viernes, 15 de junio de 2012

C. DE T. 1 - 23: POLVO, SANGRE Y MUERTE


¡Malditas pesadillas! Salí del armario tambaleándome, aturdido aún por la experiencia que había padecido. Mis ropas estaban empapadas de sangre, pues había sudado mucha mientras me debatía en mis sueños. También tenía la mano abrasada y ennegrecida. No me atreví siquiera a alzar la vista hacia el postigo. Tenía miedo de volver a sufrir el maleficio. En su lugar, recogí la manta ensangrentada y corrí hacia la puerta exterior de la iglesia para huir de aquel pueblo maldito. Afuera no había ni un alma con vida en Satles. ¿Habían matado los Lupinos a Lars? No lo sabía, pero no deseé quedarme para averiguarlo. En este punto tenía dos opciones: seguir por la carretera caminando hacia Praga o volver sobre mis pasos. Recordaba que Erud me había dicho que desde esta aldea sólo tardaríamos cinco días en llegar a la ciudad. Podía hacerlo. Sólo tenía que evitar a los Lupinos y encontrar a tiempo refugios precarios en los que esconderme durante el día. Así pues, corrí por el camino de Praga como alma que lleva el Diablo.

Recuerdo muy pocas de lo que me ocurrió durante las siguientes noches. Creo que, de algún modo, me mantenía en el camino hasta que sentía la proximidad del alba, momento en que me alejaba considerablemente de la carretera para enterrarme en el suelo o esconderme en alguna grieta lo suficientemente grande en la roca, siempre tapado con la manta ensangrentada que había traído conmigo de la iglesia de Satles. Sí recuerdo vívidamente que las pesadillas no me abandonaron; en su lugar, aumentaron en intensidad y peligro. Soñé que estaba enterrado, a salvo de los mortíferos rayos del sol, pero que unos gusanos blancos escarbaban la tierra para introducirse a mordiscos en mi carne, comiéndola vorazmente e introduciéndose por debajo de la piel. Estuve a punto de huir, de salir a la superficie, pero eso sólo lograría que el sol me calcinase, así que resistí aquella terrible ilusión onírica haciendo acopio de toda mi voluntad. En otra ocasión, soñé que estaba protegido bajo las raíces de un árbol, pero que el suelo se vino abajo, tragándome en el proceso. Caí hasta llegar al altar del refugio de Lars, aunque esta vez el cadáver crucificado sobre el impío altar no parecía haberse quemado por las llamas que había provocado hacía dos noches. Estaba atrapado por las raíces. Alcé la vista al escuchar unos pasos. Derlush entró en la sala portando una antorcha. Le supliqué que me liberase, pero en lugar de hacerlo, usó el fuego para quemar partes de mi cuerpo, sonriendo con crueldad. El dolor de la traición fue abrumado por las caricias de las llamas y el hedor a carne y pelo quemados. Grité de agonía. La Bestia Interior trató de huir alocadamente. No obstante, me impuse a aquellos males recitando la letanía del poder de la pirámide Tremere y pude despertarme a tiempo para no volver a exponerme inconscientemente a la luz del sol. Sin embargo, pude escuchar con claridad unas carcajadas inhumanas en mi mente.

Llevaba tres días y tres noches así cuando llegué a las tierras de Bohemia. Estaba famélico, por la desmesurada cantidad de sangre que había perdido y medio enloquecido a causa de las pesadillas. Por fortuna, encontré una cabaña de ganaderos en un valle por el que discurría el camino. Me acerqué gritando y suplicando su ayuda, con la esperanza de que alguno de los ganaderos saliese a la noche y pudiese alimentarme de su sangre sin que me importasen las consecuencias. Ninguno cayó en la trampa. Debí suponerlo. En estas tierras, las muertes y las desapariciones durante la noche eran moneda corriente. Los mortales intuían que el mal había venido para reclamarlos y se negaban a abandonar la protección de su cabaña. Miré famélico a las ovejas cuyo caótico coro de balidos alarmados por mi presencia despertó las ansias inmediatas de la Bestia Interior, mas la contuve con gran esfuerzo. Necesitaba la fuerza y el sustento de la sangre humana. Realicé en silencio el ritual taumatúrgico del Paso Incorpóreo. Después, entré en la cabaña a través de la pared posterior. Al principio, los ganaderos no se percataron de mi presencia. Estaban aterrorizados junto a la puerta, escuchando atentos lo que ocurría al otro lado mientras aferraban sus bastones. Extendí una mano hacia ellos y volví a gritar "¡ayudadme!". Mi visión, translúcida y brillante, les aterrorizó más allá de la razón. Abrieron la puerta y huyeron del espectro que había venido en su búsqueda. Uno de ellos, empujó al más joven al suelo para intentar salvar su miserable vida. Elegí saciar mi sed con él como castigo. Me abalancé sobre él, volviéndome corpóreo y derribándolo al suelo, y bebí su sangre, no mucho, solo lo suficiente para calmar temporalmente mi sed imperecedera y dejarle con vida.

Luego, lo llevé al interior de la cabaña y atranqué la puerta para evitar que volviesen sus compañeros. Mis bofetadas lo reanimaron lo suficiente para que pudiese usar las artes de la Dominación, de modo que respondiese a mis preguntas. Su nombre era Mateo. No sabía nada de lo que ocurría en Satles, pero sí había visto que la caravana de Erud había pasado por ese camino hacía dos días. También me confirmó que Praga se hallaba a dos días de viaje desde aquí.  Era suficiente. Decidí utilizar a aquel ganadero como guía por aquellas tierras. Le convencí de que era la misma Muerte en persona y que había venido a reclamarlo por sus pecados; mastines del infierno vendrían a por su pútrida alma, mas él tendría la oportunidad de salvarse si rezaba piadosamente a Dios Todopoderoso y superaba las pruebas que le impusiera durante tres días y tres noches. Mateo, perturbado y débil, haría todo lo que le mandase. Empecé ordenándole que saliese fuera a rezar. Mientras el ganadero lo hacía, lavé la mugre que me cubría con la poca agua limpia que había en la cabaña y me vestí con las ropas de sus compañeros. Luego nos pusimos en marcha.

Seguimos juntos en silencio todo el camino hasta que el cielo nocturno comenzó a clarear, momento en que nos internamos en una arboleda y le ordené que me enterrase y permaneciese ayunando y rezando durante todo el día en ese mismo lugar. Él cumplió apresuradamente mis órdenes y, mientras lo hacía, sonreí satisfecho sabiendo que el cansancio y la falta de sangre harían que se desmayase y durmiese durante largas horas. Por mi parte, no hubo descanso, ya que volví a ser presa de otra pesadilla. En ella, mi sire Jervais trataba de asesinarme, mientras me insultaba y despotricaba contra mí a causa de mis fracasos. Logré escapar de la pesadilla a duras penas y, cuando me desperté a la noche siguiente, Mateo quedó aterrorizado cuando contempló cómo emergía desde las entrañas de la tierra. Se arrodilló ante mí y juró que se arrepentía de todos sus pecados, gimoteando que no quería ir al infierno. Parecía sinceramente apesadumbrado. Lo puse en pie y lo obligué a continuar su penitencia guiándome por el camino más directo hacia Praga.

A media noche encontramos un recodo de la carretera en el que había unos cadáveres salvajemente asesinados y varios carromatos destrozados. Reconocí a las víctimas. Eran los criados y mercenarios al servicio de Erud, cuyo cuerpo permanecía inerte junto a ellos. Me arrodillé junto a él para cerrarle sus ojos aterrorizados. Había disfrutado sinceramente de su ruda pero honesta compañía. A continuación pude apreciar que todos cadáveres presentaban marcas de garras y de grandes fauces. Las huellas en el barro pertenecían a grandes lobos. Por fortuna, no había rastro de Lushkar, ni de Derlush o de la niña, por lo que deduje que habían logrado escapar del ataque junto con algunas pocas almas afortunadas. Debía encontrarlos, por lo que seguimos nuestro camino a un paso más apresurado.

Por fin, llegamos a los campos que rodeaban Praga. Liberé a Mateo, asegurándole que el último día y noche de su penitencia dependían por completo de él. Si recuperaba la pureza de su alma, los mastines infernales desistirían de su empeño. Sin embargo, usé las artes de la Dominación para ordenarle que contase a nadie lo que le había sucedido. El mortal se alejó tembloroso y sobrecogido por la emoción. Creo que mis embustes convirtieron a esa ruin persona en algo mejor de lo que había sido hasta entonces.

A continuación me dirigí hacia la granja más cercana, pues necesitaba más sangre para aplacar mi sed, y entré en ella usando el ritual del Paso Incorpóreo para cruzar su pared sin despertar a sus ocupantes. Una vez en el interior, pude ver a un matrimonio durmiendo en el centro del lecho junto a varios niños en los extremos. Asqueado de mí mismo, mordí las tiernas pieles de los infantes y robé un poco de su sangre a cada uno. Me avergoncé de mis actos. Nunca había bebido la sangre de niños inocentes. Necesitaba su sangre para fortalecerme, pero ¿a qué precio? ¿En qué me estaba convirtiendo? Me sentí terriblemente apenado por la culpabilidad y me juré a mí mismo que no volvería a caer tan bajo. Salí silenciosamente de la cabaña y di los últimos pasos que me separaban de la ciudad.

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