El aliento del dragón ocultó mi presencia entre los mortales que descansaban en las tiendas. Unos pocos permanecían despiertos junto a las brasas de las hogueras, haciendo guardia en silencio, pero ni siquiera ellos lograron sentir mi presencia. Al llegar al promontorio, vislumbré a dos guardias apostados frente una fogata; estaban asustados y no paraban de maldecir a "la repentina aparición de esta niebla sobrenatural". Ignoré sus quejas y trepé por el muro rocoso hasta alcanzar las ruinas del baluarte que estaban construyendo. Arrastrándome silenciosamente por una viga de madera, hallé una pequeña reunión debajo de donde me encontraba. Cuatro guardias estaban hablando con una quinta figura cuya descripción concordaba con la de Lars. Su aura vital de colores pálidos me confirmó que era un Cainita. Los guardias estaban informándole de que los mercaderes habían abandonado Satles apresuradamente, murmurando acerca de la presencia de "bandidos" y "asesinos" en la aldea. Las noticias preocuparon extraordinariamente al Cainita. Seguramente se preguntaba si la persona que había interrumpido su ritual impío en el molino se había marchado con la caravana de mercaderes o, si por el contrario, permanecía en los alrededores de Satles.
La decisión que tomase respecto a esas cuestiones determinaría a su vez mis propios planes. Si Lars permanecía oculto en la seguridad de aquella fortaleza todavía por terminar, podría intentar darle muerte cuando se dispusiese a dormir el sopor diurno en el que caso de que no hubiera guardias velando su cuerpo. De lo contrario, no me quedaría más remedio que buscar un refugio para mí mismo, donde no me hallasen ni los guardias ni los trabajadores mortales. Al final, Lars tomó la decisión de cabalgar con sus hombres hasta la aldea y averiguar personalmente qué había pasado. Tuve que dejar que se fuesen. Ya era suficientemente imprudente por mi parte buscar una lucha incierta contra un Cainita de antigüedad desconocida, pero sería un acto verdaderamente suicida atacarle mientras contaba con la protección inmediata de cuatro guardias ghouls.
Por mi parte, era el momento de tomar mis propias decisiones. Debía encontrar un refugio para esconderme de la luz del día y de los mortales que rodeaban el promontorio. Eso me llevó a una idea audaz. Lars debía tener su propio refugio en aquel lugar y, como no le daría tiempo a volver desde Satles antes de que amaneciese, podría esconderme en él durante el próximo día. Era un plan muy arriesgado, pero las alternativas atraerían amenazas más peligrosas. Así pues, me interné raudo en las cámaras abiertas del castillo dispuesto a encontrar su lugar habitual de descanso. Todas las cámaras permanecían vacías y carentes de ningún tipo de adorno, excepto una en la que una gran alfombra oriental cubría el suelo de piedra. Debajo de la misma, yacía oculta una trampilla. Era preciso que entrase de inmediato, pero si bajaba por la trampilla no habría forma de colocar la alfombra como estaba antes, lo que alertaría de mi intrusión a cualquiera que entrase en aquella sala. Para evitar una posibilidad tan nefasta, realicé el ritual taumatúrgico del Paso Incorpóreo. Me llevó un tiempo muy valioso recitar los encantamientos oportunos en latín mientras me concentraba en observar mi propio reflejo en un pequeño trozo de cristal que siempre llevo conmigo. Sin embargo, cuando terminé el conjuro, sentí como mi cuerpo abandonaba las ataduras del reino material y se volvía tan incorpóreo como las almas en pena. Sin perder de vista mi reflejo en la superficie del espejo, lo que hubiera puesto fin al encantamiento volviéndome material de nuevo, traspasé la alfombra y la trampilla hasta llegar a unas escaleras de piedra que yacían debajo.
Puse fin voluntariamente a los efectos del ritual y descendí alerta por los escalones de piedra. Al final de los mismos hallé una cripta excavada en la tierra sostenida por cuatro pilares de madera, así como numerosos cofres atiborrados de monedas, joyas y antiguas reliquias de pequeño valor. Probablemente, eran los frutos de una vida de saqueo y pillaje. Un corredor comunicaba esa cripta con otra, desde la que provenía el pequeño y tímido resplandor de unas velas. Pero antes de que diese un solo paso para acercarme, sentí una presencia en aquel lugar, una presencia espiritual abrumada por la maldad y la locura. Luego, pude escuchar su voz espectral, que me perturbó hasta llevarme al límite del terror, despertando a mi Bestia Interior. Haciendo uso de toda mi voluntad, traté de ignorar aquel susurro de ultratumba y entré corriendo en la siguiente sala, esperando dejar atrás al guardián espectral, pero allí me esperaba otra escena grotesca. Pude ver un altar sobre el que había un cadáver crucificado, con el vientre abierto y sus vísceras desparramadas sobre la losa de piedra. Dos velas de sebo iluminaba aquella abominación. El espectro me seguía de cerca. Su voz se había convertido en un chillido que hizo sangrar mis oídos. Sentía cómo perdía el control, cómo la locura se abría paso en mi cabeza. Si se lo permitía, aquel espectro se convertiría en mi prematuro final. No, yo era un magus Tremere. ¡Debía prevalecer!
En mi desesperación, hallé el modo de lograrlo. Gritando por el dolor, apagué una de las velas y eché el sebo aún líquido sobre el cadáver crucificado, para después prenderle fuego con la llama de la segunda vela. Las llamaradas engulleron con avidez aquel cuerpo profanado y el espectro chilló al mismo tiempo presa de una agonía sobrenatural. Caí de rodillas mientras sus gritos me seguían atormentando, hasta que todo cesó después de lo que me pareció una eternidad. Intuí que había liberado a aquel ser de sus ataduras antinaturales y que ahora afrontaría el destino final que les esperaba a todos los muertos.
Sin embargo, no había tiempo para celebraciones, pues Lars sabría lo que habría pasado, del mismo modo que su madre mortal supo de la destrucción del ídolo y, por añadidura, notaba además en mis cansados huesos que se acercaba el amanecer. Tenía que actuar con rapidez. Tras una breve inspección, comprobé que no había más salida que la entrada por la que había llegado, así que me propuse provocar un derrumbe controlado en la primera cámara. Eso supondría un retraso de muchas horas de trabajo duro para cualquier lacayo que intentase internarse en el refugio de Lars. Me puse manos a la obra. Cogí los restos de ropa del cadáver, que aún estaban tirados al lado del altar, y los dispuse al pie de uno de los pilares, untando su base con el sebo seco de la vela apagada. Después, le prendí fuego con la llama de la vela que aún ardía. Escuché cómo crujía la madera del pilar, pero tardó en provocar el efecto esperado. No obstante, no permanecí ocioso. Arrastré algunos de los cofres hasta la entrada de la segunda cámara, bloqueando su paso con ellos. El cansancio del día empezaba a entumecerme, pero me esforcé por permanecer despierto hasta ver terminada mi obra. Por fin, cedió el pilar de madera y el techo se vino abajo de la forma calculada. Ahora podía descansar tranquilo.
Sin embargo, una pesadilla sobrenatural volvió a perturbar mi descanso por segunda vez consecutiva desde que me hallaba en aquellas tierras. Volvía a estar en el bosque, pero esta vez parecía más peligroso y amenazador si cabe. Una figura salió cojeando torpemente desde la espesura. Tenía las ropas ajadas y numerosas heridas en su vientre. Era el cadáver andante del joven a cargo de la fonda de Satles. El odio y el hambre brillaban en sus ojos. Otras figuras similares se acercaron desde diferentes lugares. Intenté huir de ellas, pero las raíces de los árboles retrasaban mi carrera, aferrándose a mis pies y tobillos con una fuerza pasmosa. Una de ellas, me hizo tropezar y caer pesadamente al suelo, donde sentí cómo intentaban agarrarme más raíces. No, no eran raíces. Eran manos muertas que surgían de la tierra ennegrecida. Tenía que escapar. Concentré mi voluntad. Me hallaba preso en una pesadilla y podía forzar sus leyes para salir. Logré ponerme en pie y seguir corriendo... hasta dejar sus lamentos atrás. Sólo entonces pude despertar.
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