Mi sire Jervais quiso reunirse en privado conmigo. Estaba dispuesto a olvidar nuestras desavenencias pasadas, me dijo conciliador. El hecho de que hubiese sobrevivido a mi riguroso aprendizaje demostraba que era digno de ser un magus Tremere. No obstante, remarcó, el hecho de que careciese de la mínima experiencia política como gobernante Cainita podría ponerme en grave peligro, por lo que se ofreció a darme algunos consejos útiles. Insistió en que mi prioridad debía ser asegurarme un refugio y relacionarme con los mortales más importantes de la ciudad, estableciendo lazos de servidumbre y afianzando mi control sobre su vida diaria. Por supuesto, tarde o temprano la ciudad atraería a otros descendientes de Caín. Por ello, debía consultarle cuando se diese el caso para establecer las alianzas más ventajosas para nuestra Casa y anteponer los intereses de los Tremere por encima de cualquier otra consideración. Él, por su parte, me daría todo el apoyo político que pudiese desde Ceoris, me aseguró.
Aunque algunos de sus consejos me serían muy útiles para las primeras noches que pasaría en mi nuevo dominio, otros eran contraproducentes. Jervais trataba de atarme a sus luchas políticas, debido a mi recién adquirida influencia. Por otro lado, si mis alianzas con otros Cainitas pasaban necesariamente por su aprobación, perdería cualquier atisbo de libertad para desarrollar mis propias ambiciones personales, pues me convertiría para toda la eternidad en su humilde aprendiz. Sin embargo, interpreté en su presencia el papel que esperaba de mí. Una rebeldía abierta sólo me traería graves problemas a corto plazo. La distancia me daría posteriormente la suficiente autonomía y discreción para seguir únicamente mis propios consejos. Por último, Jervais me reveló el nombre de la ciudad que sería mía de ahora en adelante: Balgrad.
El viaje desde Ceoris a mi nuevo dominio fue apacible y tranquilo. Tanto Lushkar y Derlush como yo mismo hablamos durante el camino con numerosos comerciantes, mercaderes y viajeros para conocer todo lo posible de la ciudad. Se hallaba situada en el valle del río Muresul, rodeada por campos de labranza al norte y el este y por densos bosques y altas montañas al sur y el oeste. Balgrad, llamada por algunos viajeros como la "Ciudadela Blanca" por su llamativa fortaleza, no era una ciudad pequeña como Klausenburg ni grande como Bucarest o Praga. Por lo que escuchamos, tenía buenas relaciones comerciales con las cercanas Mediasch, Hermanstadt y Kronstadt, famosa esta última por estar protegida por la Fortaleza de Bran, un castillo de los caballeros de la orden teutónica.
Recientemente, Balgrad había ganado relevancia política al ser elegida por el duque húngaro Gyula, de religión ortodoxa, como capital de su territorio, aunque se decía que casi un milenio antes, las legiones romanas del emperador Trajano habían conquistado a la tribu que moraba en aquel lugar y tomaron su capital, Apulum. En algún momento ahora imposible de determinar entre la caída del imperio romano durante el caos de las invasiones bárbaras y el actual gobierno del reino de Hungría, la ciudad había adoptado el nombre de Balgrad, que conservaba hasta hoy en día.
La "Ciudadela Blanca" cumplió todas mis expectativas. Era una urbe pujante, llena de vitalidad y dinamismo. Una base de poder perfecta para un Cainita con visión de futuro. No obstante, mis primeras noches tras sus muros fueron extremadamente humildes. Usé como refugio temporal la única habitación privada de una las posadas más modestas de la ciudad, pagando generosamente a su dueño para que no fuese molestado en ningún momento durante el día y para comprar su silencio ante mis extrañas costumbres.
Una vez asegurado un lugar de refugio me dispuse a familiarizarme con mi nuevo dominio, explorando las calles de la ciudad y buscando el emplazamiento ideal para mi nueva capilla. Me impresionó de sobremanera el castillo del duque, del que ya había oído hablar con maravilla a tantos viajeros. Ciertamente, era un baluarte defensivo excelente. Recorrí sus pasillos y cámaras durante la noche, evitando a sus habitantes mortales. Fue durante uno de estos paseos nocturnos cuando descubrí por casualidad unas runas y glifos grabados en uno de los muros. No reconocí su significado, pero sí recordaba haberlos visto con anterioridad: el arquitecto Zelios había grabado unos símbolos parecidos en algunos muros de la fortaleza del Paso de Tihuta. En aquel momento, había pensado que estaba dejando su firma para la posteridad. Y, sin embargo, aquí estaban de nuevo. Las preguntas se agolparon en mi mente. ¿Había diseñado el Nosferatu los planos de este castillo? ¿Al servicio del Tzimisce Radu de nuevo? ¿Con qué propósito? Decidí hacer una investigación más rigurosa, que me llevó a descubrir más de esas marcas en otras partes del castillo, lo que desmontó mi explicación del orgulloso arquitecto firmando su obra. No pudiendo descifrar por ahora el enigma, transcribí todos los símbolos al pergamino, junto con los que recordaba del Paso de Tihuta, y los guardé para cuando pudiese disponer de más información.
Después de unos meses de intenso estudio, decidí que la futura capilla estaría situada en el barrio de los artesanos y oficios. Reuniría los fondos necesarios para construir un edificio en ruinas que había ardido en un penoso incendio junto a sus ocupantes hacía doce años, lo cual me llevó a continuación a meditar cómo reuniría dinero y poder en la sociedad mortal. Yo sabía que existían Cainitas que señoreaban a los mortales influyentes a través de los sobornos, el chantaje o mediante las artes de la Dominación y los Juramentos de Sangre. Incluso había oído que existían Príncipes Cainitas que dictaban cada decisión importante tomada en las ciudades que gobernaban. Personalmente, no estaba interesado en esa clase de poder. Tomar esas medidas me exigirían una gran inversión diaria de tiempo, lo que perjudicaría mis propios estudios taumatúrgicos así como la instrucción de mis futuros aprendices. No, debía encontrar otro modo que me garantizase influencia a la par que discreción.
Pronto encontré la clave. Decidí usar a los gremios de la ciudad, especialmente a los artesanos, ya que en conjunto disponían de grandes recursos y de enorme influencia sobre el duque y sus vasallos. Mi plan requería la creación de una hermandad, basada en las sociedades secretas iniciáticas como los cultos de Eleusis entre los antiguos griegos, con una jerarquía de rangos y una serie de rituales ocultistas. El ascenso dentro del grupo se basaría en los conocimientos adquiridos, así como el cumplimiento de cualquier tarea encargada por los rangos superiores. En cierta manera, sería una pequeña pirámide Tremere dentro de Balgrad. Me llevó un poco más de dos años, pero logré atraer por distintos medios a todos los maestros artesanos, a los aprendices más prometedores y a unas pocas personas de los otros gremios. Enmascarados, acudirían a una reunión semanal celebrada la noche de los sábados, el día consagrado a Saturno, para intercambiar noticias, recibir instrucciones y participar en los rituales del grupo, especialmente en uno en que los participantes debían renovar sus juramentos de lealtad mientras sostenían unas piedras negras, que se volvían cobrizas después del rito. Lo que ninguno sabía es que esas piedras tenían un ritual taumatúrgico sobre ellas, para que absorbiesen un poco de sangre de los mortales que las tocaban, eso les daba ese característico color cobrizo. De esta forma, reuní un suministro constante de sangre que evitaba que perdiese tiempo cazando por las noches como el resto de los Cainitas y, además, me proporcionaría unas valiosas reservas de sangre para las emergencias.
Los miembros de la hermandad debían aprender a leer y escribir, si no lo sabían ya, y también recibían un pequeño aprendizaje sobre las lecciones más sencillas del trivium y el quadrivium, los pilares de la enseñanza escolástica y universitaria. Sus progresos les permitirían la capacidad comprar con sus propios ahorros los rangos superiores, en los que les esperaban las verdades ocultas que rigen el Universo; en realidad, esos conocimientos tenían poco valor para un verdadero experto del conocimiento oculto y las sendas de la magia, pero les permitirían un breve atisbo de la realidad más allá de su limitada percepción y el posible ascenso al consejo de sabios que dirigían la organización diaria de la hermandad. Controlé a estos "sabios" con Juramentos de Sangre y me situé en su jerarquía como Gran Maestre y Guardián de las Llaves del Saber.
Esa hermandad secreta fue mi única zona de influencia abierta en la ciudad. Los nobles eran una herramienta demasiado evidente y siempre atraían la atención de competidores Cainitas. Por su parte, la Iglesia podía ser peligrosa por la protección divina del Todopoderoso y sus fanáticos. Como precaución adicional, evité que ni Lushkar ni Deslush conocieran las actividades de la hermandad y viceversa, de forma que cualquier filtración o captura limitase la pérdida de mis recursos.
Cuando la hermandad tuvo a sus primeros miembros, usé los fondos recaudados para iniciar la construcción de mi nueva capilla además de sobornar a los dueños de las posadas y tabernas de Balgrad para que informasen a Derlush si se hospedaba cualquier visitante extraño y con hábitos nocturnos.
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