martes, 13 de mayo de 2014

BC 21: LOS AMOS DE SURGUB


"Encajamos rápidamente las placas antigravedad en la plataforma del artefacto y, cuando activamos sus arcanos mecanismos, la maquinaria flotó ingrávida hasta situarse a unos cómodos cuarenta centímetros del suelo. A continuación salí de nuevo al pasillo para asegurarme de que no hubiera ninguna amenaza visible, mientras Mordekay aferró el artefacto por uno de sus extremos y tiró de él, arrastrándolo fuera de la sala prácticamente sin esfuerzo.
Confieso que yo estaba extremadamente preocupado por la idea de que el constructo, que habíamos dejado atrás, pudiese encontrar otro pasillo más amplio que le condujese a nuestra posición actual, atacándonos de improviso en nuestro momento de mayor vulnerabilidad. No obstante, no ocurrió tal cosa, por lo que pudimos llegar al elevador sin sufrir más contratiempos que los constantes lamentos del prisionero de Mordekay.
Una vez que llegamos al nivel de la superficie, Lambo acercó el vehículo de carga y entre los tres subimos el artefacto con gran cuidado a la parte de atrás, para luego desconectar las placas antigravedad y amarrarlo con cadenas a su nueva posición. Todos éramos bien conscientes de que cada vez podíamos escuchar menos disparos o gritos, lo que significaba que se nos estaba acabando el tiempo.
Arrancando parte de la cabina para ocupar cómodamente los mandos del vehículo, Lambo nos sacó lentamente del edificio principal de la Forja de Plata, atravesando una gran abertura que había forzado un enorme constructo de nueve metros. En el exterior pudimos ver una decena de cadáveres destrozados, así como dos grandes brechas en el muro de rococemento."

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-¡Llévanos a los muelles!-, ordenó Mordekay.

-¿No vamos a eliminar Lady Nepythys?-, respondió Lambo mientras introducía el vehículo en las tortuosas calles de Surgub.

-No hay tiempo. Las creaciones de Kharulan desatarán la alarma en la ciudad si no lo han hecho ya. ¡Tenemos que irnos ahora!

-Pero antes deberíamos informar a Selukus de nuestro éxito, hermano sargento. De lo contrario, no estará en deuda con nosotros.

-No nos arriesgaremos-, respondió Mordekay con un tono conciliador pero no falto de urgencia. -Hemos hecho con éxito todo cuanto nos pidió Marius. Asegurémonos primero su alianza, hermanos. Ya tendremos tiempo más tarde para ponernos en contacto con Selukus de forma...

Su voz quedó interrumpida por una gran campanada, que resonó dolorosamente a través de las torres de la ciudad. Las pocas personas que vieron por las calles en esos momentos, guardias y ciudadanos corrientes, dejaron de hacer inmediatamente todo lo que estaban haciendo y se arrodillaron en el suelo con una obediencia abyecta.

Entonces el aire se espesó como si fuese sangre coagulada y los rayos de luz parecieron parpadear tan rápido que los simples mortales sólo pudieron doblarse de dolor y vomitar sobre el suelo. Lambo tuvo que detener el vehículo, ya que incluso su fisiología Astartes se vio afectada a un nivel más leve pero igual de molesto. Para gran sorpresa de los guerreros calibanitas, un gran lamento se alzó por toda la ciudad, cuando los habitantes de Surgub, comenzaron a suplicar por sus vidas al unísono mientras salían de sus viviendas.

A continuación, los Catorce Factores hablaron al mismo tiempo con una cacofonía átona que desafiaba toda cordura y sus palabras se escurrieron a través de sus sentidos, dirigiéndose directamente a la parte más frágil de sus almas.

-¡El Arquitecto del Destino ha hablado!-, dijeron las voces, despertando un miedo palpable en las masas que se estaban reuniendo lentamente en las calles. -¡Nuestras torres rozan los cielos, pero son pequeñas ante su mirada! ¡Cada una debe ser más alta y, de este modo, nuestra ciudad será ensalzada, excepto si dejamos de contar con su favor! ¡Nuestro decreto es que Surgub se alce un codo más alto, torre a torre, carretera a carretera, calle a calle! ¡Nadie podrá marcharse hasta que esta obra sea realizada! ¡Rezad a Tzeentch y preparad vuestras almas para los Cien Años de Atadura!

Alrededor del vehículo y de los confusos Astartes, la población de la ciudad comenzó un ritual de adoración en masa, llenando el aire con más de un millón de voces atronadoras, cada una de las cuales parecía agradecer a Tzeentch esa revelación, aunque pronto las voces se sumergieron en una cacofonía átona, donde cada adorador empezó a hablar inconscientemente en lenguas inteligibles.

-¿Necesitáis más pruebas de la locura que nos rodea?-, preguntó Mordekay a sus camaradas de armas. -¡No te detengas hasta que hayamos llegado a los muelles, Lambo!
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"Mi hermano guardó silencio y condujo obedientemente el vehículo hasta los muelles. Llegamos a nuestro destino bastante rápido, gracias a que había memorizado la ruta que seguimos cuando el marinero nos llevó a la Forja de Plata de Kharulan el Artífice.
Una vez que por fin llegamos a los muelles, todo parecía estar en aparente calma, tal y como lo habíamos dejado al irnos de aquí. La bruma anaranjada seguía bañando en silencio los almacenes fantasmales y las cajas de suministro, siendo el barco en el que habíamos llegado el único que estaba amarrado en ese momento en el puerto. La nota discordante era el vocerío de las atemorizadas plegarias proferidas por los habitantes de Surgub.
Sin perder el tiempo, detuvimos el vehículo junto al navío para que Lambo y Mordekay descargasen el artefacto de Marius, ayudados de nuevo por las placas antigravedad, mientras yo inspeccionaba los alrededores para asegurarnos de que no tuviésemos compañía. Fue entonces cuando los vi flotando en las aguas de la orilla. Allí había cuatro cadáveres inertes, tres de los cuales eran guardias de la ciudad despojados de sus armaduras y el cuarto se parecía sospechosamente a uno de los marineros que habíamos dejado prisioneros en el barco. Sin duda, esas muertes eran obra de Karakos.
Mordekay llamó en voz alta al antiguo bibliotecario temiendo que nos hubiera abandonado. Pensándolo con retrospectiva, hubiese sido mejor para todos nosotros que hubiese sido así. Sin embargo, Karakos no se había ido, sino que su figura blindada se alzó desde un ángulo ciego en la cubierta de la embarcación sujetando por el brazo derecho al marinero que quedaba con vida."

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-¿Por qué habéis tardado tanto?-, preguntó Karakos a modo de saludo.

-Hubo complicaciones-, respondió Mordekay escuetamente. -Luego nos pondremos al día. Lambo, el marinero y tú poned en marcha los motores y sacadnos de aquí cuanto antes. Karakos, ayúdame a subir el artefacto al barco. Nodius, vigila los alrededores.

-¿Y qué hacemos con él?-, preguntó Nodius en calibanita, refiriéndose al prisionero que Mordekay había encontrado entre las cajas hacía ya varias horas.

-No esperaba que sobreviviera-, respondió Mordekay en un inesperado arranque de sinceridad-, pero nos lo llevaremos también con nosotros.

Incapaz de comprender las razones de su superior, Nodius volvió a concentrar su atención en los muelles, mientras sus hermanos hacían los preparativos para la retirada. Sin embargo, su mirada regresó una y otra vez a los cadáveres que flotaban plácidamente en las aguas del muelle. "Entiendo que Karakos hubiese tenido que matar a los tres guardias para que no diesen la alarma, pero ¿por qué ha segado también la vida del marinero?", se preguntó en silencio. La curiosidad pudo más que la precaución y, echando un último vistazo a los muelles para asegurarse de que no hubiese enemigos cerca, saltó al agua cerca del muerto para intentar hallar la respuesta por sí mismo.

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-Recibido, Mordekay-, contestó Zenón.

-¿Problemas?-, preguntó a su lado Orick. Su compañero no había sido una agradable compañía, aunque había sido lo bastante inteligente para permanecer en silencio desde que Zenón lo había tentado a irse.

-En absoluto-, respondió el renegado imperial mientras apretaba algunas runas y modificaba la posición de unos interruptores que volvieron a poner en funcionamiento poco a poco todos los sistemas de la lanzadera. Sus movimientos eran ágiles y seguros, fruto de una familiaridad que casi despertó en él viejos recuerdos. Sin ningún esfuerzo, apartó rápidamente esos pensamientos inútiles para concentrarse de nuevo en los mandos de la lanzadera. -Los Astartes han conseguido lo que buscaban. Simplemente tenemos que recogerlos y salir de aquí. Abróchate los cierres de seguridad.

-Entiendo.

-Tardaremos unos diez minutos en tener listos los motores, puede que incluso un poco más. Tú procura no distraerme y todo irá bien.

-Guardaré silencio pero... ¿no deberías despertar a los espíritus máquina de los motores con las plegarias adecuadas?

-Las plegarias son para los tecnosacerdotes y los estúpidos-, gruñó hoscamente el renegado imperial antes de volver su atención a las comprobaciones de los instrumentos. "¡Qué irónico!", pensó en silencio. "Incluso los herejes del Vórtice de los Gritos creen en las estúpidas supersticiones promovidas por el Adeptus Mechanicus."

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-Mira esta marca en la frente-, señaló Nodius arrodillado junto al cadáver. -Es la estrella de ocho puntas del Caos. Y estas dos en la espalda... son las runas de Khorne y Tzeentch. En la pierna derecha también tiene la de Nurgle y sobre el vientre está la de Slaanesh.

El psíquico calibanita mostró a Mordekay las marcas hechas sobre la piel del cadáver con un arma de filo, tal vez un cuchillo grande, y dejó que el sargento de la escuadra Laquesis viese con sus propios ojos las terribles heridas que había sufrido el difunto antes de ser degollado y arrojado al mar.


-¿Lo has hecho tú?-, preguntó Mordekay sin apartar la vista del cadáver.


-Sí-, confesó Karakos.


-¿Por qué?-, quiso saber Mordekay malhumorado.


-Fue un sacrificio ofrecido a todos los Poderes Ruinosos para que bendijesen nuestra misión y nos ayudasen a salir victoriosos sobre nuestros enemigos. ¿Cuál es la causa de tu irritación? Podíamos prescindir de él y dejé a su compañero con vida para pilotar la embarcación.


-¿Es que no ves lo que estás haciendo?-, respondió el sargento calibanita. -Al imitar los actos de los Portadores de la Palabra, te acabarás convirtiendo en un esclavo de la Disformidad, como lo son ellos. ¡Y no sólo eso! Le había dado mi palabra a este hombre de que...

El aire se espesó una vez más y, de nuevo, volvieron a escuchar de nuevo las voces atronadoras que procedían de las torres más altas de Surgub. No obstante, esta vez los cuatro Astartes se sintieron observados por seres de indecible poder que volvieron hacia ellos miradas más temibles que las de los mismos demonios. Durante unos aterradores segundos, todos ellos permanecieron extasiados e incapaces de mover ni un solo centímetro mientras sentían cómo sus almas eran expuestas al espantoso escrutinio de los Catorce Factores de Surgub.

-Intrusos...-, clamaron como una sola las voces melodiosas y horrorosas. -Hay extranjeros en la Casa de Surgub. ¡Ellos interfieren en el plan de Tzeentch! ¡Alzaos, hijos fieles, y traedlos ante vuestros amos!

Tan rápido como había aparecido, la inmovilidad cesó repentinamente y los Astartes volvieron a ser dueños de sus cuerpos y mentes. El poder de los Catorce Factores era de una magnitud tan terrible, que desafiaba cualquier intento para que una mente mortal pudiese comprenderlo adecuadamente. Sin embargo, pese a la confusión que ralentizaba sus pensamientos, todos ellos fueron conscientes de que debían huir de inmediato o todo estaría perdido cuando la población de la ciudad se les echase encima.

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"Lentamente, el costado del barco comenzó a alejarse centímetro a centímetro del borde del muelle y el marinero que quedaba quedaba con vida giró el timón para sacarnos de la ciudad. Al principio, se había negado a obedecernos después de escuchar las órdenes de sus amos, pero Lambo lo ató sin contemplaciones al timón y le hizo varios cortes, dolorosos pero poco profundos, en la piel de su espalda hasta que el hombre entró en razón y se avino a sacarnos de los muelles.
La cubierta oscilaba de un lado a otro, pues la mar estaba agitada por corrientes invisibles alteradas por energías psíquicas. Desde mi puesto en la proa, pude discernir el contorno de una de las naves de guerra que protegían Surgub. Por medio de una maniobra de apariencia lenta y pesada, el navío enemigo comenzó a cambiar de rumbo, encarándose paulatinamente hacia nosotros.
Me disponía a advertir de ello a mis hermanos cuando un nuevo suceso llamó mi atención. Sin advertencia previa, sentí un fuerte tirón dentro de mi túnica cuando el último pergamino de Selukus el Estilita salió disparado hacia el exterior, alzándose por encima de nuestras cabezas como si albergase vida propia.
En ese momento, supe con exactitud lo que iba a suceder: el sello iba rasgarse por sí mismo, debido a una maldición que hubiese dejado el Estilita para que no nos fuésemos con su regalo sin haber asesinado antes a Lady Nepythys o bien debido a que simplemente Selukus hubiese obedecido a los Catorce Factores de Surgub abriendo el pergamino con su poder mental desde la Torre Retorcida. Por ello, alcé mis manos sin perder el tiempo y concentré mis poderes pirománticos.
Una llama se materializó en el mismo espacio que ocupaba el pergamino, prendiéndolo inmediatamente. Mi acto, fruto de la desesperación, fue una apuesta arriesgada para intentar lo inevitable, destruyendo el pergamino que contenía el hechizo de Selukus antes de que se rompiese el sello... o al menos, eso esperaba. Desgraciadamente, el fuego únicamente sirvió para quebrar el sello antes de tiempo. Tal y como había sucedido anteriormente en la Forja de Plata, se produjo una brecha en la realidad, de la que surgieron decenas de pequeños demonios alados que nos atacaron inmediatamente con sus feroces garras y sus colmillos."

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Luchando por permanecer erguido a pesar del brusco giro, Lambo golpeó a la criatura demoniaca con su hacha sierra, empotrando el extremo del arma contra la boca que sobresalía del cristal roto y que estaba destrozando la cara del marinero. El golpe fue más violento que preciso, pero consiguió sacar al monstruo del puente de la embarcación. Puede que incluso lo hubiese desterrado de la realidad física. Sin embargo, en lugar de alegrarse, el Astartes maldijo cuando contempló al desafortunado marinero, al que le faltaban la nariz y parte de la cara. El hombre, medio ciego, profirió grandes alaridos de dolor mientras intentaba liberarse enloquecidamente de sus ataduras.


Apiadándose de él, el Astartes le partió el cuello para darle una muerte rápida, estiró las manos para coger el timón y encaró de nuevo el barco en la dirección correcta. Otros demonios pasaron volando a su alrededor, aprovechando su postura desprotegida para atacarlo con afiladas garras y colmillos en cada pasada. Lambo los maldijo en silencio cuando un par de ataques atravesaron el blindaje protector, causándole varias heridas de distinta consideración, pero mantuvo firme el rumbo de la embarcación.

En el centro de la cubierta, Karakos y Mordekay atacaron a las bestias rabiosas con sus armas, derribando a cuantas pudieron al mismo tiempo que recibían a cambio decenas de cortes y pequeñas heridas. Nodius les apoyó desde la proa con otro torrente de fuego, que abatió a varios demonios alados. Su dominio sobre las llamas pirománticas demostró ser tan diestro que logró que el fuego sólo dañase a las criaturas enemigas, sin perjudicar ni a sus hermanos ni al artefacto de Marius. Reducido su número a pequeña fracción, los últimos demonios se alejaron volando para buscar presas más fáciles, frustrados por la implacable defensa ofrecida por los Astartes.

-Hemos perdido al marinero-, gritó Lambo desde el puente.

-No importa-, repuso Mordekay. -Mantén los motores a máxima potencia y embarranca el barco en las coordenadas de extracción.

-No creo que podamos dejar atrás al navío de guerra que nos está siguiendo-, apuntó Nodius con voz neutra a su lado.

-Pronto lo comprobaremos-, dijo el sargento calibanita mirando fijamente hacia la proa del barco. 

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