sentirme atemorizado por su amenaza implícita y le revelé que existía un antiguo Cainita llamado Dominico, que lideraba a un pequeño ejército de mortales a pocos días de distancia de Buda-Pest y que había jurado venganza contra Bulscu, su antiguo ghoul, al que los Ventrue recompensaron otorgándole el Abrazo por su traición contra su antiguo señor. Desde entonces, Dominico buscaba venganza contra Bulscu, lo que le convertiría en un aliado valiosísimo contra el actual gobernante de Buda-Pest.
Rusandra escuchó mi relato con gran atención y estaba tan complacida por las noticias, que me reveló sin más trabas la identidad de la persona que le había pedido. Me contó que Bulscu había tenido tres chiquillos. Uno de ellos había acabado con su propia no vida hacía muchos años, el otro era Vencel Rikard, el Senescal de su corte, y el último era el obispo Geza Arpad. La figura silenciosa que tanto me había intrigado era este último chiquillo. Aquella era una revelación muy importante, una por la que mis superiores me recompensarían generosamente. Asentí satisfecho por sus palabras y luego me despedí de ella deseándola toda la buena suerte que uno podía tener en esos agitados tiempos.
Desde allí, me dirigí directamente a los baños romanos propiedad de la Consejera Therimna. En el caso de que Rusandra me estuviese siguiendo fuera mi vista, esperaba que aquel gesto fuese la confirmación de que llevaría buen destino el mensaje de su compañeros. Siguiendo las instrucciones que les había dejado su señora, los criados de la Consejera me dejaron entrar cuando dije quién era y me llevaron a una oscura cripta que me serviría bien para descansar durante las horas del día. Mientras hacía los prepartivos habituales, no pude evitar hacerme numerosas preguntas sobre la Consejera Therimna. ¿Qué papel jugaba en aquella trama? Sin duda, era partidaria de la alianza con Bulscu, por lo que si quería seguir existiendo debía ocultarle la verdad hasta que estuviésemos en Ceoris. Aparte de su enemistad pública con Paul Corwood, el maestro de espías de Ceoris, eran pocas las cosas que sabía acerca de ella. Sin embargo, el sopor de las horas del día me alcanzó mientras seguía reflexionado sobre aquellas cuestiones.
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