jueves, 28 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 32: NOTICIAS DE ARDAN


A la noche siguiente, me desperté tranquilo y sereno. Ningún mortal había perturbado mi sueño diurno ni había entrado en el embarcadero abandonado en donde me había escondido. Esperaba que el regens Ardan hubiese tenido tiempo ahora para ponerse en contacto con los mercenarios bávaros con los que me había reunido, así que salí del embarcadero para encontrarme con ellos en el lupanar de la noche anterior. No obstante, no podía apartar de mis pensamientos un estremecimiento al pensar en los hechos acontecidos en el barrio judío. La única explicación lógica que podía aventurar era que una pequeña comunidad de magi mortales se escondía en aquel barrio. En mis lejanos años como aprendiz para la Casa Tremere en la capilla central de Ceoris, había contemplado con mis propios ojos todo tipo de prodigios por parte de magi mortales, por lo tanto debía evitar en lo sucesivo aquella zona de la ciudad siempre que me fuera posible.

Andaba sumido en tales pensamientos cuando al girar una esquina de la calle me encontré de bruces con un grupo de tres caballeros, pertrechados con armaduras de cuero y mallas y armados con espadas, mazas y antorchas. Estaban escoltando a un clérigo que sostenía piadosamente una vieja cruz de madera, que irradiaba un aura de santidad. Uno de aquellos guerreros incluso lucía en su peto la cruz de los caballeros de San Juan. Ese mismo hombre reaccionó de inmediato preguntándome quién era yo y por qué razón vagaba por las calles a esas horas de la noche. Temí que se acercasen, pues ya había sentido el dolor del rechazo divino en mi propia carne, así que salí corriendo de inmediato sin ofrecer ninguna explicación. Ellos a su vez me persiguieron sin demora por las calles, mientras uno de ellos hacía sonar un cuerno. Pese a que yo nunca había participado en ninguna cacería de fieras, supe sin lugar a dudas que estaban llamando a otras patrullas para que se uniesen a la persecución.

Decidí atajar el problema de raíz antes de que fuese demasiado tarde. No iba a tener tiempo a volver al río, así que busqué otra solución. Trepé hasta el tejado de una casucha de la calle y me tumbé para evitar que me viesen. Uno de los cazadores pasó velozmente a mi lado sin percatarse de mi presencia. El cuerno volvió a atronar en las calles. Debía confundirlos. Invoqué el aliento del dragón usando mi voluntad para forzar a la niebla a cubrir con su pesado manto calles, edificios y personas. Otro caballero pasó a mi lado, caminando despacio intentando ver a través de la espesa bruma. Esperé un poco más a que se alejase y salí despacio de mi escondite, deshaciendo el camino y evitando a mis perseguidores. Afortunadamente, pude alejarme sin más incidentes de este tipo.

Por fin, llegué al lupanar de la noche anterior. Los mercenarios estaban sentados en la misma mesa en la que les había visto, pero ahora parecían más serios y taciturnos, más profesionales en definitiva. Stefan me confirmó que su patrón quería verme y que se habían realizado todos los preparativos oportunos. No obstante, quise prepararme para el caso de que me condujesen a una trampa, por lo que antes de marcharnos le pedí que me dejase un rato para disfrutar de las mujeres de aquel lugar. Él asintió, cómplice, y me dejó tranquilo. Subí al piso de arriba con dos mujerzuelas ante las miradas divertidas de aquellos hombres. Luego, ya en la privacidad de la habitación, ordené con Dominación a una de ellas que se durmiese. La otra estaba ocupada sirviéndose vino, pero no tuvo tiempo a preocuparse. Rodeé su cadera con un brazo para atraerla hacia mí mientras le apartaba el pelo de la nuca con otra mano. Ella se dejó guiar sin resistencia, casi juguetona, suponiendo que iba a realizar fácilmente su oficio con otro cliente. Sólo se sorprendió unos segundos cuando mis colmillos mordieron su piel y apenas tuvo tiempo para emitir una débil protesta antes de que el placer del mordisco la abrumase por completo. Bebí un poco de su sangre hasta dejarla inconsciente en el jergón y luego me alimenté también de su compañera. Como no iban a poder seguir trabajando esa noche, les dejé un generoso pago en compensación.

Satisfecha mi hambre y atiborrado de sangre, volví a reunirme con los bávaros. Tres de ellos, los mismos que habían bebido mi sangre sin saberlo, exclamaron comentarios vastos y jocosos. Para disimular, me uní a ellos asegurándoles que la única trinidad importante era la formada por dos mujeres y un hombre, lo que levantó risas en todo el grupo, excepto en el serio Stefan. Mientras salíamos por la puerta, me concentré en su aura particular. Un vivo color verde claro predominaba en su alma, lo que me indicaba que en aquel momento sentía una gran desconfianza.

Los mercenarios me llevaron casi a las afueras de la ciudad. Allí, había un pequeño campamento con varias carretas, hombres de todo tipo y algunas prostitutas. En total, debían ser entre veinte y treinta almas, estimé rápidamente. Stefan me guió hasta uno de los carromatos, a donde entramos y a continuación me explicó que su patrón había dicho que no podía entrar en la ciudad de noche, así que me introducirían en Praga durante el día, escondido en el fondo falso del suelo, que me mostró de inmediato. Asentí satisfecho con sus explicaciones. El bávaro me preguntó entonces por qué me buscaban los guardias de Praga. Tenía curiosidad por saber qué había hecho yo para merecer tanta atención. Me confió que su trabajo le había obligado a hacer cosas terribles durante todos aquellos años, exceptuando el saqueo de iglesias o el asesinato de sacerdotes, claro está, incluso ellos tenían sus límites, pero que pocas veces había visto que se mostrase tanta atención para una sola persona como la que se mostraba a mí.

Me quedé callado durante unos segundos pensando qué respuesta darle. Obviamente, Stefan no sabía nada de la verdadera naturaleza de los gobernantes nocturnos de Praga, ni de Ardan ni de mí, por lo que no podía confiarle ni siquiera una parte selecta de la verdad. Tampoco había modo de saber si su curiosidad provenía de la ambición o, si por el contrario, era fruto de una intuición inconsciente en aquel hombre de apariencia vulgar, cuyas palabras mostraban más inteligencia que la que dejaban entrever sus actos. Ambas posibilidades contenían un peligro potencial en determinadas circunstancias, pero por ese momento, decidí no explorar sus intenciones y le aseguré que todo ello se debía a una intriga entre familias nobles locales de la que yo era una inocente víctima. El embuste, por supuesto, no le satisfizo lo más mínimo mas encaminó sus sospechas a otros derroteros.

Terminada nuestra conversación, Stefan me dejó para que descansase. Una vez que estuve solo, procedí a continuar con mi plan para ganar nuevos sirvientes mortales. Utilicé un odre de vino que había dentro del carromato para verter en él una pequeña cantidad de mi sangre. Luego salí del carromato para buscar a los tres mercenarios que la habían probado la noche anterior. Aún estaban despiertos y aceptaron alegremente mi invitación. Quedaron más felices y pletóricos si cabe y me pidieron que les trajese más vino como aquel. Sin embargo, les respondí que debíamos descansar todos. Ellos protestaron pero aceptaron mis palabras de buen grado. Los efectos de mi sangre ya les estaban esclavizando a mi voluntad. Un último trago en las próximas noches y darían gustosos sus vidas por mí.

Volví al carromato que me habían dado. Me preguntaba qué pasaría durante las próximas horas. ¿Habría ordenado Ardan a aquellas gentes que aprovechasen el día para clavarme una estaca en el corazón? ¿O maquinaba otro tipo de traiciones aún más sutiles? Y sin embargo, no podía hacer otra cosa que seguir aquel  camino puesto que debía hablar con el regens de la capilla Tremere de Praga. El Consejero Etrius así me lo había ordenado y, por otra parte, la seguridad de mis criados dependía de que hallase a Mordecai ben Judá, el rabino judío desaparecido que buscaba el Nosferatu Josef. En cualquier caso, debía tomar medidas adicionales para protegerme todo lo humanamente posible. Hice el ritual de Defensa del Refugio Sagrado en el lado interno de la trampilla del falso fondo. Por último, me acomodé en el interior cubierto por una pesada manta.

A partir de ese momento, mi no vida estaría en las manos de Stefan y sus hombres.

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