En el mes de marzo del año 1.201 de nuestra era, la rueda del Destino volvió a intervenir en mi existencia, mostrándome el primer esbozo del horror que estaba por llegar. Los mortales temen y envidian a los hijos de Caín, pero ¿a qué puede temer un alma condenada como la de un Cainita? ¿Existía algo más terrible que nuestra mera existencia? Ese año descubrí para mi desgracia las respuestas a esas preguntas.
Recuerdo que empezó una desapacible noche de marzo. Me hallaba en mi sanctasantorum, puliendo y tallando bajo la luz de las velas una lente cristalina que necesitaba para un ritual taumatúrgico. Mi mente, ausente de todo pensamiento elevado, guiaba los hábiles movimientos de los dedos. Terminada la faceta, me recosté en mi silla de madera de respaldo alto y contemplé la perfección del acabado. La luz inquieta de las velas arrojó y proyectó figuras en el interior del vidrio verde oscuro. De pronto una de esas figuras atrajo toda mi atención. En sus sinuosas formas y trazos creí reconocer un rostro demoníaco. Eso me puso nervioso. Giré el cristal que tenía en la mano, las sombras cambiaron y busqué de nuevo esa visión tenebrosa y malévola. No la volví hallar. Sin duda eso debía tranquilizarme, pero no lo conseguí. Una sensación ominosa, tal vez una premonición, se apoderó de mis marchitas entrañas. Era un mal presagio.
Estaba meditando sobre lo que había visto cuando Lushkar picó a la puerta de mis aposentos. Traía un mensaje procedente de Ceoris que nos había entregado un comerciante mortal. El procedimiento era el habitual. Los viajes eran peligrosos, así que la Casa Tremere solía servirse de mortales inconscientes para utilizarlos como mensajeros y correos. Los mensajes siempre estaban encriptados por medios mágicos para impedir su lectura por las personas equivocadas en caso de robo o pérdida. Las letras sólo adoptarían su posición original ante el destinatario cuyo nombre hubiese pronunciado el remitente en el momento de terminar la misiva. Leí con atención la que acababa de llegarnos en esa ocasión.
"Al regens de la capilla de Balgrad,
Vuestros servicios son requeridos en la capilla de Praga. Poned rumbo hacia ella lo más rápido posible. Al llegar, presentaros ante el regens que allí gobierna y obedeced su voluntad como si de la mía se tratase.
Etrius el Pío, Regente de la capilla de Ceoris,
Consejero de la Casa Tremere"
El tono condescendiente de la misiva me desagradó profundamente, pero debía obedecer su mandato. Ordené a Lushkar que se hiciese cargo de los preparativos del viaje. Debíamos unirnos a una caravana de comerciantes que se dirigiese en dirección a Praga. También debía encargarse de que dispusiéramos de un carromato cerrado y provisiones para él y Derlush. Entretanto, preparé una escueta misiva destinada al hermano William Arkestone, en la que le informaba que estaría ausente durante unos meses de la ciudad y que lo nombraba Senescal para que actuase en mi nombre hasta mi regreso. Pensé que esta sería la prueba final que confirmase sus lealtades. Si cuidaba de Balgrad como debía, la ciudad estaría en buenas manos. De lo contrario, a mi regreso volvería a colocar las cosas en su sitio. Asimismo, también ordené a mis criados que informasen a nuestros vecinos mortales de que uno de los hijos del maestre del taller había caído gravemente enfermo en una ciudad cercana; el maestre partiría de inmediato para reunirse con él y el taller quedaría cerrado hasta su vuelta.
A la noche siguiente, Lushkar me informa que todo estaba arreglado. Pagaríamos a un comerciante llamado Erud para unirnos a su comitiva, que estaba acampada a las puertas de la ciudad y que incluía a un pequeño grupo de mercenarios como protección adicional. Erud y sus hombres partirían al alba por lo que debíamos decidir rápido si queríamos unirnos a ellos. Le dí mi conformidad. Antes de marcharnos, recogí un saco con piedras imbuidas en sangre, a modo de suministros para situaciones de emergencia durante el viaje. Por último, también dejé preparadas todas las salvaguardias encantadas y las trampas listas. No quería que mis secretos fuesen desvelados por algún ladrón, ya fuese mortal ya fuese Cainita.
En poco tiempo nos unimos a la caravana de Erud. Era un mercader, corpulento y algo grosero en sus modales, pero amistoso en último término. Tuve que interpretar ante él el papel de un artesano envejecido y cansado, gravemente enfermo, que saldría poco tiempo de su carromato durante los días que durase nuestro viaje. Mi interpretación fue tan buena, que creo que me gané su simpatía desde aquel momento. Bien, no deseaba que nuestros compañeros de viaje sospechasen de mis extraños hábitos.
Al llegar el alba, noté que nuestra comitiva se ponía en movimiento antes de que el sueño me venciese. Así empezó aquel nuevo viaje. Los primeros cuatro días tomamos caminos que nos llevaron hacia el norte. Mis artes mágicas provocaron que el buen tiempo nos siguiese allí a donde fuésemos. La misiva de Etrius me exigía un viaje raudo y veloz, por lo que no quería carreteras embarradas que ralentizasen nuestra marcha.
Durante la semana siguiente, observé que nuestro camino nos conduciría inevitablemente a la ciudad de Klausenburg. Recordando el ataque que había sufrido en esa misma ciudad hacía cinco años, decidí tener una de mis escasas salidas para reunirme con Erud. Mi aspecto seguía siendo igual de enfermizo que la primera vez que hablé con él. Le dije que había escuchado muchas historias de los ladrones y asesinos que atacaban a pequeños comerciantes en los alrededores de esa ciudad. "Debemos evitar Klausenburg y sus montañas vecinas", le ordené usando mi Dominación. La voluntad de Erud era débil. Mi argumento le había causado el miedo que justificaría la orden que había recibido inconscientemente. Fue suficiente. Esa misma noche, se reunió con los suyos y acordaron dar un largo rodeo que evitaría el peligro.
En la duodécima noche de viaje, me hallaba en mi carromato leyendo a la luz de una vela gastada un pergamino escrito por un sabio bizantino. Habíamos dejado muy atrás la ciudad de Klausenburg, cuyo dominio reclamaba un Cainita del linaje de los Gangrel conocido como Mitru, y nos hallábamos en la seguridad de las montañas al noroeste de dicha ciudad. La calma reinante en nuestro campamento se vio interrumpida por el ruido de los cascos de caballos y las voces de alarma. Me asomé cauteloso al exterior. Cinco jinetes de aspecto rudo y basto habían interrumpido en el campamento. Estaban armados con arcos, lanzas y espadas. Me acerqué lo justo para escuchar la mitad de su conversación. Buscaban a una niña que había robado algo al nuevo señor de estas tierras, un noble llamado Lars. Por supuesto, Erud les respondió conciliador que no habíamos visto a ninguna niña durante estos días y que, por tanto, no podía hallarse aquí. Los mercenarios estaban tensos. Temían que los extraños fuesen la avanzadilla de un ataque y miraban a su alrededor con las armas prestas para su uso. Compartía perfectamente sus preocupaciones.
Los jinetes ignoraron a Erud y se dispusieron a registrar nuestro campamento, entrando en las carretas y revolviéndolo todo. No estaba dispuesto a que ninguna de esas alimañas saquease mi carromato, así que volví al interior y esperé pacientemente a que entrase uno de los jinetes. No me vi defraudado. Uno de ellos, que tenía la cara llena de cicatrices viejas y recientes, trató de entrar, mas le dije brevemente que podía ver que la niña no estaba escondida allí y lo Dominé para que buscase en otro lugar. Así lo hizo aturdido. Sus compañeros siguieron rebuscando hasta que se dieron por vencidos. Finalmente, volvieron a sus caballos, no sin advertirnos por última vez que si veíamos a la fugitiva se la debíamos entregar de inmediato. Luego, se marcharon al galope.
Esperé un poco tras su partida y luego le di nuevas instrucciones a Derlush. Debía coger un caballo e internarse en el bosque para encontrar a la niña desaparecida. De alguna forma, intuí que tal vez ella tenía información relevante para mí. Lo vi partir en las sombras sin que lo descubriesen ninguno de nuestros compañeros de viaje. Esperaba que la encontrase pronto. Después, ordené a Lushkar que hiciese preguntas a los comerciantes y mercenarios de nuestro grupo. Debía averiguar todo lo que pudiese sobre ese Lars. Después de casi dos horas, Lushkar volvió para compartir conmigo lo que le habían dicho. Parecía ser que Lars era el señor de las minas de plata de Satles, descubiertas hacía tan solo dos o tres años. Se rumoreaba que había asaltado la fortaleza del antiguo señor de estas tierras y ocupado su feudo por la fuerza de las armas. Casi nadie lo había visto desde entonces. Para mí fue suficiente. Empezaba a sospechar que Lars podía ser un Cainita.
En la última hora de esa noche hice el ritual taumatúrgico de Defensa del Refugio Sagrado en el carromato. Si éramos atacados durante el día, mi magia impediría que los mortíferos rayos del sol se adentrasen dentro del carromato. También usé mi magia para cubrir el cielo de pesadas nubes oscuras durante el día. Como precaución adicional, me cubrí con mantas y una capa de piel, sosteniendo una daga en la mano.
Los Cainitas estamos condenados a descansar durante el día, cayendo en un sopor sin sueños ni pesadillas. Y sin embargo, tuve mi primer sueño desde mi Transformación en magus Tremere. Me hallaba en un bosque onírico de árboles retorcidos, raíces enmarañadas y ramas grotescas. Había algo decididamente antinatural en este lugar. Sentía que era un sueño, pero que al mismo tiempo, de alguna forma también era real. Entonces escuché los gritos de multitud de personas. "¡Aquí! ¡Aquí! ¡Está aquí!", vociferaban apresuradas. Sus gritos se multiplicaron. Pude ver la luz de las antorchas acercándose, con movimientos rápidos y huidizos. Era un sueño, pero también era real. Corrí con todas mis fuerzas, intentando alejarme de ellos. Mis perseguidores reducía poco a a poco la distancia que nos separa.
En mi apresurada huida pude ver un ciervo de pelaje blanco, mas mis torpes ruidos lo asustaron y se alejó de mí. ¿Un ciervo albino? Era un presagio, tal vez una señal. La cornamenta del ciervo es uno de los símbolos originarios de la Casa Tremere. Decidí seguirlo. El animal se internó en la profundidad del bosque, pero intenté no perderlo de vista. Las raíces se aferraron a mis pies, intentando enroscarse en mis tobillos y derribarme al suelo. Perdí al ciervo de vista. Luché desesperadamente por liberar mi pie mientras sentía que la masa de personas se acercaba. Huí en la dirección en la que lo vi por última vez y, de pronto, llegué a una cañada abierta sin árboles ni matorrales.El ciervo blanco parecía esperarme al otro extremo y a mi espalda los gritos histéricos se hacían más fuertes, más cercanos. Decidí volver a correr tras el ciervo.
De repente, brotaron raíces negras del suelo de la cañada. Parecían tener vida propia. Una de ellas consiguió aferrarse a mi tobillo. Le dí un tajo rápido con mi daga. La raíz me soltó, pero vi con horror que brotaba sangre humana de su interior. No había tiempo, corrí hacia el ciervo. Debía despertar, debía despertar. Una gran luz blanca iluminó toda la cañada de golpe. Sólo entonces desperté.
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