Al adentrarme en la cueva, concentré mis sentidos más allá de lo humanamente posible. Olí la madera quemada de una hoguera contrastando con la humedad de la roca y escuché el pequeño crepitar de las llamas de una hoguera, así como unos suaves murmullos. Avancé despacio esperando encontrarme con algún guardia. No quería darles la oportunidad de dar la alarma, así que tuve especial cuidado en caminar con el máximo sigilo. En una pequeña gruta, había una anciana, medio tuerta por una catarata, tejiendo algo a la luz de la hoguera mientras murmuraba algo con voz queda para sí misma. Existía otro corredor a su izquierda, del que provenía un coro de voces femeninas llorosas y suplicantes. La vieja les gritó sin moverse de su sitio, ordenándoles que se callasen con un grito autoritario y siguió tejiendo su labor. Era obvio que aquella anciana estaba al servicio de Lars y Orem. Debía deshacerme de ella sin dar la alarma. Tuve una idea. Agaché mi cabeza y entré en la oscura gruta. Mis ropas sucias y ensangrentadas, junto con el hacha que llevaba en la mano, y sus cataratas la engañaron sin más artificio. Ella creyó que era su hijo Orem y me preguntó qué me parecía lo que estaba tejiendo para el recién nacido. Extendió lentamente la tela para que pudiese verla y comprobé para mi espanto que estaba hecha de piel humana. Gruñí a modo de respuesta y ella pareció darse por satisfecha. Ya estaba lo bastante cerca. Mis colmillos se clavaron en su cuello antes de que pudiese gritar y bebí su sangre marchita hasta dejarla sin sentido, aunque la dejé con vida. Tenía que contestarme a muchas preguntas más tarde.
Seguí el corredor de la izquierda. En la siguiente gruta, un grupo de mujeres vestidas con harapos sucios y ensangrentados permanecían encadenadas con grilletes a la pared rocosa. La mayoría eran jóvenes, pero lo que más me perturbó es que muchas estaban en diversas etapas de gestación. Cuando me vieron, también confundieron mi aspecto con el de su maltratador, por lo que se apartaron cuanto pudieron de mi paso y lloraron con quejidos bajos. Estaba claro que habían sufrido un trato terrible y sólo Dios sabía cuántas violaciones y torturas. Sin embargo, no podía ayudarlas ahora, pues debía cerciorarme de que no hubiese más enemigos dentro de aquellas cuevas antes de liberarlas de sus cadenas. Con gran pesar, ignoré sus lamentos y seguí mi camino.
El último corredor me condujo a una gruta más pequeña incluso que la de la entrada. En ella, había un maloliente lecho de paja, y al otro lado, una figura hecha de barro y capas de pieles, parecida a un espantapájaros. Alrededor de la figura, alguien había escrito más signos valacos y colocado velas encendidas. Sentí un escalofrío. Me hallaba en una capilla impía. Las inscripciones hablaban de alguien llamado Kupala, la Raíz del Todo. ¿Sería la figura el ídolo de un dios pagano? Usé mi visión sobrenatural para ver la energía mágica que le rodeaba y descubrí durante unos segundos que las sombras parecían cobrar vida alrededor de la figura. Durante unos aterradores instantes, también creí escuchar el llanto desconsolado de unos recién nacidos. Eso me hizo temer que Orem y su maldita madre los hubiesen encerrado con vida dentro del ídolo. Me lancé hacia la figura y abrí su pecho con mis manos con la esperanza de sacar con vida algún infante. Pero del interior del ídolo manó un líquido nauseabundo y sólo pude rescatar unas calaveras infantiles. Incluso un monstruo bebedor de sangre como yo, un no muerto descendiente del mismísimo Caín, me sentí horrorizado cuando descubrí qué hacían con las criaturas que engendraban las mujeres secuestradas que había dejado atrás. Estaba furioso. La Bestia Interior casi me volvía a poseer por segunda vez esa noche, pero la contuve con gran esfuerzo. Sin embargo, destrocé el ídolo maldito y le prendí fuego usando el sebo de las velas.
La anciana empezó a gritar en la entrada. De alguna forma debía estar conectada místicamente con aquella figura impía y se arrastró con las escasas fuerzas que le quedaban por los suelos de la gruta gritando todo tipo de blasfemias en un idioma desconocido para mí. Fui a su encuentro. No había piedad en mi corazón para un ser como ella. Se merecía una muerte pausada y extremadamente dolorosa, pero la triste verdad es que no disponía del tiempo suficiente si quería liberar a las cautivas y ajusticiar a Lars antes de que llegase el alba, por lo que levanté el hacha y la hundí con todas mis fuerzas en su cabeza.
El humo del fuego que había iniciado al quemar el ídolo empezó a llenar la gruta. Al ser un no muerto, no me afectaba pero las mujeres cautivas sí empezaron a respirar con dificultad. Corrí hacia ellas y rompí con rapidez sus grilletes, mientras les gritaba que no huyesen solas y esperasen a que pudiésemos salir todos juntos de la gruta. A pesar del humo, del miedo y de todos los horrores que habían tenido que sufrir, algunas de ellas hicieron caso de mis advertencias, convenciendo al resto para que aguardasen. Una vez que las liberé a todas, aún sentía que me quedaba una última cosa que hacer. Cogí el cadáver de la anciana y lo lancé a la hoguera de la entrada, de la que brotaron llamas rabiosas.
Abandonamos aquellas cuevas todos juntos. Ellas avanzaron lentamente, al penoso ritmo que su estado les permitía. Cuando entré no había visto vigías en el exterior, pero podía haber llegado alguien más sin que lo supiese, por lo que traté de comportarme como si fuese Orem. Mis precauciones fueron muy oportunas. Un joven armado con un puñal me llamó por ese nombre desde alto de una roca cercana. Me acerqué cuanto pude a él silencioso, del mismo modo que había hecho con la anciana, pero la vista del joven era buena y descubrió rápidamente mi ardid. Sin embargo, antes de que pudiese escapar, usé las artes de la Dominación para ordenarle que permaneciese tumbado bocarriba en la roca. Cumplió mi orden pese a ofrecerme resistencia. Intenté interrogarlo, pero la voluntad del joven se resistió a mis intentos obteniendo fuerzas de sus creencias fanáticas. No podía perder más tiempo. Le corté la cabeza con el hacha, separándola del cuerpo con tres golpes, y la lancé todo lo lejos que pude.
Luego, levanté la vista y comprobé que las mujeres ya habían cruzado el riachuelo por su cuenta. Debía hablar con ellas. Corrí hasta alcanzarlas, para indicarles que se marchasen cuanto antes siguiendo los caminos del sur. No podrían alejarse rápido, pero esperaba que pusieran la mayor distancia entre ellas y los hombres de Lars.
Después volví al río, donde me quité las ropas y me lavé toda la suciedad y la sangre derramada en las últimas horas. Calculaba que faltaba aproximadamente un cuarto de noche antes de que los gallos cantasen al amanecer. Esperaba que ese tiempo fuese suficiente para lo que aún debía hacerse.
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