martes, 1 de octubre de 2013

SUSURROS-DEL-PASADO (6 - 3)

Campo de Batalla (Umbra Media)

Perezosos jirones de bruma dormitaban indolentes sobre las rocas, ocultando gran parte del paisaje con su manto húmedo y la quietud de la noche sólo parecía verse interrumpida por el estrépito provocado por las olas al estrellarse contra los acantilados. Sin embargo, la pequeña ensenada no carecía por completo de vida. Desde su privilegiada posición, el Señor de la Sombra olisqueó el hedor de los hombres incluso antes de haberlos divisado. El Garou trepó unos metros más, con el vientre pegado a la húmeda roca, siguiendo a Faruq. Lo que encontró una vez que hubo coronado el peñasco, le causó no poco desconcierto.

Numerosas figuras, armadas con espadas y lanzas, estaban descendiendo de un barco encallado en la playa de piedras. En otras circunstancias, el Galliard se habría tomado su tiempo para admirar las elegantes curvas de la embarcación, pero todo cuanto percibía hasta ese momento le decía que estaban a punto de ser testigos de otra tragedia de la historia humana: las velas plegadas del navío, los movimientos furtivos y alertas de los guerreros. "Se va a derramar sangre muy pronto", reflexionó el joven Garou.

Casi por reflejo, miró a su compañero para intentar adivinar si Faruq pensaba lo mismo, pero el Ragabash no estaba donde debería. Unos segundos antes se hallaba tumbado a su lado, observándolo todo con suma atención y ahora ya no estaba. Simplemente había desaparecido por completo. Su olor personal era la única prueba que tenía Susurros-del-Pasado para confirmar que su hermano de manada había estado allí arriba. "En el nombre de Gaia, ¿dónde te has metido, maldito Luna Nueva?"

Un ruido detrás suyo llamó su atención de inmediato, pero al volverse descubrió que sólo era Lars. El Theurge debía haber escalado con cierta dificultad la pared del promontorio, mientras sostenía entre sus fauces el fetiche que hacía las veces de brújula en su búsqueda espiritual. Susurros-del-Pasado alzó la cabeza para observar de nuevo a los humanos. Para su satisfacción, los guerreros que se escondían en la playa no parecían haber escuchado ningún ruido. Muy al contrario, concentraban toda su atención en un sendero pedregoso que ascendía por una pequeña pendiente hasta perderse más allá, hacia la costa. "Deberíamos dar gracias a Gaia por haber concedido a los humanos unos oídos tan torpes", pensó con sorna el Señor de la Sombra.

-¿Faruq?-, preguntó su hermano al mismo tiempo que adoptaba la forma de hombre de las cavernas.

-Desapareció-, respondió él con un gruñido que no ocultaba en absoluto su frustración.

Lars no dio ninguna importancia al hecho de que el Ragabash hubiese decidido actuar por su cuenta, olvidándose de las claras instrucciones que les había dado Canción-Ocultas cuando habían llegado a este lugar. "Observar atentamente todo lo que ocurra, pero no intervengáis bajo ningún concepto", les había dicho su alfa. "Debemos averiguar por qué Uktena nos ha enviado a esta región del Campo de Batalla".  Lars interrumpió sus pensamientos.

-Aqueos-, murmuró en voz baja, tan baja que incluso a Susurros-del-Pasado le costó entenderlo en forma lobuna.

-¿Qué?-, preguntó el Philodox sin entender realmente al Theurge.

-Son soldados griegos de una época muy remota-, le explicó sin dejar de observar a los humanos. -Observa con atención. Ninguna de sus armas es de hierro, todas parecen haber sido forjadas con bronce.

Susurros-del-Pasado observó a los humanos detenidamente, descubriendo sorprendido que Lars tenía razón. Y no sólo eso, también se percató en los cascos redondos hechos con colmillos de alguna bestia salvaje, los numerosos escudos con forma de ocho y forrados con pieles de animales...

-¿Cómo lo supiste?-, acertó a decir incrédulo.

-Tuve una infancia muy difícil-, respondió Lars con sencillez. -Me pasaba mucho tiempo leyendo acerca de los vikingos, las legiones romanas, los pueblos germánicos. Cualquier cosa con tal de evadirme...

El relinchar de unos caballos hizo que ambos enmudecieran de golpe. Los humanos estaban obligando a descender por una estrecha pasarela a dos hermosos caballos de pelaje pardo cuyas cabezas estaban cubiertas por oscuras capuchas. El resto de los tripulantes del barco se esforzaron por hacer descender de forma controlada el armazón vacío de un carro, ayudados por varias sogas y cuerdas. La pericia de los humanos logró que culminasen sus trabajos en menos tiempo del que podría pensarse. Unos guerreros sin coraza arrastraron luego el vehículo hasta la playa. Hecho lo cual, llevaron a los dos caballos y les pusieron los arreos y bridas.

Entretanto, una figura siniestra observaba los preparativos desde la cubierta de la embarcación. Susurros-del-Pasado no la había visto antes, pero ahora no podía apartar su mirada de él. El griego iba ataviado con una pesada coraza y numerosas placas que cubrían todo su cuerpo, a excepción de las piernas, que estaban protegidas a su vez por unas canilleras desde las rodillas al tobillo. En su mano derecha, la figura aferraba una larga lanza. Por el contrario la otra mano no sostenía escudo alguno, sino que lucía una enorme pinza de crustáceo en lugar de una palma y cinco dedos .

-Ese debe ser su líder... un maldito Fomor.

-Percibo en él la peste del Wyrm incluso desde esta distancia.

-Debemos avisar inmediatamente al resto de la manada. ¡Vamos!

-.-

Tal y como esperaban, cuando regresaron a la ensenada acompañados de sus hermanos, los guerreros aqueos ya se habían puesto en marcha. A pesar de ser meros reflejos espirituales de aquellos que vivieron esos mismos acontecimientos, su olor estaba fresco en el aire de la madrugada. Apestaban a vinagre, pescado y vino, una combinación que difícilmente podría considerarse sutil para perder su rastro. Y por si eso no fuera suficiente, las huellas dejadas por el carro del caudillo eran lo suficientemente elocuentes por sí mismas.

En cualquier caso, una vez que las Cinco Garras de Gaia llegaron a la cima del camino que conducía a la playa, encontraron un paisaje litoral de un oscuro color terroso, salpicado por hierbas bajas y abundantes matorrales. La luz de Selene, que apenas mostraba su cuarto creciente, iluminaba una pequeño poblado de casas redondas y paredes encaladas, con techumbre de ramas, dispuesto sobre un promontorio rocoso que se alzaba solitario sobre el nivel del mar. Más lejos aun, casi en la otra punta de la isla, se podían discernir las oscuras copas de los pinos y alcornoques de una sombría arboleda parcialmente cubierta por la bruma.

Los aqueos habían recorrido una buena distancia en completo silencio amparándose en la oscuridad. Susurros-del-Pasado y su manada les siguieron, manteniéndose a una prudente distancia de los más rezagados para impedir que diesen la voz de alarma. Por fortuna, los asaltantes estaban demasiado concentrados en la tarea que tenían entre manos, como para distinguir a seis hombres lobo al acecho en su retaguardia. "Lástima que no podamos hacerles ver su error", se lamentó en silencio el Galliard.

-.-

Al llegar a las lindes del poblado, los aqueos se dispersaron en pequeños grupos, cubriendo todas las casas y puertas. Únicamente en ese momento, echaron a un lado toda cautela para proferir terribles gritos de guerra. Entraron en los hogares, espada en mano, sin respetar la vida de hombre, mujer, niño o anciano. Hubo saqueos, violaciones e incendios descontrolados. Algunos aldeanos intentaron resistirse, pero sus esfuerzos cayeron en saco roto. Fue una masacre carente de todo sentido de gloria u honor.

El caudillo aqueo no permaneció impasible ante la destrucción provocada por sus hombres, sino que participó activamente en la matanza. Mientras su auriga azuzaba a los caballos para perseguir a los aldeanos que tratasen de escapar, él mismo agotó todas las jabalinas de su carcaj de cuero con mortal precisión. No obstante, cuando se quedó sin más proyectiles arrojadizos, ordenó al conductor del vehículo que embistiese directamente a los desafortunados que tuvieron la mala fortuna de encontrarse en su camino. Susurros-del-Pasado apenas podía creer que los cadáveres ensangrentados que dejaba el carro tras de sí pudiesen haber pertenecido previamente a un ser humano.

El Galliard se sintió arder de pura indignación. La rabia que sentía en ese momento amenazaba con desbordarle como un río cuyo torrente hubiese sido alimentado por la descarga de una fuerte tormenta. Estaba enfadado con los habitantes del poblado, por no haberse dado cuenta de que las leyes de Gaia sólo respetaban a los más fuertes. ¿Por qué no habían alzado algún tipo de defensa alrededor de sus casas? ¿Por qué ninguno de ellos se ocupó de vigilar la noche para prevenir que algo así pudiese suceder? Se merecían su ridículo destino, y sin embargo, el Señor de la Sombra no podía evitar sentir lástima por ellos.

-.-

De pronto, la escena cambió ante sus ojos. Todo empezó con un aullido furioso, un aullido que prometía venganza y muerte. Todos los hombres dejaron de hacer lo que tenían entre manos. Las risas cesaron de golpe. Las voces enmudecieron. Las manos aferraron con miedo sus armas. Un nuevo aullido se unió al primero, y luego otro, y otro más. El caudillo intentó reunir a sus hombres entre maldiciones, esforzándose por hacerse oír por encima de los relinchos asustados de los caballos y el desconcierto de su gente.

Una enorme zarpa peluda elevó por los aires a uno de los asaltantes, haciéndolo desaparecer detrás de una de las casas. Los alaridos de la víctima cesaron bruscamente. Por el rabillo del ojo, enormes formas oscuras corrían entre los edificios, cazando uno a uno a los invasores. Algunos aqueos trataron de huir de las bestias, pero no pudieron escapar de su justo castigo.

Como Galliard, Susurros-del-Pasado había escuchado muchas historias acerca de las Garou conocidas como las Furias Negras. Se decía que su tribu sólo admitía a mujeres, aunque también se rumoreaba que toleraban a algunos machos metis entre sus filas. Se tenían a sí mismas como las Garou más cercanas espiritualmente a Gaia y al Kaos, y la mayoría de ellas mostraban una actitud condescendiente hacia el resto de las tribus de la Nación Garou. Sin embargo, muchos las respetaban por su habilidad marcial y Susurros-del-Pasado pudo comprobar la razón.

Pequeñas escaramuzas se extendieron por doquier, aunque las Furias lograron imponerse a los invasores y cobrarse un sangriento tributo antes de que estos pudieran reorganizarse. Debía haber ocho o nueve de ellas como mucho en la isla. Dicho fuera en su honor, ninguna de ellas cayó muerta durante los primeros embates de la refriega. Formas Crinos de pelaje oscuro con manchas o rayas blancas, plateadas o grises destrozaron sin dificultad la carne y los huesos de sus enemigos con sus afiladas garras. Lobas e Hispo de enorme tamaño acabaron a mordiscos con otro puñado de aqueos. Sin embargo, el caudillo logró reagrupar a un gran grupo de los suyos en el camino, por lo que el combate no había terminado ni mucho menos.

El pesado batir de unas grandes alas obligó a Susurros-del-Pasado a apartar la vista de la batalla durante unos instantes. No pudo creer lo que vieron sus ojos. Un avatar de Pegaso, el tótem espiritual de las Furias Negras, sobrevolaba en esos momentos el campo de batalla. Parecía como si estuviese cabalgando sobre el mismo cielo, mientras sus alas batían furiosas las invisibles corrientes de aire. El espíritu se precipitó hacia abajo sin previo aviso, derribando a media docena de hombres antes de alzarse de nuevo hacia las alturas.

-Están acabados-, murmuró Faruq a su lado.

-No lo creo-, gruñó él cuando volvió a observar al caudillo.

En aquel momento el Fomor había echado hacia atrás el brazo con el que sostenía su lanza y tras unos breves segundos la arrojó con todas sus fuerzas cuando estuvo seguro. El arma recorrió el oscuro cielo, pero no erró en el blanco, sino que se hundió profundamente en el costado del espíritu. Moribundo, el avatar de Pegaso comenzó a caer sin control, estrellándose contra el suelo finalmente, sin dejar de proferir terribles sonidos de dolor y agonía.

Los Garou de las Cinco Garras de Gaia habían sido testigos de muchas cosas horribles durante su corta vida, pero ninguna tan increíble como la que acababan de contemplar. La sorpresa desbordó a la furia y no quedó nada salvo una pesada angustia.

-Levántate, levántate-, suplicó Crow en voz baja, rompiendo el apesadumbrado silencio que siguió.

Pegaso pareció haberlo escuchado. E incluso hizo dos torpes intentos para ponerse en pie. Sin embargo, sólo consiguió volver a caerse las dos veces, ensanchando todavía más la herida de la lanza en su costado y quejándose lastimeramente. Las fuerzas lo abandonaron de pronto y se quedó allí inerte, tendido, destrozado. En ese mismo instante, las Furias Negras enloquecieron por completo, abandonándose a un salvaje frenesí. Cayeron sin misericordia sobre lo invasores, dejando un reguero de cadáveres desmembrados a su paso. El mismo caudillo, que había logrado eliminar con su lanza a dos Furias en combate singular, perdió literalmente la cabeza cuando una anciana Garou se la arrancó de un golpe con un barrido de su garra en forma Crinos.

-Tenemos que irnos-, susurró Lars.

-¿Qué?-, preguntó Canción-Oculta perplejo.

-Tenemos que irnos-, repitió el Theurge al mismo tiempo que mostraba la brújula-fetiche que siempre llevaba consigo. Todos ellos pudieron comprobar que el interior del cuenco resplandecía débilmente y que la pupila del gran orbe que había en su interior estaba orientada en una nueva dirección. Uktena les estaba indicando que debían proseguir su viaje.

-Muy bien-, respondió el alfa con todo su aplomo. -Vámonos. Aquí no podemos hacer nada más...

-.-

-Creo que ya sé por qué nos trajo a ese lugar, les dijo al resto una vez que dejaron atrás el cartel de carreteras con el nombre de la isla: "Ictime".

Todos arrastraron sus miradas apenadas hacia él, sin comprender muy bien a qué se refería. Todavía apenado por la muerte de Pegaso, Susurros-del-Pasado no disfrutó de la atención que recibía y habló con rapidez, intentando explicarse cuanto antes para alejar de sí aquellas miradas cargadas de angustia.

-Es la lanza-, empezó a decir con cierto nerviosismo. -Ningún arma podría haber herido de ese modo a un espíritu... y menos a un avatar de un Incarna. ¿No es cierto, Lars?

-Ningún arma mundana podría hacer lo que hemos visto-, asintió el Theurge, como si hubiese podido adivinar sus pensamientos.

-¿Insinúas que es un fetiche?-, quiso saber Faruq.

-Sí, eso es. La lanza es un poderoso fetiche del Wyrm, un arma única y temible, capaz de destruir a un avatar de Pegaso.

-Y no sólo eso-, intervino Canción-Oculta de repente. -¿Os acordáis de Stuttgart? Los Fenris corruptos usaron la punta de una lanza de bronce para destruir un túmulo sagrado. ¡Tiene que ser el mismo fetiche!

-¿Y qué parte juega Relámpago en todo esto? ¿O la Llanura del Apocalipsis?

-No lo sé todavía, Faruq-, respondió el alfa con algo más de energía. -Sin embargo, tengo la corazonada de que estamos empezando a dar nuestros primeros pasos en la dirección correcta.

-Suponiendo que tengáis razón, ¿qué haremos con ella cuando la tengamos en nuestras manos?-, quiso saber Crow.

-¡Destruirla!-, gruñó Raimorantha sin dudarlo.

-Canción-Oculta tiene razón-, sentenció el Galliard con firmeza obviando intencionadamente la última afirmación del Ahroun de la Camada de Fenris. -Sólo hemos dado unos pocos pasos en nuestra búsqueda espiritual. Si somos dignos, encontraremos las respuestas que buscamos a su debido momento.

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