Los Premsyl me persiguieron por las calles. Con una facilidad decepcionantemente simple, les hice creer que podían atraparme en esa cacería. Movidos por su ansia de violencia, corrieron en mi persecución sin plantearse en ningún momento lo que sucedía. Ni siquiera vacilaron cuando avancé por encima de la quebradiza capa de hielo del río. Los jinetes, por su parte, se dirigieron al Puente de Judith mientras que los que me seguían a pie intentaban no resbalar ni perderme de vista. Parecían una pantomima digna de los cómicos helenos más famosos. Por fin llegamos al Barrio Judío de la ciudad, cuya pequeña muralla interna los separaba, encerraba y protegía de sus vecinos cristianos de Praga. No obstante, esta vez el peligro no intentaba forzar las puertas de sus muros, sino que salía a trompicones de la superficie helada del río, donde no había murallas que pudieran protegerles de la amenaza.
Atravesé la pared de una de las casas y esperé allí unos pocos segundos. No pasó mucho tiempo hasta que uno de mis perseguidores violentó la puerta a golpes. Pude escuchar sus gritos, así como las voces asustadas de la familia que habitaba esa vivienda. Me quedé el tiempo suficiente para que los Premsyl los descubrieran y descargasen su frustración sobre ellos. A continuación atravesé otro muro. Los jinetes ya habían llegado de su largo rodeo. Me introduje en la siguiente casa, pero los recién llegados no entraron, sino que usaron sus antorchas para prender fuego al edificio. ¡Ilusos! El fuego no podía dañar a un ser que no está atado a las leyes físicas, pero sí a los judíos que vivían en aquella casa. Aquellos desgraciados salieron como pudieron, tosiendo y tambaleándose por el humo, solo para caer víctimas de los verdugos que les esperaban fuera del edificio.
Era suficiente. Mis actos provocarían la guerra entre el Nosferatu Josef y los Tzimisce de Praga, si es que aún no estaban enfrentados y le mostrarían a ambos lo peligroso que podía ser atraer mi ira. Esta vez me esforcé por dejar atrás a los Premsyl, algo fácil ocupados como estaban en defender sus vidas de los judíos que trataban de proteger a sus familias y amigos, y me dirigí a las murallas. Sin embargo, dos hombres y una mujer, de diferentes edades pero con ropajes parecidos, me salieron al paso. No se asustaron en absoluto al ver mi sobrenatural figura espectral, sino que me miraron de una forma extraña y desconcertante. Los ignoré y avancé hacia la muralla, pero ocurrió algo y el efecto del ritual desapareció, provocando que mi cuerpo vuelva a regirse por las leyes del reino físico. ¡Maldición! ¿Cómo habían logrado semejante prodigio? No iba a correr riesgos, por lo me apresuré para alejarme de ellos. Otros dos más salieron de una casa cercana, con idénticas ropas y la misma mirada perdida, bloqueando mi huida hacia las murallas de la ciudad. Noté un intenso calor y un dolor abrasador en mi cuerpo, como si un fuego invisible me envolviese con sus llamas.
Tuve que cambiar la dirección de mi inesperada huida, volviendo al río. Más judíos salieron tranquilamente de sus casas. Me veían pasar a su lado sin mostrar sorpresa ni decir absolutamente nada. ¿Qué estaba pasando en este lugar?, pensé asustado. Por fin llegué al embarcadero, donde otros judíos estaban arrojando despreocupadamente los cadáveres de los Premsyl al río. No detuve mis pasos para comprobarlo, puesto que seguí corriendo por encima de la resbaladiza superficie hasta alejarme lo suficiente para abrirme paso hasta el fondo del Vltava.
Salí del río y me cobijé en las sombras de un callejón. Aparentemente, no tenía marcas de quemaduras en mi piel, pero aún así seguía notando un dolor persistente en algunas partes de mi cuerpo. Dediqué unos momentos a aclarar mis ideas. Ya había descuidado suficientemente mis obligaciones. Por tanto, serené mi mente, alejando los misteriosos peligros que se ocultaban en las callejuelas del barrio judío, y realicé el Rito de la Presentación para comunicarme de nuevo con el regens Ardan, que dejó en mi mente una imagen onírica de los suburbios al sur de Praga, fuera de las murallas de la ciudad. La imagen se concentró en una casa concreta, donde un grupo de hombres armados bebían y jugaban en una mesa. Uno de ellos, un robusto hombre de espesa barba y espalda ancha, llamó poderosamente mi atención, sin duda por deseo expreso de Ardan.
Me dirigí a ese lugar inmediatamente. Al llegar, un hombre abrió un ventanuco en la puerta cuando piqué suavemente. Quería saber qué quería. Su voz era desagradable y su aliento estaba cargado de vino y otros malos olores. Respondí que me estaban esperando dentro unos amigos. El hombre se rió groseramente cuando escuchó mis palabras, pero me dejó entrar en la casa. En su interior, había numerosas mujeres, jóvenes y maduras, enseñando sus pechos y jugando escandalosamente con algunos hombres. Evidentemente, me hallaba en un lupanar. En una mesa cercana, estaba sentado el grupo de hombres que había visto en mi visión. Hablaban ruidosamente en germano, la mayoría con un fuerte acento bávaro. Me acerqué a ellos y les hablé directamente en su lengua. Al principio se mostraron recelosos, como si no hubiesen tenido noticias de mi futura llegada, pero algunas generosas invitaciones a la cerveza local rompieron las suspicacias iniciales de la mayor parte del grupo, salvo de su líder, el hombre robusto y de barba espesa, cuyo nombre era Stefan.
Aún no entendía por qué Ardan me había guiado a ese lugar para hablar con ellos, pero decidí aprovechar las circunstancias. No sabía cuánto tiempo pasaría hasta que pudiese liberar a mis criados de confianza, por lo que necesitaba nuevos mortales a mi servicio. Sin que nadie se percatase, bajé mi copa con naturalidad por debajo de la mesa y me hice una pequeña herida en el dedo índice con una uña. Gotas de mi sangre se mezclaron así con la bebida. Fingiendo en todo momento, volví a alzar la copa y esperé un tiempo, hasta que tuve la oportunidad de cambiarla por la de uno de los mercenarios bávaros. El efecto fue inmediato. El hombre exclamó entusiasmado las maravillas de la bebida de aquel antro y dio a probar su copa a dos de sus compañeros, que se mostraron igual de eufóricos y entusiasmados. Sonreí para mis adentros. Si bebían dos veces más de mi sangre en noches distintas, serían mis esclavos hasta el fin de sus días.
Finalmente, le expliqué a Stefan que buscaba a Ardan, pero él me respondió que no sabía cómo localizar a su patrón, ya que sus órdenes eran esperar en aquel lugar hasta que uno de sus criados se pusiese en contacto con él. Sospechando alguna traición por mi parte en ese momento, ordenó a sus hombres que registrasen mis ropas para comprobar que no escondiese armas ocultas. Hallaron mi daga ritual y, para demostrar mi buena disposición, tuve que someterme a la ignominia de que Stefan se la quedase "temporalmente". Intenté usar las artes de la Dominación para convencerle de que no era necesaria esa cautela, pero no tuve éxito. Tal vez el mortal tuviese una voluntad superior a la mostrada habitualmente por el resto de los humanos o tal vez otro Cainita había reforzado su mente para que no interfiriese con sus propias órdenes. En cualquier caso, yo estaba inseguro de qué hacer a continuación.
Al final, convencí a Stefan de que su patrón, Ardan, necesitaba conocer urgentemente las nuevas que le traía, por lo que volvería a la noche siguiente para saber si habían contactado con él. En mi interior, había decidido que no pasaría la noche en aquel lugar para evitar posibles ataques planeados por mis enemigos, entre los que podía estar el mismo Ardan, durante las peligrosas horas del día, así que me refugié en un embarcadero abandonado y en ruinas, protegido de la luz del sol por los escombros, las redes y una manta vieja.
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