viernes, 29 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 33: EL REGENS ARDAN


A la noche siguiente me desperté sano y salvo. El carromato estaba detenido y no había ninguna señal de violencia en su interior. Por tanto, me concentré en el exterior: afuera no se escuchaba ningún ruido ni ninguna voz humana, aunque sí percibí un persistente olor a caballo. Salí cauteloso para comprobar que me encontraba en unos grandes establos, ocupados por unos pocos caballos y dos carretas más aparte de la mía. Me aseguré de que no hubiera ningún mortal escondido y, pese a que no hallé ninguno en aquel lugar, sí descubrí un pedazo cartilaginoso y sangriento que tenía un pequeño trozo de cristal en su centro a modo de siniestro ojo. Era un espía mágico. Había visto muchas de estas pequeñas criaturas taumatúrgicas en los largos años que pasé iniciándome en los secretos de la magia en Ceoris. Sin duda, era una creación de Ardan, por lo que me acerqué ostensiblemente a aquella cosa carnosa para que el regens de Praga supiese que me había percatado de la presencia de su servidor y luego me senté en los escalones del carromato.

Estuve esperando un tiempo demasiado largo hasta que por fin ocurrió algo. Una figura espectral y translúcida, obviamente bajo los efectos del ritual del Paso Incorpóreo, emergió a través de una de las paredes del edificio. Mientras me incorporaba de mi asiento, la figura miró a su alrededor para comprobar que estuviésemos efectivamente solos y, una vez que estuvo satisfecho, adoptó una forma física. El Cainita aparentaba tener menos de 30 años. Tenía un pelo castaño oscuro y ojos de color pardo. Su rostro era agradable, e incluso agraciado. También vestía con los ropajes habituales de un galeno. El recién llegado se presentó como el regens Ardan, regente de la capilla de Praga, y me ofreció una fría bienvenida que bordeaba la hostilidad abierta. Estaba claro que nuestro encuentro prometía ser muy tenso.

Casi de inmediato me echó en cara el desastre que había ocurrido en el Arce Rojo. Yo le recriminé a su vez que estaba bajo su protección cuando fui atacado por el Nosferatu, a lo cual me respondió asegurando que él no tenía ninguna culpa por el hecho de que hubiese sido descuidado y hubiese dejado que me siguieran hasta aquella posada, ya que había sido utilizada en anteriores ocasiones con éxito y discreción. Inmediatamente después, me transmitió las órdenes por las que había sido enviado originalmente a Praga. Debía ponerme al mando de los mercenarios bávaros y de los criados del campamento de las afueras, y conducirlos hasta Buda-Pest, donde me esperaba la Consejera Therimna. Desde allí, partiríamos juntos a Ceoris con las remesas que ella también hubiese reunido. Según sus propias palabras ya había perdido demasiado tiempo acumulando retrasos, por lo que debía salir de la ciudad esa misma noche.

Obviamente, cumpliría las instrucciones de nuestros superiores, pero no estaba dispuesto a permitir que Ardan se saliese con la suya tan rápido. Elevé mi voz hasta igualar la suya respondiéndole que yo también era un regente de la Casa Tremere y que no le permitiría dirigirse a mí como si fuese un vulgar aprendiz de su capilla. Sin dejarle recuperar la iniciativa de nuestra conversación le dije que estaba muy preocupado por la noticia de nuestros compañeros desaparecidos. Eso le sorprendió. No esperaba que hubiese descubierto aquello, así que le pregunté qué sabíamos acerca de su suerte. No supo decirme qué les había pasado a Conrad y Tobías, cuyos nombres me resultaron familiares por pertenecer al linaje del Consejero Etrius, pero sin duda ocultaba algo más que no quería que supiese.

En respuesta, me preguntó si había tenido contactos con otros Cainitas de Praga. Esa pregunta me cogió a su vez por sorpresa, pues solo el Consejo de los Siete podía autorizar contactos con Cainitas de otros clanes, para organizar una respuesta organizada a la estrategia política de nuestra Casa en el bizantino mundo de los hijos de Caín. Había unas pocas excepciones, por supuesto, como por ejemplo mi autoridad como Príncipe de Balgrad, pero mis tratos con los Cainitas locales estaban muy alejados de la influencia de esa excepción. Cuando Ardan se cansó de mi silencio culpable, usó sus artes de la Dominación para hacerme la misma pregunta de nuevo. ¡Era escandaloso, una auténtica ignominia! Aun así, su voluntad me hizo capitular y confesar sin resistencia que así había sido. Furioso, me preguntó de nuevo usando su Dominación quiénes había sido, por lo que tuve que responder los nombres de Garinol y Ecaterina.

Mi respuesta le cogió desprevenido, quedándose pensando en los posibles problemas que podrían surgir de esas nuevas interacciones. Intenté salir al paso mostrándole el medallón que le había cogido a Lybusa. Me miró atónito mientras le exigí que me explicara dónde habían desaparecido Conrad y Tobías, al mismo tiempo que se lo lanzaba a las manos. Incrédulo, sostuvo el medallón mirándolo con intensidad. Su voz se convirtió en un murmullo apenas audible cuando susurró que habían sido los Tzimisce. Volví a hacerle la misma pregunta. Esta vez volvió en sí para responderme que nuestros hermanos habían desaparecido en el Barrio Judío.

Había llegado el momento de apostar fuerte. Le dije que debía hablarme de sus investigaciones en el Barrio Judío si esperaba que le ofreciese mi ayuda. Él se negó, alarmado y colérico al mismo tiempo. Por su reacción tuve la certeza de que la versión que me había confiado Garinol se hallaba más cerca de la verdad que del engaño. Le dije que en realidad sabía muy bien qué estaba pasando en el Barrio Judío. Ardan parecía cada vez más nervioso. No le dejé pensar tranquilo y le amenacé con revelar todo este asunto a nuestros superiores de la Casa Tremere. Su respuesta, envuelta en una sonrisa sarcástica, fue que el mismo Consejero Etrius aprobaba aquellas investigaciones. Esa respuesta me hizo dudar. Mis acciones podían estar interfiriendo con las instrucciones de un miembro del Consejo de los Siete, algo muy peligroso para cualquier Tremere sin importar su posición dentro y fuera del clan. En cualquier caso, ya estaba implicado en ese problema y no había vuelta atrás. Debía llegar hasta el final. El regens Ardan se disponía a marcharse pero, cuando le pregunté directamente por el paradero del rabino Mordecai ben Judá, se detuvo de inmediato, rugiendo de ira al borde del frenesí. Desnudó sus colmillos y me gruñó como si fuese una bestia salvaje. Con voz entrecortada, me ordenó que me marchase de Praga de inmediato. Era todo lo que restaba por saber, así que asentí y me alejé de aquel lugar pensando en mi siguiente movimiento.

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