lunes, 18 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 24: EL REGRESO AL HOGAR


Cuando abandoné la granja de aquella familia, encaminé mis pasos hacia las afueras de Praga. Confieso que sentía fuertes sentimientos encontrados en ese momento. Por un lado, estaba muy emocionado por mi regreso a la ciudad que me vio nacer. No había vuelto a verla desde que Jervais me compró a padre cuando tenía la edad de seis años. Mi terrible situación como pupilo de mi maestro provocó que durante los primeros años de aprendizaje ansiase en secreto fugarme y volver al hogar que había conocido. No obstante, el ardor de la juventud transformó esos deseos ocultándolos tras capas de rencor y odio. Solo la madurez me concedió el equilibrio entre la añoranza por lo perdido y la necesidad de venganza. Y después de tantos años, allí me hallaba de nuevo. Aquellas emociones pasadas se habían aguado hacía tiempo, mas aún refulgían pequeños rescoldos en mi alma. Mis padres habrían muerto hacía mucho tiempo, pero tal vez aún viviesen en Praga mis hermanos o sus hijos o los hijos de sus hijos. ¿Debía buscarlos? ¿Significaban algo para mí después tanto tiempo? Decidí que lo más prudente sería no ceder a estos deseos. Relacionarme con mis parientes mortales sólo traería dolor y posibles desgracias para ambas partes. 

Por otra parte, me hallaba en la ciudad para cumplir una misión del mismo Consejero Etrius y esa era una responsabilidad que exigiría toda mi atención. La misiva del consejero no explicaba cuál debía ser mi cometido aquí, sino que debía ponerme directamente en contacto con el regens Ardan. Yo conocía pocas cosas de él o de su capilla, pero lo que sí sabía no me otorgaba ninguna tranquilidad. Muy al contrario, podía ser fuente de posibles problemas. Hasta donde yo sabía en aquel momento, Ardan era uno de los partidarios políticos  del Consejero Etrius, tal vez incluso de su mismo linaje dentro de la Casa Tremere. Por el contrario, Jervais me había convertido en uno de los magus del linaje del Consejero Goratrix, el principal rival de Etrius en el Consejo de los Siete. Incluso los aprendices más humildes eran conocedores de la enemistad e inquina que ambos se profesaban. Se decía que el mismo Tremere había fomentado estos odios ya que su competencia fomentaba el progreso constante de toda la Casa que llevaba su nombre. Por lo tanto, debía desconfiar de Ardan en todo momento. En cuanto a la capilla Tremere de Praga, había oído aún menos cosas sobre ella. Se decía que había sido fundada en secreto sin el permiso de los gobernantes Cainitas de la ciudad. Así pues debía obrar con discreción para proteger el anonimato de la capilla y evitar por ahora el contacto con los Cainitas locales.

Y por último, no podía evitar preocuparme por la suerte de Lushkar y Derlush. Les había ordenado que acudiesen a la ciudad y buscasen discretamente la capilla de Ardan, aunque sin poder darles ningún detalle relevante que facilitase esa búsqueda. Parecía que habían escapado al ataque de los Lupinos contra la caravana de Erud, así que era lógico pensar que hubiesen podido llegar con vida a la ciudad y que, abandonados a sus propios medios, probablemente no hubiesen encontrado aún la capilla Tremere, mas esperaba poder encontrarlos en unos pocas noches en alguna posada de la ciudad.

Andaba pensando en tales preocupaciones cuando alcancé las primeras casas de madera que rodeaban las murallas de mi ciudad natal. No me fue difícil introducirme en la noche a través de una de las partes incompletas de aquel muro y entrar en las callejas del Barrio Nuevo, hasta llegar al Puente de Judith, donde pude ver a los lejos a los guardias de la ciudad patrullándolo a la luz de los faroles. No queriendo llamar su atención, me decidí por un seguir un camino alternativo. En los primeros días de primavera el hielo aún cubre la superficie del río Vltava, pero ya no es lo suficientemente firme para resistir el peso humano. Así pues, amparado en por la noche, rompí la capa de hielo y atravesé el río de un extremo a otro por debajo de sus quebradizas placas de hielo. Tuve que forzar una salida en la otra orilla del mismo modo. A continuación, empapado y con las ropas caladas, me interné en un callejón cercano del Barrio Viejo, donde realicé el Rito de la Presentación.

Sentado sobre mis rodillas, me concentré mentalmente en imaginar una enorme pirámide, cuya cúspide permanecía oculta por una intensa luz. Sus incontables bloques de piedra resistían el peso de todo el junto y permanecían unidos por un manantial de sangre que fluía desde la cúspide, alcanzando todas las filas del monumento hasta llegar finalmente al suelo. Dentro de esa pirámide de luz y sangre, tallé mentalmente unas letras, que formaron rápidamente un título y un nombre: regens Ardan. Un aluvión de imágenes acudieron a mí a modo de respuesta. Vi el Puente de Judith, una calle de casas que descendía una pendiente para girar abajo a la derecha y un edificio con un arce rojo garabateado toscamente en su puerta. El interior parecía propio de una posada o fonda. Me sentí cómodo y bien acogido. En una de las mesas, me esperaba un  sombrío Cainita vestido con una túnica roja. Satisfecho, me incorporé para seguir sus indicaciones.

La oscuridad de las calles encubrió mi breve caminata. Sin embargo, escuché los pasos de una patrulla armada, por lo que me oculté en uno de los callejones para conservar mi anonimato. Los pasos se volvieron más fuertes y la luz de sus antorchas me permitió observarles con gran detalle. Cuatro hombres bien armados y ataviados con camisas de malla o chalecos de cuero con refuerzos metálicos pasaron a pocos pasos de mi escondite, mientras escoltaban a un sacerdote que oraba piadosamente en latín. Ninguno pudo verme y continuaron impasibles su lento caminar por las calles. Yo hice lo propio y llegué a la calle de mi visión, cuyo nombre recordaba de mis días de infancia. La llamaban la Rama Dorada. Me acerqué silenciosamente a la puerta del arce rojo, piqué tres veces y esperé lo que pareció una eternidad hasta que una voz me preguntó finalmente qué quería. Respondí que me esperaba el dueño, mientras miraba a mi alrededor para asegurarme de que no había sido seguido. Al hacerlo, sentí más que vi una mirada observando oculta tras el postigo de la ventana de uno de los edificios cercanos. Sin embargo, fingí ignorarla. Ya tendría tiempo de informar al regens Ardan. Mi interlocutor abrió la puerta tras retirar los cerrojos y descorrer una barra de metal.

Johannes, pues ese era su nombre, era un anciano de rostro arrugado y cansado. Me dio fatigosamente la bienvenida mientras volvía cerrar la puerta una vez que hube entrado. Dijo que debía alojarme en aquel lugar por órdenes del dueño. Aproveché esa ocasión para preguntarle si habían llegado a la posada mis dos criados, Lushkar y Derlush, pero él me respondió negativamente. Su respuesta me llenó de intranquilidad por ellos, pero no dejé traslucir dichos sentimientos. Fingiendo no darle mayor importancia, permití que Johannes me condujese hasta una trampilla en las cocinas. Bajamos a la bodega y allí me pidió ayuda para mover uno de los grandes toneles que permanecía contra la pared. Al hacerlo, el tonel resultó estar vacío y esconder un estrecho corredor de unos diez metros de paredes de tierra desnuda. El anciano se internó en primer lugar y me acompañó hasta una pequeña sala provista de un jergón de paja, un escritorio, un tocón de madera a modo de silla y un pequeño arcón. Johannes me informó que el arcón tenía tinta y pergamino, así como ropas limpias y nuevas. Un poco decepcionado por el recibimiento tan humilde que me dispensaba la capilla de Praga, le pregunté al anciano cuándo me recibiría el regens Ardan. Johannes no pareció entender del todo la palabra "regens", pero sí reconoció de inmediato y con un sumisión el nombre de Ardan. Me confesó que no sabía decirme cuándo sería recibido por él, pero que lo normal era que los invitados esperasen allí hasta Ardan acudiese a visitarlos. Asentí resignado ante sus palabras y lo despedí para poder quedarme a solas.

Aproveché el tiempo que restaba de noche para ofrecer una imagen más digna del regens y Príncipe de la ciudad Balgrad. Me deshice de las humildes ropas de ganadero que llevaba, me aseé y luego me puse la túnica roja con capucha que había dentro del arcón. A continuación medité cuidadosamente sobre mi situación. Tanto si el regens estaba extremando sus precauciones por el bien de la seguridad de su capilla como si me estaba haciendo esperar en aquel humilde sótano como un insulto personal, lo cierto era que seguramente Ardan no me recibiría esa misma noche. Así pues, mi máxima preocupación eran las pesadillas que seguía sufriendo y que nublaban mi juicio hasta el punto de poner en peligro inconscientemente mi no vida  mientras me hallaba en sus garras. Consideré entonces todas las opciones. Si ahora me hallaba en la capilla Tremere de Praga, esta tendría protecciones mágicas de todo tipo, incluyendo las espirituales, por lo que si mis pesadillas eran producto de la obra de algún maligno ser espiritual, su influencia no podría traspasar los muros de la capilla. No obstante, si se debían a algún tipo de maldición o embrujo proferido por los habitantes de Satles, entonces las salvaguardias no me protegerían y corría el riesgo de que la Bestia Interior me incitase un violento frenesí o que arriesgase mi no vida de cualquier otro modo. Así pues, debía tomar medidas para cubrir esta última eventualidad. Me hallaba en un sótano, cuya única salida era la puerta que lo comunicaba con el corredor y la bodega. Por tanto decidí realizar el ritual de Protección contra Cainitas en el panel del falso tonel, incluyéndome a mí mismo en sus dañinos efectos y excluyendo al regens Ardan de los mismos. Después, me tumbé en el jergón, dispuesto a descansar el escaso tiempo que faltaba hasta la llegada del amanecer.

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