sábado, 12 de julio de 2014

BC 23: VELKLIR


"Poco tiempo después de que Zenón nos hubiese informado de su breve conversación con Marius, el auxpex de la barcaza de carga detectó la presencia de dos intrusos aéreos procedentes de Surgub. Desde el principio quedó claro que nuestro transporte no podría dejarlos atrás ni tampoco tenía armamento alguno para repelerlos, por lo que nos vimos obligados a tomar tierra rápidamente en un páramo polvoriento y pedregoso.
Tras apagar todos los sistemas de la barcaza, abandonamos a su suerte la nave y su valiosa carga para dispersarnos por el terreno, ocultándonos junto a cualquier roca o resquicio natural que pudiese protegernos de nuestros implacables perseguidores. Mordekay llegó incluso a ordenarnos que apagásemos nuestras servoarmaduras, consciente de que cualquier señal energética, por pequeña que fuese, nos delataría fácilmente.
No me enorgullece reconocer que fui el primero en divisar la amenaza en los cambiantes cielos de Q'Sal: dos constructos con forma de reptil alado que sobrevolaban las alturas impulsados por poderosos cohetes. Realmente no fue un hecho meritorio. Esas cosas hedían a la brujería demoníaca por la que eran tan célebres los hechiceros tecnócratas de Surgub. Sin embargo, ahora la suerte estaba echada. Éramos muy conscientes de que el polvo levantado durante el aterrizaje ayudaría a camuflar la barcaza, desde luego, como también lo haría el hecho de que hubiesen apagado todos los sistemas de la nave, pero si esos constructos infernales disponían de auxpex precisos, nuestras posibilidades de supervivencia se reducirían considerablemente.
El primer constructo siguió de largo pasando sobre nuestras cabezas y aumentando su velocidad inicial hasta perderse en los cielos del horizonte en poco tiempo. El segundo también nos sobrevoló, pero en lugar de seguir a su compañero, viró hacia babor y luego dibujó un amplio círculo sobre su posición, dejando a su paso una estela negra y maloliente. De algún modo, la inteligencia demoníaca que gobernaba aquella máquina debió sospechar nuestro ardid, por lo que, en silencio, preparamos nuestras armas para el combate.
Cuando hubo terminado el círculo de rastreo, el constructo de placas doradas y azules amplió todavía más su radio de acción, haciendo una segunda pasada. El rugido de los motores quebraba el silencio con un ruido terrible, claramente sobrenatural. Los segundos pasaron despacio, muy despacio, hasta que finalmente el demonio se cansó de volar en círculos y se fue a máxima velocidad en la misma dirección que había seguido su compañero hasta perderse, él también, en la lejanía."

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Usando sus mejores argumentos, Zenón se vio obligado a templar los ánimos de los Astartes, aconsejándoles prudentemente esperar un par de horas más en su posición actual, para evitar cualquier posible emboscada enemiga. Afortunadamente, aquellos impulsivos guerreros sobrehumanos estuvieron de acuerdo con él; por tanto, aguardaron inmóviles en sus escondrijos, soportando el calor inclemente que reinaba en aquel pedregal sin nombre. Y aunque sus precauciones parecían infundadas durante la larga espera, ya que ningún enemigo sobrevoló su posición, volvieron a la barcaza superando grandes recelos y reanudaron de nuevo su viaje al amparo del atardecer.

Veinte minutos más tarde, por fin habían llegado a su destino. Zenón sonrió de alegría al percibir a simple vista la gran cadena montañosa que se alzaba desafiante frente a él. Según sus cálculos, Velklir debía estar situaba en su extremo meridional. El renegado imperial hizo que la pesada barcaza volase a baja altura, ya que aquellos inmensos picos bloqueaban las tormentas eléctricas en los niveles bajos, mas no así en las alturas, donde podían descargar sin clemencia toda su terrible furia.

Pronto descubrió asombrado que los flancos de las montañas junto a las principales carreteras y viaductos de la ciudad estaban tallados directamente en el basalto cristalino con rostros pétreos de mirada severa. Al contemplar esos misteriosos monumentos, el renegado imperial sintió asombrado una gran curiosidad por la historia de Veklir, sus gentes... y sus gobernantes.


Desde su puesto privilegiado en la cabina, no tardó en divisar una gran llanura envuelta en las primeras sombras de la noche, donde se localizaba una masa caótica de torres, considerablemente más pequeñas que las altas agujas de Surgub, observatorios astronómicos y edificios que guardaban cierta semejanza con misteriosos talleres. Más extraño aun, Zenón se sorprendió al descubrir que las torres a menudo estaban rodeadas con estructuras circulares de cristal verde, cuyo propósito no podía ni tan siquiera adivinar. En lo alto de la llanura, también pudo discernir incontables telescopios y otras máquinas de adivinación locales, así como una torre que se alzaba como un gigante por encima de sus pares menores. Todo parecía indicar que los habitantes de Velklir estaban obsesionados con la observación de la bóveda celeste y Zenón estaba seguro de que podía apostar su vida a que en ese edificio encontraría los órganos de gobierno locales. Más allá de la llanura sobre la que se asentaba la ciudad, los picos más pequeños contenían observatorios más singulares así como extraños invernaderos que debían ocultar cultivos hidropónicos y hermosos jardines exclusivos para las élites gobernantes de la ciudad.

-Bienvenida, Sombra Huidiza-, exclamó una voz por el canal de vox.

-¿Eres tú, Fuego Dorado?-, preguntó aturdido Zenón sin salir de su asombro. -¿Estás en Velklir?

-En efecto, amigo mío. Tenemos muchos asuntos de los que hablar, pero primero tienes que posar la barcaza en la plataforma de aterrizaje situada al este. Ya deberías poder ver las balizas de señalización.

-Las acaban de encender ahora mismo. Gracias, Fuego Dorado. Fin de transmisión.

Zenón informó a los Astartes mientras hacía virar la barcaza e iniciaba la maniobra de aproximación. Con una lentitud exasperante, el transporte pesado fue descendiendo de altitud lentamente hasta que su tren de aterrizaje tocó el pavimento de rocacemento de la plataforma de aterrizaje. "Misión cumplida", pensó Zenón con satisfacción respirando aliviado. "Lo hemos conseguido."

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Mordekay hizo un gesto a Orick para accionase la runa que hiciese descender la trampilla de carga. Para su satisfacción, el hombre obedeció su orden inmediatamente. Como Astartes, el sargento calibanita sabía muy bien que su portentoso físico y su equipo de combate infundían el miedo en los humanos normales y estaba dispuesto a aprovecharse de ello para dejar una fuerte impresión en los habitantes de Velklir, ya que intuía que eso le sería útil en las inevitables negociaciones que iban a realizarse.

Por ello, decidió ser el primero en salir al exterior. Gracias a su oscura servoarmadura, ahora mellada en varios puntos debido a los intensos combates en la Forja de Plata del difunto Kharulan el Artífice, apenas notó el impacto del frío viento de las montañas. Uno a uno, sus compañeros Astartes le siguieron, formando una perfecta cuña de combate. Finalmente, Orick y Zenón bajaron los últimos, trayendo consigo al prisionero maniatado que había capturado el sargento calibanita en los muelles de Surgub.

La plataforma de aterrizaje estaba rodeada por un muro sólido de piedra con una única entrada metálica, cuya puerta se abrió para permitir el acceso de su comité de bienvenida. Eran cinco hombres en total. Tres de ellos estaban engalanados con ricos ropajes, bordados con motivos geométricos y signos astrales, además de adornos forjados con metales nobles, coloridas plumas de grandes aves e intrincadas máscaras doradas que ocultaban sus rostros. Los otros dos sólo eran guardias armados con lanzas ceremoniales. Sus cuerpos estaban protegidos con armaduras de mallas doradas y lucían yelmos abiertos rematados en altos penachos.

-¡Menudos fantoches!-, exclamó Lambo divertido a través del canal de vox de la escuadra.

-Sed bienvenidos a nuestra gloriosa ciudad, nobles guerreros-, comenzó a decir uno de los tres enmascarados, adelantándose a sus compañeros. -El gran Tirano de Velklir os ofrece su hospitalidad durante vuestra estancia en sus dominios.

-Nos sentimos agradecidos y honrados por su ofrecimiento-, asintió Mordekay tras quitarse el yelmo para mostrar una pequeña deferencia a esos dignatorios insignificantes.

-Si tenéis la amabilidad de seguirme, os guiaré hasta el palacio que ha sido elegido para daros descanso y protección. No os preocupéis por el artefacto que traéis en la nave; los esclavos de Marius lo llevarán a su nuevo destino. Seguidme por aquí, por favor.

El hombre enmascarado hizo una pequeña reverencia y regresó sobre sus pasos, seguido de cerca por su séquito. Mordekay avanzó tras ellos, con pasos pequeños que permitiesen a sus anfitriones mantener la falsa seguridad de encabezar la marcha. En su mente, una sola preocupación martilleaba machacona sobre el resto de sus pensamientos: ¿dónde estaba el mismo Marius?

Al otro lado del muro, había un laberinto de calles pavimentadas con gastadas losas de piedra y rodeadas por pequeños edificios, con muros de tosco sillarejo, que albergaban toda clase de almacenes o talleres. Pequeñas jaulas forjadas con hierro negro protegían las antorchas que iluminaban las calles con siniestros fuegos cuyo color variaba del azul translúcido al rosa aguado. Las mismas calles estaban vacías, como si hubiesen dispersado a las personas para evitar cualquier contacto indeseado... o para tenderles una peligrosa emboscada en cualquier momento.

La pequeña comitiva de la que formaban parte siguió avanzando sin cruzarse con ningún otro habitante de la ciudad en aquel laberinto de callejas y edificios de piedra. De vez en cuando, llegaban a alguna plazoleta dominada por una pequeña fuente o alguna estatua inhumana en sus desgastadas formas pétreas y la abandonaban para internarse en otra sombría calleja.

Después de unos largos minutos, llegaron al final de su recorrido: una casa apartada en uno de los bordes de la llanura. A pesar de todo el tiempo que habían estado caminando, debían encontrarse relativamente cerca de la plataforma donde habían aterrizado, lo que quería decir que sus anfitriones habían tratado de desorientarlos intencionadamente. Desde la calle, sin embargo, la casa no se distinguía mucho de las otras viviendas cercanas, cuyas fachadas estaban trabajadas con toscos sillares de piedra y adornadas con pequeños ventanucos dispuestos en extraños lugares. Con curiosidad, su mirada también se percató de que los edificios no estaban rematados por tejados ni cubiertas similares, sino por techos planos.

-Pasad y poneros cómodos, nobles guerreros. Nuestros esclavos os traerán pronto toda la comida y la bebida que necesitéis. Descansad hoy, pues mañana habrá suficiente tiempo para hablar de negocios. A cambio de nuestra generosidad, tan sólo se os pide una condición.

-¿Cuál?-, preguntó Lambo amenazador.

-No debéis abandonar este palacio sin permiso, a no ser que os acompañemos uno de mis socios o yo mismo-, replicó la figura enmascarada con toda la calma y neutralidad que fue capaz de reunir.

-Hecho-, respondió rápidamente Mordekay para tranquilizar al burócrata. Dicho lo cual, el sargento calibanita caminó hacia la puerta y la abrió con toda la delicadeza que pudo reunir.

A pesar de que la entrada era alta, no había sido construida pensando en el tamaño de un Astartes, por lo que tuvo que inclinarse para acceder a un corto pasillo que lo condujo a su vez a un patio central descubierto. Sin perder el tiempo, tanto él como sus hermanos inspeccionaron todas las cámaras y habitaciones, buscando cualquier indicio de amenaza, pero en lugar de encontrar asesinos armados o trampas explosivas, descubrieron muebles lujosos, ricos tapices que combinaban todo tipo de signos astrológicos y espaciosas salas que desmentían el anodino aspecto exterior del edificio. En la parte trasera, incluso descubrieron un hermoso jardín de una sencillez apabullante. Después de tomar las precauciones oportunas, se reunieron de nuevo en el patio central.

-La casa es segura-, sentenció Lambo, -pero no me fío. ¿Por qué no hemos visto a ninguna persona de camino a este lugar? ¿Y por qué nos han prohibido salir sin permiso?

-Tal vez sea una costumbre local-, propuso Zenón pensativo, -o quizás haya toque de queda por la noche.

-En cualquier caso-, intervino Mordekay, -está claro que, aunque nos temen, quieren agasajarnos. Una ventaja que nos vendrá muy bien para ganar influencia entre los gobernantes del planeta.

-Aun así, la ciudad no es completamente segura-, afirmó Nodius con voz neutra.

-¿A qué te refieres?-, preguntó Lambo. -¿Has sentido algo extraño?

-Así es. Puedo percibir el Inmaterium más allá de la realidad, rugiendo como un mar embravecido... y hay algo más: siento algún tipo de barrera mística... conteniendo esa fuerza para mantenerla bajo control.

-Las brujerías de los hechiceros locales no interferirán en nuestros deberes, hermanos-, respondió Mordekay confiado. -Haremos turnos de guardia durante la noche para garantizar nuestra seguridad y mañana procederemos a revisar nuestro equipo. Algunas servoarmaduras necesitan reparaciones urgentes y debemos conseguir más munición para las armas.

-¿Y crees que nuestros... anfitriones nos darán todo eso si lo pedimos amablemente?-, quiso saber Nodius. Con él siempre era difícil discernir si estaba siendo irónico o tan sólo neutral en su elección de palabras.

-No veo por qué no. Hemos demostrado nuestra utilidad y les conviene tenernos contentos si no quieren que desencadenemos en su ciudad la misma violencia que puso fin a las vidas de Renkard Copax y Kharulan el Artífice.

-¿Y qué haremos los que no somos Astartes?-, quiso saber Zenón.

-Orick nos ayudará mañana con las reparaciones. Tú descansa, te lo has ganado, pero no te relajes del todo. Tal vez necesitaremos un buen piloto para huir precipitadamente de la ciudad.

-Entiendo-, respondió el renegado imperial con un deje satisfecho en su voz que ninguno de los presentes percibió.

-¿Y que hay de él, hermano?-, preguntó Nodius mientras señalaba al prisionero de Mordekay, que yacía en el suelo indefenso y maniatado, tumbado bocabajo contra su voluntad.

-Ah, nuestro prisionero... es cierto... Por ahora, permanecerá cautivo. Encerradle en alguna sala.

-Todavía no entiendo por qué lo has traído con nosotros-, murmuró Lambo mientras observaba cómo Orick y Zenón se llevaban a rastras al desgraciado, cuyos lamentos, patéticos y resignados, resonaron por todo el edificio.

-Toda Legión Astartes necesita siervos que se ocupen de las tareas mundanas. Cuando hayamos conseguido nuestros objetivos aquí, le daremos la oportunidad de unirse a nosotros o seguir su propio camino.

-Los fieles de Tzeentch lo sacrificarán a su dios cuando vean en su piel la marca de Nurgle-, añadió Karakos adivinando el razonamiento del sargento calibanita.

-Yo no me preocuparía por él-, asintió Mordekay con una sonrisa sombría en su severo rostro. -Estoy seguro de que, llegado el momento, tomará la decisión correcta.

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