miércoles, 6 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 15: EL REGRESO DEL HERMANO DESAPARECIDO


Con el tiempo, mi influencia en Balgrad empezaba a madurar tal y como había previsto. Me impliqué poco en los asuntos de los mortales, dejando que viviesen y muriesen según su libre albedrío siempre y cuando sus actividades no afectasen a mi Casa o mi capilla. La ciudad vio con horror como su gobernante mortal, el duque Gyula, de religión ortodoxa, inició una rebelión armada contra el rey de Hungría, Esteban I, cuando el último se convirtió al catolicismo romano. Durante meses, el fuego de la guerra ardió una vez más por esta región antes de que el duque rebelde fuera derrotado finalmente. Por suerte, Balgrad no sufrió ningún asedio o destrozo por aquella guerra. Sin embargo, el rey Esteban I ordenó iniciar la construcción de una iglesia católica en mi ciudad como recordatorio de su victoria para todos sus habitantes.

Fue en aquellos meses en los que la muerte cabalgaba por los caminos y aldeas, segando la vida de soldados e inocentes con igual deleite, cuando recibí una noticia insólita. Lushkar me informó que un clérigo recién llegado a la ciudad había estado haciendo preguntas sobre mí en las posadas. También dijo que su nombre era William Arkestone y que regresaría noche tras noche hasta poder reunirse conmigo. Todos los posaderos aseguraban que el forastero tenía un aspecto pálido y enfermizo, que ni siquiera la sombría capucha de su túnica raída podía disimular. Lushkar se había preocupado mucho por estas nuevas, por lo que hizo sus propias indagaciones esa tarde. Los únicos visitantes que había recibido Balgrad durante el día  anterior era una pequeña caravana de monjes ortodoxos que buscaban la protección de la ciudad frente a las masacres de las guerras.

Recordaba que la última vez que había visto al hermano William había sido cuando fuimos atacados en una emboscada en las tierras vecinas de Klausenburg. Lushkar había contemplado cómo el hermano William fue golpeado por dos hombres armados y cómo los tres se precipitaron desde lo alto de un barranco durante la refriega. Yo había supuesto que el Capadocio habría encontrado su muerte definitiva en aquel momento o en las horas siguientes, al no poder encontrar un refugio seguro de la luz del sol o, peor aún, al ser apresado por nuestros perseguidores. Yo mismo no hubiera sobrevivido a ese lance de no ser porque la Providencia o el mismísimo Satanás cruzó mi camino con el del Tzimisce Myca Vykos y su oportuna escolta de soldados.

Habían pasado casi tres años desde aquel entonces. Si el forastero era ciertamente el hermano William, tenía muchas preguntas que hacerle. La más importante de las cuales era cómo me había encontrado. Pocos Cainitas tenían conocimiento aún de que había tomado posesión de Balgrad como dominio y la mayoría de ellos estaban aliados de un modo u otro con mi sire Jervais. Mas si el recién llegado no era en realidad el Capadocio que había conocido sino un impostor, sus propósitos para esta farsa sólo podían tener consecuencias letales para mí. En cualquier caso, debía arriesgarme y reunirme con él para averiguar la verdad.

Le estaba esperando en la posada del Gallo Dormido. Derlush y uno de sus hombres estaban ocultos en las cocinas, alertas a la mínima señal de peligro o lucha. El recién llegado entró en la posada cuando aún quedaban un par de parroquianos bebiendo cerveza y conversando torpemente entre ellos. A simple vista, pude comprobar que el clérigo era efectivamente un Cainita perteneciente al linaje de los Capadocio. Solo atisbé una sonrisa en sus labios muertos de porcelana cuando se acercó al lugar donde me hallaba sentado. Yo estaba tenso, preparado, aferrando la empuñadura de mi daga bajo la mesa. El clérigo me saludó en latín y apartó la capucha. Ya no había ninguna duda. Era el hermano William Arkestone.

Nuestro encuentro fue muy amistoso. Me narró lo sucedido con gran detalle, explicándome cómo fue el único que había sobrevivido a la caída, sufriendo graves heridas. Hubo de alimentarse con la sangre de los muertos para recuperar las fuerzas suficientes. Solo y sin los medios para llevar a cabo la misión que nos habían encargado, evaluó rápidamente su situación. Suponiendo que yo estaba muerto o que había huido, decidió alejarse de nuestros misteriosos asaltantes y volver a Buda-Pest para poder contar lo que nos había acontecido. No podía reprochárselo. Supongo que yo hubiese actuado exactamente del mismo modo.

No obstante, en Buda-Pest sólo encontró incomprensión y rechazo. Se le castigó con gran severidad por su fracaso. No quiso revelarme la naturaleza de los castigos que sufrió, pero su reluctancia a hablar de ellos fue suficiente para mí. Sin embargo, me informó que su penitencia había terminado hacía pocos meses. Sin ofrecerle más explicaciones, le ordenaron venir a Balgrad y asistirme en todo lo que necesitase.

Así pues, me hallaba en presencia del que sería mi primer súbdito como Príncipe Cainita de la ciudad. Su ayuda y sus conocimientos me serían de gran valor, por lo que no dudé en concederle permiso para quedarse a residir en Balgrad. También le concedí un pequeño dominio a su elección. Él solicitó permiso para reclamar un futura comunidad monástica que erigirían a las afueras de la ciudad los monjes con los que había viajado. Por supuesto, acepté su legítima petición. Tras esta conversación, nos despedimos cordialmente.

Cuando regresé a la capilla, reflexioné sobre las palabras del Capadocio en mis cámaras privadas. Obviamente, los maestros de William lo habían enviado para espiar mis actos o con algún otro propósito oculto semejante. Sin embargo, decidí que lo mejor que podía hacer era tenerlo lo suficientemente cerca para vigilar sus actividades y aprovecharme de sus recursos. Sí, le daría la oportunidad de demostrar su valía. Además, le tenía cierta simpatía y esperaba, en mi fuero interior, que no me defraudase.

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