viernes, 8 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 17: SATLES


Al despertarme, aún estaba conmocionado. La pesadilla había sido muy intensa y real. Casi me parecía escuchar todavía el vocerío de la turba perdiéndose más allá de las paredes de madera del carromato, que se hallaba detenido en aquel momento. Al salir al exterior me di cuenta por el número de casuchas destartaladas de que habíamos llegado a una aldea que debía contar con diez o veinte familias de vecinos. Un inestable puente de madera unía las dos partes del pueblo, separadas por una briosa corriente de agua. Los dos únicos edificios que destacaban junto al camino principal eran una fonda y una iglesia desvencijada. Y a lo lejos, también pude distinguir en la oscuridad de la noche el contorno de un ruinoso molino. Junto a la fonda, los criados de Erud estaban descargando la mercancía de los carros para pasar aquí la noche.

Lushkar me vio en ese momento. Parecía muy  preocupado. Vino rápido a mi encuentro para comunicarme que Erud había decidido que nuestra caravana pasaría la noche en Satles, el feudo de Lars. Pero ese no era el motivo real de su temores. Lo supe por las miradas recelosas que dirigía a las casas de la aldea, temiendo que nos vigilasen mientras me contaba lo que de verdad quería decir. Con palabras muy comedidas, me comunicó que Derlush no había regresado de su incursión al bosque para buscar a la niña perseguida por los secuaces de Lars. La nueva me perturbó gravemente, pero no tenía sentido transmitirle mis preocupaciones. Fingí explicándole que la ausencia de Derlush era parte de un plan secreto que sólo conocíamos él y yo. Eso le tranquilizó, pero al mismo tiempo también se sintió traicionado por no haber tenido la suficiente confianza con él. En otras circunstancias, hubiera apaciguado sus inseguridades, pero sospechaba que el tiempo jugaría un papel importante en mi estancia en Satles. Debía actuar con rapidez.

Entré en el interior de la fonda. Erud y algunos mercenarios están compartiendo una mesa, bebiendo y jugando a los dados. El comerciante se alegró sinceramente de verme, dando grandes voces para que me sentase con ellos, interesado por mi salud e invitándome a un buen vino. Acepté amablemente su invitación, pese a que los Cainitas no podemos ingerir ninguna comida ni líquido que no sea la sangre, ya que lo vomitaríamos de inmediato. Sin embargo, fingí beber y mojar los labios en varias ocasiones. Eso alegró a mis acompañantes. Erud me explicaba entretanto que no tuvieron más problemas con los guardias de Lars y que había visto un enorme campamento construyendo su castillo a las afueras de la aldea, siguiendo el camino del norte.

El propietario y único trabajador de la fonda era un joven cojo de su pierna izquierda. Sus torpes intentos por sorprendernos con sus modales divirtieron sobremanera a mis acompañantes. Estaba visto que el joven tenía menos luces que el común de los mortales. Decidí que tal vez pudiese contarme algo interesante. Con la excusa de invitar a mis amigos a más cerveza y vino, me levanté de la mesa y caminé en su dirección. Le pregunté en murmullos por Lars. Él muchacho tembló como las ramas de un sauce durante una tormenta de verano, gritó diciendo ¡nooo! y salió corriendo hacia una puerta que daba al almacén. Erud me preguntó preocupado qué le había dicho al pobre desgraciado. Le respondí que había pedido al joven que contase cuántas monedas tenía en la mano. Eso divirtió aún más a mis compañeros de viaje, que lanzaron estridentes carcajadas. Siempre me asombrará la facilidad con la que se puede engañar a las personas con las palabras adecuadas. Por último, dije que iba a pedirle que nos trajese más bebida. Todos estuvieron felizmente de acuerdo.

El almacén estaba lleno de carne de animales sacrificados que colgaban de cadenas suspendidas desde el techo, barriles de vino y cerveza y algunos sacos de harina. El joven se hallaba sentado contra una esquina, temblando sin parar. Estaba fuera de sí del terror que sentía. Sólo cuando lo tranquilicé usando las artes de la Dominación, pudo hablar sin dificultad, aunque no logré sonsacarle ninguna información útil. Solo repetía que su señor se iba a enfadar mucho con él si se enteraba que estaba hablando conmigo. Ahora que estaba tan cerca suyo, pude comprobar que tenía numerosos golpes y otras marcas de malos tratos. Disgustado, me puse en pie para marcharme, pero me detuve al descubrir algo muy inusual. Me acerqué a la carne que colgaba suspendida de los maderos del techo. No eran pedazos de carne de animales sacrificados como había supuesto en un principio, sino carne humana.

Salí al exterior, con la excusa de que volvía a tener los achaques de mi enfermedad. Lushkar me esperaba intranquilo. Le ordené que me trajese el saco con las piedras imbuidas en sangre. Cuando lo hizo, también le mandé que no se alejase de la posada. Yo iba a descubrir qué misterios ocurrían en Satles. En el caso de que me demorase, y  de que la caravana de Erud se volviese a poner en marcha, le especifiqué a Lushkar que debía acompañarlos y dejar mis cosas en la capilla Tremere de Praga. Él asintió sin poner ninguna traba a mis planes más allá de su habitual preocupación por mi seguridad. Su inquietud inicial aumentó a grandes pasos. Incluso él podía percibir que algo no marchaba como debiera aquí.

Por mi parte, debía evitar decisiones precipitadas y conflictos innecesarios, para lo cual me urgía obtener más información. Tenía pensado dirigirme al molino, mas, cuando di mis primeros pasos en aquella dirección, me percaté de que una figura me estaba siguiendo entre las casuchas, para luego alejarse hacia la iglesia. La seguí en sigilosamente sin que se percatase. Era un hombre grueso, de aspecto vulgar y pobre. Fue fácil emboscarlo cuando se internó en el bosque cercano. Tras un breve forcejeo, lo reduje y me alimenté de él para debilitar sus fuerzas y fortalecer las mías. No había rastro de sangre Cainita en sus humores, aunque eso ya lo sospechaba por la facilidad con la que lo había reducido. Lo llevé a rastras hasta el muro de la iglesia y, protegido por su sombra de miradas indiscretas, lo interrogué con calma. No hizo falta que recurriese a mi Dominación. El campesino estaba tan asustado por su vida que mis amenazas fueron suficientemente convincentes.

Me informó que su señor, Lars, vivía en el castillo y que su hermano, que se llamaba Orem, solía estar en el bosque o en el molino. Ambos hermanos habían derrotado al antiguo señor y habían traído la religión de los antiguos dioses, matando al párroco delante de las gentes de la aldea como sacrificio para que todos sobrevivieran a la crudeza del invierno. A la pregunta de por qué me había seguido y luego se había marchado al bosque, me respondió que me había visto merodeando entre las casuchas y se dirigía a advertir a Orem de mi presencia. Por último, también le pregunté qué papel jugaba la niña en todas esas historias. Me respondió que era la última superviviente de la última familia cristiana de Satles, que se había negado a repudiar su fe. Todos ellos fueron muertos por su estupidez, excepto la niña, que había logrado escapar y esconderse en los bosques. No sabía nada más, pero lo que me había dicho era más que suficiente para preocuparme por nuestra seguridad en la aldea. Supuse que Lars y Orem debían ser Cainitas, tal vez Tzimisce. Bebí más sangre del campesino y lo dejé inconsciente allí mismo.

Luego encaminé mis pasos hacia el molino. A medida que me acercaba pude percibir con facilidad el hedor de la carne podrida. La puerta de madera crujió cuando la abrí. El interior parecía tener un aspecto más ruinoso que el que ofrecía desde fuera. La luz de la luna se colaba por las rendijas y las grietas, y toda la estructura parecía quejarse agónicamente. Había unos escalones de madera que descendían al sótano, el lugar parecía vacío, excepto por un grotesco elemento que me causó no poca impresión. Hallé un cadáver humano, desnudo y crucificado contra las vigas de madera. Su vientre había sido abierto y eviscerado, pero lo más llamativo era que tenía clavados unas puntas plateados. Al acercarme, comprobé que tenía minúsculas inscripciones esotéricas escritas en el antiguo valaco. No comprendía lo que significaban, pero sí entendí el propósito general de este monstruoso acto. La víctima debió haber sido torturada durante largos días y su torturador había extraído poder mágico de su sufrimiento. Probablemente, el ritual siguiese en vigor y el alma del desdichado aún permaneciese sufriendo su horrorosa tortura. No obstante, no podía deshacer esa brujería antes de haberme enfrentado a los criminales que la había perpetrado, para no alertarles de mis intenciones, si es que aún desconocían mi presencia en sus tierras.

De todas formas, me quité mis ropajes y me puse los de la víctima, que yacían tirados en el suelo junto a ese cruel espectáculo. Sus ropas y la oscuridad de la noche me servirían para despistar a cualquier vecino o guardia que me viese merodeando por el lugar, evitando que diesen la alarma.

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