Salí del molino deslizándome silenciosamente entre las sombras de las casas, hasta volver a la iglesia. Mi alma se removía inquieta en mi marchito corazón. ¿Qué iba a hacer? Me convertiría en un hipócrita si juzgaba la moralidad de las brujerías cometidas por los señores de Satles, pues ¿acaso la Casa Tremere no había perpetrado todo tipo de crímenes en nuestra interminable búsqueda del poder? ¿No era cierto que mi propio sire Jervais era culpable de todo tipo de actos nefandos para satisfacer sus deseos monstruosos? Ni siquiera yo estaba libre de la mancha del pecado. Había cometido Amaranto contra mis semejantes. Así pues, ¿dónde se hallaba el límite exacto entre la justicia y la mentira? En aquel momento no lo sabía, pero pronto encontraría las respuestas que mi conciencia ansiaba con tanto ahínco.
Encontré al campesino donde lo había dejado inconsciente y débil. Una gota de mi sangre en su boca fue suficiente para que se recuperase milagrosamente, suplicándome más. No obstante, ignoré sus débiles ruegos y le ordené mediante la Dominación que me llevase junto a Orem. Él se levantó como si fuera un autómata como el legendario Talos y se adentró despacio en el bosque, conmigo siempre a su lado. Mientras avanzábamos, no tardé en reconocer aquel bosque como el mismo que me había atormentado en mis recientes pesadillas. Un escalofrío me recorrió la espalda, dejándome una pesada sensación de inquietud. También tuve tiempo para percatarme de otro fenómeno curioso. La vegetación parecía estar orientada de forma extraña, como si siguiese un punto cardinal anómalo. Los árboles inclinaban levemente sus troncos desgastados y sus ramas retorcidas en aquella dirección, a la par que el musgo y los hongos abundaban en la misma. Estábamos siguiendo el mismo camino que una poderosa línea de vis, que me recordaba a la energía extraña que había percibido durante mis viajes en las montañas entre Bistriz y el Paso de Tihuta. Mis nervios se incrementaron en consecuencia.
Por fin, la negrura del bosque dio paso a un gran claro que tenía en su centro un árbol nudoso y retorcido, de corteza seca y vieja y plagado de raíces del tamaño de grandes serpientes. Pero lo peor de todo era la docena de cadáveres que habían sido semienterrados a su alrededor. Todos tenían los brazos extendidos hacia arriba, formando una macabra maraña de raíces putrefactas. En algunos puntos, incluso pude entrever las calaveras y los rostros descompuestos de los muertos asomando por encima de aquella tierra ennegrecida.
El campesino volvió en sí al cumplir mi orden, cayendo presa de un extraño delirio, que mezclaba terror y fanatismo a partes iguales. Entró en el claro de rodillas suplicando perdón a voz en grito y confesando que lo habían obligado a venir en contra de su voluntad. Decidí ocultarme volviendo a la linde del bosque, ya que sus gritos no tardarían en llamar la atención de cualquiera que estuviese cerca. De pronto irrumpió un extraño en el claro. Desde mi escondite pude ver que era un hombre corpulento y bajo, extremadamente musculoso, que iba vestido únicamente con pieles de animales y que estaba armado con una tosca hacha de leñador. El campesino le suplicó clemencia de nuevo, llorando y gritando con todas sus fuerzas. Por su breve conversación, intuí que el recién llegado era la persona a la que estaba buscando.Orem, indignado por las súplicas serviles del campesino, hundió el filo de su hacha en el cuello de este con un golpe fortísimo, que lo decapitó brutalmente. El cadáver tembló en el suelo mientras su preciada sangre se derramaba por el suelo ennegrecido. Luego, miró furioso en todas las direcciones, sospechando acertadamente que me hallaba cerca y me exigió que abandonase mi escondite. Así lo hice.
Salí de la espesura con la intención de usar mi Dominación para someterlo sin lucha y usarlo para que me llevase junto a Lars del mismo modo que el campesino me había conducido ante él. No obstante, su voluntad fue más fuerte de lo que esperaba. Me había vuelto confiado. Entretanto, Orem aprovechó mi vacilación para atacarme sin tregua con su hacha. Su golpe falló por una distancia demasiado escasa de mi cuello para mi propio gusto. Mientras él recuperaba el equilibrio para realizar un segundo ataque, invoqué a la sangre para vigorizar mi cuerpo. El filo del hacha barrió el aire de nuevo hiriéndome en el vientre y obligándome a retroceder hacia el interior del claro. Otro de sus tajos se hundió en el hueso de mi pierna y dejó de rodillas. Estaba a su merced. Intenté recuperar la iniciativa del combate clavando a su vez mi daga en su pierna, pero él apartó desdeñoso mi brazo de una patada. Mis dedos soltaron involuntariamente la daga, que cayó en algún lugar entre los cadáveres. Estaba desesperado. Mi Bestia Interior intentó rebelarse contra sus ataduras, pero pude someterla a duras penas.
Otro golpe del hacha de Orem estuvo a punto de partirme la cadera, pero rodé a mi derecha para evitar su mortífero toque. Entonces vi mi oportunidad y me abalancé sobre su brazo izquierdo para hundir mis colmillos. Él se aparto justo a tiempo para que no le desgarrase todo el brazo, pero el mordisco le provocó una herida de aspecto muy doloroso. Por primera vez desde que comenzó nuestro enfrentamiento, retrocedió unos pasos, sosteniendo el hacha sólo con su mano derecha. Había conseguido la ventaja que buscaba. Con un movimiento rápido, me puse a su lado antes de que me golpease y le aferré los brazos al tiempo que buscaba su cuello hasta desgarrarlo a mordiscos como si fuese una fiera salvaje. Ambos caímos al suelo, pero no dejé morderle cruelmente con mis colmillos. Su sangre manó abundante y murió, mientras me alimentaba de él. En aquel momento pude comprobar que no era un Cainita, ni siquiera un ghoul. Entonces, ¿por qué medios sobrenaturales había obtenido la fuerza y la constitución de un toro salvaje? No lo sabía. Aún estaba furioso, así que recogí su hacha y le partí su cabeza muerta como si fuese un melón maduro. Ese gesto iracundo me tranquilizó. Recogí mi daga del suelo, pero no solté el hacha de Orem... puede que la necesitase con su hermano.
Ya había perdido demasiado tiempo. Me dirigí hacia las antiguas ruinas del anterior señor de estas tierras. Estaban desiertas, pero encontré unas pisadas frescas que me llevaron a la corriente de un río y, a pocos metros de allí, a una cueva en la roca. Busqué centinelas por todas partes, pero no vi ninguno. Sin embargo, preferí no correr riesgos innecesarios, por lo que me pegué a la pared rocosa y descendí lentamente por el suelo inclinado hasta alcanzar la boca de la cueva. Creía estar preparado para lo que estuviera aguardando allí. De nuevo, esa noche mis cálculos erraron miserablemente.
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